Read Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos Online
Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta
Tags: #Ensayo, #Biografía
—Pero entonces, ¿qué sentido tenía que en los folletos divulgativos se hiciera constar la intervención de García Revenga y de su esposa con el añadido de su cargo y parentesco en la Casa Real? —inquirió el juez, profundizando en la herida.
—Queríamos ofrecer a nuestros interlocutores la máxima transparencia.
En su intento por alejar a la corona del negocio del Instituto Nóos, el duque de Palma precisó que en marzo de 2006, a raíz de una conversación mantenida con la Casa del Rey, se le aconsejó que «dejara de contratar con instituciones públicas […]. Y así lo hice», apuntó Urdangarin, dejando en bandeja la réplica al magistrado. El juez retomó su tono incisivo y volvió a la carga, reforzado por los elementos que obraban en su poder.
—Existen serios indicios de que ese propósito no llegó a cumplirse… —ironizó Castro.
—A partir de ese momento intenté centrarme en el sector privado y abandonar completamente el sector público.
Se le mostraron las declaraciones de decenas de empleados de Nóos que habían confesado que a partir de aquella fecha siguió controlando el instituto como si nada hubiera pasado, y hasta se le presentó una chequera de la entidad en la que quedaba constancia de salidas de 2.500 euros consecutivas, acompañadas de sus iniciales: «I.U.». La cantidad no era casual, ya que habitualmente la Agencia Tributaria rastreaba en aquella época los pagos superiores a 3.000 euros, y ahora lo hace con los que sobrepasan los 1.500. De tal forma que se convencieron de que de esta forma el fisco no se percataría del vaciado masivo del Instituto Nóos. El duque contestó que no tenía ni la más remota idea, que le habían suplantado su personalidad, y volvió a señalar, otra vez, a su socio como culpable. En total fueron sacados a su nombre 147.000 euros de Nóos con posterioridad a la fecha en la que dijo haberse desvinculado. Pero continuó impertérrito.
Una vez planteada la cuestión de hasta qué punto la Casa Real estaba involucrada en Nóos, Castro pasó a preguntarle al duque de Palma, para centrar la cuestión, qué consideraba él una entidad sin ánimo de lucro, a la vista de que había utilizado su instituto para enriquecerse.
—Una entidad sin ánimo de lucro es aquella que aporta y difunde el conocimiento sin la pretensión de obtener beneficio económico.
—¿Y si existe un excedente, qué se hace con él? —prosiguió el juez.
—Se reinvierte en lo que se está haciendo.
Se le recordó que se había estado lucrando a través de Nóos mediante la emisión de facturas falsas desde su sociedad Aizoon y que eso no casaba con lo que estaba diciendo, se le mostraron correos electrónicos que lo acreditaban, pero el duque de Palma seguía sin perder la compostura. Y cuando se le preguntaba por el papel de su mujer, terciaba jurando que no estaba al corriente de nada. Continuaba en sus trece de que no había hecho nada malo y en cuanto el juez descendía al detalle, apostillaba que «esa materia no era de mi competencia» y volvía a remitir a su socio Diego Torres, con el que, aseguró, no mantenía «relación alguna desde 2008».
El yerno del rey insistió en que no participaba en la gestión del Instituto Nóos y se intentó presentar como un ente ajeno a cualquier cuestión económica o administrativa. Como si pasase por allí.
—Mi responsabilidad era llevar la relación institucional de alto nivel, hacer el seguimiento de las relaciones comerciales que surgían de dichas relaciones e involucrar a las máximas personas posibles. En lo que respecta a la materia del deporte, aportaba mis experiencias deportivas a los diferentes proyectos. Como administrador no tomé ninguna decisión en el Instituto Nóos —dijo, enfocando el ventilador al que antaño fue su «tronco» Diego Torres.
El duque de Palma se presentaba como un mero comercial de altos vuelos, un conseguidor de suculentos contratos, pero, en ningún caso, como un aprovechado. En los momentos más tensos se limitaba a beber agua y cuando el interrogatorio ya se hizo insoportable porque no se terminaba nunca se rascó en la cara para intentar calmar sus nervios y se hizo una pequeña herida de la que empezó a sangrar. Cortada la hemorragia, se le mostraron cada uno de los correos electrónicos que le aludían, las facturas de todas las empresas instrumentales que controlaba y el montaje que empleó para llevarse el dinero de Nóos al paraíso fiscal de Belice. Pero ni con esas.
De esta variante del escándalo aseguró haberse enterado por la prensa y juró no conocer de nada al asesor fiscal Salvador Trinxet. Lanzar preguntas a Urdangarin era como jugar un partido de frontón, porque las devolvía todas y no resolvía un solo interrogante. Él no sabía nada de nada: para más detalles, que se los preguntasen a su socio, y ni la infanta ni nadie de la Casa Real estaban al corriente de los tejemanejes del Instituto Nóos pese a que la ejecutiva, a simple vista, parecía configurada desde el corazón de La Zarzuela.
Su declaración se prolongó durante toda la mañana, se hizo un pequeño receso para comer y prosiguió hasta bien entrada la noche. El fiscal Pedro Horrach se reservó para la ocasión varios golpes de efecto. El primero, ante la afirmación constante del duque de Palma de que no tenía constancia alguna de la evasión fiscal, le mostró la constitución de una nueva tapadera para evadir fondos a paraísos fiscales. Se denominaba Vikram, había sido constituida en la misma factoría de Salvador Trinxet, pero nunca llegó a ser utilizada. Y le puso delante un
post-it
en el que quedaba claro que para que cobrara «I.U.», o sea él, debía facturar a la empresa De Goes, que radicaron en Belice.
Urdangarin no se movía un ápice de su discurso y con un cuidado extremo abordó el motivo de su ruptura con Torres, al que sí presentó como un descuidero. No lo hubiera hecho por su cuenta, pero cuando le enseñaron el intercambio de correos en el que discutían por el reparto del botín, no le quedó más remedio que hacerlo.
—¿Está usted diciendo que su socio se quedó con parte de su dinero, que le robó?
—Sí, se puede decir que sí.
Torres estaba al corriente en cada receso de cómo transcurría la declaración y se fue calentando por momentos. Sus peores augurios se confirmaban y el duque de Palma le cargaba a él, íntegramente, el muerto de las irregularidades de Nóos. Si Urdangarin estaba solo, él lo estaba todavía más. Enfrente tenía a su exsocio y a sus cuñados, que no le perdonaban ni le perdonarían nunca que les hubiera metido en este embrollo, y no veía escapatoria posible. Sabía que se había librado de tener que pagar una fianza para evitar su ingreso en prisión porque, de imponérsela a él, la Fiscalía y el juez se hubieran visto obligados a aplicar la misma medida al duque de Palma. Pero salvo ese extremo, su alianza con Urdangarin le estaba perjudicando ahora más que nunca. No podía entender cómo su alumno Iñaki, su buen amigo Iñaki, su inseparable y querido Txiki, su tronco del alma, podía haber caído tan bajo.
Las palabras del duque de Palma que le retransmitía su abogado le atravesaban el corazón y le revolvían como a un toro bravo.
—En cuanto acabe de declarar, metes en el juzgado un escrito pidiendo una fecha para que lo haga yo, que este se va a enterar. Pienso contar toda la verdad del Instituto Nóos. Caiga quien caiga —farfullaba iracundo.
Iñaki según caía sin saber prácticamente nada de lo que le estaban preguntando. Y por desmarcarse, se desmarcó hasta de la constitución de la fundación de niños discapacitados que emplearon Torres y él para llevarse el dinero al Caribe. Dijo que sí, que la idea de montar la Fundación Deporte, Cultura e Integración Social fue suya, pero que el dinero lo depositó un amigo, Joaquín Boixareu, y que ni siquiera pidió permiso a la Casa Real para hacerlo.
—¿No será entonces que puso usted a Boixareu para no tener que pedir permiso a la Casa Real? —preguntó con picardía Castro.
—En absoluto.
Delante de sus ojos se le colocó un documento intervenido en el registro del Instituto Nóos, en el que se hacía constar que Boixareu había depositado «dinero dado por D.T. / I.U.» para la constitución de la entidad. Por lo que todo era un enjuague para disimular, una vez más, su presencia real y efectiva.
Pero el duque de Palma lo negaba. Se ciñó a las supuestas bondades de sus foros en Valencia y Baleares, a decir que se limitó a presentar los proyectos a los políticos de cada comunidad autónoma y que, a partir de lograr su beneplácito, se desentendió de las cifras y de los justificantes.
Nueve horas duró de corrido la primera jornada de declaraciones, en la que le asaltó cierta incertidumbre al pensar que durante los últimos meses el juez le podría haber pinchado el teléfono. En la retina de todos los presentes estaba la también interminable declaración de Matas, en la que Castro hizo una pausa para advertirle de que le había estado escuchando sus conversaciones y que dejaban en evidencia lo que estaba diciendo en su presencia.
La declaración fue suspendida y se conminó al duque de Palma a continuar al día siguiente. Urdangarin salió de los juzgados cansado, pero entero y satisfecho porque había cumplido su guion a la perfección. Había intentado que calase la idea de que él era un pobre hombre en manos del maquiavélico Diego Torres, pero la gran sorpresa le aguardaba a la vuelta de la esquina, apenas unas horas después, con una pregunta que nunca se hubiera imaginado que le hicieran y que no tenía preparada en el guion.
La conexión suiza del duque de Palma.
El juego del jordano.
Spottorno se niega a rehabilitar la imagen de Urdangarin.
Julita Cuquerella reza un avemaría.
El fiscal Pedro Horrach no pudo disimular una mueca de satisfacción. Hastiado por las interminables horas de interrogatorio y la desesperante negativa del duque de Palma a soltar prenda, se decidió a dar un paso más y sacó un documento que tenía custodiado como oro en paño.
El segundo día de declaración transcurrió sin grandes novedades y, a medida que avanzaba la jornada, empezó a cundir la sensación de que el duque de Palma se escapaba vivo por su constante negativa a entrar en materia y su rechazo frontal a admitir su responsabilidad en una sola de las múltiples irregularidades cometidas.
El juez Castro descendió al detalle e intentó determinar la responsabilidad real de la infanta Cristina. No solo en la gestión del Instituto Nóos, sino en la de la empresa patrimonial Aizoon, en la que acabó el dinero desviado. Urdangarin repetía que su mujer era propietaria de dicha sociedad, pero que no intervenía en la gestión y que si firmaba las actas de los consejos de administración y las cuentas anuales, como era innegable porque allí estaba su rúbrica imborrable, era porque la ley lo exige. Nada más. Pero que eso no significa ni mucho menos que estuviese al corriente de lo que se cocinaba en la empresa. Según Urdangarin, él decidía y su mujer se limitaba a figurar.
El magistrado y el fiscal se entretuvieron durante largo rato en diseccionar los gastos personales que el matrimonio había cargado a esta entidad y en los pagos en negro a su servicio doméstico. El duque de Palma intentó defender que Aizoon tenía su sede en su palacete de Pedralbes y que una parte de su vivienda estaba acondicionada como oficinas. Solo así podría justificar a efectos fiscales que esta entidad declarase como gastos propios de su actividad, que teóricamente era la de la asesoría estratégica, el teléfono de la casa, los móviles de sus inquilinos o el alquiler de sus coches.
Se había convertido en un proceso divertido porque, una vez que había quedado claro que Aizoon no desempeñaba trabajo alguno a Nóos y que las facturas que emitía eran falsas, el duque se esmeraba en presentar esta empresa, o sea, su casa, como la sede de una prestigiosa consultora, cuando realmente en ella los duques de Palma se limitan a vivir.
El matrimonio rumano de servicio de los duques de Palma, los Nonosel, había sido aleccionado para que declarase en este mismo sentido y se dedicó a repetir, no sin múltiples contradicciones de por medio, que la casa tenía despachos donde se trabajaba continuamente y que las reuniones de trabajo de Urdangarin y la infanta Cristina tenían lugar en el palacete.
El caso es que el matrimonio Urdangarin-Borbón se había destapado como una pareja obsesionada con escatimar hasta el último céntimo en impuestos. No había factura personal que no colasen a su empresa para así pagar menos impuestos y evitaban hacer contrato y asegurar al personal que se encargaba del mantenimiento de su residencia. En cualquier caso, poco le importaban a Urdangarin estos extremos, ya que constituían meras irregularidades administrativas que, consideraba, no iban a ninguna parte.
El representante de Anticorrupción se lo pensó varias veces tras juguetear con el duque de Palma, pero finalmente se decidió. Tomó la palabra, miró fijamente al yerno del rey, y se abalanzó sobre él sin piedad, a sabiendas de que de esta sí que no se escapaba.
—Señor Urdangarin, ¿tiene usted alguna cuenta en Suiza? —preguntó intencionadamente ingenuo.
El duque de Palma no había perdido la compostura en ningún tramo de aquel maratón judicial y, por primera vez, dejó entrever síntomas de flaqueza. Ataviado con la misma indumentaria que el día anterior —en la que solo variaba la corbata; sustituyó la verde por una de color gris ceniza—, comenzó a titubear, a frotarse las manos y la cara y a cavilar el contenido de su respuesta.
—Ni tengo cuentas bancarias ni estoy autorizado en cuentas bancarias en Suiza.
Contestó de un tirón, pero se advertía en sus gestos y en su mirada que Horrach había dado en el clavo y que no estaba diciendo la verdad. El duque de Palma suplicó para sus adentros que el fiscal cambiara de tema, pero Horrach contraatacó mostrándole un manuscrito. Había sido publicado en exclusiva en
El Mundo
días antes y la letra era inconfundible. Urdangarin lo reconoció al instante, pero guardó silencio, a ver si así conseguía que aquel mal trago pasara cuanto antes. Pero el acusador público no se desvió de su carril:
—Ha sido elaborado por Julita Cuquerella, ¿verdad? Como verá, aparece su nombre en el membrete y es su letra —insistió Horrach, que no podía disimular lo que estaba disfrutando en aquel momento.
—Creo que sí —añadió Urdangarin apartando la vista del documento, como si no quisiese verlo.
El duque de Palma comenzó a perder la compostura y se vio obligado a improvisar de nuevo la respuesta. Esta cuestión no entraba en sus planes y en los ensayos con Marcos Fernández, José María Urquijo y Mario Pascual Vives no había preparado una réplica convincente. El manuscrito era inequívoco. Estaba encabezado por un membrete que rezaba: «Julita Cuquerella Gamboa, asistente personal de D. Iñaki Urdangarin». Y a continuación figuraba un texto breve que comenzaba: «Adjunto te envío las dos copias del contrato».