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Authors: Javier Ugarte Perez

Una Discriminacion Universal (20 page)

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Los primeros pasos hacia la visibilidad se estaban dando, pero con muchas dificultades porque los partidos políticos democráticos, por miedo a que la sociedad no se tomara en serio sus reivindicaciones, se alejaban como de la peste del «problema homosexual». Para hacerse una idea de la reticencia de la izquierda en aquel momento a dejarse «contaminan» por las reivindicaciones de los colectivos homosexuales, es útil repasar las reacciones de los partidos políticos recogidas en el libro
Los partidos marxistas. Sus dirigentes/Sus programas
, a cargo de Fernando Ruiz y Joaquín Romero
{178}
, del que hay una selección de citas en
Triunfo
{179}
.
El portavoz de la OICE, Diego Fábregas, aseguraba que «se recurre a la homosexualidad por no ser capaz de afrontar otras responsabilidades», aunque, en una muestra de generosidad, matizaba: «Estoy de acuerdo en que, aunque (no hagamos una liga de defensa, [la homosexualidad] no sea reprimida». Manuel Guedán, de la ORT, estaba seguro de que «Es una alteración de la sexualidad». Pero como el anterior, no creía que hubiera que reprimir la homosexualidad «de una forma policíaca o física. Hay que buscar la fórmula de solucionar estos problemas que son una enfermedad con origen en causas distintas y que pueden requerir tratamientos de diversos tipos». Para Eladio García, del PTE, las causas de esta «degeneración en la vida» estaban claras, no eran culpa del individuo: «Como marxista-leninista no puedo pararme en la condena de un hombre, sino que debo ir a las condiciones que hacen posible la extensión de la homosexualidad». Para su partido, había que acabar con todas las causas que provocan la homosexualidad: razones económicas, capitalistas, en cuanto a degeneración y a los motivos que pueden originar también que un hombre, por defectos físicos congénitos, sea asexual, marginado y no se adapte para vivir perfectamente en la sociedad.

Y no eran sólo los partidos comunistas a la izquierda del PCE quienes pensaban así. Enrique Tierno Galván, entonces líder del PSP, que posteriormente se integraría en el PSOE, sostenía que «La homosexualidad debe ser corregida porque realmente no responde a los principios de una sociedad estable tal como se entiende». Aunque hay que recordar también que Tierno Galván pedía «mucha comprensión. Se trata de personas que han desviado los instintos bien por razón biológica, por razón social o, en muchos casos, porque no han tenido un tratamiento psiquiátrico a tiempo».

Paralelamente, otro fenómeno cultural, el cómic
underground
{180}
, había comenzado a minar la tradicional representación gráfica negativa del homosexual, subvirtiéndola de forma desafiante y ofreciendo un contramodelo que iba a hacer fortuna en los primeros años de la Transición
{181}
. La revista fundacional del cómic
underground
español fue
El Rollo enmascarado.
La portada del primer número, obra de Josep Farriol, presentaba a un personaje de cabello enmarañado, que chupaba un polo de innegable aspecto fálico, con una estética muy similar a la de los antihéroes del dibujante norteamericano Robert Crumb, que influyó en la primera generación de artistas españoles del
underground.
La temática de las historias tenía tres argumentos, según ha escrito, en
Memorias del underground barcelonés
, Onliyú, el nombre artístico de José Miguel González Marcén, redactor jefe de
El Víbora:
«La crónica de la ciudad, más o menos canallesca y pobre; las virguerías gráficas emparentadas con la ingestión de LSD y, sobre todo, las ganas de follar»
{182}
. Destacó en esta corriente el sevillano Nazario Luque, creador de la serie
Sábado, sabadete,
que mostraba el mundo del deseo que se liberaba cuando llegaba el tiempo semanal de ocio. En una composición similar a la literaria
Ea colmena,
de Camilo José Cela, Nazario hacía un retrato plural —y lo plural incluía con generosidad a lo homosexual— de la sociedad de Barcelona en las salas de estar, en coches, parques, callejones oscuros, bares y cines. El dibujante ponía en evidencia con acidez los trucos de los seres humanos para ligar, la hipocresía y las mentiras que se contaban las parejas, el mundo latente de las pasiones bajo la apariencia calmada y ordenada de la superficie y al incluir a los homosexuales les homologaba en la normalidad. Para Onliyú,
Sábado, sabadete
«no era sino un demoledor canto a la calentura colectiva y frustrante de los fines de semana».

Tras la muerte de Franco, dos mundos paralelos coincidieron en el espacio social español en pugna por imponerse. Uno, el del entramado legislativo de la dictadura; otro, el de la lógica de la libertad llevada hasta sus últimas consecuencias. Mientras
El Viejo Topo
publicaba su
dossier
sobre la homosexualidad y las publicaciones
underground
ofrecían una imagen normalizada del homosexual en su subcultura, en la calle seguía vigente la Ley de Peligrosidad Social, que penalizaba su orientación. Mientras Nazario se paseaba vestido de mujer por Las Ramblas, muchos gays seguían siendo condenados a penas de tres meses de prisión en las cárceles de Huelva y Badajoz, una amenaza de la que se hacían eco las historietas del cómic
underground.

En enero de 1978,
El Viejo Topo
publicó un artículo de Federico Jiménez Losantos,
Literatura y cultura gay
{183}
, en las que el joven periodista conversaba con Alberto Cardín, que acababa de publicar
Delante por detrás
, y Biel Mesquida, autor de
Puta Mares (ahí).
En la introducción a la doble entrevista, Jiménez Losantos escribió:

Mientras la cultura oficial de izquierdas sonríe permisiva y reitera un discurso bonachón y populachero, hay quienes se empeñan en no considerar lo gay dentro del destapismo costumbrista, sino como una de las bases de la nueva cultura en la España de la Restauración.

Justo un año después, se modificó la Ley de Peligrosidad Social para despenalizar la homosexualidad por la que, según los archivos de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, sólo quedaban dos «homosexuales peligrosos en la cárcel en abril de 1978
{184}
.

Los estereotipos gráficos y literarios no desaparecieron de la noche a la mañana de los medios de comunicación, especialmente de los más sensacionalistas, pero el
boom
cultural de los ochenta, primero en Barcelona y después en Madrid, puso los cimientos de una imagen positiva y normalizada de la homosexualidad y el lesbianismo. Excede los límites cronológicos de este texto adentrarse en ese terreno, pero baste recordar las primeras películas de Pedro Almodóvar —
Pepi, Luci, Bomy otras chicas del montón
(1980),
Laberinto de pasiones
(1982),
La ley del deseo
(1986)—, o publicaciones como
Anarcoma
{185}
, de Nazario, protagonizada por un detective travestido y antifascista que desenmascara siniestras tramas en Barcelona, y la revista
La Luna de Madrid,
que nació en 1983, donde hizo historia el cómic Manuel
{186}
, en el que el dibujante Rodrigo narraba sin palabras una historia de amor entre dos hombres que vivían su romance por las calles y bares del centro de Madrid a plena luz, con un tratamiento lírico y positivo sin precedentes. Entretanto, en el Ayuntamiento de la capital, un Enrique Tierno Galván rejuvenecido se desentendía de sus prejuicios, hacía —como el país— tabla rasa con su propio pasado y respaldaba institucionalmente desde la alcaldía la cultura de la tolerancia encarnada en La Movida. Lo peor había pasado.

EL MOVIMIENTO DE LIBERACIÓN DE GAYS Y LESBIANAS DURANTE LA TRANSICIÓN (1975-1981)

Jordi Petit y Empar Pineda

Preámbulo

Resumir este intenso período del movimiento homosexual que va de 1975 a 1981, de la muerte de Franco al fallido golpe de estado de Tejero, resulta una empresa difícil dada su complejidad y diversidad de actores y sucesos. Desde la perspectiva de hoy, existen temas e ideas que han evolucionado muchísimo, por ejemplo todo lo relativo al concepto de transexualidad, entonces simplificado en el término travestí, que no guarda ninguna relación con los parámetros actuales de las diversas lecturas ideológicas de la diversidad sexual que incluyen la expresión lgbt o el enfoque «queer», inexistentes en aquellos años.

Otros fueron los enfoques y lecturas ideológicas que intentaremos recoger mínimamente aquí, así como una relación de hechos que nos permitan acercarnos a aquella explosión de ilusión y libertad. Van a quedar muchas cosas en el tintero, desde la relación de los imaginativos «nombres de guerra» que muchos militantes eligieron durante la clandestinidad hasta la descripción del semilegal ambiente gay de Sitges o Torremolinos al inicio de la Transición...

Nuestra perspectiva parte de Cataluña, donde el FAGC fue inspirador del resto del movimiento, sin menoscabo de la labor de otros frentes que hace falta historiar debidamente. Reflejaremos, además, la situación de las lesbianas y el movimiento feminista más allá de Cataluña
{187}
.

El contexto

Bajo el régimen franquista y con la bendición de la jerarquía de la Iglesia católica, la sexualidad estaba totalmente orientada a la procreación, siempre en el marco de la institución matrimonial. El aumento de la natalidad fue una verdadera
obsesión
del franquismo con sus carnés de familia numerosa a modo de llave de acceso a algunos beneficios, por otra parte pobres y exiguos. Fuera del marco matrimonial el sexo era
pecado
y el
Sexto Mandamiento
del catolicismo lo presidía todo. La opresión sexual fue tremenda para todos y de manera especial para las mujeres, cuyo destino sexual consistía en satisfacer al esposo, teniendo que demostrar que ellas no estaban especialmente interesadas en el sexo, sino en la ternura, el cariño, la devoción por los suyos, la sumisión al varón, la maternidad... Los textos que la Sección Femenina de Falange Española y de las JONS elaboró sobre estos temas para que fueran estudiados en el Bachillerato son una buena muestra de todo ello. Así pues, la equiparación Sexualidad=Heterosexualidad=Maternidad se convertía en el fin de la sexualidad de las mujeres. Hay que recordar que en el Código Penal estaban tipificados como delitos el adulterio, la información, distribución y utilización de los métodos anticonceptivos y el aborto. Y que la censura del Régimen impedía que se importaran o se publicaran libros sobre sexualidad que se salieran de los márgenes establecidos.

Por otra parte, el régimen nacional-católico de la dictadura crea una sociedad tremendamente homofóbica y caricaturesca del «mariquita»
(No desearás al vecino del quinto
de 1970 ha sido una de las películas más taquilleras de nuestra historia), una sociedad al mismo tiempo ignorante de la existencia del lesbianismo y de las mujeres lesbianas. Nunca sabremos cuántos homosexuales emigraron, ni cuántos se suicidaron, y aún con dificultades, cuántos fueron perseguidos por la Ley de Vagos y Maleantes de 1954 y luego, desde 1970, por la de Peligrosidad Social, dada la escasez de estudios e investigaciones realizados sobre este trágico asunto.

Los últimos años del franquismo alumbran una serie de cambios contenidos por la represión, pero presentes ya en la vida social. El
boom
económico de los años sesenta amplió las capas medias que pudieron mandar a sus hijos a una universidad que los convirtió en rebeldes, mientras despega la incorporación de la mujer al mundo laboral y a los estudios superiores. Se trata de una sociedad en desarrollo y en cambio, que aumenta el consumo y que recibe millones de turistas con costumbres sexuales desconocidas para la mayoría de
nativos
y
nativas.

Existe una oposición clandestina capaz de levantar una notable movilización obrera de la mano de CC.OO., sin poder llegar a la anhelada huelga general política para acabar con el régimen. Podemos dar fe —como entonces militantes, Jordi del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y Empar del Movimiento Comunista (MC)— de que, en general, la militancia clandestina mayoritaria (con excepción de los troskistas), no tenia en cuenta en su ideario la cuestión homosexual, aunque sí un inicial feminismo. Al mismo tiempo, la madre de Jordi contaba que el lunes en el mercado (el de Sant Antoni) las vendedoras comentaban las películas pornográficas que habían ido a ver a Francia durante la escapada del fin de semana. Desde el
Kamasutra
a la mantequilla de
El último tango en París,
los españoles llenaban los cines de Perpiñán, Hendaya y París. El imaginario colectivo, en los estertores de Franco, empezó a identificar democracia con libertad sexual.

Situación de las personas homosexuales

Al final del franquismo la percepción social de la homosexualidad en España es de gran rechazo, tal como lo atestiguan, por ejemplo, el 80% de encuestados en contra que saca a la luz un estudio de la revista progresista
Guadiana
de agosto de 1975. De las lesbianas prácticamente no se hablaba, como si no existieran. La mayoría de homosexuales viven sumergidos y sumergidas en la doble vida y el matrimonio, bajo la angustia de sentirse enfermos o anormales. Existen lugares de ligue rápido y anónimo para varones, sea al aire libre, como jardines y urinarios, en determinados cines o en escasos bares de localidades turísticas como Sitges y Torremolinos, aunque también los había en Madrid y Barcelona, siempre bajo el miedo de una redada policial en aplicación de la temida Ley de Peligrosidad Social.

Las lesbianas no sufrieron la misma represión que los gays, falsamente amparadas por el manto de las ideas socialmente extendidas sobre la sexualidad femenina: una sexualidad tierna, dulce, cariñosa, más dada a las caricias amorosas que al goce del sexo, casi reservado a los varones (la sexualidad, como el coñac «era cosa de hombres» en aquellos años) hacia quienes tenían que dirigir sus deseos y, de forma exclusiva, en el matrimonio. Si dos mujeres se abrazaban o se besaban, bailaban o vivían juntas... nada de extraño tenía: «las mujeres son así de cariñosas», se pensaba. Se podían hacer cosas absolutamente impensables entre dos varones, ante quienes enseguida saltaban voces tildándolos de maricones y otras lindezas, cuando no la denuncia y la consiguiente represión. Esta engañosa
permisividad
de la que gozaban las lesbianas hacía posible unas vidas sin el miedo a las redadas policiales y posibilitaba, en las grandes ciudades, el establecimiento de toda una serie de redes formadas por las viviendas de amigas lesbianas en las que se celebraban reuniones y fiestas, sin temor a denuncias por parte del vecindario que normalmente estaba encantado de tener a «unas chicas que eran muy formales y que ni siquiera invitaban a chicos a sus fiestas, con lo que las celebraciones eran mucho menos ruidosas y más tranquilas». Por otra parte, la socialización de todas las mujeres en el
amor romántico,
en el que el sexo estaba prácticamente ausente, ayuda a entender que las lesbianas no buscaran ligues de sexo rápido en lugares públicos como sí lo hacían los gays, considerados socialmente, al igual que el resto de los varones, como seres sexuales, interesados por el sexo sin necesidad de montarse una historia amorosa previa al contacto directamente sexual. Los lugares públicos frecuentados casi exclusivamente por lesbianas eran unos pocos bares o pubs
de ambiente
(como así los llamábamos) en los que muchas lesbianas quedaban impactadas al ver a aquellas que no tenían reparos en manifestarse como les apetecía, sin ningún tipo de inhibición, adoptando actitudes y comportamientos alejadísimos de lo que
la buena educación
nos había inculcado. Eran las
camioneras
, las
butch
del mundo anglosajón, de lo que años más tarde nos enteraríamos.

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