Willow se siente aliviada y humillada a la vez. Nunca se le había ocurrido que él tuviera que sentir algo para querer acostarse con ella.
—Bueno, yo solo pensaba que, ya sabes, tú eres…
—Cállate —le interrumpe—, ahora mismo.
Los dos se quedan un rato en silencio. Él aparta la mirada y mira hacia delante. Willow no sabe muy bien qué hacer ahora. Quizá debería simplemente levantarse e irse a casa, pero justo cuando está pensando esto, Guy se gira de nuevo con otra pregunta. —¿Por qué lo haces? —pregunta—. ¿Podrías al menos explicarme esto? ¿Por qué? —¿Qué te hace pensar que yo quiera hablar de esto contigo? ¿Qué te hace pensar que yo sienta eso por ti? —dice Willow imitando sus palabras. Quiere inyectar todo el veneno que pueda en su voz. Se siente avergonzada y humillada por la locura de su oferta y lo fácilmente que él la ha rechazado.
—¡Total! ¡Hace un momento estabas dispuesta a acostarte conmigo! —Guy sacude la cabeza ante la absurdidad de todo este asunto. Por primera vez Willow se da cuenta de que él todavía la está cogiendo de la mano.
Y,
aunque la acaba de humillar, aunque acaba de hacerla sentir como una idiota, no quiere soltarse.
—¿Qué se supone que debo hacer contigo? —Guy habla en voz alta, pero es evidente que no se está dirigiendo a ella—. Iba a ser un semestre genial. No puedo pasar el rato… ¡Dios! ¡Yo no quiero esto! —murmura con indignación.
Willow no puede evitar reírse. ¿Es que ella sí que lo quiere?
—¿Qué es tan divertido? —Se vuelve hacia ella—. ¿Te parece divertido?
Willow se encoge de hombros.
—Claro, mis padres están muertos, es tronchante.
Guy le mira avergonzado por unos instantes.
—¿Cómo…? ¿Te importaría explicarme…? ¿Cómo ocurrió exactamente? ¿Cuándo fue? No es la primera vez que le preguntan eso. La respuesta nunca es fácil, pero Willow le agradece el tacto con el que ha formulado la pregunta.
—Fue… Yo estaba… Yo conducía. Ocurrió hace unos siete meses. —Willow expone los hechos sin rodeos.
—¿Ya tenías el carnet? —Guy frunce el ceño.
—¿Eh…? —Willow hace el mismo gesto. No era la respuesta que esperaba—. No, tenía un permiso provisional. ¿Por qué?
—Bueno…
—Mira —le interrumpe Willow—. En realidad no quiero hablar de esto, ¿vale? Es muy duro para mí. —Sacude la cabeza lo ridículamente inadecuada y suave que suena su expresión.
—De acuerdo, lo comprendo. —Le coge de la muñeca y observa la sangre que empieza a secarse—. Entiendo que sea duro para ti, pero no creo que esta sea la mejor manera de solucionarlo.
—Cuando estés en mi lugar ya me dirás lo que debo hacer. —Willow aparta el brazo con fuerza y la sangre vuelve a brotar de las heridas.
—Ten cuidado, ¿vale? —le suelta Guy. Se pone a buscar algo en su mochila—. Aquí está. —Saca una caja de tiritas, una botella de agua oxigenada y una caja de algodón. Willow le mira inquisitivamente. Una cosa es que ella lleve ese tipo de cosas en la mochila pero…
—Estoy en el equipo de remo —explica Guy—. Salimos al río tres veces por semana. En cualquier caso, me salen un montón de ampollas de remar y lo último que necesito es que me entre agua sucia en una herida abierta.
Willow asiente. ¿Debería limpiarse delante de él? ¿Prolongar este encuentro que no le ha traído más que angustia? Lo más inteligente sería levantarse y huir corriendo. Dejar el trabajo en la biblioteca, evitarle en el pasillo, no volver a verle nunca más.
—Venga, tú misma —dice, señalando los vendajes.
Por alguna razón la idea de curarse delante de él le resulta embarazosa, es algo tan privado e íntimo como el mismo hecho de cortarse.
¡Total!
Inconscientemente repite las palabras de Guy en su interior.
¡Hace un momento estabas dispuesta a acostarte con él!
Con un suspiro, abre la botella de agua oxigenada y vierte un poco sobre el algodón. Willow debería ser una experta en este tipo de cosas a estas alturas, pero parece que está teniendo dificultades. Por una parte, ella es diestra, y esta herida está situada en una parte del brazo derecho que resulta difícil alcanzar con la mano izquierda, y por la otra… Todo lo ocurrido esta tarde ha acabado con ella. Está completamente agotada. Frota un par de veces la herida con el algodón antes de dejarlo caer sobre su regazo. Cierra los ojos y se da por vencida. Está demasiado cansada.
Willow está recostada en el banco, piensa en si debería quedarse dormida allí mismo, e intenta con todas sus fuerzas olvidar lo ocurrido en la última hora. En ese momento, siente la mano de Guy en su brazo.
Y ahora, ¿qué?
Abre los ojos, preguntándose qué está él haciendo ahora. ¿Se avecina otra discusión? ¿Un sermón sobre su falta de higiene? Pero parece que esta vez Guy pasa de discutir. Está totalmente concentrado en el brazo y examina las heridas que ella misma se ha provocado. Ella le mira con los ojos entreabiertos. Él vuelve a coger el algodón y con suavidad le limpia la herida. Tiene unas manos bonitas, grandes y suaves. Willow no logra recordar cuál fue la última vez que alguien la tocó así. De hecho, él está siendo mucho más cuidadoso que ella cuando se desinfecta algunas de las heridas más recientes. Con destreza, le venda las heridas y le baja la manga.
Durante todo este rato, los dos han estado en silencio. Y ahora, aunque Willow siente que debería darle las gracias, no solo por lo que acaba de hacer, sino por haberle guardado el secreto, no logra encontrar las palabras adecuadas. Parece que Guy también quiere decir algo, pero no sabe qué decir ni cómo. Así que ambos se quedan ahí sentados mirándose en silencio. La noche va llegando y se apodera de todo a su alrededor.
Willow observa a su hermano mientras se come los cereales. David tiene una taza de café en una mano y una revista académica en la otra. Se le ve totalmente absorto en la lectura, pero está a punto de acabar el artículo y a Willow le aterra lo que va a ocurrir cuando acabe.
Sabe perfectamente que va a sacar el tema de ayer por la tarde. Le hará todo tipo de preguntas sobre Guy. Querrá saber si hay algo entre ellos.
Willow no ha visto a su hermano desde que ella y Guy irrumpieron en su oficina ayer por la tarde. David tuvo que ir después a una conferencia y llegó a casa cuando ella ya estaba durmiendo. «Buenos días» y «el café está caliente» han sido las únicas palabras que han intercambiado, pero ella sabe que tarde o temprano sacará el tema de la escena de ayer.
Con seguridad, David deja la revista sobre la mesa y se gira hacia ella con expresión seria.
—Entonces, ¿qué hay entre tú y Guy? ¿Os veis a menudo? Por lo que recuerdo de él es buena persona, y también muy responsable…
Es como si su vida se hubiera convertido en el argumento de una novela del siglo XIX. Ella es una joven huérfana que vive en la habitación de la criada, en la buhardilla. Y en este momento su hermano está a punto de preguntarle si las intenciones de Guy son honradas.
¿Y qué será lo próximo? ¿El hospicio?
Willow sabe que él espera una respuesta. Tal vez deba decirle simplemente lo que él espera oír. Al fin y al cabo, ¿no era esto lo que ella estaba buscando el otro día, algo que le hiciera feliz? ¿Por qué no seguirle el rollo? ¿Montarse una historia? Ya lo ha hecho antes. Después de todo, ¿le había dicho algo Guy sobre querer estudiar antropología por David? Pero esta vez es más duro separar la verdadera razón por la que estaban juntos y lo que David cree.
—No, no es que nos veamos mucho —contesta un poco después—. A veces va por el campus, a las clases de las asignaturas que se matriculó, y me lo he encontrado una o dos veces por allí. Eso es todo. O sea, que no te emociones demasiado, ¿vale?
—Ya veo —contesta David lentamente.
Le ha salido un tono más tajante del que ella pretendía. Su última intención era disgustar a David aún más. Solamente quería que dejara de entrometerse. Willow evita su mirada y esconde la cara tras el bol de cereales. Pero puede sentir los ojos de David clavados en ella antes de que él vuelva a concentrarse en su desayuno.
Willow se siente fatal, pero ¿qué puede hacer? Por suerte, cuando Cathy, vestida para ir al trabajo, entra con Isabelle en brazos, la atención de David se desvía.
—Nos vamos —dice Cathy, y le da un beso a David en la mejilla.
—Oh, escucha, Cath. —David levanta la mirada—. ¿No habrás visto unos números antiguos del
American Anthropology?
No los encuentro por ninguna parte. ¿No sabes dónde puedo haberlos dejado?
—Sí claro. ¿No los guardabas en tu estudio?
Un incómodo silencio llena la habitación cuando todos piensan en el hecho de que David ya no tiene un estudio.
—Sí, sí, es verdad —contesta David.
—En ese caso, los metimos en cajas cuando vaciamos las estanterías para Willow. Pusimos las cajas debajo de su cama, ¿te acuerdas?
Cathy le da un beso a Isabelle, escondiendo la cara entre el cabello de su hija. Es un gesto natural, pero Willow se pregunta si no lo hará para evitar su mirada.
—Es cierto, lo había olvidado. —David se levanta y se coloca la revista bajo el brazo—. Iré a buscarlo.
Cathy le lanza un beso de camino a la puerta.
—Hasta luego, Willow —le dice de espaldas.
—Hasta luego —responde Willow.
Oye cómo David sube la escalera y empieza a sacar cajas de debajo de su cama. No tiene nada de lo que preocuparse. Debajo de la cama es territorio seguro.
Pero ¿y si David no se limita a ese área?
Willow empieza a sentir un sudor frío que le recorre el cuerpo. Que no haya escondido nada debajo de la cama no significa que no lo haya hecho debajo del colchón. Siguiendo los estereotipos, Willow no ha hecho nada diferente a cualquier otra chica de su edad. La diferencia es que ella no ha escondido precisamente cartas de amor. Imagina la cara que pondrá David si encuentra su escondite. No es que haya demasiada cosa, solo unas cuantas cuchillas viejas, algo sucias, junto a algunos trapos que ha usado para cortar las hemorragias. Sin embargo, el significado que encierran esas cosas es demasiado evidente.
Claro que debería subir arriba y asegurarse de que su hermano no encuentra nada de todo eso. Pero por alguna razón no tiene energía ni voluntad suficientes para levantarse de la silla. Por un segundo piensa en la posibilidad de quedarse abajo, esperando que el destino decida por ella. Quizás eso sea lo mejor. Al fin y al cabo, es solo cuestión de tiempo. ¿Puede confiar realmente en que Guy vaya a guardarle el secreto? Willow piensa en la posibilidad de una vida sin la cuchilla, en la reacción que tendrá su hermano si encuentra sus cosas. La simple idea le hace salir disparada. Sube la escalera de dos en dos y se para en la puerta de su habitación prestada, casi sin aliento. Mira cómo su hermano va sacando una a una las cajas de cartón que hay bajo su cama. Hasta ahora las cosas van bien. Él está ocupado buscando entre libros y revistas. Es evidente que no tiene ningún interés en mirar debajo del colchón.
Willow pasea frente al espejo, mirando el reflejo de David. Se da cuenta de que su hermano ha dejado la revista que estaba leyendo sobre la cómoda y se pone a pasar las páginas sin demasiado interés: parece que es un volumen dedicado a los ritos funerarios de la antigua Grecia. Willow está a punto de volver a dejarlo cuando se encuentra con un papel doblado entre las páginas. Le llama la atención al ver el membrete de su instituto.
Eso solo puede significar una cosa. Deben de haberle citado. Alguien debe haber descubierto algo sobre ella. Le tiemblan las manos. Sin dejar de vigilar el espejo, despliega el papel y se pone a leer.
Pero no es nada de eso. Se trata nada más de una carta genérica escrita a todos los padres de alumnos de su curso. Cada padre o tutor debe pedir una cita para informarse de los cursos de preparación para los exámenes, la orientación para la universidad, bla, bla…
La misma porquería de la que estaban hablando Claudia v compañía el otro día. Nada importante.
Willow se siente tan aliviada que se olvida por unos segundos de las verdaderas implicaciones de la carta. Está claro que no tiene ninguna importancia para ella. Nada le podría importar menos que el que David tuviera que ir a una de esas aburridas reuniones con los profesores.
Pero ¿y David? Ese no era el plan. Él debería estar haciendo ese tipo de cosas por Isabelle, por su hija. Él no necesita un ensayo general. Está segura de que David le odia por haberle traído esa carga a su vida. Si no fuera así, ¿no se lo habría comentado? Al fin y al cabo, el instituto es uno de los pocos temas de conversación que puede tener con ella. Willow vuelve a dejar la carta en la revista, avergonzada de haber pensado primero en ella.
—David, lo siento —dice Willow, girándose de espaldas al espejo.
—¿Que lo sientes? —Contesta con el ceño fruncido mientras husmea entre las cajas—. ¿El qué?
—Bueno… —A Willow se le corta la voz. ¿Qué le puede decir? ¿Perdón por arruinarle la vida? ¿Perdón por haber cogido el coche aquella noche? ¿Qué podría decirle que expresara lo que siente?
¡A lo mejor bastaría con preguntarle si le gustaría comprarse un gato!
Bastaría con decir que siente que tenga que aguantar una reunión padre-profesor con quince años de antelación. Eso podría ser algo por lo que pedir perdón sin sonar demasiado melodramática. Claro, si no fuera porque se supone que ella no sabe nada. Hablar con su hermano cada vez se parece más a atravesar un campo de minas. Tiene que ir con cuidado si no quiere poner el pie en una de las trampas.
—¡ Eh, mira esto! —exclama David mientras mete la mano en una de las cajas y saca un pequeño volumen azul—. Lo había olvidado —murmura, sacándole el polvo del lomo. Willow puede ver que es uno de los libros de su padre. David lo deja en el suelo y vuelve a meter las cajas bajo la cama.
—Perdona —se levanta—, ¿decías algo?
—No, nada —responde Willow con tristeza. Recoge el jersey y la mochila que están sobre la silla. Es hora de irse si no quiere llegar tarde al instituto. Se para un instante en la puerta y mira a David—. No tengo nada que decir.
Al menos eso es verdad.
Willow sabe que, para alguien que no sepa nada, ella parece una alumna ideal. Su mano recorre la hoja a toda velocidad cuando toma apuntes, palabra por palabra, de lo que dice la profesora. Ha perfeccionado tanto su técnica de fingir que hasta parece prestar atención cuando en realidad su mente está a miles de kilómetros de aquí. No es solo eso, sino que también sabe cuándo asentir fervientemente para mostrar un sincero interés.