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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (45 page)

BOOK: Una campaña civil
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—Buenas tardes, milord Auditor —dijo Allegre—. ¿Cómo puedo servirle?

Asado, en una bandeja, al parecer
.

—Buenas tardes, Guy.

Miles vaciló, el estómago tenso de disgusto por la tarea que le esperaba. No podía evitarlo.

—Un desagradable desarrollo de los acontecimientos iniciados con el caso de Komarr… —no hacía falta indicar
qué
caso de Komarr —acaba de serme presentado. Parece puramente personal, pero puede que tenga ramificaciones de seguridad. Por lo visto se me acusa en la corte del chismorreo capital de haber intervenido directamente en la muerte de ese idiota de Tien Vorsoisson. El motivo, cortejar a su viuda. —Miles tragó saliva—. La segunda parte es, desafortunadamente cierta. He estado —
cómo expresar esto
—, intentando cortejarla. No excesivamente… bien, tal vez.

Allegre alzó las cejas.

—Ya. Alguien me ha informado de eso.

¡Argh! ¿Qué? ¡Por el amor de Dios!

—¿De verdad? Qué rápido.

O es cierto que está en la boca de toda la ciudad
. Sí, era razonable que Miles no fuera el primero en enterarse

—Cualquier cosa relacionada con ese caso debe serme notificada de inmediato.

Miles esperó un momento, pero Allegre no dijo nada más.

—Bien, tengo algo que decirle. Richars Vorrutyer acaba de ofrecerse noblemente a abstenerse de presentar una acusación de asesinato contra mi persona por la muerte de Vorsoisson, a cambio de mi voto en el Consejo de Condes para confirmarlo como conde Vorrutyer.

—Mm. ¿Y cómo respondió usted a eso?

—Le estreché la mano y lo dejé marchar creyendo que me había comprado.

—¿Y lo ha hecho?

—Demonios, no. Voy a votar por Dono y aplastar a Richars como la cucaracha que es. Pero me gustaría mucho saber si se trata de una filtración o si es un bulo independiente. Eso creará una enorme diferencia para mis motivos.

—Por lo que sabemos, nada en el informe que tenemos en SegImp indica que el rumor sea una filtración. No hay detalles clave que no sean del dominio público, por ejemplo. He nombrado a un analista para estudiar esa cuestión.

—Bien. Gracias.

—Miles… —Allegre apretó los labios—. No me cabe duda de que esto le resulta molesto. Pero confío en que su respuesta no atraiga más atención hacia el asunto de Komarr de la necesaria.

—Si es una filtración, es cosa suya. Si es pura difamación…

¿Qué demonios voy a hacer al respecto?

—Si puedo preguntarlo, ¿qué va a hacer a continuación?

—¿Inmediatamente? Llamar a la señora Vorsoisson y hacerle saber lo que está pasando.

La expectación le hacía sentirse helado y mareado. No podía imaginar nada más lejano del sencillo afecto que había ansiado ofrecerle que esta nauseabunda noticia.

—Esto se refiere… esto la perjudica a ella tanto como a mí.

—Mm —Allegre se frotó la barbilla—. Para evitar chapotear en aguas ya empantanadas,
solicito
que posponga ese encuentro hasta que mi analista haya tenido la oportunidad de evaluar su posición en todo esto.

—¿Su posición? ¡Su posición es la de víctima inocente!

—No estoy en desacuerdo —lo tranquilizó Allegre—. No me preocupa tanto la deslealtad como un posible descuido.

A SegImp nunca le había hecho mucha gracia que Ekaterin, una civil libre de juramentos, que no estaba bajo su control, estuviera en el meollo del secreto más grande de año, o tal vez del siglo. A pesar de que ella se lo había puesto en bandeja: ingratos.

—No es descuidada. De hecho, es extremadamente cuidadosa.

—Según su opinión.

—Según mi criterio profesional.

Allegre le dirigió un gesto tranquilizador.

—Sí, milord. Nos encantará demostrarlo. Después de todo, no querrá usted que SegImp se… confunda.

Miles resopló, aceptando secamente esta última observación.

—Sí, sí —concedió.

—Haré que mi analista le llame para comunicarle que puede visitarla en cuanto sea posible —prometió Allegre.

Miles cerró los puños, frustrado, y los volvió a abrir, reacio. Ekaterin no salía mucho; podrían pasar varios días antes de que se enterara por otras fuentes.

—Muy bien. Manténgame informado.

—Eso haremos, milord.

Miles cortó la comunicación.

Poco a poco empezó a darse cuenta de que, atemorizado por los secretos que había detrás del desastre de Komarr, había tratado a Richars Vorrutyer exactamente al revés.
Diez años de hábitos de SegImp, argh
. Miles consideraba a Richars un matón, no un psicótico. Si Miles le hubiera plantado cara al instante, podría haberse echado atrás, acobardado, temeroso de perder deliberadamente un voto potencial.

Bueno, ya era demasiado tarde para salir corriendo tras él y tratar de repetir la conversación. El voto de Miles contra Richars demostraría la futilidad de tratar de chantajear a un Vorkosigan.

Y haría que ambos fueran enemigos permanentes en el Consejo… ¿Obligaría eso a Richars a cumplir su promesa y seguir adelante?
Mierda, tendrá que hacerlo
.

A los ojos de Ekaterin, Miles apenas había salido del último agujero que había cavado. Quería estar con ella, pero no, santo Dios, en un juicio por la muerte de su marido. Ella estaba intentando superar la pesadilla de su matrimonio. Una acusación formal y sus consecuencias, no importaba cuál fuera el veredicto final, la harían revivir sus traumas de la manera más espantosa posible. Eso la hundiría en un remolino de estrés, desazón, humillación y cansancio. Una pugna por el poder en el Consejo de Condes no era un jardín donde fuera a florecer el amor.

Naturalmente, esa horrible perspectiva podía ser cortada en seco si Richars no llegaba a ser conde Vorrutyer.

Pero Dono no tiene ninguna posibilidad
.

Miles apretó los dientes.
Ahora sí
.

Un segundo después, tecleó otro código y esperó impaciente.

—Hola, Dono —rezongó Miles, mientras un rostro se formaba sobre la placa vid. El sombrío esplendor, algo pasado, de uno de los salones de la mansión Vorrutyer quedó un poco desenfocado al fondo. Pero la figura que apareció no era la de Dono; era la de Olivia Koudelka, quien le sonrió alegremente. Llevaba una mancha de polvo en la mejilla y tres pergaminos enrollados bajo el brazo.

—Oh… Olivia. Discúlpame. ¿Está, um, lord Dono ahí?

—Claro, Miles. Está hablando con su abogada. Lo llamaré.

Se retiró de la pantalla; Miles pudo oírla llamar
¡Eh, Dono! ¡Adivina quién está en el comunicador!
en la distancia.

Un momento después asomó el rostro barbudo de Dono; alzó una ceja intrigada a su interlocutor.

—Buenas tardes, lord Vorkosigan. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Hola, lord Dono. Se me acaba de ocurrir que, por un motivo u otro, no terminamos nuestra conversación la otra noche. Quería que supiera, en caso de que hubiera alguna duda, que su solicitud del condado Vorrutyer cuenta con todo mi apoyo, y con el voto de mi Distrito.

—Vaya, gracias, lord Vorkosigan. Me alegro mucho de oírlo —Dono vaciló—. Aunque… me sorprende un poco. Me dio la impresión de que prefería usted quedarse al margen de esta lucha interna.

—Lo prefería, sí. Pero acabo de recibir una visita de su primo Richars. Consiguió hacer que me rebajara a su nivel de manera sorprendentemente rápida.

Dono frunció los labios y luego trató de no sonreír demasiado abiertamente.

—Richars tiene ese efecto sobre la gente.

—Si es posible, me gustaría reunirme con usted y René Vorbretten. Aquí en la mansión Vorkosigan, o donde prefiera. Creo que un poco de estrategia mutua podría ser beneficiosa para ambos.

—Me encantará contar con su consejo, lord Vorkosigan. ¿Cuándo?

Tras unos cuantos minutos comparando y cambiando citas y una llamada a René a la mansión Vorbretten, fijaron la reunión para al cabo de dos días. A Miles le hubiera gustado que fuera aquella misma noche, o al instante, pero tuvo que admitir que así le daría tiempo para estudiar el problema de manera más detallada y racional. Se despidió cordialmente de los que esperaba serían sus dos futuros colegas.

Extendió la mano para pulsar el siguiente código en su comuconsola; entonces vaciló y la retiró. Apenas sabía cómo empezar antes de que aquella mina le estallase en la cara. No podía decirle nada a Ekaterin de momento. Si la llamaba para tratar de hablar de otras cosas corrientes y triviales, sabiendo esto y no mencionándolo, le volvería a mentir. Y hasta qué punto.

Pero ¿qué demonios iba a decirle cuando Allegre le diera autorización?

Se levantó y empezó a caminar por sus aposentos.

El año de luto de Ekaterin habría servido para algo más que para sanar su propia alma. Con un año de plazo, el recuerdo de la misteriosa muerte de Tien se habría suavizado ante la opinión pública; su viuda podría haberse reincorporado graciosamente a la sociedad sin comentarios y ser cortejada por un hombre que la conocía desde hacía un período de tiempo decente. Pero no. Con el fuego de la impaciencia, enfermo de temor a perder su oportunidad con ella, él había tenido que empujar y empujar, hasta caer por la borda.

Sí, y si no hubiera farfullado sus intenciones por toda la ciudad, Illyan nunca se habría confundido y hablado más de la cuenta, y aquel desastroso incidente en la cena nunca hubiera tenido lugar.
Quiero una máquina del tiempo, para poder volver atrás y pegarme un tiro
.

Tenía que admitir que todo el asunto conducía perfectamente a la desinformación política. En sus días de agente encubierto, se había abalanzado sin miramientos sobre tropezones menores de sus enemigos. Si se estuviera emboscando a sí mismo, lo consideraría un regalo de Dios.

Te emboscaste a ti mismo, idiota
.

Si hubiera mantenido la boca cerrada, podría haber escapado con toda aquella elaborada mediomentira sobre el jardín. Ekaterin seguiría estando lucrativamente empleada, y… se detuvo y contempló esta idea con emociones mezcladas.
Balontiro
. ¿Cierto miserable período de su juventud habría sido una pizca menos miserable si nunca se hubiera enterado de aquel benigno engaño?
¿Prefieres sentirte como si fueras tonto, o serlo?
Sabía la respuesta que daría en su caso; ¿iba a tenerle menos respeto a Ekaterin?

Es
lo que hiciste
. Idiota.

En cualquier caso, la acusación parecía haber recaído solamente sobre él. Si Richars decía la verdad, ja, la difamación había pasado por alto a Ekaterin.
Y si no vas otra vez detrás de ella, se quedará así
.

Se acercó tambaleándose a su sillón y se sentó pesadamente. ¿Cuánto tiempo tendría que permanecer apartado de ella, para que aquellos chismorreos fueran olvidados? ¿Un año? ¿Años y años? ¿Para siempre?

Maldición, el único crimen que había cometido era enamorarse de una mujer valiente y hermosa. ¿Qué tenía eso de malo? Había querido entregarle su mundo o, al menos, tanto de él como pudiera darle. ¿Cómo se habían convertido tantas buenas intenciones en esa…
maraña
?

Oyó a Pym en el recibidor, y otra vez voces. Oyó un par de botas solitarias subir las escaleras y se dispuso a decirle a Pym que no estaba en casa para más visitas esa tarde.

Pero no fue Pym quien apareció en la puerta de su suite, sino Ivan. Miles gruñó.

—Hola, primo —dijo Ivan alegremente—. Dios, todavía pareces una piltrafa.

—Llegas tarde, Ivan. Soy una piltrafa de nuevo.

—¿Eh? —Ivan lo miró, intrigado, pero Miles no le dio más importancia. Ivan se encogió de hombros—. Bueno, ¿qué hay? ¿Vino, cerveza? ¿Los aperitivos de Ma Kosti?

Miles señaló el carrito recién preparado junto a la pared.

—Sírvete tú mismo.

Ivan se sirvió vino y preguntó:

—¿Qué vas a tomar?

No empecemos otra vez
.

—Nada. Gracias.

—Eh, como quieras. —Ivan regresó al ventanal, agitando la bebida en su vaso—. ¿No has visto mis mensajes?

—Oh, sí. Los vi. Lo siento. He tenido un día muy ocupado. —Miles hizo una mueca—. Me temo que no soy muy buena compañía ahora mismo. Acabo de ser acorralado por Richars Vorrutyer, nada menos. Todavía lo estoy digiriendo.

—Ah. Mm. —Ivan miró a la puerta y tomó un trago de vino. Se aclaró la garganta—. Si fue por el rumor del asesinato, bueno, si hubieras respondido a mis malditos mensajes no te habrían acorralado. Lo intenté.

Miles lo miró, sorprendido.

—Santo Dios, ¿tú también? ¿Es que todo el mundo en Vorbarr Sultana está enterado de esta maldita historia?

Ivan se encogió de hombros.

—No sé si todo el mundo. Mi madre no lo ha mencionado todavía, pero puede que considere demasiado chabacano prestar atención a algo así. Byerly Vorrutyer me dijo que te lo dijera. Al amanecer, tenlo en cuenta. Adora este tipo de chismes. Estaba demasiado nervioso para guardárselo para sí, supongo, a menos que esté agitando las cosas para su propia diversión. O bien está jugando la mano oculta de otro. Ni siquiera soy capaz de empezar a imaginar de qué lado está.

Miles se frotó la frente con el dorso de la mano.

—Gah.

—De todas formas, la cuestión es que
no fui yo quien lo empezó
. ¿Entiendes?

—Sí —suspiró Miles—. Supongo. Hazme un favor y niégalo cuando te lo comenten, ¿eh?

—Como si alguien fuera a creerme. Todo el mundo sabe que he sido siempre tu borreguito. No puede decirse que fuera testigo, ¿no? No sé más que nadie —y añadió después de un momento de duda—: Ni menos.

Miles consideró las alternativas. ¿La muerte? La muerte sería mucho más pacífica, y le evitaría aquel terrible dolor de cabeza. Pero siempre existía el riesgo de que algún idiota lo reviviera de nuevo, en peor estado que nunca. Además, tendría que vivir al menos lo suficiente para votar contra Richars. Estudió pensativo a su primo.

—Ivan….

—No fue culpa mía —respondió éste rápidamente—, no es mi trabajo, no puedes obligarme, y si quieres parte de mi tiempo tendrás que discutirlo con mi madre. Si te atreves —asintió, satisfecho.

Miles se hundió en su asiento y observó a Ivan un buen rato.

—Tienes razón —dijo por fin—. He abusado de tu lealtad demasiadas veces. Lo siento. No importa.

Ivan, con la boca llena de vino, se le quedó mirando sorprendido. Bajó las cejas. Finalmente, consiguió tragar.

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