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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (18 page)

BOOK: Una campaña civil
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—Buenos días, oh…

Pym le ofreció también una taza antes de que pudiera impedírselo. Lord Mark desconectó los gráficos de su comuconsola, agregó azúcar y leche a su café, y estudió a su hermano-progenitor con obvio interés.

—Gracias —le dijo Ekaterin a Pym. Esperaba que Vorkosigan hubiera tomado sus analgésicos arriba, lo primero de todo; al ver lo rápidamente que mejoraba su color y se agilizaban sus movimientos, estuvo segura de que así había sido.

—Viene usted temprano —le dijo Vorkosigan.

Ella estuvo a punto de señalar la hora, para negarlo, pero decidió luego que sería poco cortés por su parte.

—Estaba nerviosa por empezar con mi primer jardín profesional. La cuadrilla de trabajadores está levantando la hierba del parque y recogiendo el suelo terraformado. Los encargados del árbol vendrán dentro de poco para transplantar el roble. Se me ocurrió preguntarle si quería hacer leña o abono con el arce.

—Leña. Seguro. Podríamos quemar madera de vez en cuando, cuando tengamos que mostrarnos arcaicos: impresiona un montón a los visitantes betanos de mi madre. Y siempre están las hogueras de Feria de Invierno. Hay una pila detrás de los matorrales. Pym puede enseñársela.

Pym asintió, confirmando las palabras de su señor.

—Me he pedido las hojas y los recortes —intervino lord Mark—, para Enrique.

Lord Vorkosigan se encogió de hombros y agitó una mano.

—Eso es entre tú y tus ocho mil amiguitas.

Lord Mark pareció no encontrar ningún misterio en esa oscura observación; asintió dando las gracias. Después de haber sacado accidentalmente de la cama a su jefe, Ekaterin se preguntó si sería demasiado rudo largarse de inmediato. Probablemente debería quedarse el tiempo suficiente para tomar al menos una taza de café.

—Si todo sale bien, la excavación podrá empezar mañana —añadió.

—Ah, bueno. ¿La ayudó Tsipis a conseguir todos los permisos de suministro de agua y energía?

—Sí, todo eso está bajo control. Y he aprendido más de lo que esperaba sobre la infraestructura de Vorbarr Sultana.

—Es mucho más antigua y extraña de lo que cabría esperar. Tendría que oír las batallitas de Drou Koudelka alguna vez, sobre cómo escaparon por las alcantarillas después de recoger la cabeza del Pretendiente. Veré si puedo hacer que nos la cuente en la cena.

Lord Mark apoyó el codo sobre la comuconsola, se mordisqueó suavemente los nudillos y se frotó la garganta.

—Dentro de una semana es la fecha en la que podré contar con todo el mundo —añadió lord Vorkosigan—. ¿Le viene bien?

—Sí, creo que sí.

—Bien. —Se dio la vuelta y Pym se apresuró a servirle más café—. Lamento haberme perdido el inicio de la obra en el jardín. Quería salir a verlo. Gregor me envió fuera hace un par de días a cumplir un encargo bastante extraño y no volví hasta anoche.

—Sí, ¿de qué iba todo eso? —intervino lord Mark—. ¿O es un secreto imperial?

—No, desgraciadamente no. Es el chismorreo de toda la ciudad. Tal vez desvíe la atención del caso Vorbretten. Aunque no estoy seguro de que pueda considerarse exactamente un escándalo sexual —una sonrisa torcida—. Gregor me dijo: «Eres medio betano, Miles, eres el Auditor adecuado para encargarte de esto.» Y yo dije: «Gracias, señor.»

Se detuvo para dar su primer bocado al pan, lo engulló con otro trago de café y volvió al tema.

—Al conde Vormuir se le ocurrió la maravillosa idea de resolver el problema de subpoblación de su Distrito. O eso imaginó. ¿Estás al tanto de las últimas riñas demográficas entre Distritos, Mark?

Lord Mark negó agitando una mano que acabó dirigiéndose a la cesta del pan.

—No he seguido la política de Barrayar durante este último año.

—Esto se remonta a más atrás. Una de las primeras reformas de nuestro padre, cuando era Regente, fue imponer las mismas reglas simplificadas para los súbditos corrientes que querían cambiar de Distrito y ofrecer su juramento de lealtad a su nuevo conde. Como cada uno de los sesenta condes trataba de atraer población hacia su Distrito a expensas de sus hermanos condes, papá consiguió que el Consejo las aprobara, aunque todo el mundo trataba también de impedir que sus vasallos lo abandonaran. Cada conde es muy discreto en lo referente a cómo dirige su Distrito, cómo estructura su gobierno, cómo son sus impuestos, cómo mantiene su economía, qué servicios proporciona a su pueblo, si es progresista o conservador o si pertenece a un partido de su propia invención como ese pirado de Vorfolse en la costa sur, y así sucesivamente. Mamá describe los Distritos como sesenta platos culturales sociopolíticos. Y yo añadiría que también económicos.

—He estado estudiando esa parte —concedió Mark—. Es importante para ver dónde coloco mis inversiones.

Vorkosigan asintió.

—Efectivamente, la nueva ley dio a todos los súbditos imperiales el derecho a votar su gobierno local. Nuestros padres bebieron champán en la cena la noche en la que se aprobó, y mamá estuvo sonriente durante días. Yo debía de tener unos seis años, porque me acuerdo de que vivíamos aquí. El efecto a largo plazo, como puedes imaginar, ha sido una clara competencia biológica. El conde Vorenlightened consigue que sus súbditos vivan bien, su Distrito crece, sus recursos aumentan. Su vecino el conde Vorstodgy pone las cosas demasiado duras y se queda sin gente, y sus recursos disminuyen. Y sus hermanos condes no lo compadecen, porque su pérdida es la ganancia de ellos.

—Ajá —dijo Mark—. ¿Y el Distrito Vorkosigan está ganando o perdiendo?

—Creo que estamos capeando el temporal. Llevamos toda la vida perdiendo gente ante la economía de Vorbarr Sultana. Y un montón de gente leal siguió al Virrey a Sergyar el año pasado. Por otro lado, la Universidad del Distrito y las nuevas facultades y complejos médicos de Hassadar han sido un buen impulso. A lo que iba: el conde Vormuir lleva mucho tiempo perdiendo en este juego demográfico. Así que ideó lo que imaginó que era una solución salvajemente progresista… y bastante personal.

La taza de Ekaterin estaba vacía, pero había perdido todo deseo de marcharse. Habría podido escuchar a lord Vorkosigan durante horas seguidas, pensó, cuando hablaba de esa forma. Ahora estaba completamente despierto y vivo, implicado en la historia.

—Vormuir —continuó Vorkosigan —se compró treinta replicadores uterinos e importó algunos técnicos para manejarlos, y empezó a… manufacturar a sus propios vasallos. Su propio nido personal, como si dijéramos, pero con un sólo donante de esperma. Imagina quién.

—¿Vormuir? —aventuró Mark.

—Ni más ni menos. Es el mismo principio que el de un harén, supongo, pero distinto. Oh, y de momento sólo fabrica niñas. Las de la primera hornada tienen casi dos años ya. Las he visto. Sorprendentemente lindas, en masa.

Ekaterin abrió mucho los ojos imaginando todo un ruidoso pelotón de niñas. La impresión debía de ser similar a la que produce un jardín de infancia… o, dependiendo del nivel de decibelios, una granada de mano.
Siempre quise tener hijas
. No sólo una, montones: hermanas, como las que nunca había tenido.
Ahora es demasiado tarde
. Ninguna para ella, docenas para Vormuir… ¡el cerdo, no era justo! Le divirtió darse cuenta de que tendría que haberse sentido escandalizada pero que, en realidad, lo que sentía era envidia. Lo que tenía la esposa de Vormuir… espera. Bajó las cejas.

—¿De dónde está sacando los óvulos? ¿De su condesa?

—Ése es el siguiente embrollo legal en este lío —continuó entusiasmado Vorkosigan—. Su condesa, que tiene cuatro hijos propios a medio criar, no quiere saber nada del asunto. De hecho, no le habla, y se ha marchado de casa. Uno de sus lacayos le contó a Pym, confidencialmente, que la última vez que él intentó imponer una, um, visita conyugal a su esposa, y amenazó con derribar la puerta, ella le lanzó por una ventana un cubo de agua (era invierno) y luego amenazó con calentarle personalmente con su arco de plasma. Y entonces le tiró el cubo y le gritó que si tanto le gustaban los tubos de plástico, podía usar ése. ¿Lo he contado bien, Pym?

—No es la cita exacta que me dieron, pero bastante parecida, mi señor.

—¿Le alcanzó? —preguntó Mark, interesado.

—Si —dijo Pym—, en ambas ocasiones. Tengo entendido que su puntería es fantástica.

—Supongo que eso hizo que la amenaza del arco de plasma fuera convincente.

—Hablando profesionalmente, cuando uno está cerca del blanco, es más alarmante un atacante con
mala
puntería. De todas formas, los lacayos del conde lo convencieron para que se retirara. Pero no nos vayamos por la tangente —sonrió Vorkosigan—. Y, gracias, Pym.

El atento lacayo sirvió más café a su señor y volvió a llenar las tazas de Mark y Ekaterin.

—Hay un complejo replicador comercial en la capital del Distrito de Vormuir —continuó Vorkosigan —que lleva varios años produciendo bebés para la gente adinerada. Cuando una pareja se presenta para el servicio, los técnicos extraen más de un óvulo de la esposa, pues es la parte más compleja y cara del proceso. Los óvulos sobrantes se congelan durante algún tiempo y, si no son reclamados, se destruyen. O eso se supone que hay que hacer. El conde Vormuir tuvo la idea de que sus técnicos utilizaran todos los que había disponibles. Estaba muy orgulloso de su sentido de la economía cuando me lo explicó.

Aquello sí que era escandaloso. Nikki había sido fruto de un parto natural, pero bien podría haber sido diferente. Si Tien hubiera tenido más sentido común, o si ella hubiera defendido la prudencia en vez de dejarse seducir por el romanticismo de todo aquello, podrían haber acudido a un gestor-replicador. Imagina enterarte de que tu anhelada hija era ahora propiedad de un excéntrico como Vormuir.

—¿Lo sabe alguna de las mujeres? —preguntó Ekaterin—. Esas cuyos óvulos fueron… ¿podríamos decir robados?

—Ah, al principio no. Los rumores, sin embargo, han empezado a correr, y el Emperador se ha visto obligado a enviar a su nuevo Auditor Imperial para que investigue. Y en cuanto a si puede llamarse robo… Vormuir sostiene que no ha violado ninguna ley barrayaresa. Lo sostiene vehementemente. Tendré que consultar con algunos de los abogados imperiales en los próximos días, para ver si es cierto o no. En la Colonia Beta, lo colgarían por esto, y a sus técnicos con él… pero naturalmente en la Colonia nunca habría llegado tan lejos.

Lord Mark se agitó en su asiento.

—¿Cuántas niñas tiene ahora Vormuir?

—Ochenta y ocho vivas, más treinta que vienen de camino en los replicadores. Más sus primeros cuatro hijos. Ciento veintidós hijos para ese idiota, ni uno para… de todas formas, le di una orden con la Voz del Emperador para que no siga hasta que Gregor haya decidido sobre su ingenioso plan. Quiso protestar, pero le señalé que, de todas formas, como su replicadores estaban llenos y lo estarían durante los próximos siete meses o así, no le afectaba demasiado. Cerró el pico y se fue a consultar con sus abogados. Y yo volví a Vorbarr Sultana y le presenté a Gregor mi informe verbal, y me vine a casa a acostarme.

Ekaterin advirtió que no mencionaba su ataque. ¿Qué había pretendido Pym, comentándoselo?

—Tendría que haber una ley —dijo lord Mark.

—Tendría que haberla, pero no la hay —replicó su hermano—. Esto es Barrayar. Imitar el modelo betano me parece incitar a la revolución, y además, un montón de sus condiciones concretas no se aplican aquí. Hay una docena de códigos galácticos que tratan acerca de estos temas, además de los betanos. Dejé a Gregor anoche murmurando que había que nombrar un comité para estudiarlos todos y recomendar una decisión del Consejo de Juntas. Conmigo dentro, por mis pecados. Odio los comités. Prefiero una buena cadena de mando.

—Sólo si tú estás en lo alto —comentó Mark con sequedad.

Lord Vorkosigan lo aceptó con una sonrisa sardónica.

—Bueno, sí.

—Pero ¿podrá acorralar a Vormuir con una nueva ley? —preguntó Ekaterin—. Sin duda tendría que ser, um… retroactiva.

Lord Vorkosigan sonrió brevemente.

—Ése es el problema. Tenemos que detener a Vormuir con alguna ley ya existente, obligarlo a cumplirla, disuadir a los imitadores, mientras preparamos la nueva ley, tenga la forma final que tenga, a través de los condes y ministros. No podemos usar una acusación de violación: busqué todas las definiciones técnicas y no encajan.

—¿Las niñas parecían víctimas de malos tratos o de negligencia? —preguntó lord Mark con voz preocupada.

Lord Vorkosigan lo miró bruscamente.

—No soy un experto en guarderías como tú, pero me parecieron bien. Sanas… ruidosas… se movían y lloriqueaban mucho. Vormuir me dijo que tenía dos nutridoras a tiempo completo para cada seis niñas, por turnos. También me comentó sus frugales planes para que las mayores cuiden a las más pequeñas, más adelante, lo cual me dio a entender hasta dónde planea expandir esta empresa genética. Oh, y tampoco podemos acusarlo de esclavista, porque todas son en realidad hijas suyas. Y el asunto del robo-de-óvulos es extremadamente ambiguo dadas las leyes actuales —con tono peculiarmente exasperado añadió—: ¡Barrayareses!

Su hermano le dirigió una mirada extraña. Ekaterin dijo lentamente:

—Según las leyes de Barrayar, cuando las familias de casta Vor se separan a causa de muertes u otros motivos, las niñas tienen que ir con sus madres o los parientes de sus madres, y los niños con sus padres. ¿No pertenecen esas niñas a sus madres?

—También lo he examinado desde ese ángulo. Dejando aparte el hecho de que Vormuir no está casado con ninguna de ellas, sospecho que muy pocas madres querrían a las niñas, y que todas ellas se sentirían más bien inquietas.

Ekaterin no estaba segura de la primera parte, pero desde luego en la segunda tenía toda la razón.

—Y si lo obligamos a entregarlas a las familias de las madres, ¿qué castigo le caería a Vormuir? Su Distrito seguiría siendo más rico en ciento dieciocho niñas y ni siquiera tendría que darles de comer. —Apartó su pan a medio comer y frunció el ceño. Lord Mark seleccionó una segunda, no, una tercera rebanada, y la mordisqueó. Se instaló un silencio sombrío.

Ekaterin frunció el ceño, pensativa.

—Según cuenta usted, Vormuir está muy preocupado por la economía. —Sólo mucho después de que naciera Nikki se había preguntado ella si Tien había querido tenerlo a la antigua usanza porque era mucho más barato.
No tendremos que esperar a que podamos permitírnoslo
fue un argumento convincente para ella. La motivación de Vormuir parecía tanto económica como genética: riqueza para su Distrito y, por tanto, para él. Los miembros de aquel tecnoharén se convertirían en futuros contribuyentes, junto con los maridos que sin duda atraerían, para mantenerlo en su vejez—. Las niñas son, en efecto, bastardas reconocidas por el conde. Estoy segura de haber leído en alguna parte… en la Era del Aislamiento, ¿no había bastardas de emperadores y condes que tenían derecho a una dote de sus altos padres? Hacía falta una especie de permiso imperial… la dote era casi el signo de reconocimiento legal. Apuesto a que la profesora sabrá todos los detalles históricos, incluyendo los casos en que las dotes tuvieron que ser conseguidas por la fuerza. ¿No es un permiso imperial una orden efectiva? ¿No podría el emperador Gregor obligar a que el conde Vormuir fijara dotes para las niñas… una dote alta?

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