Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (43 page)

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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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La entente saltó por los aires antes incluso de que el fiscal la hubiera terminado de analizar como hace él las cosas, puntillosamente. González Peeters lo contó
world wide
: todos los abogados personados en el procedimiento fueron debidamente informados, lo mismo sucedió con los procuradores y tres cuartos de lo mismo hizo con los periodistas. De los juzgados palmesanos de Vía Alemania tal vez el único al que no se dirigió el inefable abogado es al responsable de la seguridad en el edificio, el trabajador de Prosegur Primo, un armario de dos por dos que se ha hecho famoso al escoltar a todos los reos célebres que entran a declarar.

El pacto había muerto antes de ver la luz. Se lo había cargado Peeters al filtrárselo a todo quisqui. Solo le faltó informar a Radio Taxi. Las generales de la ley y, sobre todo, el sentido común, dictan que un acuerdo de este tipo hay que presentarlo públicamente una vez cerrado, jamás antes. Esto es como un embarazo: el niño no puede salir antes de tiempo, so pena de que muera nada más asomar la cabecita al no estar desarrollado lo suficiente para vivir.

El cabreo de Mario Pascual Vives con el también barcelonés González Peeters, con el que le unía una razonablemente buena amistad, fue mayúsculo. El del representante de la Fiscalía Anticorrupción, de padre y muy señor mío. El primero se sentía traicionado y sospechaba que el peculiar penalista que defiende a Torres había hecho saltar por los aires el acuerdo de conformidad de forma deliberada. Por su parte, Pedro Horrach sentía que le habían tomado el pelo de la manera más ignominiosa. El resumen de aquel
frikiepisodio
es que el tándem Peeters-Torres se había servido de ellos para sembrar la ceremonia de la confusión. A río revuelto… ganancia de cazadores.

La aproximación Pascual Vives-González Peeters, que se produjo a consecuencia de la revelación de tres correos electrónicos que implicaban al rey en gestiones a favor de Urdangarin, no sirvió para nada salvo para indignar a todo el mundo y para distanciar a los dos principales letrados del caso. Ya nadie se fiaba de un cazador que había sido cazado víctima de su frivolidad. Pero hete aquí que el abogado del socio del marido de la infanta no se dio por vencido. Ni quince días después volvió a visitar al fiscal Horrach para advertirle de que poseía «doscientos
e-mails
más comprometedores aún que los ya divulgados».

—¡Con estos doscientos
e-mails
me cargo la monarquía! —anunció, chulesco él, un González Peeters que no sabía que con esta táctica, lejos de despejar el camino a su cliente, se lo infestaba de cepos a cual más afilado—. Estaban en un ordenador que hemos encontrado recientemente —prosiguió en su relato en primera persona del plural— y hay tantos que aún no nos ha dado tiempo a ordenarlos.

Está de más comentar que el fiscal anticorrupción le mandó, como dicen en Asturias, a esparragar, eso sí, educadísimamente. Porque si algo destacan las partes personadas en el proceso son las «exquisitas formas» de Pedro Horrach.

Parecía el guion de una película de Cantinflas o del memorable actor italiano Totó, si lo tomamos por el lado cómico del personaje, o de Mario Puzo si el episodio lo pasamos por el tamiz de la seriedad. Así funcionaban las hermandades que describía este último en algunas de sus míticas novelas y de las consiguientes películas: primero te daban el aviso pequeño y si lo desoías recibías inmediatamente el grande, que normalmente terminaba como todos ustedes están imaginando. Si González Peeters consideraba que los
e-mails
eran presuntamente delictivos lo que tendría haber hecho, como haría cualquier abogado honorable, es poner las doscientas bombas atómicas a disposición de la justicia. ¿O es que iba de farol?

Entre copa de balón y copa de balón, Peeters se quejaba en voz alta de la «injusticia» que Diego Torres lloraba en voz baja. «Es intolerable que Ana Tejeiro [la mujer del socio de Urdangarin] esté imputada y la esposa de Urdangarin, no», coincidían casi palabra por palabra el justiciable y su defensor. Acto seguido, se rehacía y volvía a coger fuerzas para aumentar la presión y asegurar que iba a ir goteando su chantaje publicitando los correos a razón de tres semanales. Lo cual significa que amenazaba implícitamente con pasarse un año y cuatro meses mostrando al mundo
e-mails
supuestamente letales para la Jefatura del Estado. La única manera de pararlos, aclaraba, era librar del vía crucis judicial y carcelario a Torres.

El vicepresidente de Nóos va aún más allá, según relatan todos los que han escuchado sus filípicas, que no son muchos, debido a que padece manía persecutoria. Tanto él como su abogado aseguran que le persigue el CNI, y que ya no se fía ni de su sombra.

—Tengo otra bomba atómica, que no me toquen más los cojones porque la saco y esta sí que es demoledora, más demoledora aún que las otras —ha comentado a sus intimísimos.

—¿Y en qué consiste esta bomba atómica? —le interrogó preso de la curiosidad uno de los pocos congéneres con los que aún continúa quedando porque no le considera un agente encubierto del CNI.

—No te lo vas a creer, pero el anillo de pedida de Letizia lo compré yo con la tarjeta de crédito de Nóos —relató a la persona que tenía enfrente y que si no se cayó desmayada de la silla fue porque Dios no quiso.

—¡Cóoomo! —exclamó.

—Muy sencillo. El príncipe eligió el anillo de pedida por catálogo en Suárez y luego encargó a su cuñado que fuera a recogerlo a la sucursal que la joyería tiene en el paseo de Gracia de Barcelona. Iñaki me pidió que le acompañara y yo le dije que lo pagásemos con la tarjeta de Nóos, a él le pareció bien y así lo hicimos. El resguardo de la Visa lo guardé yo.

—Joder, joder, joder —fue todo lo que acertó a decir el hombre que compartía confidencias con Diego Torres.

—Y luego Iñaki no se lo quiso cobrar al príncipe —apostilló para rematar un Diego Torres que, como dice un alto funcionariado de Zarzuela, «tiene más peligro que una piraña en un bidé».

¿Qué hay de verdad en esta historia para no dormir? Conociendo al personaje, vaya usted a saber. Lo que sería a todas luces injusto es emplearla para criminalizar a un príncipe que jamás se enteró de cómo se había pagado o dejado de pagar su regalo de pedida a la princesa. Simplemente hizo el encargo a su hermana Cristina porque, por razones obvias, él no se podía presentar en la joyería que Suárez tiene en la madrileña calle de Serrano; más que nada, porque hasta en Finlandia se habrían enterado de lo que en teoría debía constituir una sorpresa para doña Letizia. La prestigiosa firma no está en un callejón, en un piso o en un barrio apartado del mundanal ruido, sino en la zona más transitada de la calle más transitada de la capital, excepción hecha de la Gran Vía. Y comoquiera que doña Cristina se encontraba en la cama víctima de una dolencia estomacal, delegó en su marido. Además, y si nos atenemos a la versión de Diego Torres, hay que añadir que Iñaki Urdangarin le habría dicho «corre de mi cuenta» cuando el futuro rey de España le hizo la pregunta de rigor: «¿Cuánto es?». Esa es toda la historia. Claro que como tenga la misma credibilidad que la versión
urdangarinesca
sobre la adquisición del palacete, mejor meter en un cajón este pasaje y olvidarse de él para siempre. Hay que recordar que el duque de Palma se defiende de la megalómana compra de su casa de Pedralbes asegurando que dio el paso impelido por don Juan Carlos, que no paraba de recriminarle que tuviera a su hija en un piso «cuando siempre ha vivido en un palacio». También agrega que el rey quería una casa mejor porque siempre que viaja a Barcelona se aloja en ella. En la vecina Clínica Planas, que es donde se suele someter el monarca a tratamientos
antiaging
y donde Jorge Planas le ha hecho algún retoquito para disimular el paso de los años, aseguran que esta tesis es falsa por cuanto su más ilustre paciente se aloja en la propia clínica. «Eso sí —corrigen—, normalmente sale a comer o a cenar al hogar Urdangarin-Borbón, recorriendo los cien metros escasos que hay de distancia, y luego se vuelve». O sea, que el palacete se compró porque a él y a su mujer les dio la realísima gana.

El anillo en cuestión, que la entonces aspirante a princesa lució en el Palacio de El Pardo, es una alianza de oro blanco con diamantes de talla
baguette
. El precio de esta alhaja ronda los 3.000 euros, se conoce como Alianza de la Eternidad y se hizo famosa a mediados del siglo pasado entre las grandes estrellas de Hollywood. Por cierto: ni la policía ni la Fiscalía Anticorrupción han encontrado esta factura en la contabilidad de Nóos, lo cual ratificaría que estamos ante un nuevo embuste de Diego Torres.

El festival de chantajes no había hecho más que empezar. Apenas tres semanas después de activar el
on
de los correos electrónicos, el abogado de Diego Torres emprendió otra operación, igual de chapucera que la anterior, que consistió en poner precio a su silencio. Visto lo visto, certificado que el intento de exonerar a su cliente por la vía de meter miedo a la monarquía había fracasado, entre otras cosas porque en este país hay independencia judicial, Peeters optó por traducir a euros la entrega de los doscientos correos electrónicos y la asunción por parte de su cliente de todas las responsabilidades.

El letrado comenzó pidiendo un potosí al entorno de Iñaki Urdangarin:

—Diego se comerá el marrón si le pagáis 30 millones de euros. Y que sepáis que esta oferta es innegociable.

—Treinta kilos es una cantidad inalcanzable, totalmente inasumible.

Comoquiera que la otra parte dijo nones, González Peeters empezó a recular. Donde había dicho que treinta millones era «una cifra innegociable», dijo rápidamente «por veinte llegaríamos a un acuerdo».

—Que no, que no, que eso es una bestialidad, que no tenemos de dónde sacarlo. Estáis locos.

González Peeters ya no pronunciaría más la frasecita de marras: «O lo tomáis o lo dejáis». Fue bajando, bajando y bajando hasta plantarse en 6 millones de euros, guarismo que fue considerado «asumible» por la otra parte. Bueno, 1.000 millones de pesetas, más otros 200 para satisfacer la fianza de responsabilidad civil tanto del exvicepresidente de Nóos como de su mujer, un trabajo estable para él en Sudamérica, «en Telefónica», y el pago de la minuta íntegra de Manuel González Peeters. El letrado de Torres llegó incluso a cuantificar el coste de su trabajo sin haberlo terminado siquiera remotamente, entre otras elementales razones porque la instrucción no ha concluido y el juicio oral no se celebrará antes de un año:

—El importe de mis honorarios es de un millón de euros.

Ese fue el punto de partida de una negociación que se desconoce cómo ha terminado, aunque todo indica que muy mal no lo ha hecho, fundamentalmente porque ni Diego Torres ni su ángel de la guarda jurídico han vuelto a decir esta boca es mía. Lo que sí es menester subrayar, en honor a la verdad, es que el chalaneo lo llevó a cabo por parte ducal una persona ajena a un Mario Pascual Vives que no lo ve con buenos ojos. Por cierto: en las paredes del cuartel general de Telefónica en Las Tablas, en Madrid, un impresionante complejo diseñado por el arquitecto Rafael de La-Hoz hijo, aún retumban las carcajadas de sus directivos al escuchar las pretensiones de Torres de trabajar con ellos en Sudamérica. «Están locos, ni de coña, esto es lo que faltaba», fue la expresión unánime que salió de la boca de sus mandamases.

El verano de 2012 ha constituido la prueba de fuego para descifrar si el dedo pulgar de don Juan Carlos sigue apuntando al suelo o, por el contrario, se ha movido 180 grados para ponerse mirando al cielo. A tenor de los acontecimientos hay que deducir que continúa donde estaba, hacia abajo. El núcleo duro de Zarzuela, que al fin y al cabo es el que manda, continúa considerando «persona non grata» al exjugador de balonmano que ha hecho caer los índices de valoración de la monarquía como institución a niveles desconocidos en treinta y siete años de exitoso juancarlismo. A principios de julio el departamento de comunicación de palacio, que dirige Javier Ayuso, se encargó de hacer saber a los medios que Iñaki Urdangarin tenía prohibida la entrada en Marivent en verano, que es tanto como decir en Mallorca en particular o en las Islas Baleares en general.

Rápidamente, los hombres de Ayuso se pusieron manos a la obra para puntualizar que la infanta Cristina sí era bienvenida, dentro de un orden, claro está, y que acudiría a uno de los chalés de Son Vent, el
Minimarivent
construido hace tres lustros dentro de Marivent para los hijos de los reyes, sus consortes y sus descendientes.

—Si Iñaki no va, yo tampoco —advirtió doña Cristina cuando se enteró del cartel de «prohibido el paso» que metafóricamente habían colgado al padre de sus hijos. Un acto más de solidaridad de una infanta que, en contra de lo que rumorea radio macuto, está tan enamorada como siempre de Iñaki. O más. Ya se sabe que, a veces, la adversidad une más los matrimonios que la prosperidad.

Se vengaron de forma un tanto pueril avisando a los medios del
cuore
amigos del lugar de destino: Bidart, una idílica localidad situada entre San Juan de Luz y la cosmopolita Biarritz, el pequeño Mónaco del País Vasco francés. Iñaki y Cristina eligieron este destino de Aquitania básicamente porque es el lugar donde la madre de él, Claire Liebaert, se refugió para intentar superar la muerte de su esposo, Juan María, acaecida en mayo. Es un lugar tranquilo, familiar, con unas playas maravillosas y en el que no hay un solo piso y sí algunos cientos de viviendas unifamiliares.

Todos los medios, los del corazón y el no corazón, se hicieron eco de la ausencia de los duques de la ciudad que apellida su título, y de su presencia en Bidart. No hay rastro de ellos en Palma, pero sí de sus cuatro hijos, que se fueron con la infanta Elena y Froilán y Victoria a pasar unos días en el ecuador de julio y agosto. Mientras Zarzuela trasladaba la imagen de ruptura total con el pluriimputado Urdangarin, el pluriimputado Urdangarin y su mujer llamaban a los medios para dejar bien claro al mundo entero que son una piña. De dos, pero una piña. Fue su particular
vendetta
. Todas las mañanas se presentaban en la playa de Bidart, donde aparcaban en el hueco que les había reservado el coche de la Guardia Civil que se encargaba de las labores de contravigilancia en una zona que es territorio comanche. Conviene no olvidar que Bidart es uno de los lugares del santuario francés históricamente preferidos por la cúpula etarra para esconderse. Allí fue donde en marzo de 1992 se capturó al colectivo Artapalo (
Pakito
,
Txelis
y
Fitti
), que lideraba la banda terrorista a golpe de asesinatos más crueles y masivos que nunca, infinidad de secuestros y extorsión, mucha extorsión cuantitativa y cualitativamente hablando.

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