Vivir y morir en Dallas (13 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Vivir y morir en Dallas
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Una vez más me encontraba en aguas más profundas de las que podía vadear.

5

Había muchos humanos a los que no les había gustado nada descubrir que compartían el planeta con vampiros. A pesar de que lo llevaran haciendo siglos —aunque ellos no lo supieran—, en cuanto se dieron cuenta de que los vampiros eran reales, se postularon a favor de su destrucción. Y no eran más escrupulosos a la hora de escoger sus métodos de asesinato de lo que habría sido un vampiro renegado.

Los vampiros renegados eran los no muertos de estilo clásico; no querían que los humanos supiesen de ellos más de lo que ellos querían saber de los humanos. Rechazaban la sangre sintética, que suponía el elemento básico de la dieta vampírica de nuestros días. Los renegados creían que el único futuro que tenían los de su especie era el regreso a la invisibilidad y el secretismo. Asesinaban humanos por el mero placer de hacerlo, y porque recibían con brazos abiertos el regreso de la persecución de los de su especie. Veían en ello el modo de convencer a sus congéneres integrados que el secretismo era lo mejor para el futuro de la especie. Por otra parte, la persecución también era una forma de control demográfico.

Supe, gracias a Bill, que había vampiros que caían en un profundo remordimiento, incluso tedio, tras una vida demasiado larga. Éstos pretendían renunciar a su condición, querían «ver amanecer», expresión vampírica con la que se referían al suicidio por permanecer en espacios abiertos al despuntar del sol.

Una vez más, el novio que había elegido me llevaba por caminos que nunca habría recorrido sola. Nunca habría tenido la necesidad de saber todo eso, ni siquiera habría soñado con salir con alguien que había muerto, de no haber nacido con la tara de la telepatía. Para los chicos humanos era una especie de paria. Os podréis imaginar lo imposible que es salir con alguien a quien le puedes leer la mente. Cuando conocí a Bill comenzó la época más feliz de mi vida. Sin embargo, me había topado con más problemas en los meses siguientes a conocerle de los que había tenido en los veinticinco años previos de mi vida.

—¿Cree que Farrell está muerto? —pregunté, obligándome a centrarme en la actual crisis. Odiaba preguntar, pero necesitaba saberlo.

—Es posible —dijo Stan tras una larga pausa.

—Puede que lo tengan retenido en alguna parte —dijo Bill—. Ya sabes cómo invitan a la prensa para este tipo de... ceremonias.

Stan permaneció con la mirada perdida durante un buen rato. Entonces se levantó.

—El mismo hombre estuvo en el bar y en el aeropuerto —dijo, hablando más para sí mismo. Stan, el líder de los vampiros de Dallas con aspecto de tío raro, recorría ahora la habitación de un lado a otro. Me estaba poniendo de los nervios, aunque jamás se me habría ocurrido decirlo en voz alta. Estaba en la casa de Stan, y su «hermano» había desaparecido. Pero yo no soy de las que aguantan largos y meditados silencios. Estaba cansada y me apetecía acostarme.

—Entonces —dije, haciendo todo lo posible para sonar enérgica— ¿cómo sabían que iba a estar yo allí?

Si hay algo peor que un vampiro se te quede mirando, es que dos te claven la mirada.

—Si sabían con antelación que llegabas... es que hay un traidor —dijo Stan. El aire de la habitación empezó a temblar y a crepitar con la tensión que se acumulaba.

Pero a mí se me ocurrió una idea mucho menos dramática. Cogí un bloc de notas que había sobre la mesa y escribí: «Q
uizá os estén espiando con micófonos ocultos
». Los dos me fulminaron con la mirada, tan extrañados como si les estuviese ofreciendo un Big Mac. Los vampiros, que individualmente suelen tener increíbles y variados poderes, a veces se olvidan de que los humanos han desarrollado algunas bazas por su cuenta. Ambos se miraron de forma especulativa, pero ninguno de los dos ofreció ninguna sugerencia práctica.

Pues al diablo con ellos. Sólo lo había visto hacer en las películas, pero me imaginé que si alguien había puesto un micrófono en esa habitación, lo habría instalado muy deprisa y muerto de miedo. Así pues, el micrófono debía de estar cerca y mal escondido. Me quité la chaqueta gris y me deshice de los zapatos. Dado que era una humana y no tenía ninguna dignidad que perder a los ojos de Stan, me acuclillé bajo la mesa y la empecé a recorrer de extremo a extremo, empujando las sillas con ruedas a medida que avanzaba. Por millonésima vez en el día, deseé haber llevado pantalones.

Estaba a unos dos metros de las piernas de Stan cuando vi algo extraño. Había un bulto negro adherido en la parte inferior de la mesa de madera clara. Lo analicé con toda la precisión que me permitía la carencia de una linterna. No era un chicle olvidado.

Una vez encontrado el pequeño dispositivo mecánico, no supe qué hacer. Salí de debajo de la mesa un poco manchada por la experiencia y me encontré justo a los pies de Stan. Me extendió la mano y se la cogí, algo reacia. Tiró de mí suavemente, o eso me pareció, pero de golpe me vi de pie frente a él. No era muy alto, y le miré a los ojos más tiempo del que habría deseado. Alcé mi dedo delante de la cara para asegurarme de que prestaba atención. Apunté bajo la mesa.

Bill abandonó la habitación en un segundo. El rostro de Stan se puso más blanco si cabe y sus ojos temblaron. Desvié la mirada de la suya. No quería ser lo que tuviese delante mientras digería el hecho de que alguien le había colocado un micrófono en su sala de audiencias. Era cierto que le habían traicionado, aunque no del modo que se habría esperado.

Busqué mentalmente algo que pudiera ser de ayuda. Miré a Stan. Mientras me estiraba la coleta, me cercioré de que mi pelo aún seguía recogido tras la cabeza, aunque menos arreglado. Juguetear con él me dio la excusa perfecta para mirar hacia abajo.

Me sentí considerablemente aliviada cuando Bill volvió a aparecer con Isabel y el hombre que estaba lavando los platos, que portaba consigo un cuenco de agua.

—Lo siento, Stan —dijo Bill—, me temo que Farrell ya está muerto a tenor de lo que hemos descubierto esta noche. Sookie y yo regresaremos a Luisiana mañana, a menos que nos necesites para algo más —Isabel apuntó hacia la mesa y el hombre dejó el cuenco encima.

—Es posible que sí —dijo Stan con una voz fría como el hielo—. Mándame la factura. Tu señor, Eric, fue bastante estricto al respecto. Tengo que conocerlo algún día —su tono denotaba que el encuentro no sería agradable para Eric.

—¡Estúpido humano! —dijo Isabel de repente—. ¡Has derramado la bebida! —Bill pasó junto a mí para coger el micrófono de debajo de la mesa y lo soltó en el agua. Isabel se llevó el cuenco, deslizándose más que caminando, para no derramar nada de líquido por los bordes del cuenco. Su compañero se quedó atrás.

Había sido bastante sencillo. Cabía la posibilidad de que quienquiera que estuviese escuchando hubiera sido burlado por aquella breve conversación. Ahora que ya no había micrófono, todos nos relajamos. Incluso Stan parecía menos aterrador.

—Isabel dice que tienes razones para creer que Farrell fue secuestrado por la Hermandad —dijo el hombre—. Quizá esta mujer y yo podamos ir al Centro de la Hermandad mañana y averiguar si tienen planes para celebrar algún tipo de ceremonia pronto.

Bill y Stan lo contemplaron, pensativos.

—Es una buena idea —dijo Stan—. Una pareja llamaría menos la atención.

—¿Sookie? —preguntó Bill.

—Está claro que no podéis ir ninguno de vosotros —dije—. Al menos deberíamos familiarizarnos con la disposición del lugar si pensáis que hay una mínima posibilidad de que mantengan allí a Farrell —si podía averiguar algo más en el Centro de la Hermandad, quizá evitaría que los vampiros atacasen. Era evidente que no iban a acudir a la comisaría más cercana para notificar la desaparición de alguien y que las fuerzas del orden fuesen a registrar el Centro. Por mucho que los vampiros de Dallas quisieran permanecer dentro de la legalidad humana para beneficiarse de las condiciones de la integración, sabía que si había uno de ellos retenido en el Centro, los humanos acabarían muertos sí o sí. Quizá pudiera evitarlo, encontrando de paso al desaparecido Farrell.

—Si ese vampiro de los tatuajes pretende renunciar, tiene previsto ver amanecer, llevándose consigo a Farrell bajo los auspicios de la Hermandad, ese falso sacerdote que quiso raptarte en el aeropuerto debe de trabajar con ellos. Eso quiere decir que ya te conocen —señaló Bill—. Tendrías que ponerte tu peluca —sonrió, gratificado. Lo de la peluca había sido idea suya.

Una peluca con este calor. Oh, vaya. Traté de no protestar. Después de todo, mientras visitara el Centro de la Hermandad del Sol preferiría que me picara la cabeza a que me identificaran como una colaboradora de los vampiros.

—Sería mejor que me acompañara otro humano —admití, lamentando tener que implicar a otra persona en el peligro.

—Éste es el actual compañero de Isabel —dijo Stan. Guardó silencio durante un momento, y supuse que se estaba «sintonizando» con ella, o comoquiera que llame a contactar con sus secuaces.

El caso es que Isabel apareció al momento. Tiene que ser muy práctico poder ponerse en contacto con la gente de esa manera. No hacen falta intercomunicadores ni móviles. Me preguntaba a qué distancia sería efectivo ese medio de comunicación. Me alegraba de que Bill no pudiera comunicarse conmigo sin palabras, porque de ese modo me habría sentido como una especie de esclava suya. ¿Podía Stan convocar a humanos del mismo modo que lo hacía con los vampiros? Puede que en el fondo no quisiera saberlo.

El hombre reaccionó ante la presencia de Isabel como un perro de caza cuando siente la presencia de una codorniz. O quizá como un hombre hambriento al que se sirve un buen filete y se le hace esperar a que se bendiga la mesa. Casi se veía cómo salivaba. Confiaba en no tener yo ese aspecto cuando estaba con Bill.

—Isabel, tu hombre se ha prestado voluntario para ir con Sookie al Centro de la Hermandad del Sol. ¿Crees que será convincente como converso en potencia?

—Sí, creo que sí —dijo Isabel, sin perder de vista los ojos del hombre.

—Antes de que os marchéis... ¿Hay visitantes esta noche?

—Sí, uno, de California.

—¿Dónde está?

—En la casa.

—¿Ha estado en esta habitación? —evidentemente, Stan deseaba que el que había puesto el micrófono fuese un humano o un vampiro al que no conociese.

—Sí.

—Que venga.

Al cabo de unos cinco minutos largos, Isabel volvió junto con un vampiro alto y rubio. Debía de medir más de 1,90. Era musculoso, estaba bien afeitado y tenía una melena del color del trigo. Enseguida bajé la mirada, justo cuando Bill se quedó inmóvil.

—Este es Leif —dijo Isabel.

—Leif —dijo Stan lisamente—, bienvenido a mi redil. Esta noche tenemos un problema.

Yo seguía con la vista clavada en los pies, deseando más que cualquier otra cosa en el mundo poder estar con Bill a solas un par de minutos para averiguar qué demonios estaba pasando, porque ese vampiro ni se llamaba «Leif» ni era de California.

Era Eric.

La mano de Bill pasó por mi campo visual y se aferró a la mía. Me dio un leve apretón en los dedos, y yo se lo devolví. Bill deslizó su brazo para rodearme y me recosté contra él. Por Dios, necesitaba relajarme.

—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó Eric, digo Leif, cortésmente.

—Al parecer alguien ha entrado en esta habitación y ha perpetrado un acto de espionaje.

Era una manera elegante de decirlo. Stan parecía querer mantener el tema del micrófono en secreto por el momento, y dado el hecho de que, con toda seguridad, había un traidor en la casa, probablemente era una gran idea.

—Estoy de visita en tu redil, y no tengo ningún problema contigo ni con ninguno de los tuyos.

La tranquila y sincera negación de Leif resultó bastante impresionante, pues estaba claro que su sola presencia era una impostura que se debía a algún propósito insondable.

—Disculpe —dije, tratando de sonar como la más frágil de las humanas.

Stan parecía muy irritado por la interrupción, pero que le den.

—El, eh, objeto tuvo que haber sido colocado antes del día de hoy —dije, pretendiendo parecer segura de que Stan ya habría pensado en ello—. Así habrán captado los detalles de nuestra llegada a Dallas.

Stan me contemplaba, huérfano de toda expresión.

De perdidos al río.

—Y perdone, pero estoy agotada. ¿Sería posible que Bill me llevara de vuelta al hotel?

—Isabel te llevará a ti sola —dijo Stan con desinterés.

—No, señor.

Tras las gafas falsas, las cejas de Stan describieron un arco de incredulidad.

—¿No? —sonó como si jamás hubiera escuchado esa palabra.

—De acuerdo con las condiciones del contrato, no voy a ninguna parte sin un vampiro de mi zona, y ése es Bill. No voy a ninguna parte por la noche si no es con él.

Stan volvió a dedicarme otra de sus prolongadas miradas. Me alegré de haber encontrado el micrófono y haber demostrado ser de utilidad, de lo contrario no habría durado mucho al servicio de Stan.

—Marchaos —dijo. Bill y yo no perdimos un solo minuto. No podríamos ayudar a Eric si Stan sospechaba de él, y era probable que si nos quedábamos acabáramos delatándolo. Yo era la que más papeletas tenía de hacerlo mediante alguna palabra o gesto mientras Stan me miraba. Los vampiros llevan estudiando a los seres humanos desde hace siglos del mismo modo que los predadores estudian a sus presas.

Isabel nos acompañó fuera y volvimos a montar en su Lexus con dirección al hotel Silent Shore. A pesar de no estar vacías del todo, las calles de Dallas estaban mucho más tranquilas que cuando llegué horas antes. Calculé que faltaban menos de dos horas para el amanecer.

—Gracias —dije cortésmente cuando nos bajamos en la entrada del hotel.

—Mi humano pasará a recogerte a las tres de la tarde —me dijo Isabel.

Reprimiendo la tentación de decir «¡Sí, señora!»y hacer entrechocar los talones, me limité a decir que estaría bien.

—¿Cómo se llama? —pregunté.

—Hugo Ayres —dijo.

—Vale —ya sabía que era un hombre de ideas rápidas. Me dirigí al vestíbulo y esperé a Bill. Venía apenas unos segundos por detrás de mí, y los dos nos subimos en el ascensor en silencio.

—¿Tienes tu llave? —me preguntó cuando alcanzamos la puerta de la habitación. Yo estaba medio dormida.

—¿Dónde está la tuya? —pregunté sin demasiada gracia.

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