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Authors: Javier Ugarte Perez

Una Discriminacion Universal (24 page)

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El artículo cubre un espacio temporal que arranca con la creación de las primeras organizaciones de lesbianas (1977) y concluye con el abandono de éstas de la
Coordinadora de Frentes de Liberación Homosexual del Estado Español
(la COFLHEE) en 1983. El trabajo utiliza fuentes de diferente signo, todas ellas cualitativas. Para realizar la reconstrucción histórica de este periodo he llevado a cabo una búsqueda exhaustiva de noticias de prensa. Además del estudio de la literatura secundaria existente, he analizado las fuentes primarias producidas por los grupos más significativos (artículos, fancines, panfletos, actas de congresos, carteles), si bien, por razón de espacio, incluyo aquí únicamente algunos ejemplos. La organización del capítulo es la siguiente: a continuación explico cómo se activa la protesta sexual en la clandestinidad de la dictadura contra la hostilidad legal y social existente representada, entre otros ámbitos, en la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (LPRS). En el segundo apartado estudio la integración de los grupos de lesbianas en las estructuras de los
Frentes de Liberación Homosexual
que van organizándose por toda la geografía española. En el tercero expongo las alianzas políticas de estos colectivos, y en el cuarto sus objetivos políticos prioritarios. El quinto se ocupa de las diferencias que afloran en el interior de los
Frentes
a finales de la década, entre las que figuran las existentes entre lesbianas y gays, que constituyen uno de los elementos que explican el abandono de éstas de las estructuras mixtas. El sexto y último apartado contiene unas breves conclusiones.

Los inicios de la movilización de las minorías sexuales

La organización de lesbianas, gays y transexuales comienza en nuestro país a principios de los años setenta en la clandestinidad de la dictadura, como reacción a la puesta en vigor de la anteriormente mencionada LPRS
{199}
. El régimen franquista no penalizaba expresamente la homosexualidad, pero la perseguía a través de tres medidas represoras en manos de jueces y policías: la LPRS, el delito de escándalo público (arts. 431 y 432 del Código Penal) y el Código de Justicia Militar. La LPRS, que consideraba a los homosexuales propensos a realizar hechos delictivos o antisociales por su opción sexual (es decir, castigaba un delito sin que éste se hubiera cometido), se había aprobado el 4 de agosto de 1970, un año después de la revuelta de
Stonewall.
En este bar de la ciudad de Nueva York, la noche del 28 de junio de 1969 los transexuales, travestís, lesbianas y gays allí presentes se rebelaron contra el habitual hostigamiento policial
{200}
. La LPRS que aprobó el régimen franquista venía a sustituir a la
Ley de Vagos y Maleantes
del 14 de julio de 1954, que, a su vez, era heredera de la instaurada durante la Segunda República, en 1933 (que no incluía a los «homosexuales»). Anteriormente, la Dictadura de Primo de Rivera sí había sancionado legalmente la homosexualidad en el Código Penal. La LPRS no fúe derogada hasta el 11 de enero de 1979.

La existencia de la LPRS convirtió en «peligrosos sociales» al conjunto de las minorías sexuales
{201}
. Esta Ley se presentaba no como un castigo, sino como un conjunto de medidas de «cura» y tratamiento para los homosexuales, y con este fin se crearon dos centros de rehabilitación: Huelva (para los homosexuales activos) y Badajoz (para los pasivos), aunque la mayor parte de las condenas se cumplían en cárceles convencionales. En la práctica no había, como era de esperar, diferencia entre el castigo y la rehabilitación, y la ley funcionó como un instrumento represor de primer orden. El calificativo utilizado de «peligrosos» servía para justificar la necesidad de medidas de control y vigilancia para evitar que dichos actos se propagasen. Entre 1970 y 1979 fueron encarcelados unos mil homosexuales de los cerca de cinco mil que fueron juzgados, según estimaciones realizadas a partir de los datos extraídos de las
Memorias de la Fiscalía del Tribunal Supremo
(Monferrer y Calvo, 2001). Llamas y Vila (1997: 194) señalan que, según datos del
Instituto Lambda,
entre 1974 y 1975 en Madrid fueron juzgadas por homosexualidad 152 personas. Estos datos mencionan los casos de dos mujeres, pero se desconocen los detalles de los procesos.

En 1970 Francesc Francino (bajo el seudónimo de Mir Bellgai) y Armand de Fluvià (que utilizaba el de Roger de Gaimon) presionaron a los obispos y a las fuerzas políticas a través del envío de cartas exigiendo que rechazaran la propuesta de aprobación de la LPRS (De Fluvià, 2003: 47). Los activistas consiguieron finalmente modificar la expresión «homosexuales» por la de «quienes realicen actos de homosexualidad» (Llamas y Vila, 1997: 196). En julio de 1977, la
Coordinadora de Grupos Marginados
(creada ese mismo año, y que agrupaba a homosexuales, presos comunes, feministas, minusválidos y prostitutas) envía una carta a las Cortes con veinte mil firmas contra la LPRS, demandando la disolución de los tribunales especiales que la aplicaban. Con este tipo de acciones pretendían llamar la atención de la clase política sobre la necesidad de acabar con una represión legal que era incompatible con el marco de la recién estrenada democracia y su principio de igualdad ante la ley, junto a la exigencia de Amnistía Total para los condenados y los declarados «peligrosos»
{202}
. El indulto del 25 de noviembre de 1975 y la Amnistía del 31 de julio de 1976 no incluyeron a los encarcelados por la LPRS. Como explica el activista Jordi Petit,

Los gays y las lesbianas no se habían beneficiado de la Amnistía ni del indulto del Gobierno de Adolfo Suárez tras la muerte de Franco. Los presos políticos y los terroristas sin delitos de sangre salieron de la cárcel, pero los homosexuales no
{203}
.

La estrategia política de los
Frentes
libertarios fue la de defender los presupuestos de la «igualdad», frente a los de la «diferencia» homosexual. De acuerdo con este principio, estas organizaciones no presentaron en aquel momento la demanda de la derogación de la LPRS como una cuestión específica de derechos de los transexuales, lesbianas y gays, sino como la necesidad de que el sistema legal estuviera en consonancia con los principios de la Constitución ya en marcha y como una cuestión de «derechos humanos»
{204}
.

Volviendo a la protesta, no hay que olvidar que ésta, no obstante, ya había comenzado antes: en 1971, Francino y Fluvià, utilizando los seudónimos mencionados, habían creado en Barcelona el denominado
Movimiento Español de Liberación Homosexual
(MELH), embrión del FAGC, que contará con otros núcleos en Madrid y Bilbao, y que desde los comienzos está también integrado por lesbianas. Las dos primeras activistas que se unen al MELH utilizan los seudónimos de Marga y Amanda Klein
{205}
. Este primer grupo se comienza a reunir en la clandestinidad para debatir textos y libros. El MEHL editó un boletín, llamado
Aghois (Agrupación Homófila para la Integración Social),
y contribuyó a formar una red de activistas con el objetivo de organizar un movimiento de masas cuando las circunstancias políticas cambiasen (De Fluvià, 1978).

La muerte de Franco en 1975 posibilita la movilizazción en la calle de las minorías sexuales y la salida de la clandestinidad del MELH, que pasa entonces a llamarse, en línea con el discurso de la revolución social marxista,
Front d Alliberament Gai de Catalunya
(FAGC); este colectivo ha ejercido desde su creación una gran influencia en el activismo gay, lésbico y transexual en el Estado español
{206}
. La Transición del régimen franquista a la democracia, periodo de euforia social y política por la consecución de derechos y libertades (véase, entre otros, Maravall, 1982), brindó una serie de oportunidades a la movilización en general que, en el caso de las minorías sexuales, se tradujeron en la creación de
Frentes de Liberación
sexual en las principales ciudades del país: el
Front d'Alliberament Homosexual del País Valencia
(FAHPV), que luego se convertiría en el MAG-PV, en Baleares; el
Front d Alliberament Gai de les Iles
(FAGI); el
Euskal Herriko Gai Azkapen Mugimendua
(EGHAM), creado en 1977 en Bilbao; el
Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria
(MHAR) de Sevilla; la
Asociación De
mocrática de Homosexuales
organizada en Málaga, y el
Frente de Liberación Homosexual de Castilla
(FLHOC), fundado en Madrid en 1978.

En Madrid se había organizado en 1972 una sección del MELH, y en 1977 se crean tres grupos: el
Movimiento Democrático de Homosexuales de Madrid
(MDH, ligado al Partido Comunista), grupo que defendía la participación conjunta con las lesbianas pero en el que no había ninguna activista (Calvo, 2001); el
Frente Homosexual de Acción Revolucionaria
(FHAR), con militantes de la
Liga Comunista Revolucionaria
e influenciado por el FHAR francés, y que sí contaba con un grupo de lesbianas, y
Mercurio
, una «agrupación para integrar a los homosexuales en la sociedad»
{207}
. Tras la desaparición del FHAR y el MDH, algunos de los antiguos militantes de estos grupos, los miembros de
Mercurio
y personas independientes forman el FLHOC en enero de 1978, «... que desde sus orígenes se ha propuesto una meta final: acabar con la situación de marginación social a la que se somete al homosexual y lograr una sociedad nueva en la que los roles sexuales dejen de existir»
{208}
. Los principales Frentes se organizan finalmente en 1977 en la
Coordinadora de Frentes de Liberación Homosexual del Estado Español
(COFLHEE)
{209}
.

«Que nuestra voz se oiga»: las primeras organizaciones políticas de lesbianas

Las primeras lesbianas que se organizan lo hacen, de manera autónoma, en el interior de los
Frentes.
En 1977, en plena «locura militante» (Llamas y Vila, 1997), se crean los primeros grupos: el
Col. lectiu de Lesbianas
en el interior del
Frente
valenciano, y el
Col.lectiu de Lesbianes de Barcelona
(CLB). Este último comienza a colaborar con el FAGC en septiembre de 1977
{210}
. A éstos se van uniendo posteriormente grupos de lesbianas como los que forman parte de los Frentes de Bilbao (EHGAM), Galicia (FLHG), y Madrid (FLHOC), entre otros. El CLB intervendrá en el mitin público del FAGC contra la LPRS celebrado en el cine Niza de Barcelona en diciembre de 1977, «primera reunión política en la que se habla de lesbianismo públicamente»
{211}
.

De forma paralela al abandono del CLB de la militancia conjunta, en el FAGC se formó un nuevo grupo de lesbianas que, en noviembre de 1978, se presentó en la Asociación de Prensa de Barcelona como un grupo en formación llamado
Grup de Lluita per l'Alliberament de la Lesbiana
(GLAL). Sin embargo, la «falta de entendimiento» entre las componentes hizo que el grupo se disolviera en poco tiempo
{212}
. A principios de ese año se organizó también el ESAM (
Emakumearen Sexual Askatasunerako Mugimendua, Grupo de Liberación Sexual de la Mujer),
como organización autónoma dentro de EGHAM, al que siguió el
Grupo de Mujeres del FLHOC
en Madrid; desde el propio FLHOC se animó a las lesbianas a que se unieran al colectivo
{213}
. En 1980, en Valencia se crea un
Colectivo de lesbianas
integrado en el MAG-PV (antes
Frente de Liberación del País Valencia),
manteniendo, como en los otros casos, la autonomía «para reunirnos, tomar decisiones y preocuparnos por nuestra problemática específica»
{214}
.

Las activistas de los colectivos integrados en los
Frentes
en la segunda mitad de los años setenta reivindican un discurso propio como lesbianas. Como defendía el CLB, una vez abandonado el FAGC, en 1978, para unirse a la
Coordinadora Feminista:

ES PRECISO, PUES, QUE NUESTRA VOZ SE OIGA PARA DESVELAR Y REVELAR LOS ASPECTOS COMUNES DE NUESTRA REALIDAD COMO MUJERES Y REIVINDICAR NUESTRA DIFERENCIA COMO LESBIANAS.
{215}

La identidad lesbiana se configura del lado de los «desviados», los no heterosexuales, en un contexto en el que las minorías sexuales se enfrentan a «leyes que nos discriminan y reprimen; la opinión pública que nos condena; y la angustia del propio homosexual, que obstaculizado por su medio, no consigue aceptarse él mismo»
{216}

. Sin embargo, defienden que, pese a que comparten una opresión común, su problemática no es idéntica a la de los varones gays. Por un lado, se enfrentan al problema del silencio que rodea sus vidas y la invisibilidad social. Las mujeres (y las lesbianas en particular) no tienen una sexualidad propia, y el lesbianismo no es reconocido. Como señalan las activistas del CLB:

La homosexualidad masculina está oprimida y reprimida porque está reconocida, ya que el hombre tiene sexualidad propia. Como la mujer no la tiene, el lesbianismo no sólo es reprimido sino que también es negado
{217}
.

Por otro, las identidades sexuales en general, y lesbianas en particular, son identidades estigmatizadas: están asociadas con una desviación, anomalía o atributo socialmente indeseable. La definición de la identidad colectiva lesbiana parte de la existencia de una imagen pública del grupo estigmatizada o, para utilizar la terminología de Goffman (1963), «dañada». El estigma que recae sobre el lesbianismo es mayor que el que soportan los varones gays, aunque ellas se encuentren ante una menor represión legal producto de su no existencia social y política. Y es mayor porque es doble. Como lesbianas, son también mujeres: están discriminadas por su género y su opción sexual. Una muestra de la denuncia de esta localización en la encrucijada de varias discriminaciones es la del siguiente extracto:

La mujer lesbiana es considerada como una grave amenaza contra el núcleo familiar patriarcal/capitalista, y por tanto, es reprimida, no sólo por su sexo, sino también a causa de su sexualidad específica
{218}
.

La lucha contra esa estigmatización impuesta exteriormente es uno de los motores de la protesta sexual (Altman, 1993). En el caso de las lesbianas, y de las minorías sexuales en general, los «identificadores externos» (Brubaker y Cooper, 2000: 15-16), es decir, la Iglesia, la profesión médica y los juristas, han producido una serie de discursos en los que las presentan como pecadoras, enfermas o delincuentes, respectivamente. Las organizaciones políticas de lesbianas centran, desde sus inicios, gran parte de su actividad en la modificación de los discursos, las representaciones y los estereotipos existentes sobre ellas, que las estigmatizan y marginan (Taylor y Whittier, 1995; Trujillo, 2005).

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