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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (46 page)

BOOK: Una campaña civil
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—¿Qué quieres decir con
no importa
?

—Quiero decir que no importa. No hay motivos para meterte en este feo asunto.

Miles dudaba que hubiera mucho honor para Ivan si permanecía a su lado esta vez, ni siquiera del tipo que había chispeado tan brevemente antes de ser enterrado para siempre en los archivos de SegImp. Además, no se le ocurría qué podía hacer Ivan por él.

—¿No hay
motivos
? ¿No
importa
? ¿Qué andas tramando?

—Nada, me temo. No puedes ayudarme en esto. Gracias por ofrecerte.

—No he ofrecido nada —señaló Ivan. Sus ojos se entornaron—. Tú tramas algo.

—No, de verdad. Gracias, Ivan. Estoy seguro de que sabrás encontrar la salida.

—Bueno… —Ivan alzó su vaso, lo apuró, y lo dejó sobre la mesa—. Sí, claro. Llámame si… necesitas algo.

Ivan salió y miró hacia atrás por encima del hombro. Miles oyó su indignado murmullo, escaleras abajo:

—¿No hay
motivos
? ¿No
importa
? ¿Quién demonios se cree que es…?

Miles sonrió perversamente y se hundió en su asiento. Tenía mucho por hacer. Pero estaba demasiado cansado para moverse.

Ekaterin

Su nombre pareció fluir entre sus dedos, tan imposible de sujetar como el humo arrastrado por el viento.

13

Ekaterin estaba sentada al sol de la mañana en el jardín de su tía, tratando de poner por orden de emplazamiento y remuneración la lista de trabajos eventuales que había sacado de la comuconsola. Nada que estuviera cerca parecía tener relación con la botánica. Dirigió el stylus al borde del papel y garabateó otra idea para una cucaracha mantequera bonita. Luego siguió con el boceto de la remodelación del jardín de su tía: pretendía levantar los setos para que fueran fáciles de mantener. Las primeras etapas de fallo cardíaco congestivo que habían estado afectando a tía Vorthys estarían curadas aquel otoño, cuando recibiera su trasplante; por otro lado, lo más probable era que regresara para entregarse por completo a su trabajo en la enseñanza. Un jardín-contenedor de todas las especies barrayaresas nativas… no. Ekaterin dedicó su atención a la lista de empleos.

Tía Vorthys había estado entrando y saliendo de la casa; Ekaterin, por tanto, no alzó la cabeza hasta que su tía dijo, en un tono decididamente extraño:

—Ekaterin, tienes visita.

Ekaterin alzó la mirada y reprimió un espasmo de sorpresa. El capitán Simon Illyan se hallaba junto a su tía. Bueno, vale, ella había estado sentada a su lado durante prácticamente toda una cena, pero eso fue en la mansión Vorkosigan, donde cualquier cosa parecía posible. Los gigantes de leyenda no aparecían casualmente en los jardines de nadie en plena mañana como si alguna persona de paso (probablemente Miles) hubiera dejado caer un diente de dragón en la hierba.

No es que el capitán Illyan fuera exactamente un gigante. Era mucho más bajo y más delgado de como lo había imaginado siempre. Rara vez aparecía en los vids de noticias. Llevaba un modesto traje civil de esos que cualquier Vor de gustos conservadores solía elegir para la mañana o para hacer una visita de negocios. Le sonrió con timidez y le indicó que volviera a sentarse cuando empezó a incorporarse.

—No, no, por favor, señora Vorsoisson…

—¿No… quiere sentarse? —consiguió decir Ekaterin, sentándose.

—Gracias. —Acercó una silla y la ocupó, algo estirado, como si no se sintiera del todo cómodo. Tal vez tenía viejas cicatrices, como Miles—. Me preguntaba si podría mantener una conversación privada con usted. La señora Vorthys no parece poner ninguna objeción.

Su tía asintió, confirmándolo.

—Pero Ekaterin, querida, estaba a punto de marcharme a clase. ¿Quieres que me quede?

—No será necesario —dijo Ekaterin débilmente—. ¿Qué está haciendo Nikki?

—Jugando con mi comuconsola.

—Bien.

Tía Vorthys asintió y entró en la casa.

Illyan se aclaró la garganta y empezó a decir:

—No deseo invadir su intimidad ni hacerle perder el tiempo, señora Vorsoisson, pero quisiera disculparme por lo de la otra noche. Siento que fue culpa mía, y me temo mucho que pueda haber causado… algún daño que no pretendía.

Ella frunció el ceño, recelosa, y su mano derecha acarició el bordado del bolsillo izquierdo de su chaquetilla.

—¿Lo envía Miles?

—Ag… no. Soy un embajador sin cartera. Es cosa mía. Si no hubiera hecho esa estúpida observación… no llegué a comprender del todo la delicadeza de la situación.

Ekaterin suspiró amargamente.

—Creo que usted y yo debíamos ser los únicos que no estaban informados.

—Me temo que me lo dijeron y lo olvidé, pero parece que no estaba en la lista de los conjurados. Todavía no estoy acostumbrado a eso —un destello de ansiedad apareció en sus ojos, contradiciendo su sonrisa.

—No fue culpa suya, señor. Alguien… calculó mal.

—Mm —los labios de Illyan esbozaron una sonrisa compasiva. Siguió con un dedo la línea del mantel—. Verá… hablando de embajadores… empecé pensando que debería venir a verla y hablar bien de Miles. Supuse que se lo debía, por haber metido la pata como lo hice. Pero cuanto más lo pensaba, más cuenta me daba de que en realidad no tengo ni idea de qué tipo de marido sería. Difícilmente podría recomendárselo. Fue un subordinado terrible.

Ella alzó las cejas, sorprendida.

—Creí que tuvo éxito en su carrera en SegImp.

Illyan se encogió de hombros.

—Sus
misiones
para SegImp fueron éxitos que a menudo superaron mis más descabellados sueños. O pesadillas… Por lo visto consideraba que cualquier orden digna de ser obedecida también merecía ser ultrapasada. Si hubiese podido implantarle un mecanismo de control, habría sido un reóstato. Bajarlo un punto o dos de potencia… tal vez lo habría hecho durar más. —Illyan miró pensativo el jardín, pero Ekaterin no creía que fuera eso lo que estaba viendo mentalmente. —¿Conoce todas esas historias en las que los condes tratan de desembarazarse del pretendiente de su hija sometiéndolo a tres tareas imposibles?

—Sí…

—No lo intente jamás con Miles. Nunca.

Ella trató de borrar de sus labios la sonrisa involuntaria, pero fracasó. La sonrisa que Illyan le devolvió pareció iluminar sus ojos.

—He de decir —continuó, más confiado—, que nunca lo he considerado lento en aprender. Si le da una segunda oportunidad, bueno… puede que la sorprenda.

—¿Agradablemente? —preguntó ella, seca.

Ahora le tocó a él el turno de reprimir una sonrisa.

—No necesariamente —apartó de nuevo la mirada y su sonrisa pasó de triste a pensativa—. He tenido a lo largo de los años muchos subordinados que se han labrado carreras impecables. La perfección no corre riesgos consigo misma. Miles fue muchas cosas, pero nunca perfecto. Fue un privilegio y un terror ser su comandante, y estoy agradecido y sorprendido de que los dos saliéramos vivos. Al final… su carrera acabó en desastre. Pero antes de que terminara, cambió mundos.

Ella no creía que Illyan estuviera usando una figura retórica. La miró, e hizo un pequeño gesto abriendo la mano, como pidiendo disculpas por haber tenido alguna vez en ella mundos enteros.

—¿Considera que es un gran hombre? —preguntó Ekaterin, muy seria.
¿Hace falta un gran hombre para reconocer a otro?
—. ¿Como su padre y su abuelo?

—Creo que es un gran hombre… de una manera completamente diferente a su padre y a su abuelo. Aunque a menudo he temido que se rompiera el corazón tratando de ser como ellos.

Las palabras de Illyan le recordaron extrañamente la evaluación que el tío Vorthys había hecho de Miles allá en Komarr. Si un genio consideraba que Miles era un genio, y un gran hombre pensaba que era un gran hombre… tal vez ella debería hacer que lo evaluara un verdadero buen marido.

A través de las ventanas abiertas llegaron voces, demasiado apagadas para poder distinguirlas. Una era masculina, grave. La otra era la de Nikki. No parecían proceder de la comuconsola o el vid. ¿Ya había vuelto a casa el tío Vorthys? Ekaterin creía que estaría fuera hasta la cena.

—Diré —continuó Illyan, agitando en el aire un dedo pensativo—, que siempre tuvo un notable don para elegir a su personal. Lo elegía o lo formaba, nunca estuve seguro del todo. Si decía que alguien era la persona indicada par el trabajo, demostraba serlo. De un modo u otro. Si piensa que usted sería una buena lady Vorkosigan, sin duda tiene razón. Aunque —su tono se volvió levemente moroso—, si se embarca usted en esa aventura con él, puedo garantizarle personalmente que nunca controlará lo que vaya a suceder a continuación. Como todos, claro.

Ekaterin asintió amargamente.

—Cuando tenía veinte años, elegí mi vida. No era ésta.

Illyan se rió dolorosamente.

—Oh, veinte años. Dios. Sí. Cuando a los veinte hice mi juramento ante el emperador Ezar, tenía mi carrera militar programada. Servir en una nave, y ser capitán a los treinta, almirante a los cincuenta, y retirarme a los sesenta después de haber vivido dos veces veinte años. Existía la posibilidad de que me mataran, claro. Muy clara. Mi vida empezó a divergir de ese plan al día siguiente, cuando me asignaron a SegImp. Y volvió a divergir cuando me ascendieron a jefe de SegImp en mitad de una guerra que no había previsto, sirviendo a un Emperador niño que no existía siquiera una década antes. Mi vida ha sido una larga cadena de sorpresas. Hace un año, no podría haberme imaginado hoy. Ni habría soñado con ser tan feliz. Naturalmente, lady Alys… —su rostro se suavizó con la mención de su nombre, e hizo una pausa, con una extraña sonrisa en los labios—. Últimamente, he llegado a creer que la principal diferencia entre el cielo y el infierno es la compañía que tengas allí.

¿Se podía juzgar a un hombre por sus compañías? ¿Podía juzgar ella así a Miles? Ivan era encantador y gracioso, lady Alys agradable y formidable, Illyan, a pesar de su siniestra historia, extrañamente amable. El hermano clónico de Miles, Mark, a pesar de toda su amargura, parecía un hermano de verdad. Kareen Koudelka era una pura delicia. Los Vorbretten, el resto del clan Koudelka, Duv Galeni, Tsipis, Ma Kosti, Pym, incluso Enrique… Miles parecía coleccionar amigos ingeniosos, distinguidos y con habilidades extraordinarias de la misma forma casual con que un cometa deja una estela de fuego.

Al mirar atrás, advirtió los pocos amigos que tenía Tien. Despreciaba a sus colaboradores, a sus relaciones dispersas. Ella se había dicho que no tenía don de gentes, o que estaba demasiado ocupado. Pasados sus años de estudios, Tien nunca hizo un buen amigo. Ella había compartido su aislamiento;
completamente solos
era un resumen perfecto de su matrimonio.

—Creo que tiene usted razón, señor.

En la casa, la voz de Nikki aumentó súbitamente de tono y volumen.

—¡No! ¡No!

¿Se estaba peleando por algo con su tío? Ekaterin alzó la cabeza y se agitó inquieta.

—Um… discúlpeme —sonrió a Illyan—. Creo que será mejor que vaya a ver qué pasa. Ahora mismo vuelvo…

Illyan asintió, comprensivo, y fingió amablemente dedicar su atención al jardín.

Ekaterin entró en la cocina, mientras sus ojos se habituaban a la poca luz tras el resplandor de fuera, y rodeó en silencio la esquina para salir al saloncito. Se detuvo sorprendida en la puerta. La voz que había oído no era de su tío: era de Alexi Vormoncrief.

Nikki estaba sentado en el gran sillón del tío Vorthys, agazapado. Vormoncrief se alzaba sobre él, el rostro tenso, las manos ansiosamente agarrotadas.

—Esas vendas que viste en las muñecas del lord Vorkosigan el día después de la muerte de tu padre —decía Vormoncrief, con voz urgente—. ¿De qué clase eran? ¿De qué tamaño?

—No lo sé —Nikki se encogió de hombros—. Eran sólo vendas.

—Pero ¿qué clase de heridas ocultaban?

—No sé.

—¿Cortes afilados tal vez? ¿Quemaduras, ampollas, como de un arco de plasma? ¿Puedes recordar haberlas visto más tarde?

Nikki volvió a encogerse de hombros, la cara tensa.

—No lo sé. Eran irregulares, supongo. Todavía tiene las marcas rojas —estaba al borde de las lágrimas.

Una expresión pensativa cruzó el rostro de Vormoncrief.

—No lo había notado. Tiene mucho cuidado de llevar mangas largas, ¿eh? En pleno verano, ja. Pero ¿no tenía otras marcas, en la cara tal vez? ¿Magulladuras, arañazos, tal vez un ojo morado?

—No lo sé…

—¿Estás
seguro
?

—¡Teniente Vormoncrief! —interrumpió Ekaterin bruscamente. Vormoncrief se enderezó y se dio la vuelta. Nikki alzó la cabeza, entreabriendo aliviado los labios—. ¿Qué está usted
haciendo
?

—¡Ah! Ekaterin, señora Vorsoisson. Vine a verla —indicó vagamente el saloncito repleto de libros.

—Entonces ¿por qué no ha salido al jardín, donde yo estaba?

—Aproveché la oportunidad para hablar con Nikki, y me alegro mucho de haberlo hecho.

—¡Mamá, dice que lord Vorkosigan mató a papá! —exclamó Nikki desde su sillón-barricada.


¿Qué?
—Ekaterin miró a Vormoncrief, demasiado aturdida durante un momento para respirar siquiera.

Vormoncrief hizo un gesto y le dirigió una mirada grave.

—El secreto ha sido desvelado. Ya se ha descubierto la verdad.

—¿Qué secreto? ¿Por parte de
quién
?

—Se comenta por toda la ciudad, aunque nadie se atreva a hacer nada al respecto. Chismosos y cobardes, todos ellos. Pero todo está claro. Dos hombres salieron al desierto en Komarr. Uno regresó, con heridas bastante extrañas, al parecer.
Accidente con una máscara de oxígeno
, claro. Pero me di cuenta de inmediato de que usted no se dio cuenta de que había jugado sucio, hasta que Vorkosigan bajó la guardia y le propuso matrimonio en la cena. No me extraña que escapara llorando.

Ekaterin abrió la boca. Recuerdos de pesadilla la inundaron.
Su acusación es físicamente imposible, Alexi; lo sé. Yo los encontré en aquel desierto, vivo y muerto
. Una cascada de consideraciones de seguridad fluyó en tropel por su cabeza. Había una cadena directa de muy pocos eslabones entre los detalles de la muerte de Tien y las personas y objetos que nadie se atrevía a mencionar.

—No fue así —lo dijo con menos convicción de la pretendida.

—Apuesto a que Vorkosigan nunca fue interrogado con pentarrápida. ¿Tengo razón?

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