Vacaciones con papá (28 page)

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Authors: Dora Heldt

BOOK: Vacaciones con papá
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La puerta se abrió y un hombre alto entró en el bar tras mi padre y Kalli.

—Ya hemos vuelto. —Mi padre se detuvo en la barra—. Onno, baja de la escalera, Carsten, Christine, me gustaría presentaros al quinto en discordia. Éste es Hubert, un tipo excelente, y aficionado a la ornitología, por cierto. Se le da bien el bricolaje y también le gusta la cerveza de trigo. Hubert, éste es Carsten, el padre del interiorista. Y ésta es mi hija Christine, suele tener mejor aspecto, pero hoy tiene los ojos mal.

Hubert se acercó a mí con el brazo extendido e hizo una reverencia mientras me estrechaba la mano.

—Encantado, Christine. Incluso hoy tiene unos ojos muy bonitos.

El «sí, claro» de mi padre hizo que mi sonrisa de satisfacción resultara un tanto parca. Hubert me pareció encantador, sería un serio competidor del afamado guía insular. ¿Qué pensarían de él dos empresarias de Münster-Hiltrup? Hubert saludó a Carsten y a Onno y después echó un vistazo a su alrededor.

—Pero si ya está todo listo —afirmó un tanto decepcionado—. ¿Qué es lo que voy a hacer yo?

—Descansar. —Marleen entró con una cesta con termos y tazas que dejó en una mesa—. Hola, Hubert, me alegro de verte. —Le dio un abrazo al novio de su tía y retrocedió un paso—. Cada día estás más joven, se ve que Theda y tanto viajar te sientan bien.

Hubert, halagado, se pasó una mano por el cabello y sonrió tímidamente.

—Se hace lo que se puede. Pero, escucha, aquí ya no hay nada que hacer. Le prometí a Theda que te ayudaría.

—Todavía no hemos terminado. Aún hay que limpiarlo todo, faltan los enchufes…

—De la electricidad me encargo yo. —Onno defendía su puesto de trabajo—. Espero que quede claro.

Hubert levantó las manos en ademán apaciguador.

—Yo de electricidad no sé nada. ¿Qué hacen esas lonas en las paredes?

Mi padre levantó una lona unos centímetros.

—Son para que no se estropeen los murales de Dorothea. —Asintió orgulloso—. Son obras de arte, hay que defenderlas.

—Protegerlas. —Lo corregí automáticamente y recibí a cambio una mirada reprobatoria.

—Tal y como tú pintas, defenderlas.

Carsten, balanceándose sobre las puntas de los pies, dijo:

—La artista es la novia de mi hijo.

—Y ahora basta. —Mi padre dejó caer la lona—. La trajimos nosotros. Y habrá que ver si la cosa funciona con Nils.

Hubert miraba a uno y a otro sin entender nada, y Marleen lo empujó hasta la mesa.

—Bueno —dijo ella—, ya conocerás a Dorothea y a Nils. Ahora vamos a tomar café y mientras te explico lo que falta por hacer.

—Para Hubert no hay gran cosa. —Mi padre buscó el termo de descafeinado—. No pretenderás poner a limpiar a un antiguo fabricante.

—¿Por qué no? —Onno retiró el papel de una bandeja con bizcochos—. Al fin y al cabo, hay que hacerlo. Yo no tengo tiempo, me basta y me sobra con la parte eléctrica.

Mi padre me sirvió un trozo de bizcocho de cerezas. Era el último que quedaba y mi bizcocho preferido, y quise a mi padre por ello.

—De la limpieza puede encargarse Christine. Con esas manos pequeñas puede llegar mejor a todos los rincones.

Y todo por un ridículo trozo de bizcocho de cerezas. Eché un vistazo al gran espacio cubierto de polvo.

—Y ¿tengo que hacerlo yo sola antes de mañana por la mañana? Por cierto, ¿dónde está Gesa?

—Haciendo deporte. —Marleen me sirvió café—. Pero vuelve luego. Y Dorothea llamó anoche para decir que estarán aquí a las cuatro. Bueno, ¿qué más hay que explicarle a Hubert?

—Nada. —Kalli removía la leche con brío en la taza—. Ya se lo hemos dicho todo mientras comíamos. Heinz incluso le ha dibujado un pequeño plano explicando dónde irán los muebles mañana y demás.

—Marleen, tú por nosotros ni te preocupes. —Mi padre se acercó los bizcochos—. ¿Puedo comerme el de mantequilla? Ya le explicaré yo a Nils después por qué vamos a cambiar algunas cosas.

Marleen se quedó un tanto alelada. Le propiné una patada por debajo de la mesa, y ella respiró profundamente.

—Ah, Hubert, después tenemos que comentar unas cosas en el despacho; vente cuando te hayas terminado el café. Heinz, Kalli y Carsten pueden ocuparse del resto.

—Pero yo quería…

Marleen se puso en pie e interrumpió su protesta.

—Hubert, será mejor que cojas el café y lo hablemos ya mismo. Luego tengo que ir al centro.

Mi padre le dio unas palmaditas en la espalda para consolarlo.

—Ve tranquilamente, de todas formas aquí nunca pasa nada. Pero esta tarde tenemos que hablar, ya sabes…

Dirigió a su nuevo compañero una mirada de complicidad e hizo como si se cortara el cuello. Marleen y yo suspiramos al unísono.

—Por favor, otra vez con la fantasía del cazafortunas, no. No liéis también a Hubert. —Probé con mi mejor mirada de hija, pero por desgracia fue en vano.

—¿Cómo que fantasía? Son hechos puros y duros. Además, tenéis que darnos un mensaje de Gisbert, por suerte nos lo encontramos en el centro. Tiene razón, hay que dejaros fuera. Bueno, Hubert, lo dicho, a las ocho en el jardín.

Decidí salir a fumarme un cigarrillo a escondidas y llamar a mi madre.

No vale la pena llorar por amor

Mi madre lo cogió a la segunda.

—¿Qué? ¿Qué tal vais?

—Terminamos hoy. Sólo faltan algunos detalles y luego hay que limpiar. ¿Y tu rodilla?

Exhaló un suspiro.

—Mejor no preguntes. Me duele. Creí que todo sería más fácil, pero ¿qué se le va a hacer? Hago todo lo que me dicen los médicos y los fisioterapeutas, y tengo ganas de volver a casa. Pero basta de quejas, cuenta: ¿qué hay de nuevo?

—Hoy ha venido Hubert, ya sabes, la pareja de la tía de Marleen. Theda no llega hasta mañana, ha ido a ver a una amiga y ha enviado de avanzadilla a Hubert.

—Así puede echar una mano.

—Eso quería él, pero no creo que los caballeros se pongan a limpiar, lo han dicho bien clarito.

—Bueno, Christine, tampoco es cosa suya.

—Mamá, por favor. ¿Qué hay de malo en ello?

Mi madre soltó una risita.

—Tu padre o Kalli con una fregona, imagínate. Ni siquiera saben qué extremo hay que meter en el cubo.

—A mí no me hace ninguna gracia. Si esos hombres son tan inútiles es porque vosotras siempre se lo habéis dado todo hecho.

—Hija, no empecemos ahora con discusiones feministas, ¿eh? Me duele la rodilla.

—Vale. ¿Has hablado hoy con papá?

—Sí, a mediodía. Oye, ¿qué te pasa en los ojos? ¿Has ido al médico?

—Claro que no. Sólo los tenía hinchados. Por haber dormido poco.

—Pues tu padre no opinaba lo mismo.

—Ya lo conoces. No te habrás preocupado, ¿no?

—No mucho. Si hubieras estado tal y como él te describió, yo tampoco podría haber hecho nada. Y ¿por qué has dormido poco?

Las madres siempre leen entre líneas.

—Quedé con Johann Thiess.

—¿El cazafortunas de papá?

—Ajá.

—¿Y?

—Bien.

—Pues entonces tienes que hablar con tu padre en serio, antes me ha contado que esta tarde hay una reunión de conspiradores. Ese joven, el tal Gilbert o Giselher…

—Gisbert von Meyer.

—Eso, se ve que ahora tiene pruebas, y mañana quieren dar el golpe. Literalmente. Espero que Heinz no meta la pata. Ya sabes cómo se comporta cuando está convencido de algo.

—Sí, lo sabemos.

—Pues habla después con él. Lo mejor será que le presentes sin más a ese joven.

—Le dará un puñetazo.

—Bah, bobadas. Qué exagerada eres, eso no lo has heredado de mí. Bueno, aquí viene mi fisio, es encantador, tengo que ejercitar la rodilla. Que te diviertas con la limpieza, hasta luego.

Antes de volver al bar le eché un vistazo al móvil. Nada. Johann no había respondido a mi mensaje. Tal vez no hubiera cobertura en la playa. Pero, si me echaba de menos, también podría haber salido de él tener un detalle. Era lo suyo, después de la primera noche.

—Christine, espera.

Al volverme vi a Gesa, que se bajaba de la bicicleta y la dejaba caer sin más.

—¿Te fumas un pitillo conmigo?

—La verdad es que tengo que seguir.

—Bah, vamos, luego te ayudo. Lo haremos a nuestro ritmo. ¿Dónde está Heinz?

No acababa de entender qué quería en realidad. Estaba roja y se había hecho una trenza de cualquier manera.

—¿Ha pasado algo?

Gesa rehuyó mi mirada.

—No, no, he estado haciendo deporte. Sólo quería fumarme un cigarrillo y beber algo antes de ponerme a limpiar. Vamos, diez minutos en el jardín.

Miré con cautela por la ventana: Onno estaba en la escalera, Kalli le pasaba tornillos y mi padre y Carsten se hallaban sentados ante la barra, dibujando algo en un papel. Probablemente se tratara de los planos para los de los muebles, que no tendrían nada que ver con los de Nils.

—Vale.

Gesa cogió dos vasos y una botella de agua de la cocina y se sentó a mi lado. Parecía nerviosa, no paraba de mirarme de reojo, pero no decía nada. Acabé perdiendo la paciencia.

—A ver, Gesa, ¿ha pasado algo?

Ella tragó saliva y se encendió un cigarrillo.

—Voy dos veces a la semana al Georgshöhe a hacer deporte, ¿te lo había dicho?

—No, ¿y?

—Tienen un spa enorme, yo soy socia. Primero hago fitness y luego voy a la sauna. Es divertido.

—Sí, mucho.

Se bebió el agua, desenroscó con parsimonia el tapón de la botella y se sirvió más. Después lo cerró y me miró. En silencio.

—Gesa, ¿qué?

—Pues que me encontré a Gisbert von Meyer. Estaba sentado en la terraza con una gorra y unas gafas de sol, espiando a Johann Thiess.

Le puse una mano en la pierna.

—¿Y? Sabes de sobra que Gisbert es idiota. —De pronto entendí lo que acababa de decir—. ¿Johann? ¿En el Georgshöhe?

Gesa respondió con voz ahogada:

—Sí. También estaba allí.

Le di unos golpecitos en la pierna.

—Se fue a la playa. Probablemente le entrara sed o hambre e hiciera una parada allí.

Entonces, ¿por qué no había respondido a mi mensaje? En el hotel había cobertura.

—Ay, Christine, yo también creía que Heinz y Gisbert alucinaban, pero vi a Johann Thiess en el restaurante con una señora mayor que parecía bastante rica y colada por él. No paraba de toquetearlo.

No entendía nada.

—¿Cómo toquetearlo?

—Le apretaba la mano, le acariciaba la mejilla, esas cosas, ya sabes. Ay, Christine, lo siento mucho.

—¿Y él?

—¿Cómo que y él?

—¿Qué hacía Johann Thiess?

—Sonreía. Y al marcharse la besó.

—¿Estás segura?

Gesa asintió entristecida.

—Sí. Y Gisbert von Meyer lo fotografió todo con el móvil.

—Seguro que hay una explicación normal.

Tú tranquila, me dije.

—Claro. —Gesa apagó el cigarrillo frustrada—. Lo más seguro. Es que me cae tan bien, Christine, que no me cabe en la cabeza que Heinz y Gisbert tengan razón, pero la cosa era bastante clara.

Su cara reflejaba la misma desesperación que yo sentía.

—Venga, Gesa, vamos a limpiar.

Mi padre me había inculcado la disciplina.

Me abstraje volcándome en la madera del suelo. Ni mi padre ni el resto del equipo se dignaron levantar la cabeza cuando Gesa y yo entramos con nuestro cubo y nuestra fregona en el bar. Tan sólo oímos un satisfecho «Hombre, la brigada de limpieza» de Carsten.

Vi en el acto en qué andaba mi padre tan concentrado. El hombre no tenía el menor sentido del espacio, de manera que dibujaba los muebles en papel milimetrado, los recortaba y los iba moviendo en los planos a escala. Así durante horas. Los muebles de mis padres estaban guardados en una vieja caja de bombones, y antes de que mi madre los cambiara de sitio, Heinz siempre hacía una prueba. Y mi madre cambiaba de sitio los muebles a menudo.

Mientras mi padre movía los grupos de asientos por el plano del bar con los ojos entornados y se ayudaba sacando la lengua, yo escurría la fregona y fregaba los rincones. Gesa me miraba de vez en cuando, tal vez hubiera caído en la cuenta de que antes decapitaban a los portadores de malas noticias. Para colmo, mi móvil había enmudecido. Cuando pasaba por delante de la barra para cambiar el agua, a mis pies cayó un papelito. «Sillón/piel/rojo.» Mi padre y yo nos agachamos a la vez y nos dimos un cabezazo.

—¡Ay! Caramba, Christine.

Me froté las sienes con los ojos cerrados y noté el índice de mi padre, que me levantaba la barbilla.

—¿Qué pasa?

Se me saltaron las lágrimas, volví la cabeza.

—Nada, estoy bien. Perdona.

—Algo te pasa.

—¡Las tengo! —Gisbert irrumpió en el bar como un conejo perseguido—. Las fotos, la prueba. Sí, sí, sí.

Se detuvo en mitad de la habitación, echó la cabeza atrás y estiró los bracitos hacia el techo. Probablemente se sintiera como Terminator, y eso que seguía teniendo el mismo aspecto de siempre.

Mi padre apartó la vista de mí de mala gana y se acercó al sabueso jefe.

—A ver.

Gisbert se sacó el móvil del bolsillo de la camisa gesticulando y lo sostuvo en alto como si fuera un trofeo.

—Aquí está el delincuente, pillado in fraganti en el ejercicio de su actividad criminal.

Gesa, que estaba en cuclillas, se levantó despacio y me dirigió una mirada temerosa. Gisbert también me miró, si bien con aire triunfal.

—Toma, Christine, aquí tienes la prueba. Tú y tu buena fe.

Lo cierto era que yo no quería saber nada de aquello, y menos aún ver las pruebas. Pese a ello, me puse a su lado y me mantuve a la espera. GvM pulsó unas teclas del teléfono.

—Un momento, ¿cómo iba esto? Menú, Ajustes, no… —Sus dedos se volvieron febriles—. Primero Servicios, Selecc., no. Ah, sí, atrás y luego…

El cuello volvió a ponérsele rojo. Kalli, Heinz, Carsten y Gesa formaron un círculo a nuestro alrededor.

—Otra vez a empezar. No… Uy, ahora ha desaparecido todo.

Experimenté una pequeña sensación de esperanza, los otros se acercaron un poco más. El genio de la tecnología miró a su alrededor pidiendo disculpas.

—Es que el teléfono es nuevo y ya no sé…

Mi padre extendió la mano, y mis esperanzas aumentaron. Si a sus manos llegaba el teléfono para probar algo, seguro que las fotos acababan borradas. Acerqué a mi padre a Gisbert.

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