Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (41 page)

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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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El documento iba dirigido a la empresa Aguas de Valencia, con la que Iñaki Urdangarin había contactado a través de Miguel Zorío, el propietario de la agencia valenciana de relaciones públicas y comunicación Lobby, su mejor amigo y aliado tras la bronca con Diego Torres. Esta corporación ya había recurrido a los servicios del duque de Palma y de su socio pagando 100.000 euros por un inservible estudio de responsabilidad social corporativa. Aquella operación provocó la ruptura definitiva de la pareja después de que Torres cobrase la factura por su cuenta y riesgo sin dar cuenta al duque de Palma, entendiendo que así compensaba su enorme trabajo y equilibraba el reparto de los beneficios.

Eugenio Calabuig, dueño de Aguas de Valencia, siguió en contacto con el duque de Palma, sin Torres de por medio. Se habían caído bien y Zorío, que era su asesor de comunicación, se había convertido en el nuevo hombre de confianza del yerno del rey y se encargó de reconducir la relación. Ambos estaban convencidos de que podían hacer grandes negocios juntos. Calabuig tiene una empresa con una infraestructura importante. Fundada en 1890 bajo la denominación Sociedad de Aguas Potables y Mejoras de Valencia, S.A., comenzó modernizando el abastecimiento de la ciudad con la construcción de filtros y depósitos a orillas del río Turia y ha acabado expandiéndose por el resto de España, prestando sus servicios en Aragón, Cantabria, Cataluña, Extremadura, Murcia, Navarra y País Vasco, con una plantilla de 1.700 trabajadores. Había llegado a difundir su
know how
en diferentes países hispanoamericanos como Venezuela o Costa Rica, pero el salto al extranjero se había convertido en su asignatura pendiente.

El duque de Palma ponía a disposición de este gigante empresarial español los contactos adecuados para abrir nuevas líneas de negocio y la alianza se antojaba perfecta. El Instituto Nóos había pasado ya a ser una anécdota en la biografía del marido de la infanta Cristina, que se preocupaba por reiniciarse y labrarse un nuevo futuro profesional sin su otrora inseparable socio. Urdangarin se alejó progresivamente de las fundaciones sin ánimo de lucro de Diego Torres y focalizó sus esfuerzos en lo que más dinero y menos quebraderos de cabeza le iba a acarrear: el tráfico de influencias puro y duro. Sin farragosos informes de por medio, vacíos de contenido. Sin necesidad de organizar grandes eventos que llamaran la atención. Sin revestimientos formales que le pudieran acarrear problemas con la prensa.

Comieron y cenaron en varias ocasiones y comenzaron a abordar proyectos concretos. Una de las cenas tuvo como escenario el restaurante preferido de Iñaki, El Racó d’en Cesc, en la calle Diputación de Barcelona, propiedad de la familia Cànoves y especializado en la recuperación de antiguas recetas de cocina catalana. Como testigo de excepción de aquel encuentro estuvo el centrocampista del F. C. Barcelona Xavi Hernández, que se levantó y saludó efusivamente al duque de Palma y a sus acompañantes al comprobar que se encontraban en el establecimiento. Aquellas citas dieron sus frutos.

El manuscrito que le expuso Horrach a Urdangarin proseguía: «Me dice Iñaki que una vez firmados (los contratos) habría que enviarle (una copia) a él. También me pide que te copie el siguiente número de cuenta, que tú ya sabes para qué es: Alternative General Services Ltd. Credit Suisse. Laussane. Número de cuenta: 0251 206 980 8. Swift Code: CRESCHZZIZA. Ref.: Invoice NR 00010-08. Muchas gracias». Era, como se puede comprobar fácilmente, un pago que debía realizar Calabuig en Suiza al duque de Palma. Su secretaria le mandaba acompañando a esta nota los contratos de colaboración y le instaba a abonar los honorarios de Urdangarin en una cuenta con la que eludiría el pago de impuestos en España.

El marido de la infanta Cristina había recurrido para la ocasión a los servicios de un nuevo testaferro. Era un hombre decadente, de setenta y dos años y nacionalidad belga, que respondía al nombre de Robert Cockx. Tras múltiples procedimientos judiciales en su país de origen, se había afincado en un desaliñado chalé de El Escorial en el que entraba y salía siempre con una sonrisa afable, un aspecto desastrado y una prominente barriga.

Malvivía con el alquiler de varias cuentas en Suiza después de haberse dedicado en el pasado a la venta de embarcaciones y había logrado reunir una pequeña clientela fija que evadía sus beneficios a Lausana con su ayuda. Las cuentas las explotaba a nombre de su sociedad Alternative General Services y las cedía previo pago de una comisión acorde con el montante total ingresado en la misma. Urdangarin había contactado con él a través del nuevo asesor fiscal que había buscado tras prescindir de los cuñados de Torres, y había acordado pagarle a este ciudadano 18.000 euros por el alquiler de su depósito bancario. Cockx confeccionaba unos contratos falsos entre el pagador, Aguas de Valencia, y la sociedad receptora, Alternative General Services, y listo. De tal manera que este pago se camufló con gestiones que nunca fueron llevadas a cabo por Cockx en países tan diversos como Estados Unidos, Holanda, Alemania, Irlanda, Bélgica y República Dominicana.

Mediante esta operativa fraudulenta se escondían los conceptos reales, ya que no aparecía por ninguna parte que el motivo real del pago eran las gestiones realizadas por el yerno del rey y, sobre todo, se ocultaba lo más importante: la identidad del beneficiario final. Si había algún problema con el fisco, el testaferro belga se haría cargo de la titularidad de la cuenta, que para eso cobraba una jugosa comisión.

La bruma de los contratos del Instituto Nóos y de la red de sociedades instrumentales utilizadas para vaciarlo se fue disipando a medida que avanzó la segunda jornada de interrogatorios, aflorando esta nueva y peliaguda realidad. El duque de Palma había acudido mucho más tranquilo que el día anterior. A las nueve y media de la mañana la expectación era mucho menor que la víspera, los ánimos se habían relajado, y fueron contados los improperios que recibió el marido de la infanta Cristina a su llegada. Incluso se permitió esbozar algún conato de sonrisa y ya no caminaba tan rígido como el primer día. Iñaki Urdangarin estaba convencido de que iba saliendo airoso de aquellas jornadas infernales en las que se limitaba a echar balones fuera como mecanismo de defensa. Sus continuas evasivas llegaron a sacar de quicio al juez José Castro, que le vino a decir que para contestar lo que estaba respondiendo no hacía falta siquiera que hubiera acudido al juzgado. Pero él aguantaba bien la presión, acostumbrado a recorrer España jugando al balonmano en los polideportivos más hostiles que uno pueda imaginar.

El yerno del rey se mantenía firme en su posición y no cedía un ápice de terreno. Se había atrincherado en un discurso inexpugnable contra el que rebotaban todas las balas. Hasta que llegaron las cuentas en Suiza, el testaferro Cockx y las gestiones relacionadas con Aguas de Valencia. Y se hizo, de pronto, la oscuridad en aquella sala de vistas del Juzgado de Instrucción número 3 de Palma, en la que el resto de abogados personados en el procedimiento presenciaban atónitos la escena en las bancadas de madera del fondo. Y su habitual murmullo se esfumó por completo.

Urdangarin había fanfarroneado con Zorío y Calabuig poniendo sobre la mesa la amistad de la familia real española con la jordana. Ahí estaban las múltiples fotografías de los miembros de la dinastía hachemita en Marivent para demostrarlo. Concretamente de la princesa Alia, ya exmujer de Faisal, hermano menor del rey Abdalá, con quien estuvo casada dos décadas y tiene cuatro hijos en común: la princesa Ayah, el príncipe Omar y las princesas gemelas Aisha y Sara. De entre todos los integrantes de la Casa Real jordana, quien tiene una estrecha relación de amistad con la infanta Cristina es precisamente Alia, que tiene residencia en España.

«Son muy amigos nuestros y podemos hacer cosas allí», les avanzó el duque, que en una de aquellas comidas aprovechó para presentarse con un nuevo aliado estratégico.

A su lado, asintiendo a todo lo que decía, se sentó José María Treviño, hijo de Amalia Zunzunegui, la mujer que apostó por las firmas Armani y Kenzo en Madrid y que junto a sus hermanas Begoña y Carmen fundó las tiendas de decoración Becara (acrónimo de Begoña, Carmen y Amalia), imperio controlado hoy día por los hijos de Begoña. Las tres hermanas labraron su imperio textil a partir de una conocida
boutique
madrileña, Las Tres Zetas, que también radicaron en Puerto Banús allá por 1973, y de las
boutiques
de Cacharel, Jaeger, Fendi y Alan Manoukian. Treviño ha seguido el mismo camino y explota diversas firmas de ropa italiana en la capital de España y había comenzado a hacer sus primeros pinitos en el sector de las energías renovables sin demasiado éxito. Se hizo amigo de Iñaki a través de Cristina, íntima de él y de su mujer, Gemma Ruiz de Velasco, y le había procurado ayuda logística para emprender esta nueva etapa en la que también se convenció de que podía sacar una importante rentabilidad empresarial.

—Si os interesa —le dijo Urdangarin a Calabuig— os puedo conseguir la mayor obra hidráulica que se va a llevar a cabo en Jordania.

El propietario de Aguas de Valencia creyó que era una broma, pero el duque de Palma continuó profundizando en la idea. Aseguró haber entablado ya los contactos adecuados con la familia real jordana y daba por hecha la adjudicación. Urdangarin no era capaz de precisar con detalles en qué consistía lo que estaba ofreciendo, pero se refería al denominado Proyecto Nacional de Desarrollo del Mar Rojo, una gran obra que contempla la construcción de más de 500 kilómetros de tuberías que conectarán el mar Rojo y el mar Muerto.

La clave de este ingente proyecto de ingeniería consiste en aprovechar la diferencia de altitud entre los dos mares para trasvasar 2.000 millones de metros cúbicos de agua al año desde el Rojo al Muerto. Al final del trayecto, tal y como detalló la revista
Vanity Fair
tras las revelaciones de
El Mundo
, se establecerían dos plantas desalinizadoras que dividirían el cauce en dos. El de agua potable sería conducido a Ammán, la capital jordana, y el otro sería vertido al mar Muerto por su elevada concentración salina. Lo cual contribuiría además a equilibrar su nivel, ya que ha descendido un 30 por ciento en los últimos veinte años y las previsiones de los científicos establecen que en 2050 podría llegar a secarse por completo. El Gobierno jordano había empezado a buscar financiación internacional para la primera fase del proyecto, presupuestada en 1.355 millones de euros. Máxime tras el anuncio del Ministerio de Aguas e Irrigación de que la situación de los recursos hídricos del país «es crítica».

El objetivo final consistía en paliar las necesidades de agua potable del país, que debían solventarse en un par de años, y ahí estaba el duque de Palma para ofrecer una solución al pueblo jordano.

A Calabuig le sonó aquello a música celestial, pero Urdangarin insistió en que iría con José María Treviño de viaje a Ammán para ultimar todos los flecos y se reafirmó en que conseguiría que Aguas de Valencia se incorporara a esta gigantesca obra de ingeniería en un lugar destacado. La empresa valenciana se interesó mínimamente por aquello y a Calabuig le bastó comprobar durante los días sucesivos las dimensiones que tenía la iniciativa para rechazarla de pleno.

—Iñaki, no tenemos capacidad para llevar a cabo esa obra. Te agradezco tu interés pero olvídate de este tema y buscamos otra cosa —zanjó Calabuig.

Urdangarin meditó otras posibilidades y ofreció a Aguas de Valencia la compra de unos terrenos en Tánger. Una delegación de la empresa valenciana se desplazó a verlos in situ pero, de nuevo, rechazó la propuesta. Ninguna iniciativa de cuantas había sugerido el duque de Palma había fructificado y, sin embargo, Urdangarin comenzó a presionar a Calabuig para que le pagase los honorarios correspondientes a las gestiones que había llevado a cabo. Si no había salido ningún negocio, mala suerte. Pero él había hecho su trabajo y quería cobrarlo. No se atrevía a abordar la cuestión abiertamente y utilizó a Julita Cuquerella para ello. La condición que exigía es que el cobro se tenía que materializar en Suiza y bromeó con quienes todavía no tienen cuentas en el extranjero y pagan los preceptivos impuestos en España. Él era más listo y ya tenía una estructura perfectamente organizada para esquivar al fisco.

Urdangarin dictó a su secretaria la nota en cuestión y se la mandó a Calabuig, que la abonó religiosamente sin poner una sola pega. El empresario se consoló pensando que algún otro negocio le acabaría proporcionando el duque de Palma y dio la orden de pago. La cantidad exigida por el yerno del rey ascendió a 375.000 euros, que cayeron de golpe en las manos del testaferro por transferencia bancaria procedente de la sociedad Inversiones Financieras Agval, participada por la empresa de Calabuig y el Banco de Valencia. El dinero pasó, a continuación, a una cuenta de Treviño, que se reservó una parte y aproximadamente la mitad del importe total acabó en una tercera cuenta, también en Suiza, controlada por el duque de Palma y cuyo saldo superaba con creces los 600.000 euros.

Había sido una operación limpia, sin coste alguno, y con un considerable margen de beneficio. Treviño había insistido al duque de Palma en la necesidad de radicar en Jordania o en Libia parques de placas solares, porque era el futuro, y el duque de Palma había aprovechado para gestionar este negocio sin lograr que cristalizase. No había salido bien, pero había que continuar en esa misma línea.

Urdangarin se puso cada vez más nervioso e improvisó una coartada. Contestó a Horrach que el dinero de Calabuig no era para él sino para un empresario jordano llamado Mansour Tabbaa, cuñado del hermano del rey de Jordania, Faisal. Y añadió que las gestiones para el trasvase de aguas no las llevó a cabo él sino Tabbaa, a quien ni Calabuig ni Zorío tuvieron jamás el gusto de conocer. El duque de Palma metió de pronto en escena a Tabbaa, con quien don Juan Carlos había mantenido siempre buena relación, lo que llevó a ser encajado desde la propia Zarzuela como un ataque velado al monarca, y sembró de nuevo la ceremonia de la confusión. Ni Calabuig conocía al empresario en cuestión ni era consciente de haber pagado en Suiza a otra persona que no fuese Urdangarin. Pero el duque de Palma volvió a echar balones fuera para ganar tiempo.

Los tejemanejes del duque de Palma, con el episodio suizo como epílogo y la onda expansiva que suponía la entrada en escena de la prensa del corazón en bloque, haciéndose eco de cada novedad del procedimiento judicial, volvieron a poner contra las cuerdas a la monarquía, que zozobraba con cada nueva revelación y alcanzaba sus niveles más bajos de aceptación. El discurso navideño del rey sonaba ya lejano y quedaba sepultado por los mil y un descubrimientos del caso Urdangarin.

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