Read Una campaña civil Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (16 page)

BOOK: Una campaña civil
12.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Donna. Donna, Donna, Donna. Mmm. Era un encuentro que no se hubiese perdido por nada del mundo.

—Le dije que esperara en la antesala de la biblioteca, milord —el murmullo familiar de Pym llegó a oídos de Kareen—. ¿Quiere que le traiga algo, o ah, algo?

—No. Gracias —respondió desde el pasillo la voz más ligera de lord Mark—. Nada, eso será todo, gracias.

Los pasos de Mark resonaron sobre el suelo de piedra: tres rápidas zancadas, dos resbalones, una leve vacilación y una pisada más medida hasta la puerta de la antesala.
¿Resbalones? ¿Mark?
Kareen se puso en pie de un salto cuando él asomó por la esquina. Oh, vaya, no podía ser bueno perder tanto peso en tan poco tiempo: sin la solidez excesivamente redonda de costumbre, todo él estaba marchito, a excepción de su sonrisa y sus ojos ardientes…

—¡Ah! ¡Quédate ahí! —le ordenó Mark. Tomó un taburete, se lo colocó ante las rodillas, se subió a él y la rodeó con sus brazos. Ella le devolvió el abrazo, y la conversación quedó enterrada durante un momento por los besos frenéticos dados, recibidos y devueltos redoblados.

Él se separó para tomar aire y preguntar:

—¿Cómo has llegado? —pero no la dejó contestar durante otro minuto entero.

—Caminando —dijo ella, sin aliento.

—¡Caminando! ¿Debe de haber un kilómetro y medio!

Ella colocó las manos sobre sus hombros y retrocedió lo suficiente para verle bien la cara. Estaba demasiado pálido, comprobó con desaprobación, casi pastoso. Peor, su enterrado parecido con Miles salía a la superficie con sus huesos, una observación que ella sabía que le horrorizaría. Se la guardó para sí.

—¿Y qué? Mi padre venía andando todos los días cuando hacía buen tiempo, con bastón y todo, en la época en que era ayudante del lord Regente.

—Si hubieras llamado, habría enviado a Pym con el coche… demonios, aún mejor, habría ido yo mismo. Miles dice que puedo usar su volador cuando quiera.

—¿Un volador, para seis manzanas? —exclamó ella, indignada, entre un par de besos más—. ¿En una preciosa mañana de primavera como ésta?

—Bueno, aquí no tienen aceras móviles… mmm… Oh, qué bueno.

Acarició su oreja, inhaló sus cosquilleantes rizos y le plantó una espiral de besos desde el lóbulo de la oreja hasta la clavícula. Ella lo abrazó con fuerza. Los besos parecían quemar su piel como feroces pisadas.

—Te he echado de menos, de menos, de menos…

—Yo también, yo también, yo también…

Aunque podrían haber viajado juntos, si él no hubiera insistido en desviarse a Escobar.

—Al menos el paseo te ha acalorado… podrías subir a mi habitación y quitarte toda esa ropa caliente… y Gruñido podría salir a jugar, ¿mmmm…?


¿Aquí?
¿En la mansión Vorkosigan? ¿Con todos los soldados?

—Es aquí donde vivo ahora. —Esta vez, fue él quien se separó y se echó hacia atrás para verla mejor—. Y sólo hay tres sirvientes, y uno duerme durante el día. —Una expresión de preocupación asomó a su mirada—. ¿Tu casa…? —aventuró.

—Peor. Está llena de padres. Y de hermanas. Hermanas
chismosas
.

—¿Alquilamos una habitación? —sugirió él, tras un momento de desorientación.

Ella sacudió la cabeza, buscando una explicación a sus sentimientos, que apenas entendía.

—Podríamos pedirle prestado el volador a Miles…

Esto hizo que ella se echara a reír.

—No hay suficiente espacio. Aunque los dos tomáramos tus desagradables medicinas.

—Sí, cuando compró ese aparato no pensó en nada. Es mejor un coche aéreo grande, con asientos abatibles enormes. Donde uno se pueda tender. Como ese vehículo blindado que tiene, residuo de la Regencia… ¡eh! Podríamos sentarnos atrás, cerrar el dosel…

Kareen sacudió la cabeza.

—¿En alguna parte de Barrayar?

—Ése es el problema —dijo ella—. Barrayar.

—¿En órbita…? —él señaló esperanzado hacia el cielo.

Ella se rió, dolorosamente.

—No lo sé, no lo sé…

—Kareen, ¿qué ocurre? —Mark parecía muy alarmado—. ¿Es algo que he hecho? ¿Algo que he dicho? ¿Qué he… sigues enfadada por lo de las drogas? Lo siento. Lo siento. Lo dejaré. Re… recuperaré el peso perdido. Lo que tú quieras.

—No es eso. —Dio un nuevo paso atrás, aunque ninguno de los dos soltó las manos del otro. Ladeó la cabeza—. Aunque no comprendo por qué ser un cuerpo más estrecho hace que de repente parezca que eres una cabeza más bajo. Qué extraño efecto óptico. ¿Por qué la masa se traduce en altura, psicológicamente? Pero no. No eres tú. Soy yo.

Él le sujetó las manos, inquieto.

—No comprendo.

—Llevo diez días pensándolo, mientras esperaba tu llegada. Pensando en nosotros, en nosotros, en mí. Toda la semana me he ido sintiendo cada vez más rara. En la Colonia Beta parecía bien, lógico. Abierto, oficial, aprobado. Aquí… aquí no he podido contárselo a mis padres. Traté de hacerlo. No he podido contárselo a mis hermanas. Tal vez, si hubiéramos venido juntos, no habría perdido el valor, pero… pero lo he perdido.

—¿Estabas… estás pensando en el cuento barrayarés en el que el amante de la chica acaba con la cabeza en una maceta de albahaca cuando sus parientes lo encuentran?

—¿Maceta de albahaca? ¡No!

—Pues yo sí lo he pensado… creo que tus hermanas podrían, si se lo propusieran. Dejarme sin cabeza, quiero decir. Y sé que tu madre podría: os entrenó a todas.

—¡Cómo desearía que estuviera aquí Tante Cordelia!

Un momento, ésa tal vez fuera una observación desafortunada, dado el contexto. Macetas de albahaca, santo Dios. Mark era tan paranoico… bastante. No importaba.

—No estaba pensando en ti.

—Oh —su voz carecía de entonación.

—¡No me refiero a eso! Pensaba en ti día y noche. En nosotros. Pero me he sentido muy incómoda desde que regresé. Es como si no fuera yo misma, al regresar a mi antiguo lugar en esta caja cerrada que es Barrayar. Me doy cuenta, pero no puedo impedirlo. Es horrible.

—¿Coloración protectora? —lo dijo de un modo que daba a entender que comprendía su deseo de camuflarse. Sus dedos acariciaron la clavícula, reptaron hasta el cuello. Una de sus maravillosas caricias en el cuello sería tan agradable en aquel momento. Había trabajado tan duro para aprender a acariciar y a ser acariciado, para superar el pánico y los temblores y la hiperventilación. Ahora estaba respirando más rápido.

—Algo sí. Pero odio los secretos y las mentiras.

—¿No puedes… contárselo a tu familia?

—Lo intenté. No pude. ¿Podrías tú?

Él se mantuvo impertérrito.

—¿Quieres que lo haga? Sería la albahaca con toda seguridad.

—No, no, hablo hipotéticamente.

—Podría decírselo a mi madre.

—Yo también podría decírselo a tu madre. Es betana. Es otro mundo, el otro mundo, el mundo en el que estábamos tan bien. Es a mi madre a quien no puedo decírselo. Y antes siempre podía.

Descubrió que estaba temblando un poco. Mark podía sentirlo en sus manos; ella lo notó en la expresión de sus ojos cuando alzó la cara hacia la suya.

—No comprendo cómo puede parecer tan bien allí, y tan mal aquí —dijo Kareen—. No debería ser tan malo aquí. Ni bueno allí. Ni nada.

—Eso no tiene sentido. Aquí o allí, ¿cuál es la diferencia?

—Si no hay ninguna diferencia, ¿por qué te tomaste tantas molestias en perder tanto peso antes de volver a poner los pies en Barrayar?

Él abrió la boca, y la cerró.

—Bueno, qué se le va a hacer —dijo por fin—. Serán sólo un par de meses. Puedo soportar un par de meses.

—La cosa no para ahí. ¡Oh, Mark! No puedo regresar a la Colonia Beta.

—¿Qué? ¿Por qué no? Habíamos planeado… tú habías planeado… ¿Es que tus padres sospechan lo nuestro? ¿Te han prohibido…?

—No es eso. Al menos, no creo que sea eso. Es sólo por dinero. No podría haber ido a la Colonia Beta el año pasado sin la beca de la condesa. Mamá y papá dicen que están en las últimas, y no sé cómo ganar tanto dinero en sólo unos meses. —Se mordió los labios con renovada determinación—. Pero pensaré en algo.

—Pero si no puedes… yo todavía no he terminado en la Colonia Beta —dijo él—. Me queda otro año de estudios, y otro año de terapia…

O más
.

—Pero pretendes volver a Barrayar después, ¿no?

—Sí, creo que sí. Pero un año entero separados… —La agarró con más fuerza, como si unos padres fantasmales tiraran del otro lado para arrancársela—. Sería… excesivamente estresante, sin ti.

Un momento después, tomó aire y se separó de ella. Le besó las manos.

—No hay necesidad de dejarnos llevar por el pánico —besó sus nudillos—. Tenemos meses para pensar en algo. Podría suceder cualquier cosa.

Alzó la cabeza y sonrió con fingida normalidad.

—Me alegro de que estés aquí, de todas formas. Tienes que venir a ver mis cucarachas mantequeras. —Saltó del taburete.

—¿Tus qué?

—¿Por qué todo el mundo parece tener tantos problemas con ese nombre? Me pareció bien sencillo. Cucarachas mantequeras. Y si no hubiera ido a Escobar, nunca me habría topado con ellas, así que muchas cosas buenas vienen por ahí. Lilly Durona me informó de su existencia, o más bien de la de Enrique, que estaba metido en problemas. Es un gran bioquímico, pero no tiene ningún sentido de los negocios. Lo saqué de la cárcel y lo ayudé a rescatar su material experimental de los estúpidos acreedores que lo habían confiscado. Te habrías reído si nos hubieras visto en la incursión que hicimos para entrar en su laboratorio. Ven a ver.

Mientras tiraba de su mano en dirección al interior de la mansión, Kareen preguntó, vacilante:

—¿Incursión? ¿En Escobar?

—Tal vez incursión no sea la palabra adecuada. Fue completamente pacífica, milagrosamente pacífica.
Allanamiento
tal vez. Tuve que desempolvar parte de mi antiguo entrenamiento, lo creas o no.

—No parece muy… legal.

—No, pero fue moral. Eran los bichos de Enrique; él los había creado, después de todo. Y los ama como si fueran mascotas. Lloró cuando una de sus reinas favoritas murió. Fue muy emocionante, aunque un poco raro. Si yo no hubiera querido estrangularle en ese mismo momento, me habría sentido conmovido.

Kareen empezaba a preguntarse si aquellas malditas drogas para perder peso tenían algún efecto psicológico secundario que Mark no le había confesado, cuando llegaron a lo que reconoció como uno de los lavaderos del sótano de la mansión Vorkosigan. No había vuelto a esa parte de la casa desde que jugaba al escondite con sus hermanas cuando era niña. Las altas ventanas en las paredes de piedra dejaban entrar unas cuantas rendijas de luz. Un tipo larguirucho de pelo negro rizado, que no parecía tener más de veintipocos años, trabajaba distraído entre montones de cajas a medio abrir.

—Mark —los saludó—. Necesito más estantes. Y bancos. Y luces. Y más calor. Las chicas son exigentes. Lo prometiste.

—Busca primero en los desvanes, antes de ir a comprar nada nuevo —sugirió Kareen, práctica.

—Oh, buena idea. Kareen, te presento al doctor Enrique Borgos, de Escobar. Enrique, mi… mi
amiga
, Kareen Koudelka. Mi mejor amiga. —Mark sujetó posesivamente su mano mientras lo anunciaba. Pero Enrique se limitó a asentir vagamente en su dirección.

Mark se volvió hacia una amplia bandeja de metal cubierta, colocada en precario equilibrio sobre una caja.

—No mires todavía —le dijo a Kareen por encima del hombro.

Un recuerdo de la vida con sus hermanas mayores vino a la mente de Kareen:
Abre la boca y cierra los ojos, y recibirás una gran sorpresa
… Prudente, ignoró su indicación y avanzó para ver qué estaba haciendo.

Mark alzó la tapa de la bandeja para revelar una bulliciosa masa de formas marrones y blancas que trinaban levemente y se arrastraban unas sobre otras. Sorprendida, captó los detalles: insectoide, grande, montones de patas y pseudópodos táctiles…

Mark metió la mano en la masa, y ella comentó:

—¡Puaff!

—No pasa nada. No muerden ni pican —le aseguró él con una sonrisa—. Toma, ¿ves? Kareen, te presento a una cucaracha mantequera. Cucaracha, Kareen.

Tendió un solo bicho, del tamaño de su pulgar.

¿De verdad que quiere que toque esa cosa?
Bueno, ella había recibido educación sexual betana, después de todo. Qué demonios. Dividida entre la curiosidad y la repulsión, tendió la mano, y Mark le colocó la cucaracha en la palma.

Sus patitas le hicieron cosquillas en la piel, y Kareen se rió nerviosa. Era el ser vivo más increíblemente feo que había visto en su vida. Aunque tal vez había diseccionado cosas más desagradables en su curso betano de xenozoología del año anterior; nada tenía buen aspecto una vez abierto. Los bichos no olían demasiado mal, como a heno cortado. Era el científico quien necesitaba lavarse la camisa.

Mark se embarcó en una explicación sobre cómo las cucarachas reprocesaban la materia orgánica en sus verdaderamente repugnantes abdómenes, que su nuevo amigo Enrique complicó con pedantes correcciones acerca de los detalles bioquímicos. Por lo que Kareen era capaz de ver, todo tenía sentido desde un punto de vista biológico.

Enrique arrancó un pétalo de rosa de la docena que había en una caja, colocada en equilibrio inestable sobre un puñado de cajones de madera: llevaba el símbolo de una de las principales floristerías de Vorbarr Sultana. Colocó el pétalo en la mano de ella, junto a la cucaracha; el bicho lo agarró con las zarpas delanteras y empezó a mordisquear el borde blandito. Sonrió amorosamente a la criatura.

—Oh, y Mark —añadió—, las chicas necesitan más comida en cuanto sea posible. Recibí esto esta mañana, pero no durarán todo el día —indicó la caja de la floristería.

Mark, que había estado viendo ansiosamente como Kareen contemplaba a la cucaracha que tenía en la mano, pareció reparar en las rosas por primera vez.

—¿De dónde has sacado las flores? Espera, ¿compraste
rosas
como
forraje para cucarachas
?

—Le pregunté a tu hermano cómo conseguir materia botánica descendiente de la Tierra que le gustara a las chicas. Él me dijo que llamara a un sitio y lo pidiera. ¿Quién es Ivan? Esto nos ha salido terriblemente caro. Vamos a tener que replantearnos el presupuesto, creo.

Mark sonrió y pareció contar hasta cinco antes de contestar.

—Ya veo. Un ligero fallo de comunicación. Ivan es nuestro primo. Sin duda no podrás evitar conocerlo tarde o temprano. Hay materia botánica descendiente de la Tierra mucho más barata. Creo que podrás recogerla fuera… no, tal vez será mejor no enviarte solo…

BOOK: Una campaña civil
12.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Healing Melody by Grey, Priya, Grey, Ozlo
Fire on Dark Water by Perriman, Wendy
Geekus Interruptus by Corrigan, Mickey J.
Lover Claimed by A.M. Griffin
The Mercenary by Dan Hampton