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Authors: Ángel González

Tags: #poesía

101+19= 120 poemas (7 page)

BOOK: 101+19= 120 poemas
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ORDEN. (POÉTICA a la que otros se aplican.)

Los poetas prudentes,

como las vírgenes —cuando las había—,

no deben separar los ojos

del firmamento.

¡Oh, tú, extranjero osado

que miras a los hombres:

contempla las estrellas!

(El Tiempo, no la Historia.)

Evita

la claridad obscena.

(
Cave canem
.)

Y edifica el misterio.

Sé puro:

no nombres; no ilumines.

Que tu palabra oscura se derrame en la noche

sombría y sin sentido

lo mismo que el momento de tu vida.

CONTRA-ORDEN. (POÉTICA por la que me pronuncio ciertos días.)

Esto es un poema.

Aquí está permitido

fijar carteles,

tirar escombros, hacer aguas

y escribir frases como:

Marica el que lo lea,

Amo a Irma,

Muera el…(silencio),

Arena gratis,

Asesinos,

etcétera.

Esto es un poema.

Mantén sucia la estrofa.

Escupe dentro.

Responsable la tarde que no acaba,

el tedio de este día,

la indeformable estolidez del tiempo.

POÉTICA N.º 4

Poesía eres tú,

dijo un poeta

–y esa vez era cierto–

mirando al Diccionario de la Lengua.

CALAMBUR

La axila vegetal, la piel de leche,

espumosa y floral, desnuda y sola,

niegas tu cuerpo al mar, ola tras ola,

y lo entregas al sol: que le aproveche.

La pupila de Dios, dulce y piadosa,

dora esta hora de otoño larga y cálida,

y bajo su mirada tu piel pálida

pasa de rosa blanca a rosa rosa.

Me siento dios por un instante: os veo

a él, a ti, al mar, la luz, la tarde.

Todo lo que contemplo vibra y arde,

y mi deseo se cumple en mi deseo:

dore mi sol así las olas y la

espuma que en tu cuerpo canta, canta

—más por tus senos que por tu garganta—

do re mi sol la si la sol la si la.

GLOSAS A HERÁCLITO

1

Nadie se baña dos veces en el mismo río.

Excepto los muy pobres.

2

Los más dialécticos, los multimillonarios:

nunca se bañan dos veces en el mismo

traje de baño.

3

(
Traducción al chino
.)

Nadie se mete dos veces en el mismo lío.

(Excepto los marxistas-leninistas.)

4

(
Interpretación del pesimista.
)

Nada es lo mismo, nada

permanece.

Menos

la Historia y la morcilla de mi tierra:

se hacen las dos con sangre, se repiten.

DATO BIOGRÁFICO

Cuando estoy en Madrid,

las cucarachas de mi casa protestan porque leo por las noches.

La luz no las anima a salir de sus escondrijos,

y pierden de ese modo la oportunidad de pasearse por mi dormitorio,

lugar hacia el que

—por oscuras razones—

se sienten irresistiblemente atraídas.

Ahora hablan de presentar un escrito de queja al presidente de la república,

y yo me pregunto:

¿en qué país se creerán que viven?;

estas cucarachas no leen los periódicos.

Lo que a ellas les gusta es que yo me emborrache

y baile tangos hasta la madrugada,

para así practicar sin riesgo alguno

su merodeo incesante y sin sentido, a ciegas

por las anchas baldosas de mi alcoba.

A veces las complazco,

no porque tenga en cuenta sus deseos,

sino porque me siento irresistiblemente atraído,

por oscuras razones,

hacia ciertos lugares muy mal iluminados

en los que me demoro sin plan preconcebido

hasta que el sol naciente anuncia un nuevo día.

Ya de regreso en casa,

cuando me cruzo por el pasillo con sus pequeños cuerpos que se evaden

con torpeza y con miedo

hacia las grietas sombrías donde moran,

les deseo buenas noches a destiempo

—pero de corazón, sinceramente—,

reconociendo en mí su incertidumbre,

su inoportunidad,

su fotofobia,

y otras muchas tendencias y actitudes

que —lamento decirlo—

hablan poco en favor de esos ortópteros.

ODA A LA NOCHE O LETRA PARA TANGO

Noche estrellada en aceptable uso,

con pálidos reflejos y opacidad lustrosa,

vieja chistera inútil en los tiempos que corren

como escuálidos galgos sobre el mundo,

definitivamente eres un lujo

que ha pasado de moda.

Tras la fría superficie de las calles de luna,

el alcanfor del sueño conserva en el almario

de la ciudad oscura a los que duermen

y no te verán nunca.

Yo, sin embargo, te llevo en la cabeza,

vieja noche de copa,

y cuando vuelvo a casa sorteando

imprevisibles gatos y farolas,

te levanto en un gesto final ceremonioso

dedicado a tus brillos y a mi sombra,

y te dejo colgada allá en lo alto

—¡hasta mañana, noche!—,

negra, deshabitada, misteriosa.

ODA A LOS NUEVOS BARDOS

Mucho les importa la poesía.

Hablan constantemente de la poesía,

y se prueban metáforas como putas sostenes

ante el oval espejo de las oes pulidas

que la admiración abre en las bocas afines.

Aman la intimidad, sus interioridades

les producen orgasmos repentinos:

entreabren las sedas de su escote,

desatan cintas, desanudan lazos,

y misteriosamente,

con señas enigmáticas que el azar mitifica,

llaman a sus adeptos:


Mira, mira...

Detrás de las cortinas,

en el lujo en penumbra de los viejos salones

que los brocados doran con resplandor oscuro,

sus adiposidades brillan pálidamente

un instante glorioso.

Eso les basta.

Otras tardes de otoño reconstruyen

el esplendor de un tiempo desahuciado

por deudas impagables, perdido en la ruleta

de un lejano Casino junto a un lago

por el que se deslizan cisnes,
cisnes

cuyo perfil

—anotan sonrientes—

susurra, intermitente, eses silentes:

aliterada letra herida,

casi exhalada


puesto que surgida

de la aterida pulcritud del ala—

en un S.O.S. que resbala

y que un peligro inadvertido evoca.

¡Y el cisne-cero-cisne que equivoca

al agua antes tranquila y ya alarmada,

era tan sólo nada-cisne-nada!

Pesados terciopelos sus éxtasis sofocan.

NOTAS DE UN VIAJERO

Siempre es igual aquí el verano:

sofocante y violento.

Pero

hace muy pocos años todavía

este paisaje no era así.

Era

más limpio y apacible —me cuentan—,

más claro, más sereno.

Ahora

el Imperio contrajo sus fronteras

y la resaca de una paz dudosa

arrastró a la metrópoli,

desde los más lejanos confines de la tierra,

un tropel pintoresco y peligroso:

aventureros, mercaderes,

soldados de fortuna, prostitutas, esclavos

recién manumitidos, músicos ambulantes,

falsos profetas, adivinos, bonzos,

mendigos y ladrones

que practican su oficio cuando pueden.

Todo el mundo amenaza a todo el mundo,

unos por arrogancia, otros por miedo.

Junto a las villas de los senadores,

insolentes hogueras

delatan la presencia de los bárbaros.

Han llegado hasta aquí con sus tambores,

asan carne barata al aire libre, cantan

canciones aprendidas en sus lejanas islas.

No conmemoran nada: rememoran,

repiten ritmos, sueños y palabras

que muy pronto

perderán su sentido.

Traidores a su pueblo,

desterrados

por su traición, despreciados

por quienes los acogen con disgusto

tras haberlos usado sin provecho,

acaso un día

sea ésta la patria de sus hijos;

nunca la de ellos.

Su patria es esa música tan sólo,

el humo y la nostalgia

que levantan su fuego y sus canciones.

Cerca del Capitolio

hay tonsurados monjes mendicantes,

embadurnados de ceniza y púrpura,

que predican y piden mansamente

atención y monedas.

Orgullosos negros,

ayer todavía esclavos,

miran a las muchachas de tez clara

con sonrisa agresiva,

y escupen cuando pasan los soldados.

(Por mucho menos los ahorcaban antes.)

Desde sus pedestales,

los Padres de la Patria contemplan desdeñosos

el corruptor efecto de los días

sobre la gloria que ellos acuñaron.

Ya no son más que piedra o bronce, efigies,

perfiles en monedas, tiempo ido

igual que sus vibrantes palabras, convertidas

en letra muerta que decora

los mármoles solemnes en su honor erigidos.

El aire huele a humo y a magnolias.

Un calor húmedo asciende de la tierra,

y el viento se ha parado.

En la ilusoria paz del parque juegan

niños en español.

Por el río Potomac remeros perezosos

buscan la orilla en sombra de la tarde.

TEXAS, OTOÑO, UN DÍA

I

¡Qué fragor el del sol contra los árboles!

Se agita todo el monte en verde espuma.

El aire es una llama transparente

que enciende y no consume

lo que sus lenguas lúcidas abrazan.

Por la profundidad turbia del cielo,

ánades cruzan en bandadas, hondos:

pétalos de la Rosa de los Vientos

que —¿hacia dónde, hacia dónde?—

los vientos caprichosos arrebatan.

Desde

las zarzas crepitantes de luz y mariposas,

la voz de un dios me exige

que sacrifique aquello que más amo.

II

Pero tú nada temas:

pese a tanta belleza,

el deseo

de hallar la paz en el olvido

no prevalecerá contra tu imagen.

ACOMA, NEW MEXICO, DICIEMBRE, 5:15 P.M.

Con tan inconsistentes materiales

—luz en polvo,

una tela de araña,

las ramas de un arbusto,

espacio, soledad, pájaros, viento—

ante mis ojos

levantó la tarde

un monumento de belleza

que parecía inextinguible:

inmensos pabellones de silencio,

galerías abiertas a altísimos abismos,

columnas de reflejos deslumbrantes,

lienzos tersos, ingrávidos,

de metal transparente como vidrio.

Mas todo aquello

—estatua o fortaleza—,

después de haberse erguido,

abrió dos grandes alas de misterio,

y se perdió en un vuelo negro y rápido.

De su presencia lúcida

sólo nos queda ahora

un desolado pedestal vacío

de sombra, y frío, y noche, y desamparo.

CHILOÉ, SETIEMBRE, 1972 (Un año después, en el recuerdo)

Estuve en Chiloé junto a la primavera.

(Sería otoño en España.)

Humedad olorosa,

praderas solitarias.

Recuperé de pronto tiempo y tierra.

(Tiempo perdido, tierra derrotada.)

El mar mordía los acantilados

con sus dientes de espuma verde y blanca.

Veía el Norte en el Sur.

¡Espejismo de rostros y de muros

iluminados con palabras

puras:
libertad, compañeros
!

(Y en el fondo, con nieve, las montañas.)

¿De dónde regresaba todo aquello?

Surgidos de la bruma

—¿era ayer o mañana?—

albatros quietos, levitando arriba,

serenaban el aire con sus extensas alas.

Todo encalló en un tiempo amargo y sucio. Ahora,

asomando sobre las aguas, la arboladura rota de esos días

tan sólo exhibe buitres en sus jarcias.

ILUSOS LOS ULISES

Siempre, después de un viaje,

una mirada terca se aferra a lo que busca,

y es un hueco sombrío, una luz pavorosa,

tan sólo lo que tocan los ojos del que vuelve.

Fidelidad, afán inútil.

¿Quién tuvo la arrogancia de intentarte?

Nadie ha sido capaz

—ni aun los que han muerto—

de destejer la trama

de los días.

PROSEMAS O MENOS (1985)
NO TUVO AYER SU DÍA

Ya desde muy temprano,

ayer fue tarde.

Amaneció el crepúsculo, y al alba

el cielo derramó sobre la tierra

un gran haz de penumbra.

Cerca del mediodía

un firmamento tenue e incompleto

—¿cifra de nuestra suerte?—

brillaba todavía en el espacio.

(La luna

no iluminaba al mundo;

su cuerpo transparente

nos permitía tan sólo adivinar

la existencia más alta de otro cielo

inclemente también, inapelable.)

Seguimos esperando, sin embargo.

Imprecisas señales

—un latido de pájaros, a veces;

el eco de un relámpago;

súbitas rachas de violento viento—

nos mantenían alerta.

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