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Authors: Javier Ugarte Perez

Una Discriminacion Universal (17 page)

BOOK: Una Discriminacion Universal
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El racismo contra los negros es producto de la esclavitud. Para poder comprar, trasladar y vender seres humanos de África a América durante cuatrocientos años, y obligarlos a trabajar hasta la extenuación con la conciencia tranquila, era preciso considerarlos inferiores. Para que los alemanes de a pie, contemporáneos de Hitler, asistieran indiferentes a la desaparición de sus vecinos judíos rumbo a un destino desconocido, del que jamás regresaban, era necesario que esa misma sociedad hubiera asumido el discurso antisemita que deshumanizaba al judío y convertía su pérdida en indiferente, cuando no en un bien en sí misma. Para matar en cualquier guerra es necesario romper la cadena de solidaridad entre seres humanos y convencer a la masa de que el enemigo al que nos enfrentamos no está hecho de la misma humanidad que la nuestra. Durante el franquismo, los medios de comunicación hicieron el trabajo sucio de deshumanizar a los homosexuales, de ridiculizarlos para romper la cadena de solidaridad entre heterosexuales y homosexuales. En este sentido, cumplieron el mismo papel de exposición al escarnio que tuvo la picota en las edades Media y Moderna en Europa. Al delincuente, o presunto tal, se le ataba al rollo de piedra, o se le colocaba en el cepo a la vista del público para que cualquiera pudiera insultarle, humillarle, golpearle, arrojarle desperdicios; en una palabra, expulsarle de la comunidad, fuera de la que ya no era merecedor de compasión.

Las páginas que siguen tratan de ofrecer algunos ejemplos de cómo los medios de comunicación durante esta época ejercieron con ensañamiento el papel de la picota, sin advertir que la condena a voces de la homosexualidad aportaba pistas de que ésta palpitaba bajo la prohibición, de forma oculta, y sólo había que saber buscarla. Conviene subrayar que el presente artículo se ha realizado a partir de una selección de casos, porque un análisis del tratamiento de la homosexualidad en los medios y la iconografía durante los cuarenta años de la dictadura de Franco es un trabajo muy ambicioso, que rebasa los límites de este capítulo. También hay que decir que la selección está condicionada por las vivencias y, sobre todo, por las lecturas del autor durante su adolescencia, que fueron la fuente para paliar la sed de conocimiento dé la secreta —y socialmente peligrosa— condición de los homosexuales de su generación.

Masones, rojos y maricones

Uno de los primeros documentos que refleja de forma gráfica el tratamiento que aguardaba a los homosexuales tras el conflicto civil es un ejemplar de la revista
Letras,
de finales de 1939
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, que retrata como homosexuales al constitucionalista Luis Jiménez de Asúa (1899-1970) y al escritor catalán Ventura Gassol y Rovira (1893-1980), en unas aleluyas contra los líderes republicanos donde se mezcla a masones, marxistas y homosexuales y se amenaza con la escoba para limpiar España de esa ralea. El socialista Jiménez de Asúa había sido el presidente de la comisión parlamentaria que redactó la Constitución de la Segunda República española y representó al gobierno republicano en Polonia, Checoslovaquia y ante la Sociedad de Naciones durante la Guerra Civil. Tras la contienda, se exilió en Argentina. La revista falangista
Letras
le representa con las cejas depiladas, largas pestañas, labios pintados y fruncidos en forma de corazón, haciendo un gesto manierista con la mano izquierda, que hizo fortuna como representación canónica de la mano tonta de los homosexuales afeminados. Gassol, catalanista radical y hombre de confianza de Francesc Macià, había sido
conseller
de cultura de la Generalitat y autor de poemas, relatos breves y una novela. En
Letras
se le dibuja también con las cejas depiladas y los labios pintados, mostrando un libro, cuyo elocuente título es
El sí de las niñas
, de Moratín. Ambas imágenes aparecen en una serie de «ripiosas aleluyas», en las que se califica de «nauseabundo» a Azaña; de «esclavo de Stalin» a Negrín; de «vil» a Diego Martínez Barrio; de «masonazo» a Portela Valladares; de «grandísima bruta» a La Pasionaria; de «cretino» a Casares Quiroga y, en general, de «gente de mala calaña, que está traicionando a España» a todo el liderazgo republicano, al que se le augura: «Contra la plaga marxista, una escoba falangista». Redactadas por un tal Ventura y dibujadas por Duce (sic), el tono violento, ofensivo y amenazador de las páginas se corresponde a la arrogancia violenta con que los vencedores del conflicto civil se disponían a tratar a los perdedores, a los que se colgaba la acusación de ser homosexuales para añadir estigma y descalificación personal a su ideario.

Otra publicación de primera hora en que se traduce la actitud persecutoria de las autoridades franquistas hacia la homosexualidad fue un informe sobre moral en España
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, realizado a principios de los años cuarenta a instancias del Patronato de Protección a la Mujer. La institución era un organismo creado en 1941 con la finalidad de regenerar a las muchas mujeres que había dejado en la calle la Guerra Civil, a las que se recluía en centros dependientes de este Patronato. Para elaborar sus informes, la institución contaba con las fuentes que proporcionaba la Iglesia, las comisarías de Policía y cuartelillos de la Guardia Civil, así como con soplos de «personalidades de indiscutible prestigio». Se publicaron informes de moralidad pública entre 1942 y 1951, pero el que presumía de aportar más datos sobre la homosexualidad es el correspondiente al bienio 1943-1944. Son años en los que los redactores de la memoria ven un empeoramiento general de la moral en España, donde proliferan los bailes y degenera el comportamiento de las parejas en la oscuridad de las salas de cine, con sus nefastas consecuencias para el pudor femenino.

Pero había apartados mucho más alarmantes, como el referido a la homosexualidad. En las zonas fronterizas, como Guipúzcoa, la homosexualidad se extendía por influencia de «gentes llegadas de fuera», de Francia, mientras que en Álava, más al interior, la gente desconocía la práctica. En Valladolid, las autoridades no se dejaban engañar y sabían que la homosexualidad «alcanzaba gran extensión», pero para su frustración los gays no se dejaban coger fácilmente; en Palencia, por esos años, hubo un brote «que escandalizó a la ciudad» y en Zaragoza la policía tenía fichados a unos cincuenta o sesenta individuos de esa orientación. De Madrid no se dan datos y de Extremadura se propone una arriesgada conclusión: en Badajoz los homosexuales «hacen alarde de su depravación», mientras que en Cáceres ni han oído hablar de ella. Andalucía pecaba desigualmente. Entre los hombres de Huelva, el vicio estaba muy extendido; en Córdoba apenas había casos contados; en Jaén el pueblo pedía «rigor» con los pocos casos observados; en Granada apenas existía, y en Sevilla había un número «regular» de casos, afortunadamente en disminución «entre la clase obrera». La
Memoria
se completaba con la afirmación de que en Tenerife se había extinguido, mientras en las Baleares crecía entre los hombres y se daba mucho el lesbianismo entre las presas políticas en la cárcel de Ibiza. Lo peor de todo, sin embargo, era Barcelona, donde la «plaga de invertidos» se mostraba «sin recato por todas partes». El surrealista mapa de la homosexualidad a la española en los años 40 no dejaba, pues, de tener el efecto no buscado de informar a los homosexuales españoles sobre dónde «podrían mostrarse sin recato, con frecuencia y en todos los lugares».

Una aproximación, menos oficial, pero mucho más insidiosa, es el célebre ensayo de Mauricio Carlavilla, que firmaba como Mauricio Karl, titulado
Sodomitas. Homosexuales, políticos, científicos, criminales, espías, etc.,
cuya primera edición es de 1956 y que para 1972 iba por la decimosegunda reedición, lo que da idea de que debió de ser libro de cabecera de toda una generación de gays, ávidos de oír hablar de sí mismos
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. Autor de títulos como
El enemigo: marxismo, anarquismo, masonería
y
El tenebroso Plan Koosevelt— Stalin,
Karl asocia homosexualidad y comunismo y asiste al avance del vicio por todas partes. «La manada de fieras sodomitas, por millares, se lanza a través de la espesura de las calles ciudadanas en busca de su presa juvenil», alerta «Disfrazada de persona, la fiera sodomítica ojea entre el matorral abundante de las aceras su pieza preferida, el Cándido muchacho, lo más grato a su ávida pupila cuanto más inocencia lleva retratada en su fisonomía». Más adelante, Karl pronostica: «La alimaña sodomita, valida de su apariencia humana, una vez elegido el joven se le aproximará, entablará conversación con cualquier pretexto. Lo invitará en un bar, lo llevará a un cine». De ahí, sin duda, esos premonitorios carteles en los urinarios, para impedir que las alimañas sodomitas los usarán para aproximarse a jóvenes con la malsana intención de invitarles al cine.

Mauricio Karl veía homosexuales allá donde posara la mirada, o al menos, cuantos menos veía, más seguro estaba de que éstos merodeaban al acecho, al punto de que la calle era una amenaza para los niños guapos: «Vuestro hijo puede volver a casa corrompido, guardando su bochornoso secreto que nada delatará; la monstruosa relación continuará y, dada su edad, su instinto sexual se torcerá y será para siempre un invertido». Para reforzar la tesis de la maldad, el autor insiste en que homosexualidad y comunismo comparten el mismo fin destructor de la Humanidad: «El comunista es contrario a la familia por ser ella motivo natural de la propiedad individual. Y el sodomita es también su adversario por ser su sexualidad agenésica, estéril suicidio de la especie, como el comunismo es suicidio de la sociedad». La homosexualidad, incluso, acabará por subvertir el orden establecido de las clases sociales, pues la sodomía, si no es exclusiva de las clases privilegiadas, es en ellas donde más reina y, desde luego, desde donde más escándalo causa en el proletariado (...) Tal escándalo es aprovechado por el demagogo revolucionario para llevar a las masas a la revolución; por lo tanto, la sodomía de las clases aristocráticas, capitalistas y burguesas, quieran ellas o no, será siempre objetivamente comunista.

Pero, más que con esta delirante paranoia anticomunista, nos interesa quedarnos con la afirmación de que el homosexual es invisible y está en todas partes, una acusación que, a buen seguro, reconfortaría a muchos de sus lectores invisibles y omnipresentes. Para éstos también fue reveladora la difusión desde las páginas de
Sodomitas...
de los resultados del Informe Kinsey sobre la sexualidad humana, efectuado por un zoólogo de la Universidad de Indiana, que acababa de publicarse. Kinsey realizó 5.300 entrevistas personales y 17.000 cuestionarios escritos, cuyas conclusiones arrojaban que un tercio de la población masculina estadounidense había tenido alguna experiencia homosexual. Para Karl, las cifras demostraban la relación que existía entre homosexualidad y violencia: «El estrago de la sodomía entre los adolescentes —¡un tercio!— patentizado en su estudio por Kinsey, nos hace pensar si tal homosexualidad no será la causa primera y esencial de tanta criminalidad juvenil». Es difícil saber si Carlavilla interpretó correctamente el éxito de ventas de su obra y lo acertado de alguno de sus augurios, como éste: «Nos hallamos en marcha hacia un mundo que será más y más homosexual o, en todo caso, en el cual los homosexuales vivirán a cara descubierta».

La coartada de la ciencia

Hasta que se cumpliera la profecía, sin embargo, los gays españoles se tendrían que conformar con sucedáneos de la realidad. En el consumo erótico de cuerpos masculinos, la mirada gay encontró tenue satisfacción sustitutoria en dos tipos de publicaciones: las revistas de musculación, en apariencia un canto a la hipermasculinidad, y la pseudo pornografía que ofrecían los libros de antropología. Esto último beneficiaba igualmente a la mirada heterosexual, que no encontraba legalmente más desnudos en que posar la mirada que los de las mujeres no blancas. En 1944, el cineasta Manuel Hernández Sanjuán viajó a Guinea por encargo del director general de Marruecos y Colonias, José Díaz de Villegas, para documentar la vida de los españoles en su parcela africana. Rodó más de treinta documentales, que quedaron olvidados en la Filmoteca Nacional y de los que tres fueron rescatados en 2006 por Pere Ortín y Vic Pereiró
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. Uno de ellos,
Balele,
que retrata con gran calidad cinematográfica un baile tradicional fang en Evinayong, muestra con generosidad a mujeres danzando con los pechos descubiertos. Hernández Sanjuán se dio cuenta de la contradicción entre las costumbres ancestrales guineanas y la moral católica española, y pensó que las imágenes no se podrían mostrar en la metrópoli, pero asegura —en una entrevista reproducida en el libro— que los sacerdotes españoles de la colonia le dijeron que no era inmoral mostrar a las guineanas desnudas, puesto que así reflejaba bien la realidad del país colonizado.

La anécdota revela la doble moral oculta bajo la coartada antropológica, que permitía que el desnudo burlara la censura, si era «étnico», por el racismo de los censores. Y eso fue aplicable tanto a hombres como a mujeres. Los ejemplos pueden ser muchos. Sirva un libro del viaje de José María Viguera Cabredo
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al Orinoco en 1968, donde se reproducían en color los pechos de las indígenas y los penes de los indios, mientras remaban en cueros por los ríos de la selva o se entregaban a la primitiva tarea de envenenar las puntas de sus flechas con curare. La antropología respondía a la demanda morbosa de una sociedad forzada a la hipocresía, mediante la treta de explayarse, en aras de la ciencia, en los detalles de la sexualidad de los pueblos exóticos y primitivos, apelando a la madurez del lector como herramienta intelectual que le permitía no escandalizarse. Algunos títulos publicados a finales de los setenta eran en realidad pornografía agazapada, que pasaba la censura gracias a esa etiqueta científica bajo la que se presentaba. Dos títulos del alemán Adolf Tüllmann, editados a principios de los años setenta por Círculo de Lectores, ejemplarizan esta afirmación. En V
ida amorosa de los pueblos naturales
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, cuya primera edición alemana era de 1960, hay un capítulo sobre
La homosexualidad y otras formas especiales
que responde a la dualidad de condena y guiño a que hemos aludido antes:

En libros que tratan de naciones civilizadas, seguramente este capítulo llevaría por título 'perversiones' o 'desviaciones'; pero una obra dedicada a estudiar los pueblos naturales de la tierra con el serio propósito de intentar, por lo menos, hacer justicia a esas gentes, traicionaría su propósito con semejantes títulos.

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