Una profesión de putas (41 page)

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Authors: David Mamet

Tags: #Ensayo, Referencia

BOOK: Una profesión de putas
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Chunk Barrett es el ex jefe de Correos de Cabot. Me contó que cuando él era niño existía una cosa llamada Fuerza de Socorro Femenina, una organización creada originalmente para honrar a los veteranos de la Guerra de la Independencia. El Día de los Caídos, aquellas damas llevaban coronas de flores al cementerio y arrojaban flores al río desde el puente de la calle Elm. «Cuando yo volví a casa de la Marina», dijo Chunk, «todo aquello se había acabado, no sé por qué. Así que yo lo empecé de nuevo».

Ahora, la Ceremonia del Día de los Caídos está dirigida por Bob Davis, que antes llevaba la Cremería (es decir, la Cooperativa Lechera de Agricultores de Cabot).

Chunk y yo estábamos parados delante de su casa cuando pasó el desfile. El doctor Caffin llevaba la bandera nacional, y Bunchy Cookson, dueño del garaje, la bandera de la Legión Americana. Bob Davis desfilaba con un viejo M-l.

También formaban parte del desfile un comandante de Aviación, cuatro colegiales con coronas de flores y una tropilla de nueve gnomos con ramos de lilas. Les seguía una sección de la banda de la Escuela Secundaria de Cabot.

El desfile se detuvo en el Parque Municipal, que está enfrente de la casa de Chunk, y formó filas delante del Obelisco Conmemorativo de la Guerra Civil. La banda de Cabot tocó
My Country Tis ofThee
. Uno de los alumnos de la escuela secundaria habló sobre la historia del Día de los Caídos. El comandante de Aviación habló elocuentemente del sacrificio de los jóvenes que, en cada generación, han respondido a la Llamada a las Armas y defendido los Intereses Norteamericanos. Varios estudiantes de Cabot leyeron poemas acerca de los Campos de Flandes.

Pero bueno, pensé, si estos crios ni siquiera saben dónde está Flandes. No saben que los campos se tiñeron de rojo por la sangre. No saben que, en Gran Bretaña, la poesía de los Campos de Flandes señaló el final de una era, el final del Espíritu Marcial británico y el final de un Imperio. No saben que toda una generación de británicos murió en la primera guerra mundial. No tienen ni idea de por qué murieron aquellos hombres, como no la tienen ustedes ni la tengo yo. No cabe duda de que, dentro de cien años, las causas de la segunda guerra mundial, aquella «guerra justa», resultarán igual de oscuras para los escolares. Creemos que sabemos por qué lucharon nuestros padres. Lucharon para defenderse. Lucharon por sus vidas.

En mi comunidad y en el círculo de mis amigos hay varios veteranos de la segunda guerra mundial, un veterano de la Luftwaffe, un miembro de la Resistencia Holandesa y un refugiado de guerra judío, que salió de Varsovia huyendo del Terror Nazi. Yo nací en 1947, y para mí esa gente forma parte de un pasado histórico, como los veteranos de Vietnam para los escolares reunidos en el parque de Cabot.

Todos nuestros conflictos se pierden en la antigüedad. Los más feroces enfrentamientos han quedado reducidos a anotaciones en los libros de historia: «Eran rivales encarnizados.»

En la arenga mejor escrita de la historia del idioma inglés, Shakespeare decía: «Los viejos olvidan, y todo será olvidado, pero esto se recordará siempre, etc., etc.»

¿Y quién se acuerda ahora del Día de San Crispín?

Los escolares no saben nada de la guerra. Se han criado con la desdichada y destructiva retórica de la confrontación, lo mismo que yo hace treinta años. Se les ha hecho creer que el mundo se divide en
nosotros
y
ellos
; y
nosotros
siempre tenemos razón; y
ellos
siempre están equivocados.

Estos niños de Cabot cuentan, además, con un gran privilegio: forman parte de una comunidad que los ama. Y no están presentes en la ceremonia del Día de los Caídos para honrar a los muertos de nuestras diversas guerras, sino para honrar a sus mayores aún vivos, que desean que sus niños vengan a participar en la ceremonia. Frente a la tradición de nuestros Heroicos Caídos, los niños disponen del ejemplo inmediato de sus padres y abuelos, que nunca hablan de la guerra —al menos, los que yo he conocido— excepto para preguntarse por qué estuvimos luchando.

¿Es posible que este veterano de la Luftwaffe y este veterano de la Resistencia juraran en otro tiempo matarse el uno al otro? ¿Es posible que nuestra aliada, la «Valerosa Rusia», sea el demonio encamado, y que el mundo no sea lo bastante grande para nosotros dos? ¿Por qué, una vez más, la especie se apresta a la autodestrucción?

En el Parque Municipal hay cuatro escolares con coronas de flores. Al final de la ceremonia, una corona se coloca en el obelisco de la Guerra Civil, y dos cometas de la Escuela Secundaria tocan a silencio. Bob Davis anuncia que el desfile debe volver a formar para marchar hasta el Ayuntamiento, de ahí al puente, y del puente al cementerio de la calle Elm. En estos puntos se dejan las restantes coronas, y me alegra comprobar que, una vez más, se arrojan flores al río, como se hacía cuando Chunk Barrett era joven.

Hay algo especial en el hecho de que las mismas familias repitan las mismas tradiciones en el mismo lugar durante más de doscientos años. En esta pequeña población, el Cuatro de Julio y el Día de los Caídos se conmemoran con discursos y cánticos. La comunidad no se avergüenza de exhibir en público las cosas que la mantienen unida. Como en las comunidades rurales, parece que se instruye a los jóvenes para que piensen correctamente y, llegado el momento, actúen correctamente.

En Cabot, el 30 de mayo está marcado por el desfile del Día de los Caídos y una manifestación contra el Gobierno Federal.

Esta noche hay una reunión en la Escuela Secundaria Blue Mountain, en Wells River, Vermont. El Departamento Nacional de Energía está buscando un lugar donde verter residuos radiactivos de alto nivel, y uno de los lugares propuestos es el Bosque Nacional de Spruce Mountain, a unos dieciséis kilómetros del pueblo de Cabot, donde yo vivo.

En la calle principal de Cabot, la pregunta de la semana es: «¿Vas a ir a la reunión?», y se trata más bien de una pregunta retórica, porque todo el mundo va a ir a la reunión.

En un principio, la Escuela Secundaria Blue Mountain había previsto que la reunión se celebrara en el aula de economía nacional. Al darse cuenta del interés que despertaba decidieron trasladarla al salón de actos. Ahora se ha trasladado de nuevo, esta vez al gimnasio, y se han instalado altavoces fuera del gimnasio para la gente que se quede fuera. Se han contratado autobuses y furgonetas para transportar a los ciudadanos. Durante los dos últimos días han aparecido anuncios a toda página en los periódicos locales, que decían «Diles (a tus representantes) que te opondrás al envenenamiento nuclear de Vermont con todos los medios legales a tu alcance,
y que esperas que ellos hagan lo mismo
». A continuación, el anuncio cita una carta del general Ethan Allen al Congreso en 1781: «Estoy tan firmemente decidido a defender la independencia de Vermont como el Congreso a defender la de los Estados Unidos.»

Los anuncios los escribí yo.

Para mí ya no constituye ninguna novedad ver mis palabras en letra impresa u oírlas en un escenario o en una película. Pero cuando vi publicados estos anuncios me sobresalté. «Seguro que un ciudadano particular no puede acudir a un periódico y poner un anuncio exhortando al populacho a oponerse al Gobierno Federal», pensé. Pero, por lo que parece, sí que se puede.

En este día se han celebrado dos grandes Imperativos Norteamericanos: la necesidad de Acción Comunitaria y la necesidad de Pensamiento Independiente. El poema «En los campos de Flandes» termina así: «Si os falla la fe en los que hemos muerto / no dormiremos, aunque crezcan amapolas / en los campos de Flandes.» Los veteranos de Vietnam están trabajando en la Cremería, y no pueden dejar el trabajo para asistir al desfile. Seguro que esta noche están demasiado cansados para acudir a la reunión antinuclear. Sí que acudirá casi toda la gente mayor. Es posible que la fuerte tradición de reuniones ciudadanas que existe en Vermont les haya infundido la idea de que ellos son el gobierno. El «campanero» del pueblo soy yo, y todavía estoy asombrado de que el periódico haya publicado mi anuncio. Me sobrecoge que tal cosa sea posible.

¿Valía la pena luchar por esta libertad?

Sí. Valía la pena y sigue valiendo la pena luchar por ella. Y si la historia pretende demostrar que la lucha y la libertad no estaban relacionadas, los que lucharon pensaban que sí lo estaban. Y estoy seguro de que casi todos ellos fueron a aquellas guerras por la misma razón por la que nosotros vamos esta noche a la reunión antinuclear: para garantizar, para nosotros y para nuestra posteridad, los beneficios de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

La ferretería de Harry

En la trastienda de la ferretería de Harry, en la calle principal de Cabot, Vermont, hay una ilustración enmarcada que representa a un vendedor con levita hablando con un hombre en mono de trabajo. El hombre del mono tiene en las manos un cepillo de carpintero, de caoba con apliques de latón. Se trata, evidentemente, de un extranjero, de ascendencia alemana o escandinava, y el artista ha captado el deseo
y
la aprensión que siente al mirar el cepillo.

Este carpintero está a punto de hacer una adquisición de la que dependerá su subsistencia. Es un tipo decidido, y no piensa dejarse influir ni por las mañas del vendedor ni por sus propios deseos. El vendedor lo sabe. Le consta que el otro decidirá por sí mismo, pero opina que tal vez le venga bien un poco de ayuda. Puede que el carpintero no esté familiarizado con las marcas norteamericanas, o que no se haya fijado en la marca.

El vendedor está haciéndole una promesa al cliente. Está ligando
su propia
reputación a la de sus artículos. Señala el cepillo. Sus palabras, impresas en la parte inferior del cartel, dicen: «Está fabricado por la Compañía de Instrumentos Stanley.»

La ilustración es un reclamo de cartón para mostrador, de los años veinte. Está colgada sobre un mostrador lleno de antiguos cepillos de carpintero americanos e ingleses. Por todo el local hay mesas llenas de viejos cinceles, taladros y regías; en la pared se exhiben sierras antiguas y cepillos como el de la ilustración.

Chris Kador le compró la tienda a Harry Foster en 1982, y Harry se mudó colina arriba.

En la parte delantera, Chris vende artículos de ferretería, ropa, munición, aparejos de pesca, materiales agrícolas y de construcción, y muchas cosas más.

Tiene café caliente y hay una mesa para bebérselo mientras se discute sobre el tiempo y otras variables.

El mes pasado, la monotonía de la Temporada del Barro en Vermont se animó gracias a las discusiones sobre la Herramienta Misteriosa.

Chris compró un lote surtido de herramientas antiguas, y encontró entre ellas un artefacto que respondía a la siguiente descripción: un mango de arce rizado de quince centímetros de longitud, con el extremo inferior ensanchado, y una cabeza de hierro forjado de diez centímetros, que parecía un cruce entre un garfio de maderero y una azuela en miniatura.

Chris envolvió el mango en un billete de un dólar, sujeto con una gomita, y dejó la herramienta junto a la caja. La primera persona que acertara lo que era se llevaría el dólar.

La respuesta que obtuvo con más frecuencia fue «No sé lo que es, pero me resulta muy conocido», seguida de cerca por «Lo he visto una vez, pero se me ha olvidado lo que era».

Cuatro de Julio.

El desfile de Cabot atrae visitantes de toda Nueva Inglaterra. Es un Cuatro de Julio «a la antigua», con carrozas, banda de música, barbacoa y feria.

En la feria se puede tirar a la canasta por un cuarto de dólar, con la esperanza de ganar un premio, y se pueden lanzar pelotas contra una diana, con la esperanza de hacer caer a una autoridad local en una cuba llena de agua. El año pasado… la autoridad en cuestión era el director de la escuela. Red Bean suele participar en la feria con su colección de antiguos motores de gasolina magníficamente restaurados, y mirando esas obras maestras pintadas de rojo y verde casi se puede sentir lo que debió significar para un granjero de 1890 un motor de cinco caballos capaz de mover una noria, una correa de transmisión, una sierra o un tractor.

El desfile suele estar programado para comenzar a las once, y por lo general comienza a las doce. Lo organiza Eunice Bashaw, la conductora del autobús escolar, y Eunice decide qué participaciones son aceptables: la aceptabilidad depende principalmente de que se haya hecho la inscripción a tiempo, e incluso este criterio es bastante elástico. No creo que Eunice excluya una carroza bonita, conducida por gente de buena voluntad que, simplemente, se apuntó en el último momento. También es Eunice la que nombra a los Jurados secretos y administra la Concesión de Premios (por lo general, 100 dólares a la mejor carroza, 50 a la más graciosa y 50 a la más imaginativa). Estoy familiarizado con estas categorías porque he tenido el honor, tres veces, de ser uno de los Jurados secretos del desfile, y
aún
estoy escocido por algunos de los apaños que tuve que hacer.

El desfile suele constar de una Guardia de Honor, varios conjuntos musicales, temas de la tierra —como la carroza que presentó Ed Smith en 1985, llamada «Verano en Cabot», que incluía a Ed y su familia vestidos con prendas de lana y apretujados en tomo a una estufa panzuda—, varios coches de bomberos de los pueblos vecinos, el Teatro de Marionetas, un camión de la Cremería y cosas parecidas.

El desfile se forma bajo el puente de la calle Elm, pasa por los tres comercios del pueblo y la oficina de Correos, y baja por la calle principal hasta el campo de juegos y la barbacoa de pollo.

En la ferretería, la gente se reúne para discutir sobre el calendario particular del norte de Vermont: la siega, la temporada del ciervo, el deshielo de enero, la Temporada del Barro y la época de las moscas negras; y también sobre el calendario universal de la conducta humana, las mujeres, las suegras y por qué las cosas ya no están tan bien hechas como antes.

Llevo veintidós años viniendo a Cabot, y aquí me han enseñado a cortar y partir leña, a hacer un cuchillo de caza en una forja y a montar a caballo. Como forastero y persona de paso he sido objeto de la misma paciencia y cortesía que el vendedor de la casa Stanley mostraba con el extranjero del cartel, una generosidad basada en la dignidad y el orgullo.

La Herramienta Misteriosa de la Ferretería Harry fue identificada en distintas ocasiones como una azuela en miniatura para niños, un garfio de abordaje pequeño y una herramienta de jardín de alguna clase.

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