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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (19 page)

BOOK: Una campaña civil
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—Oh. —Lord Vorkosigan se acomodó en su sillón, los ojos muy abiertos de deleite—. Ah —una sonrisa malévola asomó entre sus labios—. Arbitrariamente alta, de hecho. Oh… cielos —la miró—. Señora Vorsoisson, creo que ha dado usted con una posible solución transmitiré la idea en cuanto pueda.

El corazón de Ekaterin se animó al ver su cara de satisfacción. Bueno, sí, fue una especie de aguzada alegría, de todas formas, él sonrió al ver que sonreía ante su sonrisa. Ella esperaba haber hecho un poquito por suavizar su dolor de cabeza de aquella mañana. Un reloj de cuco empezó a sonar en la antecámara. Ekaterin miró su reloj. Un momento, ¿cómo podía ser tan tarde?

—Oh, Dios mío, la hora. Mi cuadrilla vendrá de un momento a otro. Lord Vorkosigan, he de marcharme.

Se puso en pie y se despidió amablemente de lord Mark. Tanto Pym como lord Vorkosigan la escoltaron personalmente hasta la puerta principal. Vorkosigan estaba todavía muy envarado: ella se preguntó cuánto dolor le provocaban sus movimientos. La animó a visitarlo de nuevo, en cuanto tuviera la menor pregunta o necesitara cualquier cosa, y ordenó a Pym que la acompañara para indicarle dónde tenía que llevar la cuadrilla la madera del arce. Luego se quedó en la puerta mirándolos hasta que los dos doblaron la esquina de la gran mansión.

Ekaterin miró por encima del hombro.

—No tiene buen aspecto esta mañana, Pym. No tendrías que haber dejado que se levantara de la cama.

—Oh, lo sé, señora —reconoció Pym morosamente—. Pero ¿qué puede hacer un simple lacayo? No tengo autoridad para anular sus órdenes. Lo que realmente necesita es que lo cuide alguien que no soporte sus tonterías. Una lady Vorkosigan apropiada serviría. No una de esas ingenuas tontas y tímidas que todos los jóvenes lores parecen estar buscando hoy en día: las anularía. Necesita una mujer con experiencia, que se enfrente a él —la miró, como pidiendo disculpas.

—Ya, supongo —suspiró Ekaterin. No había pensado en el asunto desde el punto de vista de los lacayos. ¿Estaba dando a entender Pym que su señor tenía una ingenua a la vista y que a su personal le preocupaba que escogiera mal?

Pym le enseñó el lugar donde apilaban la leña y sugirió con sensatez que colocara el montón de abono de lord Mark allí cerca, en vez de en el garaje del sótano, asegurándole que aquí estaría bien. Ekaterin le dio las gracias y regresó a la entrada.

Ingenuas. Bueno, si un Vor quería casarse dentro de su casta, tendría que buscar entre las muy jovencitas, hoy en día. Vorkosigan no parecía un hombre capaz de ser feliz con una mujer que no estuviera a su altura intelectual, pero ¿qué elección tenía? Era de esperar que cualquier mujer que tuviera el cerebro suficiente para resultarle interesante no sería tan tonta de rechazarlo por su aspecto físico… No era asunto suyo, se dijo Ekaterin firmemente. Y era absurdo permitir que la visión de esa ingenua hipotética lanzándole un insulto imaginariamente devastador sobre sus discapacidades, elevara su presión sanguínea. Completamente absurdo. Se dirigió a supervisar la tala del árbol.

Mark se disponía a reactivar la comuconsola cuando Miles regresó a la biblioteca, sonriendo ausente. Mark se volvió para ver cómo su hermano-progenitor empezaba a sentarse en su sillón, sólo para vacilar y hacerlo con más cuidado. Miles sacudió los hombros como para aliviar unos músculos agarrotados y estiró los pies. Tomó su trozo de pan a medio comer y comentó alegremente:

—Todo ha salido bien, ¿no crees? —y mordisqueó el pan.

Mark lo miró, dubitativo.

—¿Qué ha salido bien?

—La conversación. —Miles engulló su bocado con los restos del café frío—. Bueno, ya has conocido a Ekaterin. Bien. ¿De qué hablabais antes de que yo bajara?

—De ti.

—¿Sí? —La cara de Miles se iluminó, y se enderezó un poco más en su asiento—. ¿Qué ha dicho de mí?

—Principalmente hemos discutido sobre tus ataques —dijo Mark, sombrío—. Parecía saber mucho más sobre ellos de lo que te has dignado a confesarme.

Miles frunció el ceño.

—Mm. No es ése el aspecto que quiero que trate. Con todo, es bueno que lo sepa. Así no tendré la tentación de volver a ocultar un problema de esa magnitud. He aprendido la lección.

—Oh, ¿de verdad? —Mark se lo quedó mirando.

—Te envié los detalles básicos —protestó su hermano—. No hacía falta que supieras todos los desagradables detalles médicos. Estabas en la Colonia Beta; no podías hacer nada, de todas formas.

—Fue culpa mía.

—Chorradas.

Miles se mostró ofendido, y le salió muy bien; Mark decidió que tenía un toque de su tía Vorpatril. Miles agitó una mano.

—Fue culpa del francotirador y de otros factores médicos aleatorios, más de los que puedo calcular. Lo hecho, hecho está. Vuelvo a vivir y pretendo seguir así.

Mark suspiró. Si quería cargar con la culpa, no recibiría ningún apoyo por parte de su hermano mayor. Que, según parecía, tenía otras cosas en mente.

—¿Qué opinas de ella? —preguntó Miles ansiosamente.

—¿De quién?

—De
Ekaterin
, ¿de quién si no?

—¿Como diseñadora de paisajes? Tendría que verla trabajar.

—¡No, no, no! No como diseñadora de paisajes, aunque también es buena en eso. Como futura lady Vorkosigan.

Mark parpadeó.

—¿Qué?

—¿Cómo que
qué
? Es hermosa, es inteligente (las dotes, santo cielo, qué perfección, Vormuir babeará), es increíblemente tranquila en las emergencias. Calmada, ¿sabes? Una calma encantadora. Adoro su calma. Podría nadar en ella. Agallas e inteligencia en un solo bloque.

—No estaba cuestionando su valía. Ha sido simplemente una expresión de sorpresa.

—Es la sobrina del lord Auditor Vorthys. Tiene un hijo, Nikki, de casi diez años. Un chaval simpático. Quiere ser piloto de salto, y creo que tiene decisión para conseguirlo. Ekaterin quiere ser diseñadora de jardines, pero creo que podría llegar a ser terraformadora. Es un poco demasiado apocada, en ocasiones… necesita ganar autoestima.

—Tal vez estaba esperando unas palabras de ánimo —sugirió Mark.

Miles hizo una pausa, brevemente asaltado por la duda.

—¿Crees que he hablado demasiado?

Mark agitó los dedos en un gesto de indecisión y rebuscó en la cesta por si quedaba alguna migaja de pan. Miles miró al techo, se rascó las piernas y giró los pies.

Mark pensó en la mujer que acababa de ver. Bonita, con aquel elegante estilo de morena inteligente que le gustaba a Miles. ¿Tranquila? Tal vez. En guardia, desde luego. No era muy expresiva. Las rubias eran mucho más sexys. Kareen era maravillosamente expresiva; incluso había conseguido inculcarle algunas de esas habilidades humanas, pensaba en sus momentos más optimistas. Miles era también muy expresivo, a su modo. La mitad de las veces era una mierda, pero nunca estabas seguro de qué mitad.

Kareen, Kareen, Kareen
. No debía considerar su ataque de nervios como un rechazo.
Ha conocido a alguien que le gusta más y nos está dando la patada
, susurró algún miembro de la Banda Negra en el fondo de su cabeza, y no era el lujurioso Gruñido.
Conozco unas cuantas formas de deshacernos de los tipos que sobran como ése. Nunca encontrarán el cadáver
. Mark ignoró la vil sugerencia.
No tienes vela en este entierro, Asesino
.

Si Kareen hubiera conocido a otro, digamos, en el camino de vuelta a casa, que había hecho sola porque él había insistido en tomar por otra ruta, sentiría la compulsiva necesidad de decírselo. Su sinceridad era la raíz de sus actuales problemas. Era incapaz de ir por ahí fingiendo ser una casta doncella barrayaresa a menos que lo fuera. Era su solución inconsciente a la disonancia cognitiva de tener un pie plantado en Barrayar y el otro en la Colonia Beta.

Lo único que Mark sabía era que, si tenía que escoger entre Kareen y el oxígeno, preferiría renunciar al oxígeno, gracias. Mark consideró, durante un segundo, la posibilidad de contarle sus frustraciones sexuales a su hermano, para que lo aconsejara. Ahora la oportunidad era perfecta, dada la confesión de Miles. El problema era que Mark no sabía de qué parte se pondría Miles. El comodoro Koudelka había sido su mentor y amigo en la época en que Miles era un jovencito frágil sin ninguna esperanza de hacer una carrera militar. ¿Lo comprendería Miles, o encabezaría, al estilo barrayarés, al grupo que exigiría la cabeza de Mark? Miles se comportaba de manera terroríficamente Vor últimamente.

Sí, después de todos sus exóticos romances galácticos, Miles se había fijado en la vecinita Vor. Si ése era el término… el hombre daba por hecho cosas que los movimientos de su cuerpo contradecían. Mark frunció el ceño, perplejo.

—¿Lo sabe la señora Vorsoisson? —preguntó por fin.

—¿Saber qué?

—Que tú estás… acosándola para que sea la siguiente lady Vorkosigan.

Y qué extraña manera de decir
la quiero y quiero casarme con ella
. Pero era muy típico de Miles, pensó.

—Ah —Miles se tocó los labios—. Ése es el problema. Ella es viuda desde hace muy poco. Tien Vorsoisson murió de manera horrible hace menos de dos meses, en Komarr.

—¿Y tú tuviste algo que ver?

Miles hizo una mueca.

—No puedo darte los detalles, están clasificados. La explicación pública es que tuvo un accidente con una mascarilla de oxígeno. Pero yo estaba a su lado. Ya sabes cómo sienta eso.

Mark agitó una mano, en signo de rendición; Miles asintió y continuó:

—Pero ella sigue bastante conmocionada. No está en absoluto preparada par que la cortejen. Por desgracia, eso no detiene la competición. No tiene dinero, pero es hermosa y su linaje es impecable.

—¿Estás eligiendo esposa o comprando un caballo?

—Estoy describiendo lo que piensan mis rivales Vor, gracias. Algunos de ellos, al menos —frunció aún más el ceño—. No me fío del mayor Zamori. Puede que sea el más listo.

—¿Ya tienes rivales? —
Tranquilo, Asesino. No ha pedido tu ayuda
.

—Dios, sí. Y tengo una idea de dónde han salido… no importa. Lo importante es que me haga amigo suyo, que me acerque a ella sin disparar sus alarmas, sin ofenderla. Entonces, cuando sea el momento adecuado… pues eso.

—¿Y, ah, cuándo planeas lanzar ese sorprendente ataque sorpresa? —preguntó Mark, fascinado.

Miles se miró las botas.

—No lo sé. Reconoceré el momento táctico cuando se presente, supongo. Si mi sentido de la oportunidad no me ha abandonado por completo. Penetrar el perímetro, establecer las líneas de suministro, plantar la sugestión… golpear. ¡Victoria total! Tal vez —hizo girar los pies en sentido contrario.

—Ya veo que tienes planificada tu campaña —dijo Mark en tono neutro, y se puso de pie. A Enrique le alegraría oír la buena noticia sobre el forraje gratis para las cucarachas. Y Kareen vendría a trabajar pronto… sus habilidades organizativas ya habían tenido un notable efecto en la zona de caos que rodeaba al escobariano.

—Sí, exactamente. Así que ten cuidado de no estropearlo metiendo la pata, por favor. Sigue el juego.

—Mm, ni se me ocurriría interferir. —Mark se encaminó hacia la puerta—. Aunque no estoy seguro del todo de que yo estructurara mi relación más íntima como si fuera una guerra. ¿Ella es el enemigo, entonces?

Su coordinación fue perfecta; Miles había bajado los pies y estaba farfullando justo cuando Mark atravesó la puerta. Volvió a asomar la cabeza para añadir:

—Espero que su puntería sea tan buena como la de la condesa Vormuir.

Última palabra
: yo gano. Sonriendo, se marchó.

6

—¿Hola? —dijo una suave voz desde la puerta de la lavandería convertida en laboratorio—. ¿Está por aquí lord Mark?

Kareen dejó de montar la nueva estantería de acero inoxidable sobre ruedas y vio a una mujer morena apoyada en el marco de la puerta. Vestía ropa de luto muy conservadora, una falda y una camisa negra de manga larga sobre la que sólo destacaba una chaquetilla gris oscuro, pero su rostro era insospechadamente joven.

Kareen soltó sus herramientas y se puso de pie.

—Volverá pronto. Soy Kareen Koudelka. ¿Puedo ayudarla?

Una sonrisa iluminó los ojos de la mujer, aunque demasiado brevemente.

—Oh, usted debe de ser la amiga estudiante que acaba de volver de la Colonia Beta. Encantada de conocerla. Yo soy Ekaterin Vorsoisson, la diseñadora del jardín. Mi cuadrilla trajo ese puñado de arbustos amelanqueros esta mañana y me preguntaba si lord Mark querría más abono.

Así que así era como se llamaban aquellos matojos.

—Lo preguntaré. Enrique, um, ¿podemos usar más recortes de amel… como se llamen?

Enrique asomó tras su comuconsola y miró a la recién llegada.

—¿Es materia orgánica descendiente de la Tierra?

—Sí —respondió la mujer.

—¿Gratis?

—Supongo. Eran matorrales de lord Vorkosigan.

—Probaremos un poco. —Desapareció una vez más tras los dibujos de colores que mostraban lo que Kareen estaba segura que eran reacciones enzimáticas.

La mujer contemplaba con curiosidad el nuevo laboratorio. Kareen siguió orgullosa su mirada. Todo empezaba a parecer ordenado y científico y atractivo para futuros clientes. Habían pintado las paredes de blanco crema; Enrique había elegido el color porque era el tono exacto de las cucarachas mantequeras. Enrique y su comuconsola ocupaban un rincón. El fregadero estaba ya instalado, con las tuberías conectadas a lo que antaño fue una bañera. El escurridor con sus instrumentos y sus brillantes luces corría por una pared hasta el otro extremo. El fondo estaba ocupado por estantes, cada uno de los cuales albergaba un cuarto de metro cuadrado de casillas para los insectos. En cuanto Kareen terminara de montar la última, podrían sacar las reinas restantes de sus estrechas cajas para que ocuparan sus espaciosos y limpios hogares. A ambos lados de la puerta, unas estanterías rebosaban de forraje para cucarachas; una segunda estantería servía como almacén provisional de guano de insecto. La mierda no era tan abundante como Kareen esperaba, cosa que estaba bien, ya que la tarea de limpiar las casillas diariamente había recaído sobre ella. No estaba mal para ser su primera semana de trabajo.

—Tengo que preguntarlo —dijo la mujer, mirando el montón de trozos de árbol de la primera cubeta—. ¿Para qué quiere todos esos recortes?

—Oh, pase y se lo enseñaré —dijo Kareen con entusiasmo. La mujer de pelo oscuro respondió a la sonrisa amistosa de Kareen, atraída a pesar de su aparente reserva.

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