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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (50 page)

BOOK: Una campaña civil
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Miles resopló lentamente.

—Muy bien. Dile a Allegre que tiene su chivo expiatorio. Beeee —tras un momento, añadió—: Pero yo trazo el límite en lo referido a la culpabilidad. Fue un accidente con mascarilla de oxígeno. Punto.

Galeni agitó una mano, aceptando su palabra.

—SegImp no se quejará.

Menos mal, se recordó Miles, que no hubo ningún fallo de seguridad en el caso de Komarr. Pero esto también acababa con su débil y silenciosa esperanza de poder dejar a Richars y sus compinches a merced de SegImp.

—Mientras que todo sea aire, sea. Pero puedes decirle a Allegre que si se presenta una acusación formal de asesinato contra mí en el Consejo…

Entonces, ¿qué?
Galeni entornó los ojos.

—¿Tienes motivos para pensar que alguien te acusará allí? ¿Quién?

—Richars Vorrutyer. Tengo una especie de… promesa formal por su parte.

—Pero no puede. No hasta que consiga que un miembro la presente por él.

—Podría si derrota a lord Dono y es confirmado como conde Vorrutyer.

Y lo más probable es que mis colegas ahoguen a lord Dono
.

—Miles… SegImp no puede hacer públicas las pruebas que rodean la muerte de Vorsoisson. Ni siquiera ante el Consejo de Condes.

Por la expresión de la cara de Galeni, Miles interpretó sus palabras como
sobre todo
no en el Consejo de Condes. Conociendo como conocía aquella errática institución, estuvo de acuerdo.

—Sí. Lo sé.

—¿Qué piensas hacer?

Miles tenía motivos más fuertes que el nerviosismo de SegImp para desear evitar todo aquel asunto. Dos, madre e hijo. Si hubiera actuado bien, nada de todo aquel jaleo jurídico habría salpicado jamás a Ekaterin y Nikki.

—Nada más y nada menos que mi trabajo. Un poco de politiqueo. Estilo barrayarés.

Galeni lo miró, vacilante.

—Bueno… si de verdad pretendes demostrar tu inocencia, tienes que hacer un trabajo más convincente. Te…
retuerces
.

Miles… se retorció.

—Hay culpas y culpas. No soy culpable de asesinato. Soy culpable de haberla cagado. En eso no estoy solo: hizo falta un comité en pleno. Dirigido por ese idiota de Vorsoisson en persona. Si al menos… maldición, cada vez que tomas una lanzadera para ir a una cúpula komarresa te sientan y te hacen ver ese vid sobre los procedimientos de las mascarillas de oxígeno. Llevaba viviendo allí casi un año. Se lo habían
dicho
—guardó silencio un instante—. Aunque yo no tendría que haber salido de la cúpula sin
informar
de ello a mis contactos.

—Nadie te está acusando de negligencia, al menos.

La boca de Miles se torció amargamente.

—Me halagan, Duv. Me halagan.

—No puedo ayudarte con eso —dijo Galeni—. Tengo suficientes fantasmas inquietos por mi cuenta.

—Cierto —suspiró Miles.

Galeni lo miró durante un largo instante, y luego dijo bruscamente.

—Respecto a tu clon.

—Hermano.

—Sí, el. ¿Sabes… comprendes… qué demonios
pretende
, con respecto a Kareen Koudelka?

—¿Lo pregunta SegImp o Duv Galeni?

—Duv Galeni. —Galeni hizo una pausa un poco más larga—. Después del ambiguo favor que me hizo cuando nos conocimos en la Tierra, me contenté con ver que sobrevivía y escapaba. Ni siquiera me sorprendió demasiado cuando me enteré de que había aparecido por aquí, ni (ahora que conozco a tu madre) de que tu familia lo aceptara. Incluso me he reconciliado con la idea de que nos tendremos que ver, de vez en cuando —su voz se quebró un poquito—. ¡Pero no esperaba que se convirtiera en mi cuñado!

Miles se acomodó, alzando las cejas con algo de piedad. Se abstuvo de hacer algo tan grosero como, digamos, partirse de risa.

—Yo señalaría que, de una manera sorprendentemente extraña, ya sois parientes. Es tu hermanastro. Tu padre lo mandó crear: según algunas interpretaciones de las leyes galácticas sobre los clones, eso lo convierte en el padre de Mark también.

—Esa idea hace que la cabeza me dé vueltas. Dolorosamente. —Miró a Miles con súbita consternación—. Mark no se considera mi hermanastro, ¿no?

—Hasta ahora no he dirigido su atención hacia ese detalle legal. Pero piensa, Duv, lo sencillo que sería si sólo tuvieras que considerarlo tu cuñado. Quiero decir, montones de personas tienen cuñados molestos: es una de las loterías de la vida. Tendrás toda su compasión.

Galeni le dirigió una mirada de Diversión Muy Limitada.

—Será el tío Mark —señaló Miles con una sonrisa lenta y perversa—. Tú serás el tío Duv. Supongo que, en cierto modo, yo seré el tío Miles. Y yo que pensaba que nunca sería tío de nadie… hijo único y todo eso.

Ahora que lo pensaba… si Ekaterin lo aceptaba alguna vez, Miles sería tío instantáneamente. Adquiriría
tres
cuñados simultáneamente, con sus respectivas esposas, y un puñado de sobrinos y sobrinas ya crecidos. Por no mencionar al suegro y la suegrasta (¿se decía así?). se preguntó si alguno de ellos sería molesto. O (una idea nueva e inquietante) si él iba a ser el pariente latoso…

—¿Crees que se casarán? —preguntó Galeni seriamente.

—Yo… no estoy seguro de qué formato cultural tomará su relación. Estoy convencido de que no podrías separar a Mark de Kareen con una palanca. Y aunque Kareen tiene buenos motivos para tomárselo con calma, no creo que ninguno de los Koudelka sepa traicionar esa confianza.

Eso le valió un ligero gesto de sorpresa por parte de Galeni, y el leve arrobamiento que cualquier recordatorio de Delia invariablemente producía en él.

—Me temo que vas a tener que resignarte a que Mark sea un adorno permanente —concluyó Miles.

—Eh —dijo Galeni. Era difícil decidir si era una expresión de resignación o un calambre estomacal. En cualquier caso, se levantó y se marchó.

Cuando Mark alcanzó el vestíbulo de entrada, tras salir de los ascensores, se encontró con su madre que bajaba por la escalera principal.

—Oh, Mark —dijo la condesa Vorkosigan, con voz de justo-el-hombre-que-quiero-ver. Obediente, él se detuvo y la esperó. Ella observó su nuevo traje, su negro favorito sustituido por lo que confiaba fuera una camisa verde oscura poco llamativa—. ¿Vas a salir?

—Dentro de poco. Estaba a punto de cazar a Pym para pedirle que me asigne un conductor. Tengo concertada una entrevista con un amigo de lord Vorsmyhte, un restaurador que ha prometido explicarme el sistema de distribución de Barrayar. Puede que sea un futuro cliente… me pareció que estaría bien que apareciera en el vehículo de tierra, muy a lo Vorkosigan.

—Desde luego.

Fueron interrumpidos por dos niños que doblaron corriendo la esquina: Arthur, el hijo de Pym, que llevaba un oloroso palo rematado de fibra, y Denys, el hijo de Jankowsky, que cargaba con un enorme jarro. Subieron las escaleras con un jadeante saludo.

—¡Hola milady!

Ella se giró para verlos pasar, alzando las cejas divertida.

—¿Nuevos reclutas para la ciencia? —le preguntó a Mark mientras se perdían de vista, riendo.

—Para la empresa. Martya tuvo un destello de ingenio. Ha puesto precio a las cucarachas fugadas, y todos los hijos de los soldados están como locos buscándolas. Un marco por cabeza y una bonificación de diez marcos por la reina. Enrique trabaja de nuevo a tiempo completo, el laboratorio se vuelve a poner al día, y yo puedo dedicar mi atención a la planificación financiera. Estamos encontrando cucarachas a un ritmo de dos o tres por hora; tendríamos que haber acabado mañana o pasado. Al menos, a ninguno de los niños se le ha ocurrido todavía colarse en el laboratorio y soltar a las cucarachas Vorkosigan, para renovar sus ingresos económicos. Voy a tener que poner una cerradura por si acaso.

La condesa se echó a reír.

—Vamos, lord Mark, insultas su honor. Son los hijos de nuestros soldados.

—A mí se me habría ocurrido esa idea, a su edad.

—Si no fueran los bichos de su señor, tal vez —sonrió ella, pero su sonrisa se desvaneció—. Hablando de insultos… quería preguntarte si te has enterado de ese vil rumor sobre Miles y su señora Vorsoisson.

—He estado ocupado varios días en el laboratorio. Miles no aparece mucho por allí, por algún motivo. ¿Qué vil rumor?

Ella entornó los ojos, se enganchó a su brazo y caminó con él hasta la antesala de la biblioteca.

—Illyan y Alys me llevaron aparte en la cena de Vorinni, anoche, y me lo contaron. Me alegro enormemente de que fueran ellos. Luego me abordaron otras dos personas y me contaron versiones alternativas… lo cierto es que uno de ellos buscaba confirmación. El otro parecía esperar que yo se lo contara a Aral, puesto que no se atrevía a repetírselo a la cara, el cobarde. Parece que por la capital han empezado a circular rumores que dicen que Miles eliminó al marido de Ekaterin mientras estaba en Komarr.

—Bueno —dijo Mark razonablemente—, sabes más que yo. ¿Lo hizo?

Ella alzó las cejas.

—¿Te preocupa?

—No especialmente. Por lo que he podido advertir… entre líneas, principalmente, Ekaterin no habla mucho de él… Tien Vorsoisson fue un completo desperdicio de comida, agua, oxígeno y tiempo.

—¿Te ha dicho Miles algo que… te deje en la duda sobre la muerte de Vorsoisson? —preguntó ella, sentándose junto al enorme espejo antiguo que ocupaba la pared.

—Bueno, no —admitió Mark, sentándose frente a ella—. Aunque imagino que se considera culpable de algún tipo de descuido. Creo que el romance habría sido mucho más interesante si él hubiera asesinado a ese piojo por ella.

La condesa suspiró, divertida.

—A veces, Mark, a pesar de todo lo que ha hecho tu terapeuta betana, me temo que asoma tu educación jacksoniana.

Él se encogió de hombros, sin arrepentirse.

—Lo siento.

—Me conmueve tu falta de sinceridad. Pero no repitas esos sentimientos, sin duda sinceros, delante de Nikki.

—Puede que sea jacksoniano, pero no soy tonto del todo.

Ella asintió, evidentemente tranquilizada. Empezó a hablar de nuevo, pero fue interrumpida cuando las puertas dobles de la biblioteca se abrieron de par en par y entraron Miles y el comodoro Galeni.

Al verlos, el comodoro se detuvo para dirigir a la condesa unos corteses buenos días. El saludo que le dio a Mark fue igual de cortés, pero mucho más cauto, como si a Mark acabara de salirle una horrible erupción facial pero Galeni fuera demasiado amable para hacer ningún comentario al respecto. Mark devolvió el saludo de la misma forma.

Galeni no se entretuvo. Miles despidió a su visitante en la puerta principal y regresó a la biblioteca.

—¡Miles! —dijo la condesa, poniéndose en pie y siguiéndolo con expresión de súbita concentración. Mark los siguió, sin saber si ella había acabado con él o no. Acorraló a Miles contra uno de los sofás, ante la chimenea—. Pym me ha contado que tu señora Vorsoisson estuvo aquí, mientras Aral y yo estábamos fuera. ¡Ella estuvo
aquí
y me la
perdí
!

—No fue exactamente una visita social —dijo Miles. Atrapado, se rindió y se sentó—. Y difícilmente podría haber retrasado su partida hasta vuestro regreso a medianoche.

—Bastante razonable —dijo su madre, completando su captura sentándose en el otro sofá, frente a él. Torpemente, Mark se sentó a su lado—. Pero ¿cuándo se nos va a permitir conocerla?

Él la miró, cauto.

—No… ahora mismo. Si no os importa. Las cosas están, um, en un momento delicado entre nosotros en este momento.

—Delicado —repitió la condesa—. ¿No es una clara mejora a una vida arruinada entre vómitos?

Una breve mirada de esperanza destelló en sus ojos, pero sacudió la cabeza.

—Ahora mismo, es difícil decirlo.

—Comprendo. Pero sólo porque Simon y Alys nos lo explicaron anoche. ¿Puedo preguntarte por qué tuvimos que escuchar esta desagradable calumnia de su boca y no de la tuya?

—Oh. Lo siento —esbozó un gesto de disculpa—. Yo mismo me enteré anteayer. Con todo este jaleo social, no nos hemos visto mucho estos últimos días.

—¿Llevas rumiando esto dos días? Tendría que haberme extrañado tu súbita fascinación por la Colonia Caos durante nuestras dos últimas comidas juntos.

—Bueno, me interesaba saber cosas sobre vuestra vida en Sergyar. Pero, más concretamente, estaba esperando el análisis de SegImp.

La condesa miró una vez más hacia la puerta por la que el comodoro Galeni acababa de salir.

—Ah —dijo, comprendiendo—. De ahí Duv,

—De ahí Duv —asintió Miles—. Si hubiera habido una filtración de seguridad implicada, bueno, habría sido otra cuestión.

—¿Y no la hubo?

—Al parecer no. Parece ser una ficción motivada por completo por cuestiones políticas, surgida de circunstancias completamente… circunstanciales. Se debe a un pequeño grupo de condes conservadores y sus acólitos, a quienes he ofendido últimamente. Y viceversa. He decidido enfocar el tema… políticamente —su cara se volvió sombría—. A mi manera. De hecho, Dono Vorrutyer y René Vorbretten vendrán dentro de poco para hablar de ello.

—Ah. Aliados. Bien —sus ojos se entornaron, satisfechos.

Él se encogió de hombros.

—Para eso está la política, en parte. O eso tengo entendido.

—Ése es ahora tu departamento. Te lo dejo. Pero ¿qué hay de ti y de tu Ekaterin? ¿Vais a poder capear esto vosotros dos?

Su expresión se volvió distante.

—Nosotros tres. No dejes fuera a Nikki. Todavía no lo sé.

—He estado pensando —dijo la condesa, observándolo con atención—, que deberías invitar a Ekaterin y a Kareen a tomar el té. Sólo damas.

Una expresión de alarma, si no de pánico absoluto, cruzó el rostro de Miles.

—Yo… yo… todavía no. Todavía no.

—¿No? —dijo la condesa, decepcionada—. ¿Cuándo, entonces?

—Sus padres no dejarían venir a Kareen, ¿no? —intervino Mark—. Quiero decir… creí que habían cortado la conexión.

Una amistad de treinta años destruida por culpa de él.
Buen trabajo, Mark. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Quemar accidentalmente la mansión Vorkosigan?
Al menos eso acabaría con la plaga de cucarachas mantequeras…

—¿Kou y Drou? —dijo la condesa—. ¡Bueno, pues claro que me han estado evitando! Estoy segura de que no se atreven a mirarme a la cara, después de ese numerito de la noche en que regresamos.

Mark no estaba seguro de qué pensar de esto, aunque Miles hizo una mueca.

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