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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (35 page)

BOOK: Un verano en Escocia
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Giles y ella dedicaron el día siguiente a explorar el maravilloso campo de Northumbria y, en un pueblecito, descubrieron un
pub
muy atractivo donde servían almuerzos. Pidieron langostinos fritos y una botella de Sauvignon blanco muy frío.

—Oh, Giles, lo estoy pasando de maravilla —dijo Lorna—. Siempre fuiste la mejor de las compañías. No lo pasaba tan bien desde hacía años. Fue fantástico que me permitieras venir, aunque me siento un poco culpable a causa de Izzy.

—Podría haber venido, si hubiera querido. Ed parecía estar perfectamente bien y ya lo hemos dejado con Joss y Mick muchas veces.

—Lo sé, pero es exactamente por eso por lo que me siento tan culpable —insistió Lorna—. Si hay repercusiones, me parecerá que, en parte, es culpa mía. Tengo que decir que es admirable por tu parte dejarla sola, dadas las circunstancias.

—¿Qué circunstancias?

Lorna vaciló.

—Oh, bueno, nada en realidad. No debería haberlo dicho. Olvídalo.

—Será mejor que me digas a qué te refieres.

Lorna se puso a mirar por la ventana.

—Preferiría no hacerlo —dijo fingiendo resistirse.

—Oh, vamos.

—Puede que me equivoque, claro… es solo que Daniel e Izzy parecen tan… bueno… —dejó la frase sin terminar y volvió a mirar por la ventana.

—¿Quieres decir que Daniel se ha enamorado de Izz? Lo sé. Yo también lo he pensado. Pero ella solo se siente halagada y él lo superará.

—Oh, Giles, creo que pueden haber ido mucho más lejos.

—¿Qué estás insinuando exactamente?

Lorna se tapó la cara con las manos.

—Lo siento, pero me parece que tienen una aventura —murmuró—. Oh, Giles, lo siento mucho.

—No te creo.

—Tal vez sea mejor así.

—¡No me vengas con esas!

Giles parecía tan furioso que Lorna casi lamentó haber iniciado la conversación, pero una vez embarcada y con dos preciosos días todavía por venir, se lanzó a fondo:

—No quieres, pero quizá tendrías que saberlo. La otra noche, me marché del teatro antes, e Isobel y Daniel estaban juntos en la habitación de Edward. Los vi. Digamos que estaban muy absortos el uno en el otro.

—Déjalo ya, Lorna. —Lo que el propio Giles había sospechado aquella noche se confirmaba, pero estaba muy lejos de ser lo que Lorna insinuaba—. Olvidas que Edward también estaba allí. Hablamos de Izzy, de Izzy, ¿entiendes? y ella nunca se atrevería a hacer nada en la habitación de Ed. Es inconcebible.

—Tal vez. —Lorna cargó su segundo cartucho y apuntó bien—. Pero ha habido otras veces. También he visto a Isobel saliendo de la habitación de Daniel, cuando pensaban que no había nadie más en casa. —Hizo que sonara como si no fuera una única vez aislada—. Me parece que es hora de que hagas que Daniel te enseñe el retrato de Izz —siguió diciendo—. Creo que lo dice todo.

—¿Quieres decir que te lo ha enseñado? —Giles, irritado porque Daniel todavía no le había permitido verlo, se enfureció por no ser la primera persona en contemplarlo.

—No creo que, en realidad, tuviera la intención de que yo lo viera —dijo Lorna y añadió, faltando un poco más a la verdad—. Por casualidad, estaba destapado un día que yo estaba posando… pero debes juzgar por ti mismo. Es posible que yo esté imaginando cosas.

Giles sintió como si le hubieran dado una patada en el estómago. En lo más profundo de su ser, sospechaba que lo estaban manipulando, pero las dudas seguían acosándolo, añadiendo su veneno a sus propios sentimientos de culpa y formando un potente cóctel de resentimiento, recelo, el deseo de castigar a Isobel y una apremiante necesidad de justificarse a sí mismo.

—No dejemos que unas especulaciones infructuosas nos estropeen el día —dijo. Isobel habría reconocido el peligroso brillo de sus ojos y sabía que el espíritu maligno y temerario de Giles lo dominaba—. Nos ocuparemos de la situación cuando volvamos a casa. ¿Has estado alguna vez en Alnwick?

—No —dijo Lorna—, pero siempre he deseado ir.

—Pues vayamos —dijo Giles, con su sonrisa más brillante.

Tuvieron una tarde absolutamente deliciosa juntos. Giles era el compañero más divertido y estimulante con quien visitar lugares de interés. Veía enseguida los pequeños detalles que podían pasar por alto fácilmente, poseía un desbordante archivo de conocimientos arquitectónicos y acompañaba sus comentarios de la clase de anécdotas poco convencionales que añaden sabor a la historia.

Cuando por fin llegaron a Gattersburn Park, una mansión imponente, convertida recientemente en hotel de lujo, Lorna entró a registrarse mientras Giles aparcaba el coche. Volvía sobre sus pasos, cruzando el vestíbulo con sus paneles de madera oscura para reunirse con él, cuando Giles entraba.

—Ha pasado algo muy molesto —le dijo.

—No me digas que se han equivocado con la reserva. Me la confirmaron por escrito.

—No, pero no han cambiado la habitación y niegan saber nada de mi llamada informándoles de la modificación. Solo tienen la habitación doble a nombre del señor y la señora Grant. ¿Qué te parece que hagamos?

Giles estaba completamente seguro de que Lorna nunca había llegado a hacer la llamada, pero su espíritu maligno lo dominaba.

—¿Tal vez podríamos pasarlo bien, por los viejos tiempos? —preguntó ella, con dulzura.

Se miraron unos momentos.

—¿Por qué no? —dijo Giles—. Como tú dices, por los viejos tiempos.

26

Con la llegada de junio, el primer mes de verano auténtico, el tiempo se estropeó. Aparecieron las nubes, que envolvieron las colinas con un sudario gris, haciéndolas invisibles desde la casa, mientras que una lluvia torrencial que azotaba el lago borraba la vista de los terrenos bajos. El tiempo estaba en armonía con el ánimo de Isobel; que sentía que ya no era capaz de ver en qué dirección iba su vida.

Giles y Lorna no volvieron el miércoles. Giles telefoneó para decir que habían quedado decepcionados por la interpretación de la violoncelista, pero que había un cuarteto de músicos jóvenes que daban un concierto en la Universidad de Newcastle el sábado y que habían recibido críticas interesantes… parecía una lástima no ir a escucharlos estando en la zona. ¿No opinaba ella lo mismo?

—Buena idea… ¿por qué no? Adelante —dijo con voz alegre—. Sí, aquí estamos todos perfectamente bien, en gran forma. Por supuesto. No tengas prisa por volver. —Al colgar el teléfono, notó que temblaba. Pensó que aquello no podía estar pasando, se preguntó cómo podía reconciliar su absoluta infelicidad respecto a Giles y Lorna con su creciente atracción hacia Daniel. ¿Qué había sido primero? Le pasaron por la cabeza los viejos acertijos sobre el huevo y la gallina… para los cuales, claro, nunca había encontrado respuesta.

Era un alivio bajar a la oficina y charlar con Sheila Shepherd, como siempre le había gustado hacer en el pasado, sin sentir la continua presencia de Lorna. Era maravilloso idear planes para los meses venideros, tanto para el Centro de las Artes como para la familia, aunque por aquel entonces aún no sabía que, poco después, todo, por muy personal que fuera, se comentaría con Lorna y que la influencia de su hermana pesaría en cualquier decisión que se tomara. Isobel se dio cuenta de que todo aquello representaba una tensión cada vez mayor, pero también que cualquier proyecto que tuviera que ver con Glendrochatt o los niños no parecía tener ningún sentido si Giles no participaba en él. Se sentía como un barco a la deriva.

—¡Isobel! ¿Qué tal? Me alegro de verte. Te has convertido casi en una extraña —dijo Sheila con una enorme sonrisa—. Estaba a punto de ir a tomarme un té cuando he oído tus pasos. ¿Te apetece que nos lo tomemos juntas?

Isobel dijo que sería estupendo y se preguntó qué pensaba Sheila realmente de la nueva situación en la oficina.

Se dijo que debía hacer sus propios planes. Antes era capaz de tomar decisiones con mucha facilidad. Se preguntó por qué ahora todo tenía que ser mucho más complicado. Parecía como si el cómodo blanco y negro de sus anteriores opiniones se hubiera mezclado en una confusión de muchos tonos de gris.

Tomó dos pequeñas decisiones prácticas y se sintió mejor al hacerlo. La primera fue dejar que Joss y Mick se marcharan de vacaciones lo antes posible, porque en julio empezaría la migración anual de gente del sur hacia Escocia y con ella llegaría el habitual torrente de amigos y familiares que querían quedarse en Glendrochatt. A veces, era todo un poco caótico para ser cómodo, ya que además coincidía con las vacaciones escolares y todas las actividades de los niños, pero en general, tanto a Giles como a Isobel les gustaba la invasión y les encantaba ofrecer su hospitalidad. Luego llegaría el concierto inaugural y el inicio de la primera temporada del Centro. Mick y Joss necesitaban tomarse un descanso antes.

La segunda decisión de Isobel fue mantenerse fiel a un plan, que había estado a punto de cancelar; la promesa de ir a pasar una semana en Praga con sus padres. El viaje estaba reservado desde hacía meses y, al principio le hacía mucha ilusión, pero últimamente se había sentido tan amenazada por la idea de dejar a su marido y a su hermana solos y juntos, que había contemplado la posibilidad de proponerles a sus padres que fuera Lorna en su lugar. Ahora creía que esa cautela ya no tenía sentido, debido a su propia negativa a ir a Northumberland. Si había algo en marcha entre Giles y Lorna —y estaba segura de que sí lo había— entonces ya habría ocurrido. «Que hagan lo que quieran», pensó. Los acontecimientos tendrían que seguir su curso.

El jueves por la tarde recibió una llamada telefónica de la señora Baird, la directora de la escuela de Amy. Su hija se había metido en una pelea y no solo le había arañado la cara a la otra niña con rabia, sino que además le había arrancado un buen puñado de cabellos. Isobel notó que se le aflojaban las piernas y se sentó en el brazo del sofá de la cocina, donde estaba cuando sonó el teléfono.

—¡Dios mío! ¡Eso es horrible! ¿Qué puede haberle pasado? ¿Quién era la otra niña?

—Tara Duff-Farquharson.

Isobel gimió. La señora Baird dijo:

—Por lo que yo sé, no ha habido otras niñas implicadas en la pelea y no he conseguido que ni Tara ni Amy me digan qué fue lo que provocó el ataque, pero físicamente Tara salió peor librada y está muy conmocionada. Tengo que enviarla a casa más temprano y, dadas las circunstancias, Amy también debe irse. Creo que tendría que suspender a Amy durante una semana, pero me gustaría contar con su opinión. En estos momentos, no es la Amy que conocemos y varios miembros del personal me han comentado lo difícil que está últimamente; en especial desde las vacaciones de mitad de trimestre. Debe usted hablar con ella. ¿Cuándo puede venir a buscarla?

—Iré ahora mismo. Estaré ahí dentro de media hora, como máximo. Lo siento muchísimo.

—¿Problemas? —preguntó Joss, al verle la cara.

—Problemas, sin ninguna duda. Amy acaba de atacar a Tara Duff-Farquharson como una fiera.

—¡Bien, bravo por Amy! —dijo Joss, alegremente, guiñándole un ojo—. Espero que ganara.

—Pues parece que sí —dijo Isobel, riéndose sin querer—. Oh, Joss, te adoro.

Cuando llegó a la escuela, Isobel acordó con la señora Baird que trataría de sacarle la verdad a Amy y que la volvería a llamar cuando descubriera el motivo de la pelea. Decidieron que Amy se quedara en casa al día siguiente, en beneficio de los demás niños, pero que, siempre que la niña diera una explicación comprensible, podría volver a la escuela a la semana siguiente, después de cumplir en casa el castigo que sus padres creyeran oportuno. Isobel se sentía reacia a decirle a la señora Baird que Giles no estaba, aunque sabía que era ridículo, porque con frecuencia estaba fuera por negocios.

Amy estuvo muy poco comunicativa durante el viaje a casa e Isobel, algo muy inusual en ella, no consiguió sacarle nada.

—Solo nos peleamos —fue lo único que Amy dijo, encogiéndose de hombros con un gesto desafiante, como si no le importara nada.

—Amy, cariño, no puedo ayudarte si no me lo cuentas. Es tan impropio de ti. Tiene que haber una razón para tu conducta. La señora Baird dice que la arañaste con verdadera rabia y que una de las maestras tuvo que acudir a rescatar a Tara, pero tú no tienes ni la más mínima señal. Por favor, dime qué te hizo actuar así. —Pero los labios de Amy permanecieron fuertemente cerrados. Isobel pensó en preguntarle si su mal comportamiento tenía algo que ver con su inquietud respecto a Giles y Lorna, pero le dio miedo meterle ideas en la cabeza a su hija, ideas que quizá no estuvieran allí.

—Bueno, lo siento, cariño —dijo, cuando llegaron a casa—. No me dejas otra salida que enviarte directamente a la cama. Subiré a verte luego. Sabes que escucharé tu versión de las cosas, si cambias de opinión. Está en tus manos.

Amy subió a su habitación, con la cabeza muy alta, una figura pequeña, solitaria y desdichada; Isobel, llena de angustia miró cómo se marchaba.

Daniel, que vino del teatro para tomar una taza de té, la encontró todavía en el vestíbulo cinco minutos más tarde, sentada al pie de las escaleras, con la cabeza entre las manos.

—Isobel, pareces abrumada. ¿Qué pasa? —preguntó. Deseaba cogerla entre sus brazos como hizo cuando la encontró llorando en la habitación de Edward.

Isobel le contó lo que había pasado con Amy.

—Apuesto a que otros niños de la escuela saben qué pasó —dijo Daniel—. ¿Le has pedido a Fiona que sonsaque a Emily?

—¡Pues, claro! Qué tonta soy. ¿Cómo no se me ha ocurrido?

—¿Algo que ver con el bosque y los árboles? A un extraño le es más fácil verlo.

—No pienso en ti como un extraño —dijo, poniéndose en pie de un salto—. Voy a llamar a Fee ahora mismo. —De camino a la cocina, se detuvo y le dio un beso rápido en la mejilla—. Gracias, Daniel. —Él la miró marcharse, totalmente desarmado y con el corazón en los ojos, aunque ella no lo vio.

Joss, que entró por la puerta principal con Edward un minuto más tarde, después de ayudarlo a bajar del autobús escolar, miró a Daniel y enarcó una ceja.

—¡Eh, hola, Daniel!, pareces aquel tipo, Oliver Twist. ¿Es que tienes hambre o qué? —preguntó.

—Solo de lo inalcanzable —dijo Daniel, con tono ligero.

—Entonces mejor será que sigas con hambre, compañero —dijo Joss.

Le tocaba a Grizelda Murray encargarse de llevar y recoger a los niños del colegio, así que Isobel atrapó a Fiona justo antes de que Emily llegara a casa. Fiona se mostró profundamente compasiva.

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