Read Una campaña civil Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (14 page)

BOOK: Una campaña civil
2.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Mark tiró su maleta en la misma habitación que había ocupado el año anterior, y regresó a la lavandería para preparar la propuesta que quería hacerle a su hermano mayor. Todo parecía tener mucho sentido, allá en Escobar, pero entonces Mark no conocía tan bien a Enrique.

El hombre era un genio, pero Dios Todopoderoso, necesitaba un cuidador. Ahora Mark comprendía a la perfección todo aquel lío de la bancarrota y los pleitos por fraude.

—Deja que hable yo, ¿entendido? —le dijo firmemente a Enrique—. Miles es aquí un tipo importante, Auditor Imperial, y tiene trato con el mismísimo Emperador. Su apoyo podría darnos un empujón magnífico.

Más importante aún: su oposición activa podría ser fatal para el plan; podría hundirlo con una palabra.

—Sé cómo tratarlo. Tú muéstrate de acuerdo con todo lo que yo diga y no intentes añadir nada por tu cuenta.

Enrique asintió ansioso y lo siguió como un cachorrito gigantesco por el laberinto de la casa hasta que encontraron a Miles en la gran biblioteca. Pym estaba sirviendo té, café, vinos Vorkosigan, dos variedades de cerveza del Distrito y una bandeja de entrantes que parecían una vidriera convertida en comida. El lacayo le dirigió a Mark un formal saludo de bienvenida y se retiró para dejar solos a los dos hermanos.

—Qué oportuno —dijo Mark, acercando una silla a la mesita—. Aperitivos. Da la casualidad de que tengo un nuevo producto para que lo pruebes, Miles. Creo que podría ser muy beneficioso.

Miles alzó una ceja, interesado, y se inclinó hacia delante mientras Mark abría un atractivo envoltorio rojo para revelar un cubito blanco.

—¿Es una especie de queso?

—No exactamente, aunque en cierto modo es un producto animal. Es la versión básica, sin sabor. Los sabores y colores pueden añadirse según se desee, y te mostraré algunos más tarde, cuando hayamos tenido tiempo de mezclarlos. Es nutritivo como él solo: una mezcla perfectamente equilibrada de hidratos de carbono, proteínas y grasas, con todas las vitaminas esenciales en sus proporciones adecuadas. Podrías vivir solamente a dieta de esto y agua, si fuera preciso.

—¡Yo he vivido tres meses sólo con eso! —intervino Enrique orgulloso. Mark lo miró con el ceño fruncido, y guardó silencio.

Mark cogió uno de los cuchillos de plata de la bandeja, cortó el cubo en cuatro partes y se metió una porción en la boca.

—¡Pruébalo! —dijo mientras masticaba. Se abstuvo de hacer algún dramático ñam ñam u otros convincentes efectos sonoros. Enrique también cogió un trozo. Con más cautela, lo mismo hizo Miles. Vaciló, con el fragmento en los labios, al ver que los dos estaban pendientes de su gesto. Alzó las cejas; masticó. Reinaba un silencio sepulcral. Tragó.

Enrique, que apenas podía contenerse, dijo:

—¿Qué le parece?

Miles se encogió de hombros.

—No… no está mal. Soso, pero ya han dicho que no tiene sabor. Sabe mejor que muchos ranchos militares que he comido.

—Oh, ranchos militares —dijo Enrique—. He aquí una aplicación que no se me había ocurrido…

—Ya llegaremos a esa fase más tarde —dijo Mark.

—¿Qué es lo que hace que sea potencialmente tan beneficioso? —preguntó Miles con curiosidad.

—Pues que, gracias al milagro de la bioingeniería moderna, puede fabricarse prácticamente gratis. Una vez que el cliente haya comprado, o quizás haya obtenido la licencia de su suministro inicial de cucarachas mantequeras, claro está.

Un silencio breve, pero notable.

—¿Su qué?

Mark sacó la cajita del bolsillo de su chaqueta, y alzó con cuidado la tapa. Enrique se enderezó en su asiento, expectante.

—Esto —dijo Mark, y le tendió la caja a su hermano —es una cucaracha mantequera.

Miles miró la caja y retrocedió.

—¡Puaff! ¡Es la cosa más repugnante que he visto en mi vida!

Dentro de la caja, el bicho, del tamaño de un pulgar, se arrastraba sobre seis gruesas patas, agitando frenéticamente las antenas mientras trataba de escapar. Mark apartó con suavidad las zarpas diminutas de los bordes de la caja. El bicho hizo chirriar el caparazón de sus alas residuales y se encogió sobre su abdomen blancuzco en un rincón.

Miles volvió a asomarse para observar el bicho lleno de asqueada fascinación.

—Parece un cruce entre una cucaracha, una termita, y una… y una… y una pústula.

—Tenemos que admitir que su aspecto físico no es su mayor ventaja.

Enrique parecía indignado, pero se abstuvo de rebatir en voz alta esta última declaración.

—Su gran valor se encuentra en su eficacia —continuó Mark. Era buena cosa que no hubieran empezado enseñando a Miles una colonia entera de cucarachas mantequeras. O peor, una reina. Podrían llegar a la reina mucho más tarde, cuando hubieran conseguido que su patrón superara los primeros baches psicológicos—. Estos bichos comen casi cualquier tipo de alimentos orgánicos inferiores. Tronchos de maíz, trocitos de hierbas, algas, lo que quieras. Luego, dentro de su tripa, la materia orgánica es procesada por un conjunto de bacterias muy cuidadosamente seleccionadas para crear… requesón de cucaracha mantequera, que el bicho regurgita… expulsa por la boca y coloca en celdillas especiales, en su colmena, todo preparado para que los humanos lo recolecten. El requesón crudo…

Enrique, de manera algo innecesaria, señaló el último fragmento que aún quedaba en el envoltorio rojo.

—Es perfectamente comestible en este punto —continuó Mark, más enérgico—, aunque es posible agregarle sabores o seguir procesándolo. Estamos considerando desarrollar el producto de manera más sofisticada añadiendo bacterias que proporcionen al requesón los sabores deseados en la tripa de la misma cucaracha, de modo que incluso el procesado resulte innecesario.

—Vómito de cucaracha —dijo Miles, pensando en las implicaciones—. Me has dado de comer vómito de cucaracha.

Se llevó la mano a los labios y se sirvió rápidamente un poco de vino. Miró la cucaracha mantequera, miró el fragmento restante de requesón y bebió copiosamente.

—Estás loco —dijo, la mar de convencido. Bebió de nuevo, paladeando cuidadosamente el vino antes de tragarlo.

—Es igual que la miel —repuso valientemente Mark—, sólo que distinto.

Miles arrugó el entrecejo mientras lo meditaba.

—Muy distinto. Espera. ¿Es eso lo que hay en esa caja que habéis traído, cucarachas vomitonas?

—Cucarachas mantequeras —corrigió fríamente Enrique—. Se pueden trasladar muy fácilmente…

—¿
Cuántas
… cucarachas mantequeras?

—Rescatamos veinte linajes de reina en diversas etapas de desarrollo antes de salir de Escobar, cada una con doscientas obreras —explicó Enrique—. Lo hicieron muy bien durante el viaje (estoy muy orgulloso de las chicas), y duplicaron ampliamente su número en ruta. ¡A trabajar, a trabajar! ¡Ja, ja!

Miles calculó rápidamente, silabeando.

—¿Habéis metido
ocho mil
bichos repulsivos en
mi casa
?

—Comprendo que estés preocupado —intervino Mark rápidamente—, y te aseguro que no serán ningún problema.

—No creo que puedas, pero ¿qué no será ningún problema?

—Las cucarachas mantequeras son altamente controlables, hablando desde un punto de vista ecológico. Las obreras son estériles: sólo las reinas pueden reproducirse y además son parterogenéticas, no se vuelven fértiles hasta que se las trata con hormonas especiales. Las reinas maduras ni siquiera pueden moverse, a menos que su cuidador humano las mueva. Si una obrera se escapara por casualidad, se moriría y ahí acabaría la historia.

Enrique puso un gesto de angustia imaginando algo tan triste.

—Pobrecilla —murmuró.

—Cuanto antes, mejor —dijo Miles fríamente—. Puaff.

Enrique miró a Mark, con expresión de reproche, y empezó a decir en voz baja:

—Prometiste que nos ayudaría. Pero es igual que todos los demás. Cegato emocional, irracional.

Mark alzó una mano.

—Calma. Aún no hemos llegado a lo principal —se volvió hacia Miles—. Éste es el asunto: pensamos que Enrique puede desarrollar una cepa de cucarachas mantequeras que coma vegetación barrayaresa nativa y la convierta en comida que los humanos puedan digerir.

Miles abrió la boca, luego volvió a cerrarla. Su mirada se agudizó.

—Continúa…

—Imagina. Cada granjero o colono del campo podría tener una colmena de estos bichos, que irían por ahí comiendo toda esa comida alienígena gratis que a vosotros os cuesta tanto erradicar con los tratamientos de terraformación y rastrojos. Y no sólo los granjeros conseguirían comida gratis: también obtendrían fertilizante gratis. El guano de las cucarachas es magnífico para las plantas: lo absorben y crecen como locas.

—Oh —Miles se acomodó, con una expresión de asombro en la mirada—. Conozco a alguien que está muy interesado en los fertilizantes…

—Quiero crear una compañía de desarrollo aquí, en Barrayar —continuó Mark—, para poner en el mercado los bichos existentes y crear las nuevas cepas. Supongo que con un genio científico como Enrique y un genio para los negocios como yo —
y no mezclemos las cosas
—, bueno, no hay límites para lo que podríamos conseguir.

Miles frunció el ceño, pensativo.

—¿Y qué os pasó en Escobar, si puedo preguntarlo? ¿Por qué traes a este genio y su producto hasta aquí?

Enrique habría tenido que pasar diez años entre rejas, si no hubiera venido, pero no entremos en eso
.

—No contaba entonces conmigo para dirigir el negocio. Y la aplicación barrayaresa es absolutamente atractiva, ¿no te parece?

—Si puede conseguirse.

—Las cucarachas pueden procesar ahora mismo la materia orgánica descendiente de la Tierra. La pondremos en el mercado en cuanto sea posible, y usaremos los beneficios para financiar la investigación básica para lo demás. No puedo fijar un calendario para eso hasta que Enrique haya tenido más tiempo para estudiar la bioquímica de Barrayar. Tal vez un año o dos, para, ah, conseguir todos los bichos. —Mark sonrió brevemente.

—Mark… —Miles miraba con el ceño fruncido la caja, que ahora aguardaba junto a la mesa, bien cerrada. De su interior surgían ruiditos—. Parece lógico, pero no sé si la lógica va a vender el producto. Nadie querrá comer comida que proceda de algo con ese aspecto. Demonios, no querrán comer nada que esos bichos toquen.

—La gente come miel —lo rebatió Mark—. Y la miel procede de las abejas.

—Las abejas son… pues bonitas. Son peluditas, y tienen esa especie de uniforme a franjas. Y están armadas con sus aguijones, como si fueran espaditas, cosa que hace que la gente las respete.

—Ah, ya veo… la versión insectil de la clase Vor —murmuró Mark dulcemente. Miles y él intercambiaron sonrisas forzadas.

Enrique dijo, asombrado:

—¿Entonces cree que si doto de aguijones a mis insectos, a los barrayareses les gustarán más?

—¡No! —exclamaron Miles y Mark al unísono.

Enrique retrocedió, dolido.

—Bueno —Mark se aclaró la garganta—. Ése es el plan. Dotaré a Enrique de las instalaciones adecuadas en cuanto tenga tiempo de encontrar algo. No estoy seguro de que vaya a ser aquí, en Vorbarr Sultana, o si en Hassadar sería mejor… si esto sale bien, podría crear un montón de negocios, cosa que te convendría para el Distrito.

—Cierto… —concedió Miles—. Habla con Tsipis.

—Eso pretendo hacer. ¿Empiezas a ver por qué pienso en ellos como bichos del dinero? ¿Y crees que te interesará invertir? Sin arriesgar demasiado y todo eso.

—No… en este momento. Gracias de todas formas.

—Nosotros, ah, agradeceremos el espacio provisional, ya sabes.

—No hay problema. O al menos —su mirada se enfrió—, será mejor que no lo haya.

En la pausa que siguió, Miles recordó sus deberes como anfitrión y ofreció comida y bebida. Enrique eligió cerveza y se lanzó a una disertación sobre levadura en la historia de la producción de comida humana, remontándose hasta Louis Pasteur, con comentarios añadidos sobre el paralelismo entre los organismos de la levadura y los simbiontes de las cucarachas mantequeras. Miles bebió más vino y no dijo mucho. Mark picoteó del plato de entremeses y calculó cuándo llegaría el día en que terminaría con sus drogas para perder peso. Tal vez debiera tirar las que le quedaban por el desagüe aquella misma noche.

Al cabo de un rato Pym, que al parecer hacía de mayordomo en la reducida casita de soltero de Miles, llegó para retirar los platos y los vasos. Enrique miró interesado el uniforme marrón y preguntó por la historia y el significado de los adornos de plata del cuello y los puños. Esto entretuvo a Miles un rato explicándole unos cuantos momentos destacados de la historia familiar (omitió educadamente su importante participación en la abortada invasión de Escobar hacía una generación), el pasado de la mansión Vorkosigan y la historia del blasón Vorkosigan. El escobariano parecía fascinado por el hecho de que el diseño de las montañas con la hoja de arce tuviera su origen en la marca del conde para sellar las sacas de impuestos del Distrito. Mark se permitió creer que Enrique estaba desarrollando su habilidad para el trato social, después de todo. Tal vez desarrollara otra cosa pronto. Era deseable.

Cuando pasó suficiente tiempo y Mark calculó que Miles y él ya habían cumplido con su desacostumbrado y embarazoso ritual de lazos fraternales, comentó que tenía que terminar de deshacer las maletas y la fiesta de bienvenida terminó. Mark guió a Enrique de vuelta a su nuevo laboratorio, sólo para asegurarse de que no se perdiera por el camino.

—Bien —le dijo apasionadamente al científico—. Ha ido mejor de lo que esperaba.

—Oh, sí —respondió Enrique vagamente. Tenía en la mirada aquella expresión nublada que indicaba visiones de largas cadenas de moléculas flotando en su cabeza: buena señal. Parecía que el escobariano iba a sobrevivir a su traumático trasplante—. Y se me ha ocurrido una idea maravillosa para que a tu hermano le gusten mis insectos.

—Magnífico —dijo Mark, un poco a voleo, y lo dejó correr. Se encaminó escaleras arriba subiendo de dos en dos los escalones para llegar a su dormitorio y su comuconsola y llamar a Kareen, Kareen,
Kareen
.

4

Ivan había terminado su misión de entregar cien invitaciones de boda caligrafiadas a mano en el Cuartel General de Ops para que fueran distribuidas a oficiales selectos fuera del planeta, cuando se encontró con Alexi Vormoncrief, que también atravesaba los escáneres de seguridad del vestíbulo del edificio.

BOOK: Una campaña civil
2.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

My Dear Watson by L.A. Fields
Falling for Mr. Darcy by KaraLynne Mackrory
Nasty by Dr. Xyz
Lasting Damage by Aren, Isabelle
Linda Needham by The Bride Bed
Hostage by Elie Wiesel
Ice Time by David Skuy
Adrian's Wrath by Jenika Snow
Montana Hero by Debra Salonen