Yo soy el Diego (42 page)

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Authors: Diego Armando Maradona

Tags: #biografía, #Relato

BOOK: Yo soy el Diego
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También tuve oportunidad de conocer a muchas celebridades, esa gente importante más allá del deporte. De todas ellas, me quedo con uno. El que más me impresionó, y no creo que aparezca nadie que lo supere, fue Fidel Castro, sin lugar a dudas. Tres veces estuve en Cuba, incluida esta última, y todavía me pongo nervioso, como emocionado, cuando lo veo.

Recuerdo muy bien nuestro primer encuentro: fue el martes 28 de julio de 1987, casi a la medianoche. Nos recibió en su propio despacho, justo frente a la Plaza de la Revolución. Yo estaba tan nervioso que no me salían las palabras... Menos mal que me acompañaba la Claudia, con Dalmita en brazos, porque era un bebé todavía, mi vieja, Fernando Signorini. Entonces nos pusimos a hablar de cualquier cosa, como por ejemplo si necesitaba un lugar para que Dalma comiera. Y yo le contesté: "No, quédese tranquilo, Comandante, que ella se autoabastece". Claro, estaba dale que dale, con la teta. Nos entendimos enseguida, aunque algunas palabras, bueno, significaban cosas distintas para cada uno... Cuando él decía pelota, hablaba de béisbol; cuando yo decía lo mismo, hablábamos de fútbol. El me preguntó:


Dime, ¿a ti no te duele cuando chutas o cabeceas la bola?

—No.


Pero, cono, ¿por qué me dolía a mí cuando jugaba de muchacho?


Porque antes se usaba otra pelota, más pesada, menos elaborada.


Ah, y dime, ¿cómo tiene que hacer un portero para atajar un penal?

—-
Quedarse en el medio del arco y tratar de adivinar dónde va a patear el otro.


Pero eso es difícil, compañero.


Muy difícil. Por eso nosotros decimos que penal es gol.


Ah, y dime, ¿cómo tú chuteas los penales?


Tomo dos metros de carrera, y sólo levanto la cabeza cuando apoyo el pie derecho y tengo la zurda lista para pegarle a la pelota. Ahí elijo la punta.


Pero, ¿qué tú dices? ¿Tú chuteas sin mirar la pelota?

—Sí.


Compañero, lo que hace la mente humana, no tiene límites, siempre me pregunto hasta dónde llegará junto al cuerpo. Ese es uno de los grandes desafíos del deporte. Es increíble. Y dime, ¿es verdad que tú erras pocos penales?


También, con todos los que erré.

En un momento se paró, enorme como es, pidió permiso y se fue a la cocina. Apareció con unas ostras espectaculares. Yo me bajé cinco copas y él se puso a hablar de cocina con la Tota. Intercambiaron recetas y todo... Seguimos con eso del fútbol y me contó un dato que me sorprendió: me dijo que, cuando jugaba, él era ¡extremo derecho! Entonces yo le dije, para joderlo: "¿¡Cooó-mo!? ¿Derecho, usted? Wing izquierdo tendría que haber sido".

Me preguntó si algún día podría hacer algo por el fútbol cubano y yo le contesté que sí, que tenían todo para crecer...

—Lo único que complica un poco es el calor, pero después tienen todo: habilidad, cintura, música por dentro, resistencia física y ganas.

Cuando ya nos íbamos, le miré la gorra, levanté las cejas, y él me cazó al vuelo, casi ni escuchó que yo le decía...

—Comandante, disculpe, ¿me la da?

Se la sacó y me la iba a poner, directamente, pero se frenó...


Espera, antes te la firmo, porque si no puede ser de cualquiera.

¡Que va a ser de cualquiera! Era la gorra del Comandante. Me la puse, saludó a toda mi familia, uno por uno, nos dimos un abrazo y me fui. Yo tenía la sensación de que había estado hablando con una enciclopedia. Haberlo visto había sido como tocar el cielo con las manos. Es una bestia que sabe de todo, y tiene una convicción que te permite entender, viéndolo nomás, cómo hizo lo que hizo con diez soldados y tres fusiles... Esto lo vengo diciendo desde aquel día: uno puede estar en desacuerdo por algunas cosas con él, pero, por favor, ¡déjenlo trabajar en paz! Me gustaría ver a Cuba sin bloqueo, a ver qué pasa.

Nos volvimos a encontrar en la Navidad del '94. Yo ya entré al Consejo de Estado como a mi casa, me estaba esperando. Ya estaba Gianinnita, también. Fue una reunión muy linda, muy íntima. Me dio otra gorra, pero esta vez yo le regalé una camiseta número diez, del Seleccionado... Unos meses después, me llegó una carta a mi casa, con el membrete del gobierno cubano. Era Fidel que, de puño y letra, me pedía permiso para ubicar mi camiseta en el museo del deporte cubano. ¡Un fenómeno!

Y, bueno, lo que hizo por mí en los últimos tiempos, en el 2000, no tiene nombre. Yo digo que esto de estar vivo se lo tengo que agradecer al Barba (Dios) y... al Barba (Fidel). Si el Comandante fue el que más me impresionó, Alberto de Monaco fue el que menos. En Montecarlo, el hijo de puta me hizo pagar una cuenta de una comida a la que él nos había invitado... Se fue antes porque dijo que tenía que levantarse temprano. Cuando pedimos la cuenta con Guillermo, ¡eran cinco lucas! Yo había ido a Mónaco para ver a Stephanie o a Carolina y me encontré con el
boby
de Alberto, que encima me hizo pagar una fortuna.

El doctor Carlos Menem me ayudó mucho a cambio de nada, de nada. Yo me acerqué a él cuando pasó la tragedia de su hijo, Carlitos, en marzo del '95. Pensé que podía darle algo. No sé, apoyo, algo... Cuando el peronismo perdió las elecciones con De la Rúa, en el '99, fui a visitarlo, porque sentí que debía estar con él también en la mala y para demostrarle a todos que no tenía intereses por poder ni por nada. Fui cuando ya no estaba para la vuelta olímpica... La vuelta olímpica la dan los giles que se suben al carro de los vencedores. Y yo no soy de ésos.

Y a quien me hubiera gustado conocer, obviamente, no voy a sorprender a nadie con esto, es al Che Guevara, al querido Ernesto Che Guevara de la Serna, que así es el nombre completo. Lo llevo en el brazo, en un tatuaje que es una obra de arte, pero podría decir, mejor, que lo llevo en el corazón. Este... enamoramiento, empezó en Italia, sí, en Italia. No en Argentina, y este dato para mí es importante en todo lo que tiene que ver con el Che Guevara. Porque cuando yo estaba en la Argentina, el Che era para mí lo mismo que para la mayoría de mis compatriotas: un asesino, un terrorista malo, un revolucionario que ponía bombas en los colegios. Esa era la historia que a mí me habían enseñado. Pero cuando llegué a Italia, al país campeón de los
scioperi,
de las huelgas, de los obreros con poder, empecé a ver que en cada uno de sus actos, la bandera que aparecía era la de este muchacho... La cara de él, en negro, sobre un trapo rojo... Y entonces empecé a leer, a leer, a leer sobre él. Y me empecé a preguntar: ¿cómo los argentinos no decimos toda la verdad sobre el Che? ¿Por qué no reclamamos sus restos, como antes reclamamos los de otros, como Juan Manuel de Rosas? Y como no tenía, no encontraba, respuestas a ninguna de esas preguntas, decidí hacerle mi propio homenaje. Y me metí el tatuaje en el hombro, para llevarlo para siempre. Aprendí a quererlo, conocí su leyenda, leí su historia: de éste sí sé la verdad; de San Martín y de Sarmiento, lo digo con todo respeto, no.

Me gustaría que en los colegios contaran la verdadera historia. Más todavía, me conformaría con que en los colegios de mi país, decir Che Guevara no sea mala palabra.

En resumen, le agradezco al fútbol todo lo que me dio, y al Barba (Dios), también, porque a través de él fue la cosa: la posibilidad de ayudar a mi familia, de compartir mi vida con compañeros extraordinarios y de conocer a gente que en mi vida soñé que podría llegar a conocer... ¿En mi piecita con goteras de Fiorito lo podía imaginar?

YO SOY EL DIEGO

Un mensaje

Yo hice lo que pude...

Creo que tan mal no me fue.

Siempre, siempre, mi mayor orgullo fue jugar en el Seleccionado. Siempre, por más millones de dólares que me pagaran en el club que estuviera. Nada de nada era comparable, nada. Porque el valor del Seleccionado no se compara con la plata, se compara con la gloria. Y esto me encantaría que se lo metieran en la cabeza los chicos de hoy y los chicos de mañana: no podemos regalar la mística del futbolista argentino y la camiseta celeste y blanca. Aunque lamentablemente se esté perdiendo. Porque hubo una Copa América en Paraguay, en 1999, y fue necesario hacer una encuesta para saber quién quería venir, quién no... ¡Quién quería venir! Ahí, en este detalle, está la confirmación de que la mística se rompió. Aunque Grondona diga que no, aunque Bielsa quiera dibujarlo, aunque los jugadores expliquen, aunque los representantes justifiquen, aunque los periodistas interpreten. La mística... la mística se rompió. Y eso me jode, como pocas cosas en mi vida futbolística.

Y así como yo me puedo sentir dolido, lo mismo pueden decir los Ruggeri, los Pumpido, los Olarticoechea, los Giusti, los Goycochea. Con ellos nos reuníamos para luchar por la Selección, y si alguno avisaba que estaba lesionado, o algo, lo llamábamos y le decíamos: "¡Vení igual, vení igual!". Ojo, no es que somos o éramos ejemplos: simplemente, éramos conscientes de que la Selección nos necesitaba... ¡No hay cansancio, no hay cansancio! Vos estas representando al país, ¡es el orgullo más grande que podes tener! Esto era lo que se decía, lo que se repetía en aquellas reuniones: "¿Te tiró? Vení igual, vení igual", lo llamábamos entre todos al que sea y lo hacíamos venir igual, aunque no jugara.

Por eso a mí me encantaba ser capitán. Porque me permitía enfrentar, con poder, a quienes nos querían imponer cosas, cosas que iban en contra de los futbolistas. Y no creo que haya un solo jugador, ni un compañero mío, que pueda decirme:
Hiciste las cosas mal, no me defendiste bien.
Y yo me enfrenté a Grondona, a Blatter, a Havelange, a Macri... Quizás con un vocabulario futbolístico y no político, y eso me costó un montón de cosas. Pero el resultado, el resultado lo vale. Yo creo que hoy me paro en la Torre Eiffel, pego un grito y tengo alrededor mío a todos los jugadores del mundo. Porque me lo dijo Cantona, me lo dijo Weah, me lo dijo Stoitchkov:
Nosotros somos parte de la Asociación de Futbolistas Mundiales y vos sos el presidente.
Ese es el orgullo más grande que tengo yo.

Y esto es lo que pretendo que se entienda: no puedo aceptar que no se sumen a la Selección porque están cansados, porque están lesionados, porque los clubes que los contrataron les pagan millones de dólares, porque.... ¡Los brasileños juegan setecientos mil partidos por año y están siempre! No sé, me da la impresión que ahora los brasileños agarraron la mística nuestra: Rivaldo juega el domingo para el Barcelona, viaja a Tailandia y hace un gol para Brasil, vuelve y se planta contra el Real Madrid, juega la Copa América, se rompe el culo por sus, ¡por sus! camisetas... O sea, yo digo: ¡Viva Rivaldo! Eso hacíamos antes los argentinos, ¡eso hacía yo!

Algo de eso, ahora, se rompió. Y yo no le echo la culpa a los representantes, ¡no le echemos más la culpa a los representantes! Acá, los únicos culpables somos los jugadores. Y esto mismo lo dije yo en una charla, en Futbolistas Argentinos Agremiados: "Para tomar decisiones no se necesita tener a un Maradona de 20 años... Basta con no transar, ¡no transar y sí unir!".

Por eso acepto ahora reunirme con Joseph Blatter, el presidente de la FIFA, para defender los principios del jugador de fútbol, ¿eh?, no para entregarme a Blatter. Porque si no estaría entregando veinticinco años de trayectoria, y no sólo adentro de la cancha: veinticinco años pensando que el jugador de fútbol es lo más importante, lejos, en este negocio. Y ésta es una gran verdad que nadie me puede refutar: a los técnicos los hacemos los jugadores, a los dirigentes los hacemos los jugadores.

Pero, por decir cosas como éstas, el poder no me perdonó. Yo lo viví, lo sigo viviendo todavía y lo tengo asumido.

Lo que no lograron fue cambiar mi vida. Que por ahí la hice bien o por ahí la hice mal, pero la hice yo. A mí no me diagramó Menotti, no me diagramó Bilardo, no me diagramó Havelange, no me diagramó Blatter, no me diagramó Menem, no me diagramó De la Rúa. A mí nadie me regaló la plata; me la gané yo, corriendo detrás de la pelota adentro de una cancha. ¿Mucha, demasiado? Por algo me la daban, el poder ganó mucho más gracias a mí. Por eso dependen de nosotros: si los futbolistas nos uniéramos, ¡mataríamos!

Los dirigentes de fútbol no saben nada del juego y nos han desplazado a los jugadores de un lugar muy importante. Están bien asesorados, estudiaron, consiguen los mejores sponsors y piensan más en Coca-Cola y en Hyundai que en los protagonistas. Yo lo sufrí cuando monté el Sindicato de Jugadores. Los Mundiales son riquísimos y los que hacemos el espectáculo recibimos puchitos, el 1 %. Esta es una fábrica a la que le va cada vez mejor con obreros que aceptan todo.

Porque hoy, los futbolistas ganan mucha plata sin tanto esfuerzo, entonces no les importa tanto. Ganan veinte millones de dólares por nada, Saviola y Aimar valen ochenta millones de dólares, no la tocan en un Preolímpico y siguen valiendo lo mismo, Vieri pasa de un equipo a otro por más y más millones y no festeja un título. Entonces, claro, ¿qué van a pensar en la Selección? ¿Para qué? Si no la necesitan... Y no hay nadie que se les acerque y les diga:
Mira, nene que si no jugás en la Selección y después no la tocas en tu club, pasas a ser un desastre, no vas a valer un carajo.

En cualquier momento van a decir que Saviola es un desastre, ¡y el pibe es un fenómeno! Pero tiene que triunfar en la Selección, tiene que aparecer alguien que reafirme las convicciones y que les diga.

Todo esto cambió desde que nos fuimos los viejos. Y no es porque nosotros hayamos sido más inteligentes ni nada, pero sí entendimos que teníamos que ser representantes de la gente, representantes del pueblo. Entonces nosotros, los representantes, cuando salíamos a jugar, pensábamos en la vieja, en el viejo, en el gomía, en el laburante, en todos... Y disfrutábamos como ellos cuando nos enterábamos de que iban a festejar los triunfos al Obelisco.

Yo quisiera que todo esto que digo se hiciera carne en los chicos del fútbol. Me encantaría ponerme al frente de los juveniles y decirles: "¿Vos venís de Rosario, pibe? Vení como sea, en tren, en colectivo, a dedo... Pero vení, después vemos. Jugate por la Selección que así te estás jugando por tu gente".

Hoy, muchos partidos se definen en los escritorios. Y eso va en contra de los jugadores: yo pagué un precio muy alto por defenderlos, por reclamar que al mediodía no se podía jugar en México, y por denunciar corrupción, como en el '90, donde la final tenía que ser Alemania-Italia. No tengo problemas en seguir pagando ese precio. Unidos, podríamos combatir las cosas malas que tiene el fútbol. Por ejemplo, los partidos digitados por los arbitros: en el '90 rompían las pelotas con el Fair Play, con el Fair Play, y en el primer partido los camerunenses nos mataron a patadas. Y después, en la final, vino lo de Codesal, lo del referí... Porque un penal mal dado no tiene nada que ver con el juego limpio, ¿no?, eso creo yo por lo menos. Hay cosas que están digitadas y los arbitros tienen que ver: en un Mundial de fútbol, en lugar de pasar inadvertidos, lo deciden. ¡Y no puede ser! Hay montones de arbitros que han falseado resultados, que han inclinado la cancha para que al fin lleguen a la final los dos equipos que prefiere la FIFA. Como un ejemplo, nada más, basta acordarse de México '86, cuando anularon aquel gol de Michel, cuando la pelota picó medio metro adentro, para que Brasil siguiera en carrera. El último Mundial, el de Francia '98, fue un campeonato mediocre y digitado. De la Selección de Francia no me acuerdo de casi ninguno, y no porque no me interese. Pero se sabía, desde la inauguración, que la final tenía que ser Francia-Brasil.

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