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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (42 page)

BOOK: Una campaña civil
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—¿No es más bien un asunto de SegImp?

—Oh, SegImp —By agitó una mano—. Estoy seguro de que estarán encima. Pero, verás… ¿es un asunto para SegImp? Humo, Ivan. Humo.

Este asunto te rebanará el cuello antes de que te des cuenta, y no bromeo
, había dicho Miles, con una convicción aterradora. Ivan se encogió de hombros.

—¿Cómo voy a saberlo?

La sonrisa de By no cambió, pero sus ojos chispearon.

—Cómo, ciertamente.

Ivan miró la hora.
Dioses
.

—Tengo que irme al trabajo, o mi madre se enfadará —dijo apresuradamente.

—Sí, lady Alys estará ya, sin duda, esperándote en la Residencia —entendiendo, para variar, la indirecta, Byerly se levantó—. Supongo que podrás usar tus influencias con ella para conseguirme una invitación a la boda.

—No tengo influencia ninguna —dijo Ivan, acompañando a By a la puerta—. Si lord Dono es para entonces conde Dono, tal vez puedas hacer que te lleve consigo.

By aceptó la sugerencia con un gesto y se marchó pasillo abajo, bostezando. Ivan permaneció de pie un momento, junto a la puerta cerrada, frotándose la frente. Se imaginó a sí mismo contándole a Miles las noticias de By, suponiendo que su afectado primo estuviera ya sobrio. Se imaginó corriendo para esconderse. Mejor aún, se imaginó desertando, posiblemente para iniciar una vida dedicada a la prostitución con licencia en el Orbe de Beta. Los prostitutos betanos tenían clientela femenina, ¿no? Miles había estado allí, pero no se lo había contado todo. Incluso el gordo Mark y Kareen habían estado allí. Pero él nunca había conseguido visitar el Orbe, maldición. La vida era injusta, anda que no.

Se acercó a su comuconsola y pulsó el código privado de Miles. Pero lo único que consiguió fue el programa contestador, uno nuevo, que anunciaba de manera muy oficial que había contactado con el
lord Auditor Vorkosigan
, chúpate ésa. Excepto que no lo había hecho. Ivan dejó un mensaje para que su primo lo llamara por un asunto privado urgente, y cortó la comunicación.

Miles probablemente no se había despertado todavía. Ivan le prometió a su conciencia que lo intentaría más tarde y que, si seguía sin obtener respuesta, iría a la mansión Vorkosigan para ver a Miles aquella noche. Tal vez. Suspiró y se desnudó para ponerse la túnica de su uniforme verde. Luego se encaminó hacia la Residencia Imperial y las tareas del día.

Mark llamó al timbre de la puerta de los Vorthys, bailoteó cambiando el peso de un pie a otro y apretó los dientes lleno de ansiedad. Enrique, que había salido de la mansión Vorkosigan para la ocasión, miró fascinado en derredor. Alto, delgado y nudoso, el ectomórfico escobariano hacía que Mark se sintiera más que nunca un sapo achaparrado. Tendría que haber pensado mejor en la ridícula pareja que formaban cuando estaban juntos… ah. Ekaterin les abrió la puerta y les ofreció una sonrisa de bienvenida.

—Lord Mark, Enrique. Pasen —les indicó que entraran en el fresco salón de entrada, a salvo del resplandor de la tarde.

—Gracias —dijo Mark fervorosamente—. Muchas gracias, señora Vorsoisson… Ekaterin, por preparar esto. Gracias. Gracias. No sabe cuánto significa esto para mí.

—Cielos, no me dé las gracias. Fue idea de Kareen.

—¿Está aquí? —Mark giró la cabeza, buscándola.

—Sí, Martya y ella llegaron hace unos minutos. Por aquí… —Ekaterin los condujo hacia la derecha, al estudio repleto de libros.

Kareen y su hermana estaban sentadas frente a una comuconsola. Kareen estaba hermosa y con los labios tensos, los puños cerrados sobre su regazo. Alzó la cabeza cuando él entró, y sonrió. Mark se abalanzó hacia delante, se detuvo, tartamudeó su nombre de manera inaudible y le agarró las manos. Intercambiaron un fuerte apretón.

—Se me permite hablar contigo ahora —le dijo Kareen, sacudiendo irritada la cabeza—, pero sólo de negocios. No sé a qué viene tanta paranoia. Si quisiera fugarme, sólo tendría que salir por la puerta y caminar seis manzanas.

—Yo, yo… será mejor que no diga nada, entonces —reacio, Mark le soltó las manos y retrocedió un paso. Sus ojos bebieron en ella como si fuera agua. Kareen parecía cansada y tensa, pero por lo demás bien.

—¿Estás bien? —la mirada de ella lo escrutó de arriba abajo.

—Sí, claro. Por ahora —le devolvió una sonrisa débil y miró vagamente a Martya—. Hola, Martya. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Soy la carabina —le dijo ella con una mueca, casi tan molesta como su hermana—. Es lo mismo que poner un guardia en el establo después de que hayan robado los caballos. Si me hubieran enviado a la Colonia Beta, habría servido de algo. A mí, al menos.

Enrique se sentó en la silla que estaba al lado de Martya, y dijo con reproche:

—¿Sabías que la madre de lord Mark fue
capitana de exploración betana
?

—¿Tante Cordelia? —Martya se encogió de hombros—. Claro.


Capitana de exploración astronómica betana
. ¡Y a nadie se le ocurrió mencionarlo!
¡Capitana de exploración!
Y nadie me lo dijo siquiera.

Martya se le quedó mirando.

—¿Es importante?

—¿Que si es importante? ¿Que si es importante? ¡Santo cielo, cómo sois!

—Fue hace treinta años, Enrique —intervino Mark, cansado. Llevaba dos días escuchando variantes de aquella cantinela. La condesa se había ganado otro admirador en la persona de Enrique. Su conversión sin duda le había ayudado a salvar la vida de todos los demás correligionarios de la casa, después del incidente con las tuberías durante la noche.

Enrique colocó las manos entre las rodillas y miró embobado al aire.

—Le di mi tesis para que la leyera.

Kareen, con los ojos como platos, preguntó:

—¿Y la entendió?

—Claro que la entendió. ¡Fue
comandante de exploración betana
, por el amor de Dios! ¿Tienes idea de cómo eligen a esa gente, y de lo que hacen? Si hubiera completado con honores mi trabajo de posgraduado, en vez de meterme en todo ese estúpido lío con el arresto, podría haber esperado, sólo esperado, hacer una solicitud, y ni siquiera habría tenido posibilidad de derrotar a todos los candidatos betanos, si no fuera por las cuotas que mantienen para la gente que no es de su mundo —Enrique estaba sin aliento por la pasión de su discurso—. Ella dijo que recomendaría mi trabajo al Virrey. Y dijo que mi soneto era muy ingenioso. Compuse mentalmente una quintilla en su honor mientras estaba cazando cucarachas, pero todavía no he tenido tiempo de escribirla. ¡Capitana de exploración!

—No… no es lo que hace que Tante Cordelia sea tan famosa en Barrayar —comentó Martya al cabo de un momento.

—La mujer está desperdiciada aquí.
Todas
las mujeres están desperdiciadas aquí —rezongó Enrique. Martya se volvió y le dirigió una mirada intrigada.

—¿Cómo va la caza de cucarachas? —le preguntó Kareen, ansiosa.

—Encontradas ciento doce. La reina todavía falta. —Enrique se frotó la nariz, preocupado.

—Gracias, Enrique, por enviarme el modelo vid de las cucarachas mantequeras tan rápido —intervino Ekaterin—. Aceleró enormemente mis experimentos en diseño.

Enrique le sonrió.

—Fue un placer.

—Bueno, tal vez debería hacer ya la presentación —dijo Ekaterin—. No tardaré mucho y podremos discutir el asunto.

Mark se sentó en la última silla y contempló dolido la distancia que lo separaba de Kareen. Ekaterin se sentó ante la comuconsola y recuperó el primer vid. Era una representación tridimensional y a todo color de una cucaracha mantequera, ampliada hasta un cuarto de metro de altura. Todos menos Enrique y Ekaterin retrocedieron.

—Aquí tenemos, por supuesto, la cucaracha mantequera básica —empezó a decir Ekaterin—. Sólo he hecho unas cuantas modificaciones hasta el momento, porque lord Mark indicó que el tiempo era esencial, pero seguro que puedo hacer más. Aquí está la primera y más sencilla.

La cucaracha color marrón mierda y blanco pus desapareció, para ser sustituida por un modelo mucho más elegante. Las patas y el cuerpo del bicho eran negro cuero, tan brillante como las botas de un guardia de palacio. Una fina línea blanca corría por los bordes de las ahora ampliadas alas negras, que ocultaban a la vista el pálido abdomen pulsátil.

—Ooh —dijo Mark, sorprendido e impresionado. ¿Cómo podían representar unos cambios tan pequeños una diferencia tan grande—. ¡Sí!

—Aquí hay algo un poco más vistoso.

La segunda cucaracha también tenía las patas y algunas partes del cuerpo negras, pero su caparazón era más redondeado, como en abanico. Un arco iris de colores se sucedía en unas franjas curvadas, desde púrpura en el centro hasta rojo en el borde, pasando por azul y verde y amarillo y naranja.

Martya se enderezó en su asiento.

—Oh, eso está mejor. Es
bonito
.

—No creo que el siguiente sea práctico —continuó Ekaterin—, pero quería jugar con la gama de posibilidades.

A primera vista, Mark lo confundió con un capullo de rosa floreciendo. Ahora las partes corporales de la cucaracha eran de un verde hoja moteado de sutil rojo. Los caparazones parecían pétalos de flor, de un delicado tono amarillo que se teñía de rosa en múltiples capas; el abdomen también era de un amarillo a juego que se fundía con el parecido a la flor y no llegaba a advertirse. Los ángulos y espuelas de las patas del bicho se convertían en pequeñas espinas romas.

—Oh, oh —dijo Kareen, los ojos muy abiertos—. ¡Quiero ése! ¡Voto por ese!

Enrique parecía aturdido, la boca entreabierta.

—Cielos. Sí, podría hacerse…

—Este diseño podría funcionar para… las cucarachas cautivas o de granja, supongo que las podríamos llamar —dijo Ekaterin—. Creo que los pétalos del caparazón podrían ser un poco demasiado delicados e inútiles para las cucarachas libres que tengan que buscarse el sustento. Podrían romperse y dañarse. Pero estaba pensando, mientras trabajaba en éstos, que podríamos contar con más de un diseño, más adelante. Diferentes gamas, quizá, para distintos grupos de síntesis microbianas.

—Desde luego —dijo Enrique—. Desde luego.

—El último —dijo Ekaterin, y tecleó el vid.

Las patas y el cuerpo de esta cucaracha eran de un profundo y titilante color azul. Las mitades del caparazón destellaban y adquirían la forma de una lágrima. El centro era de un amarillo brillante, que inmediatamente se convertía en un profundo tono rojo anaranjado, y luego azul encendido, y luego azul oscuro moteado de puntos iridiscentes. El abdomen, apenas visible, era de un rico color rojo oscuro. La criatura parecía una llama, como una antorcha en el crepúsculo, como una joya sacada de una corona. Cuatro personas se inclinaron hacia delante y estuvieron a punto de caerse de la silla. Martya extendió la mano. Ekaterin sonrió.

—Guau, guau, guau —susurró Kareen—. ¡Eso sí que es una cucaracha
gloriosa
!

—Creo que eso fue lo que pediste, ¿no? —murmuró Ekaterin.

Tocó un control del vid, y el bicho inmóvil cobró vida momentáneamente. Agitó el caparazón, y un ala luminosa destelló, como un chorro de chispas rojas en una hoguera.

—Si Enrique consigue que las alas sean biofluorescentes con la longitud de onda adecuada, podrían resplandecer en la oscuridad. En grupo resultarían espectaculares.

Enrique se inclinó hacia delante, mirando la imagen con avidez.

—Eso sí que es una idea. Serían mucho más fáciles de localizar en sitios oscuros… Sin embargo, eso supondría un coste considerable de bioenergía, que saldría de la producción de manteca.

Mark trató de imaginar un puñado de gloriosos bichos, brillando y resplandeciendo y centelleando en la penumbra. Se le hizo la boca agua.

—Considéralo el presupuesto para publicidad.

—¿Cuál vamos a usar? —preguntó Kareen—. Me gusta ese que parecía una flor…

—Habrá que votar, supongo —dijo Mark. Se preguntó si podría convencer a alguien para que eligiera el modelo negro. Un verdadero bicho asesino, eso parecía—. Un voto de accionistas —añadió prudentemente.

—Hemos contratado a una asesora estética —señaló Enrique—. Tal vez deberíamos seguir su consejo —miró a Ekaterin.

Ekaterin se encogió de hombros.

—La estética es todo lo que puedo suministrar. Sólo he supuesto qué podría hacerse desde el punto de vista técnico. Podría existir alguna pega entre el impacto visual y el tiempo necesario para desarrollarlo.

—Has hecho unas buenas suposiciones. —Enrique acercó la silla a la comuconsola y repasó de nuevo la serie de vids de las cucarachas, con expresión ausente.

—El tiempo es importante —dijo Kareen—. El tiempo es dinero, el tiempo es… el tiempo lo es todo. Nuestro primer objetivo tiene que ser conseguir lanzar un producto que venda, para que empiece a circular y obtener capital con el que crecer. Luego vendrán los refinamientos.

—Y salir por fin del sótano de la mansión Vorkosigan —murmuró Mark—. Tal vez… ¿el negro sería el más rápido?

Kareen negó con la cabeza, y Martya dijo:

—No, Mark.

Ekaterin mantuvo una postura de estudiada neutralidad.

Enrique se detuvo ante la cucaracha gloriosa y suspiró ensoñador.

—Ésta —declaró. Ekaterin no pudo evitar una levísima sonrisa. Su orden de presentación, decidió Mark, no había sido aleatorio.

Kareen alzó la mirada.

—Más rápido que la cucaracha-flor, ¿crees?

—Sí —dijo Enrique.

—Secundo la moción.

—¿Seguro que no os gusta la negra? —sugirió Mark.

—Estás en minoría, Mark —le dijo Kareen.

—No puede ser, soy dueño del cincuenta y uno por ciento… oh —con el reparto de acciones a Kareen y la cocinera de Miles, ya estaba por debajo de su mayoría automática. Intentó comprárselas más tarde, pero…

—La cucaracha gloriosa, entonces —dijo Kareen—. Ekaterin se había manifestado dispuesta a que le pagaran en acciones, igual que Ma Kosti.

—No ha sido tan difícil —empezó a decir Ekaterin.

—Calla —la cortó Kareen firmemente—. No te pagamos porque sea difícil o no. Te pagamos por lo bueno que es. Tarifa de asesora creativa estándar. Apunta, Mark.

Algo reacio (no porque el trabajo no fuera digno de su precio, sino porque lamentaba el pellizco adicional al control de acciones que se le escapaba de las manos), Mark se acercó a la comuconsola e imprimió una factura de acciones por los servicios prestados. Hizo que Enrique y Kareen la firmaran, envió una copia al despacho de Tsipis en Hassadar y se la entregó formalmente a Ekaterin.

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