XXI (8 page)

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Authors: Francisco Miguel Espinosa

Tags: #Histórico

BOOK: XXI
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—¿Dónde cojones estáis? ¡Lo sé todo!

Se tumba y llora. Se está volviendo loco. Tiene que salir de la ciudad. Entonces, abre los ojos y ve un cinturón de cuero debajo de unas piedras. La hebilla brilla como un encantador bálsamo. Nate se arrastra sobre el asfalto como una serpiente y agarra el cinturón. Se incorpora un poco y allí mismo, de rodillas, se aprieta el cinturón en torno al cuello y tira del otro extremo con todas sus fuerzas hasta que deja de respirar.

Y entonces, llega la paz.

Sus manos pierden fuerza y dejan de apretar el cinturón, le tiembla todo el cuerpo durante unos segundos y entonces cierra los ojos, con una sonrisa en la cara, dejándose llevar por el vacío. Vuelve una y otra vez a sus mejores recuerdos: ve a su madre, ve a la delicada Dahlia, recuerda voces, recuerda el calor del sol.

Cuando Nate vuelve a abrir los ojos, está empezando a llover. Alguien ha arrastrado su cuerpo y le ha cobijado bajo un techo de chapa.

8

—¿Vas a ir al baile?

—Claro.

—¿Con tu novia?

—Sean, no empieces.

—Vale, vale. ¿Por qué no te la traes a jugar un día?

—No quiero que juegue.

El final del curso había llegado y Dahlia y Nate llevaban varios meses saliendo oficialmente. Sean se colgaba del cuello y le hacía señas a Nate. Habían encontrado otro lugar donde jugar.

—Eh, Nate. Ayúdame a apretarme el cinturón.

Sean se había comprado ese cinturón especialmente para jugar. La hebilla era pequeña y no dejaba marca, se podía apretar mucho y tenía un acolchado que Sean le había cosido en la cara interna. Nate apretó el cinturón hasta que su amigo le hizo señas de que ya era suficiente. El nuevo lugar donde jugaban era el viejo almacén de material deportivo.

—Te toca, Nate.

Ni siquiera se había dado cuenta de que Sean había terminado. Antes disfrutaba viendo cómo sus amigos se asfixiaban y eran catapultados al misterioso éxtasis.

—No me apetece.

—¡Joder, Nate!

—¿Qué?

—Esa puta te está cambiando.

Para sus amigos, Dahlia se estaba apoderando de Nate.

—Antes jugabas todos los días. ¿Qué cojones te ha pasado?

—No me ha pasado nada, es que no me apetece.

—Es por esa tía.

—Cállate.

—¡Es por esa puta!

Nate le soltó un puñetazo en la cara a Sean con todas sus ganas. Sean cayó de espaldas. Luego, se levantó y apretó los puños. Era más grande que Nate, más fuerte, tenía peor carácter y podría tumbarlo con una mano. Ninguno de sus amigos dijo o hizo nada.

—Te dejas manipular por esa puta. Lo repetiré: ¡puta!

—Vete a la mierda.

—¡Eso! Lárgate, maricón.

Nate salió del almacén dando un portazo y enseguida sintió una rabia por dentro que le atacaba. Podría coger el cinturón y apretárselo alrededor del cuello hasta que la sangre no le llegase a la cabeza. Pero siguió andando y se metió rápidamente en los lavabos. Le dio una patada a la pared y se calmó un poco. Abrió el grifo y metió la cabeza bajo el chorro.

Oyó una puerta abrirse y unos pasos amortiguados acercarse a él. Alguien abrió el grifo contiguo y se lavó las manos.

—El baile de fin de curso es para maricones y parejas que necesitan una excusa para follar. Y luego están los que son como tú, unos románticos.

Nate se dio la vuelta. Era un chico mayor que él, con el pelo negro y muy brillante y la cara picuda, como un cuervo. Abría mucho la boca al hablar y podía verle los dientes, perfectos y muy blancos, casi artificiales. Se miraba en el espejo atentamente, examinando cada centímetro de su cara y asintiendo con conformidad. Nate le observaba atónito, estudiando ese despliegue de egocentrismo y sabiduría a la vez. El otro chico carraspeó, soltó un gargajo en el lavabo y miró fijamente a Nate. Fruncía bastante el ceño y casi apuñalaba con la mirada. Nate se dio cuenta de golpe de lo alto que era y su figura le impuso respeto.

—Tú no existes. Eres la suma de lo que te va sucediendo, eres las personas que conoces, las chicas a las que te follas y las que te rompen el corazón, eres tus padres, tus abuelos y tus hermanos, eres los profesores a los que odias y tus ídolos de rock. Tú, Nate, no existes.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Nada puede joderte, ni hacerte daño, ni nada te debería importar una mierda porque tú no existes.

El desconocido se miró una vez más en el espejo, abrió la puerta y desapareció. Nate se quedó un rato en silencio, mirándose también en el espejo, pensando en lo que acababa de pasar y en lo que le acababan de decir. Se lavó la cara y se sintió sucio y mareado.

—¿Qué te pasa?

—Nada.

—Estás raro.

—No lo estoy.

—¿Te ha pasado algo?

—No lo sé. Sí, creo que sí.

Dahlia se detuvo, en mitad de la calle, y le miró fijamente.

Dijo:

—Sé que te preocupa graduarte y que no sabes lo que vas a hacer después, pero estamos juntos. ¿Lo sabes?

—Claro.

—Cariño, ya se nos ocurrirá algo.

—Supongo que sí.

Dahlia se acercó y se besaron. El cuerpo de Dahlia parecía de cristal, era muy fino y delicado.

—Lo has dado todo en los exámenes finales, y necesitas relajarte. Nos vamos de compras esta tarde. ¿Vale?

—¿De compras?

—Tengo que comprar zapatos para el baile.

—¡Es verdad! Aún no he visto tu vestido.

—Ni lo verás, hasta el baile.

Sentado mientras ella se probaba zapatos, Nate pensaba en lo mucho que disfrutaba con ella. Era dulce, era guapa y era todo lo que le importaba. Era una verdad tan imposible de contradecir como la gravedad. Era la mujer perfecta.

—He estado pensando en la graduación.

—Nate, ya te he dicho que no te agobies.

—No lo hago. Quiero que nos vayamos de aquí, que empecemos juntos. Tú te irás a la universidad y yo buscaré trabajo. Será perfecto.

—¿Es realmente lo que quieres?

—Sí.

—Te quiero, Nate.

—Te quiero.

Dahlia se levantó y le abrazó.

Esa noche, en su casa, Nate no pudo llegar al final. Era la primera vez que le pasaba. Se desenrolló el cinturón, se frotó un poco el cuello y se sentó en la cama. No tenía ganas de jugar nunca más. Rebuscó entre la pila de papeles de los apuntes del último curso y encontró varios folletos impresos en blanco y negro. El primero de todos decía:

El juego de asfixia es real

Debemos estar atentos a las señales que se relacionan con esta práctica cruel y depravada. Si su hijo:

—Lleva cinturón sin necesitarlo.

—Colecciona bufandas u objetos que sirvan de horca.

—Presenta marcas en el cuello.

—Pasa mucho tiempo encerrado en su habitación.

—Deja colgados de los picaportes cinturones o bufandas.

Posiblemente se encuentre ante UN CASO DE JUEGO DE ASFIXIA en su propio hogar. Acuda a la reunión informativa para padres y madres de alumnos el día 13 de abril a las 19 h.

El día siguiente era el baile, así que comprobó su esmoquin otra vez. Arrugó el folleto y lo tiró a la papelera.

9

Habían puesto adornos a la entrada del gimnasio y desde fuera se podía oír la música. Nate sujetaba de la cintura a Dahlia y la acompañaba escaleras arriba. Las parejas entraban al gimnasio y se quedaban hechizadas por las luces y la decoración. Las canchas se habían convertido en pista de baile y las fotos del anuario estaban colgadas de las paredes. Nate y Dahlia avanzaron cogidos de la mano hacia el centro de la pista.

—Ésta es la última noche.

—Lo sé. Todo ha pasado muy rápido.

—Aún podemos esperar a irnos, si quieres.

—No, es hora de empezar de nuevo.

—¿A tus tíos no les importa?

—Están deseando conocerte. Tienen espacio de sobra, podemos quedarnos el tiempo que queramos.

—En cuanto lleguemos buscaré trabajo.

—¿Ya se lo has dicho a tus padres adoptivos?

—Sí, no les ha hecho mucha gracia, pero no pueden hacer nada. Ya soy mayor.

Fuera, un coche derrapaba y entraba en el parking de profesores. Los antiguos amigos de Nate. Las puertas del gimnasio se abrieron de golpe y los cinco hicieron su aparición. Sean iba al frente del grupo y no reparó en que en el centro de la pista Nate bailaba abrazando a Dahlia. Las últimas semanas habían sido tensas entre Nate y Sean. En parte era porque Sean representaba todo lo que Nate no era.

La música se detuvo. Nate pensaba en su generación. En la parte de su vida que se terminaba en ese momento. El futuro era algo amenazador. Miró a Dahlia.

—Dahlia, tengo que decirte algo.

—Dime.

—No es fácil.

—¿Qué pasa, Nate?

—¿Si hubiera hecho algo malo en la vida me seguirías queriendo?

—¿A qué te refieres?

—He hecho cosas muy malas.

—Nate, me estás asustando, ¿qué ocurre?

—Vamos fuera, necesito tomar el aire.

Había llegado el verano, hacía mucho calor y casi no había casi luz. Nate se quedó de pie y Dahlia se sentó en el borde la escalera, recogiéndose la falda con cuidado.

—¿Qué ocurre?

—He hecho algo malo, y tengo miedo de que me abandones en cuanto te enteres.

—Nate, pase lo que pase yo siempre te apoyaré. No puede haber sido tan grave.

Nate cerró los ojos un instante y sintió la presión en el cuello de una soga invisible.

—Maté a mi padre. Él violó y mató a mi madre, delante de mí. Y lo maté.

—Oh, Dios mío.

—Lo maté y ni siquiera lo siento.

—¡Nate!

—Aquel día no fui al colegio. Me quedé sentado, viendo la tele. No sabía realmente lo que había pasado. No me condenaron porque era demasiado pequeño. Y porque fue en defensa propia.

Dahlia le abrazó y Nate empezó a llorar. Necesitaba dejar salir la rabia. Y mientras abrazaba a la única persona del mundo a quien había contado su historia por propia voluntad, oyó una voz detrás de ellos que le hizo sentir de nuevo una soga invisible apretando su cuello:

—Nate, tenemos que hablar.

Nate hizo un gesto a Dahlia y ésta se fue hacia el gimnasio. Cuando ella ya estaba dentro otros chicos se acercaron y le rodearon. Sean se puso delante de ellos y miró a Nate con condescendencia.

—Nate, no nos gusta la manera en que nos tratas últimamente. Alguien se ha estado yendo de la lengua diciendo los sitios donde jugamos.

—¿De qué cojones me estás hablando?

—Nate, si no quieres seguir jugando es asunto tuyo, pero delatar a los demás no está bien.

—¡Yo no he dicho una mierda a nadie! ¡Sabes de sobra que no soy un chivato!

—Tú no, pero tal vez la putita de tu novia sí.

Automáticamente Nate lanzó un puñetazo a Sean en la cara. Los otros dos gigantescos chicos se lanzaron contra Nate y le hicieron caer al suelo. Sean se levantó furioso y arremetió contra él. Tirado en el suelo, Nate no podía sentir prácticamente nada. Notaba en su boca el sabor como de cobre de su sangre, las patadas y puñetazos que caían sobre él, y podía oír el sonido que producían al chocar contra su cuerpo, pero no sentía el dolor. Era como si contemplara la escena desde lejos, desde un plano abstracto y seguro.

Cuando volvió a abrir los ojos, un grupo de chicos y chicas se agolpaban a su alrededor y Dahlia le miraba con aire de preocupación. Abrió la boca para decir algo, pero no pudo. Distinguió a un profesor abriéndose paso entre la multitud.

—¿Qué ha pasado?

—Salí a tomar el aire y me han atracado.

—¿Quiénes?

—No lo sé, no les vi la cara.

Los demás alumnos siguieron bailando, comentando en voz baja lo que había pasado, sin mostrar más interés y sin darle mayor importancia. Dahlia insistió en que subieran a una de las aulas para descansar un rato.

—¿Quieres que nos vayamos a casa?

—No.

—¿Qué ha pasado realmente? Ha sido Sean, ¿verdad?

Nate suspiró.

—Sí, ha sido él. Alguien le había dicho al director dónde se reunían para jugar y Sean pensaba que habías sido tú.

Dahlia no respondió. Su silencio era una confesión. Nate la miró fijamente y ella bajó la vista.

—¿Fuiste tú?

—Nate…

—¿Fuiste tú? ¿Tú les delataste?

—Escucha…

—¡No! ¡No quiero escuchar! ¿Cómo se te ocurrió hacerlo? ¿En qué estabas pensando?

—En joderles por lo que te hicieron.

—¿Lo que me hicieron?

—No te das cuenta, Nate, pero el juego de asfixia te estaba haciendo daño.

—Pero si hace mucho que no juego.

—No podía más, lo hice por ayudarte.

—Pues deja de ayudarme, joder.

Nate la dejó sola llorando y se fue.

Una despedida siempre es una despedida. Pero si es amarga deja una marca imborrable. Las luces del gimnasio se apagaron y la gente empezó a salir. Nate había estado caminando solo a oscuras por el aparcamiento. Entonces entró de nuevo en el gimnasio, la mayor parte de la gente ya se había ido y no encontraba a Dahlia en ninguna parte. Se había comportado como un cretino. Preguntó a unas chicas que salían borrachas con los tirantes de los vestidos caídos. No sabían nada de ella, no la habían visto. Nate no quería largarse y dejarla tirada.

—Yo la vi hace un rato en el baño —respondió otra de las chicas a las que Nate preguntó.

Nate entró en el lavabo de las chicas. La llamó en voz alta pero no hubo respuesta. Se agachó un poco y pudo ver los zapatos de Dahlia en uno de los aseos.

—Dahlia, ábreme la puerta. Siento todo lo que ha pasado. Sé que sólo querías ayudarme.

Dahlia siguió sin dirigirle la palabra.

—Te quiero más de lo que he querido a nadie en mi vida y quiero pasar mi vida a tu lado.

Nate abrió la puerta, poco a poco.

—¿Me perdonas?

Los profesores, la policía y sus propios padres dijeron que había sido un suicidio. Nate sabía que no. La encontró con el lazo del vestido rodeando su cuello, colgada de la cisterna del aseo.

Después de discutir, se había encerrado a llorar en el baño y había jugado al juego de asfixia. Pero no pudo parar. Cuando la encontraron tenía los puños apretados, había intentado desatar el lazo, pero no había podido. Cuando te desmayas, hay que desatar la soga. Alguien tiene que hacerlo por ti. Es lo que Nate no le había explicado a Dahlia.

Lo que Nate nunca supo es que, en el último momento, ella intentó gritar su nombre.

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