Hugh se horrorizó.
—¡Pero esto es asesinato! -exclamó.
—Eso mismo.
—¿Está enterado de ello vuestro presidente?
—Lo sabe. Pero los Miranda son ahora sus favoritos.
—¿Y tu familia…?
—Hubo una época en que podíamos poner coto a tales abusos. Pero ahora, controlar nuestra propia provincia requiere todo el esfuerzo de los Silva.
A Hugh le mortificó la idea de que su propia familia y el Banco Pilaster financiara una industria tan brutal, pero, por unos instantes, trató de dejar a un lado sus sentimientos y pensar fríamente en las consecuencias de aquello. El artículo que había escrito Tonio era precisamente la clase de material que The Times publicaría encantado. Se pronunciarían discursos en el Parlamento y se recibirían cartas al director en los semanarios. La conciencia social de los hombres de negocios, muchos de los cuales eran metodistas, les induciría a pensárselo cuidadosamente antes de relacionarse con los Pilaster. Sería extraordinariamente nefasto para el banco.
«¿Debo preocuparme?», pensó Hugh. El banco le había tratado mal y estaba a punto de abandonarlo. Pero, a pesar de todo, no podía pasar por alto el problema. Aún estaba empleado en el Pilaster, a fin de mes cobraría su sueldo y, al menos hasta entonces, debía su lealtad al banco. Estaba obligado a hacer algo. ¿Qué quería Tonio? El hecho de que enseñara a Hugh el artículo antes de publicarlo sugería que deseaba hacer un trato.
—¿Cuál es tu objetivo? -le preguntó-. ¿Quieres que dejemos de financiar el comercio del nitrato?
Tonio sacudió la cabeza.
—Si los Pilaster se retiran, otros cogerán el relevo… otro banco con la piel de la conciencia más gruesa y dura. No, debemos ser más sutiles.
—¿Has pensado en algo concreto?
—Los Miranda proyectan construir una línea ferroviaria.
—Ah, si. El ferrocarril de Santamaría.
—Ese ferrocarril hará de Papá Miranda el hombre más rico y poderoso de todo el país, salvo el propio presidente. y Papá Miranda es una alimaña. Quiero que se suspenda el proyecto del ferrocarril.
—Y por eso vas a publicar este artículo.
—Varios artículos. y celebraré reuniones, pronunciaré conferencias, presionaré a diputados del Parlamento y trataré de conseguir que el ministro de Asuntos Exteriores me conceda una audiencia: haré todo lo posible e imposible para socavar la financiación de ese ferrocarril.
Hugh pensó que también podía dar resultado. Los inversores huyen de todo lo que sea polémico. A Hugh le sorprendió el enorme cambio que se había producido en Tonio, del joven impetuoso incapaz de retirarse de una partida de naipes al prudente adulto que hacía campaña en pro de los mineros maltratados.
—¿Por qué acudes a mí?
—Podríamos abreviar el proceso. Si el banco decidiese no avalar los bonos del ferrocarril, yo no publicaría los artículos. Así, vosotros os evitaríais una desagradable publicidad negativa y yo conseguiría lo que quiero. - Tonio esbozó una sonrisa incómoda-. Confío en que no tomes esto como un chantaje. Sé que es algo drástico, pero no tan brutal como notar niños en una mina de nitrato.
Hugh meneó la cabeza.
—No es nada brutal. Admiro tu espíritu de cruzado. Las consecuencias que esto pueda tener para el banco a mí no me afectan de un modo directo… estoy a punto de despedirme.
—¿De veras? - Tonio se mostró atónito-. ¿Por qué?
—Es una larga historia. Te la contaré en otro momento. El resultado, sin embargo, es que lo único que puedo hacer es informar a los socios de que has acudido a mí con esta proposición. Ellos son los que están en condiciones de decidir qué opinan sobre el asunto y qué quieren hacer. De lo que sí estoy seguro es de que no me van a pedir mi opinión. -Aún tenía en la mano el manuscrito de Tonio-. ¿Puedo quedármelo?
—Sí, tengo una copia.
Las hojas de papel llevaban el membrete del Hotel Russe, domiciliado en la calle Berwick, en Soho. Hugh no había oído hablar de él: no se trataba de ninguno de los establecimientos hoteleros importantes de Londres.
—Te transmitiré lo que digan los socios.
—Gracias. - Tonio cambió de tema-. Lamento que nuestra conversación se haya tenido que centrar en este asunto. Hemos de reunirnos y hablar de los viejos tiempos.
—Has de conocer a mi esposa.
—Me encantaría.
—Me pondré en contacto contigo.
Hugh salió del café y regresó al banco. Al consultar el enorme reloj del vestíbulo le sorprendió constatar que, pese a todas las gestiones que había llevado a cabo durante la mañana, aún no era la una. Subió directo a la sala de los socios, en la que se encontraban Samuel, Joseph y Edward. Tendió el artículo de Tonio a Samuel, quien, tras leerlo, se lo pasó a Edward.
Este se puso hecho una furia y no pudo llegar al final. Con el rostro como la grana a causa de la cólera, apuntó a Hugh con el índice, al tiempo que acusaba:
—¡Has tramado esto con tu viejo compinche del colegio! ¡ Os habéis confabulado para arruinar todo el negocio con América del Sur! ¡Lo único que sucede es que te corroe la envidia porque a mí me han hecho socio y a ti no!
Hugh comprendió por qué estaba tan histérico. La operación comercial suramericana era la única contribución significativa que Edward había aportado a la firma.
—Eras un majadero en el colegio y todavía sigues siéndolo. -Hugh suspiró-. La cuestión es determinar si el banco quiere ser responsable del incremento del poder e influencia de Papá Miranda, hombre al que parece no importarle flagelar mujeres y asesinar niños.
—¡Eso no me lo creo! -protestó Edward-. La familia Silva es enemiga de los Miranda. Todo esto no es más que propaganda malintencionada.
—Estoy seguro de que eso es lo que dirá tu amigo Micky.
Pero, ¿es así?
Tío Joseph miró recelosamente a Hugh.
—Hace pocas horas entraste aquí con la intención de convencerme para que abandonara esa emisión. Me pregunto si esto no será un plan destinado a minar la primera operación importante que Edward va a llevar a cabo como socio.
Hugh se puso en pie.
—Si vas a lanzar dudas sobre mi buena fe, lo mejor es que me marche ahora mismo.
Se interpuso tío Samuel.
—Siéntate, Hugh -dijo-. No tenemos por qué averiguar si esa historia es cierta o no. Somos banqueros, no jueces. El hecho de que el ferrocarril de Santamaría vaya a ser polémico aumenta el riesgo de los bonos, lo cual significa que tenemos que reconsiderar la operación.
—No pienso dejarme intimidar -repuso tío Joseph agresivamente-. Dejemos que ese petimetre suramericano publique su artículo y que se vaya al diablo.
—Hay otro modo de llevar el asunto -murmuró Samuel tratando la beligerancia de Joseph con mayor seriedad de lo que merecía-. Podemos esperar a ver qué efecto tiene este artículo sobre la cotización de los valores suramericanos existentes hoy en el mercado: no son muchos, pero sí los suficientes como para calibrar ese efecto. Si caen en picado, cancelaremos el ferrocarril de Santamaría. Si no, continuaremos adelante.
Suavizado en cierto modo, Joseph aceptó:
—No me importa someterme a la decisión del mercado.
—Cabe considerar otra opción -prosiguió Samuel-. Podríamos intentar que otro banco participase con nosotros en la emisión de bonos y lanzarla conjuntamente. De esa forma, la publicidad hostil se debilitaría al tener un blanco dividido.
Hugh pensó que no le faltaba lógica a la idea. No es lo que él hubiese hecho; hubiera preferido cancelar la emisión de bonos. Pero la estrategia planteada por Samuel reduciría el riesgo, y eso era lo que la banca buscaba siempre. Como banquero, Samuel era mucho mejor que Joseph.
—Está bien -dijo Joseph con su impulsiva vehemencia de costumbre-. Edward, encárgate de encontrarnos un socio.
—¿A quién debo proponérselo? -preguntó Edward inquieto.
Hugh comprendió que no tenía ni idea acerca de un asunto como aquél.
Le respondió Samuel:
—Es una emisión importante. Si se piensa bien, no son muchos los bancos predispuestos a emprender una operación tan arriesgada en América del Sur. Tendrías que recurrir a los Greenbourne: puede que sean los únicos lo bastante fuertes como para aceptar el riesgo. Conoces a Solly Greenbourne, ¿verdad?
—Sí. Iré a verle.
Hugh se preguntó si no debería aconsejar a Solly que rechazase la propuesta de Edward, pero automáticamente cambió de idea: a él lo habían contratado como experto en América del Norte, y sería pecar de vanidoso si empezara a emitir opiniones sobre una zona completamente distinta. Decidió hacer un intento más para convencer a tío Joseph de que debía cancelar por completo la emisión.
—¿Por qué no nos limitamos a lavarnos las manos en lo que se refiere al ferrocarril de Santamaría? -dijo-. Es un negocio de escasa importancia. El riesgo siempre ha sido alto, y ahora tenemos encima la amenaza de una publicidad negativa. ¿Qué falta nos hace?
—Los socios han tomado su decisión -dijo Edward en tono petulante- y no tienes prerrogativa alguna para discutir y menos rechazar sus resoluciones.
Hugh se dio por vencido.
—Te doy la razón -dijo-. No soy socio, y pronto tampoco seré empleado.
Tío Joseph le miró, con el ceño fruncido. -¿Qué significa eso?
—Me voy del banco.
Joseph se sobresaltó. -¡No puedes hacer eso!
—Claro que puedo. Soy un simple empleado y me habéis tratado como tal. Así que, como simple empleado, me voy a trabajar a otro sitio, con un empleo mejor.
—¿Adónde?
A decir verdad, iré a trabajar para los Greenbourne.
Los ojos de Joseph parecieron salírsele de las órbitas.
Pero tú eres el único que lo sabe todo con respecto a los norteamericanos!
Imagino que ése es el motivo por el que los Greenbourne tenían tantas ganas de contratarme -dijo Hugh.
No pudo evitar complacerse con la indignación de tío Joseph.
—¡Pero nos quitarás negocio!
—Debisteis pensar en eso en el momento de decidir retirar vuestra oferta de nombrarme socio.
—¿Cuánto te pagan?
Hugh se levantó para marcharse.
—No eres quién para preguntar eso - replicó con firmeza.
—¿Cómo te atreves a hablarle así a mi padre? -exclamó Edward.
El enojo de Joseph estalló como una burbuja, y ante la sorpresa de Hugh, el hombre se calmó automáticamente.
—Vamos, cállate, Edward -dijo-. Cierta dosis de astucia forma parte de las cualidades que ha de tener un buen banquero. Hay veces en que desearía que te parecieses un poco a Hugh. Puede que sea la oveja negra de la familia, pero al menos tiene agallas. -Se volvió hacia Hugh-. Muy bien, lárgate -dijo sin rencor-. Espero que te des un buen batacazo, pero temo que me voy a quedar con las ganas.
—Sin duda eso es lo más parecido a una despedida amable que voy a obtener de vuestra rama de la familia -dijo Hugh-. Buenos días.
—¿Y cómo está la querida Rachel? -preguntó Augusta a Micky, al tiempo que le servía el té.
—Muy bien -respondió Micky-. Tal vez venga luego.
En realidad, no acababa de entender a su esposa. Era virgen cuando se casaron, pero se comportaba como una prostituta. Se sometía a él en cualquier momento, en cualquier lugar, y siempre con entusiasmo. Una de las primeras cosas que pretendió fue atarla a la cabecera de la cama, recrear la imagen que alegró su mente la primera vez que se sintió atraído por la muchacha; y, no sin cierta decepción por parte de Micky, Rachel accedió a sus deseos. Hasta entonces, él no había propuesto nada a lo que ella se hubiera resistido. Incluso la había tomado en el salón, donde era constante el riesgo de que los sirvientes les sorprendiesen; Rachel pareció disfrutar allí más que nunca.
Por otra parte, era todo lo contrario a la sumisión en las demás cuestiones de la vida. Discutía con él en lo referente a la casa, la servidumbre, el dinero, la política y la religión. Cuando él se hartaba de contradecirla, intentaba ignorarla y luego la insultaba, pero no conseguía nada. A Rachel le dominaba la engañosa ilusión de que le asistía tanto derecho como a un hombre a tener sus propios puntos de vista.
—Confío en que represente una ayuda en tu trabajo -dijo Augusta.
Micky asintió.
—Es una buena anfitriona a la hora de ejercer de embajadora -repuso Micky-. Atenta y rebosante de gracia.
—Creo que se lució en la fiesta que organizasteis en honor del embajador Portillo -comentó Augusta.
Portillo era el enviado portugués y Augusta y Joseph habían asistido a la cena.
—Rachel tiene el increíble proyecto de abrir una casa de maternidad para mujeres solteras -dijo Micky mostrando su irritación.
Augusta mostró su repulsa con un negativo movimiento de cabeza.
—Eso es imposible para una mujer con la posición social que tiene ella. Además, ya hay un par de instituciones de maternidad.
Rachel afirma que se trata de instituciones religiosas que sólo se dedican a recordar a las mujeres lo malas que son. El establecimiento que ella propone las ayudará sin obligarlas a rezar.
—Peor que peor -dijo Augusta-. ¡Imagínate lo que diría la prensa sobre ello!
—Exacto. Me he mantenido muy firme en ese asunto.
—Es una muchacha afortunada -manifestó Augusta, a la vez que obsequiaba a Micky con una sonrisa íntima.
El hombre comprendió que trataba de coquetear y se abstuvo de corresponder. Lo cierto era que estaba demasiado comprometido con Rachel. Ciertamente, no la amaba, pero en sus relaciones con ella había profundizado enormemente, y ella absorbía todo su vigor sexual. Para compensar su distracción, retuvo unos segundos la mano de Augusta, cuando ella le pasaba la taza de té.
—Me halaga -dijo Micky en voz baja.
—No lo dudo. Pero creo que algo te preocupa.
—La querida señora Pilaster, tan perspicaz como siempre. ¿Cómo voy a imaginar que puedo ocultarle algo? -Le soltó la mano y cogió la taza de té-. Sí, estoy un poco nervioso en lo que concierne al ferrocarril de Santamaría.
—Creí que los socios habían llegado ya a un acuerdo.
—Así fue, pero parece que organizar esas cosas lleva mucho tiempo.
—El mundo de las finanzas se mueve muy despacio.
—Yo lo comprendo, pero mi familia, o mejor, mi padre, me remite dos cables a la semana. Maldigo el día en que el telégrafo llegó a Santamaría.
Irrumpió Edward con la noticia.