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Authors: Maria Halasi

Tags: #Infantil y juvenil

A la izquierda de la escalera (18 page)

BOOK: A la izquierda de la escalera
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—Querido papá. Dos puntos. Nueva línea. ¡Ahí no! ¡Debajo!

Susi obedeció.

—Yo estoy bien. Espero que lo estés tú también.

Susi levantó la cabeza:

—¿Cómo se escribe «también»?

—Con «b» y con «m» antes de la «b» —contestó severamente Kati, y continuó—: Voy bastante bien en los estudios, pero de aquí a final de curso mejoraré. ¿Lo tienes ya?

—Sí.

—Ya es bastante, ¿no? Y, ahora, fírmalo: tu hija que te quiere, Susi.

Susi sacó una nueva pelusa de la pluma y, mientras Kati se peinaba y se ponía la boina con mucho cuidado, añadió a la carta:

«He visto tu fotografía. Te mando la mía. Soy un poco bajita porque no me gusta comer. Papá, escríbeme, por favor. ¡Me gustaría tanto recibir carta tuya! Con muchos besos, tu hija que te quiere, Susi».

Al cabo de dos días ya había un sello de un florín en el sobre, en el que Susi había copiado con letras preciosas la dirección apuntada en la servilleta de papel. Y, por fin, envió la carta.

¡Hacía un mes!

¡Y todavía no había recibido respuesta!

La señorita Magdi se dejó contar por todos los niños lo que les sugería el mes de marzo y ya no se ocupó más de Susi en toda la clase. Pero, cuando sonó el timbre para salir, le dijo:

—Ven un momento, pequeña Susi.

Pasó la mano por sus hombros y la condujo a la primera planta. Susi pensaba ya que la señorita Magdi la llevaba a la sala de profesores; pero se quedaron en el alféizar de la ventana de enfrente y la señorita Magdi se puso frente a ella:

—¿Sabes que estás cayendo? Tu nivel es cada día más bajo.

Susi se apoyó contra la pared para no caerse de rodillas como el soldado anónimo del libro de lectura y asintió con la cabeza.

—¿Por qué motivo?

Susi se encogió de hombros.

—¿No puedes estudiar?

Susi se encogió otra vez de hombros.

—¿Te pasa algo?

Susi miró a través de la ventana.

—¿Quieres decirme algo? —preguntó la señorita Magdi, mirándola de tal manera que tenía volver la cabeza.

—Sí —contestó—. Dígame, por favor, qué es una cooperativa.

—Es parecido a una empresa donde la gente trabaja junta.

—Y ¿solamente hasta la tarde?

—Sí.

—Y ¿puede uno quedarse más tiempo allí?

—Bueno, si alguien es muy diligente… —la señorita Magdi miraba a los ojos de Susi, que reflejaban entonces pánico, y continuó así—: Pero, en cualquier caso, no se puede quedar más de una hora…

—Y ¿esa cooperativa es para costureras?

—Y para sastres, peluqueros, cerrajeros…

—Y ¿mi mamá puede ir allí?

—Si quiere ir allí y la admiten…

—¿Puede ser que no la admitan?

—Seguro que la admiten.

—Y ¿dónde está eso, esa cooperativa?

—Aquí, en la Avenida, está ese gran taller de costura para niños y, en la calle Flor, una tienda de vestidos para señoras. Hay muchas en la ciudad.

Susi inclinó la cabeza satisfecha. Y la señorita Magdi puso la mano sobre el hombro de Susi:

—Y ¿entonces estudiarías mejor?

—Sí.

—¿Quieres que hable yo con tu mamá?

—Sí…

—Pues dile que venga a verme cualquier día antes de la una.

—Pero ¿tiene que ser enseguida?

—No hace falta.

—Es que me gustaría ver primero la cooperativa, De todas maneras tiene un nombre muy feo —añadió Susi—. Casi tan feo como si se llamara Eta. Claro, que lo importante es que por las tardes haya que irse a casa.

La señorita Magdi acarició la cara de Susi.

* * *

SUBIÓ corriendo por las escaleras saltándolas de dos en dos. Muchas veces sentía envidia de Karcsú, cuando correteaba en casa por las escaleras. Karcsú podía saltarlas también de tres en tres. Ella se cansaba ya haciéndolo de dos en dos. Cuando llegó al cuarto piso sentía el latido de su corazón debajo de la lengua.

Al llegar, todavía estaba el recreo en pleno apogeo. Soki tiró a Blas contra la pared. Blas le dio una patada en la espinilla a Soki y después empezó a llorar.

¿Dónde estaba Kati?

Susi jadeaba tanto que tuvo que apoyar la cabeza contra el tablón de anuncios de los pioneros.

La verdad es que la señorita Magdi era muy simpática. Y no importaba el que fuese soltera. Por otra parte, esto lo sabía por Kati, que se lo había contado mientras hacía un mohín. Tampoco importaba el que nunca se pusiese zapatos de tacón alto. Kati también censuraba esto. Siempre llevaba zapatos bajos con cordones como los de muchas niñas de la clase. Susi, no. Porque su madre sólo le compraba botas, excepto en verano, en que, por suerte, podía llevar sandalias.

A lo que más le costó acostumbrarse fue a la cara de la señorita Magdi. Le recordaba una goma de borrar completamente nueva.

Y las manos… ¡Las tenía siempre limpias! Corno si a cada instante acabara de salir del cuarto de baño. ¡Era incomprensible que pudiese ser así en una profesora! Incluso las manos de Kati estaban ya sucias a los quince minutos de pasar por el umbral del colegio. Sin embargo, las manos de la señorita Magdi seguían desprendiendo una fragancia de limpieza aun después de la última clase. ¡Quizá fuese porque las tenía tan grandes!

Kati se presentó ante ella.

—Nos vamos a la cooperativa —le comunicó Susi.

—Bueno —asintió Kati. Ella siempre tenía tiempo.

—¿Sabes qué es una cooperativa?

—Claro, mi mamá trabaja en una.

Susi miró a Kati con estima. ¡Era admirable que supiera de todo!

También en esta ocasión estaba Karcsú delante del colegio. Como cuando fueron al fotógrafo.

—Voy a casa por aquí —dijo de pasada. Y se balanceó al lado de Kati.

¡Que iba por allí! Su colegio quedaba justo en el lado opuesto y no tenía que pasar en absoluto por allí para ir a casa. Además, ¡nadie le había preguntado por dónde iba él a casa!

¡Si por lo menos no se balanceara! Susi lo miró con disgusto. ¡Seguro que quería llevarlas a jugar a cualquier sitio y ya no podrían ir a la cooperativa! Karcsú ya decía a Kati:

—¿Os venís a la estación del Oeste?

—¿Por qué? ¿Llega alguien? —preguntó Kati sonriéndole.

—Eres un poco tonta —dijo Pedro con un rictus burlón, pero con tono cariñoso.

Susi le explicó de carrerilla que iban a la cooperativa, allí, en la Avenida.

—¿Sabes qué es una cooperativa? —le preguntó Susi.

—Claro que lo sé —contestó Karcsú con voz aguda, e inmediatamente después su cara se hizo impenetrable. De repente, su cabeza se asemejó a una caja de zapatos a la que acabaran de poner la tapa. Se mantuvo así hasta que llegaron ante la tienda de vestidos de niños. Entonces, lanzó un grito de alegría:

—¡Anda! ¡Si venís aquí!

Se quedó a esperarlas delante del escaparate y las dos niñas entraron en la tienda.

¡Era una tienda muy bonita! A la derecha, en una larga barra metálica, se alineaban los vestidos terminados: abrigos rojos, faldas de cuadros, vestidos de estofa de color rosa y azul… Kati se acercó enseguida para contemplarlos. A la izquierda estaba el mostrador y, detrás de éste, una estantería en la que se aburrían algunos trozos de tela. Aburriéndose junto con los trozos de tela, un hombre se apoyaba en la estantería. Al fondo estaban los probadores cerrados con cortinas. Las cortinas no estaban bien corridas y Susi pudo mirar dentro. Justamente entonces, estaban comprimiendo a una niña gorda en un vestido de cuadros. La niña se parecía a Maruja Pitter. Una señora se arrodillaba ante ella, arreglando el largo de su vestido. La niña gorda gimoteaba y la señora procuraba tranquilizarla diciéndole que enseguida terminarían. Susi corrió al lado de Kati.

—Vámonos de aquí —le susurró al oído.

—¿Por qué? —preguntó Kati—. ¡Son tan ricos estos vestidos!

—Pero, Vámonos —insistió Susi. Y enseguida corrió hacia afuera, para que el hombre que se aburría entre los tejidos no pudiera preguntarles lo que deseaban.

—¿Lo habéis comprado? —saltó ante ellas Karcsú cuando salían de la tienda.

Ninguna le contestó. Kati miró a Susi.

—¿Entonces?

—Iremos a ver la de la calle Flor. Quizá sea mejor.

Recorrieron dos veces la calle Flor antes de que pudieran encontrar la tienda. No tenía un escaparate tan grande ni tan vistoso como la de la Avenida. Encima del comercio se leía en una tabla:

«Cooperativa de costura de batas y ropa de casa».

En el escaparate había un vestido de franela estampada con botones de arriba abajo y una bata de felpa azul. A Susi enseguida le gustó la bata por su suave color azul claro. Kati también hizo constar:

—No está mal.

Otra vez dejaron fuera a Karcsú y entraron ellas.

Salió a su encuentro una señora de pelo blanco y con gafas. Vino de un cuarto trasero. No cerró la puerta, por lo que se podía oír el traqueteo de las máquinas de coser.

—¿Qué queréis, niñas? —preguntó.

La cabeza de Susi se aturdió por completo. No tenía ni idea de lo que debía contestar. Por suerte, Kati respondió sin el menor desconcierto:

—Quisiera hablar con la señora directora.

—Yo soy la jefa de esta cooperativa.

—¡Besos! —Kati inclinó la cabeza—. Quisiéramos informarnos.

—Muy bien —dijo la señora con gafas, sonriendo.

—Mi amiga Susi quisiera matricular a su mamá en esta cooperativa…

La señora se echó a reír.

—Esto, queridas niñas, no es un colegio donde haya que matricularse —y preguntó a Susi—: ¿Qué hace tu mamá?

—Cose.

—¿Dónde?

—Por las casas.

—¿Y le gustaría entrar en la cooperativa?

—No lo sé… —contestó Susi, dudando.

—¿Entonces?

—A mí me gustaría que entrase…

—Y ¿por qué te gustaría, niña?

—Porque por la noche trabaja hasta muy tarde.

—¿Y a ti te gustaría que no trabajase tanto?

—Me gustaría que estuviese más tiempo en casa.

La señora asentía repetidamente con la cabeza, como quien sabe perfectamente de qué se trata. Se quitó las gafas y se restregó los ojos.

—¿Dónde vivís? —preguntó después—. ¿En este distrito?

—Sí.

—Pues, que tu mamá venga a vernos.

—No vendrá —dijo Susi, mirando desanimada a la señora.

La señora con gafas parecía tan desalentada como Susi. Kati quería participar también de la Preocupación común, así que dijo:

—Así gana más. Quiere comprar una lavadora.

La señora volvió a ponerse las gafas mientras decía:

—Puede que gane más, pero eso no es vida. La lavadora no lo es todo.

Susi pensó que la señora tenía toda la razón pero no dijo nada. Sólo la miraba fijamente con la frente fruncida.

—No hay otra forma —suspiró la señora—. Tiene que venir ella personalmente. Dile que aquí también se puede ganar bastante y que terminaría a las cuatro y media. Dile que la señora Bernat ha dicho que la esperamos con cariño y que con nosotras lo pasará bien. Señora Bernat, ¿no lo olvidarás?

—No —prometió Susi. Y Kati y ella se despidieron.

* * *

SUSI lo estuvo pensando durante mucho tiempo. No sabía cómo empezar. Después se volvió hacia su madre cuando ésta ya había terminado de abrir la lata de paté:

—La señora Bernat es muy agradable. Mucho más agradable que la señora doctora o la señora Pitter.

—¿Quién es la señora Bernat? —preguntó su madre, mirándola.

—Pues, la jefa de la cooperativa.

—¿De qué cooperativa?

—La de la calle Flor.

—¿Qué hacías tú allí?

—Fui con Kati a pedir información.

La madre apartó la lata abierta y miró a Susi con tanto interés que ésta tuvo que continuar:

—Hemos preguntado si podrías entrar tú en esa cooperativa. Hacen batas de casa. Son unas batas muy bonitas. Más bonitas aún que la de la abuela doctora.

—Y ¿fuiste allí por mí?

—¡Claro!

—Pero ¿por qué?

—Porque trabajas hasta muy tarde. Donde la señora Bernat, terminarías a las cuatro y media.

Su madre se quedó un rato mirando la mesa de la cocina. Después preguntó:

—¿Quieres que te haga también un huevo pasado por agua?

Susi meneó la cabeza. Con el paté sería suficiente. Además, eso no tenía importancia en aquel momento.

—Bueno, ¿qué dices?

—¿De veras que fuiste allí porque te da pena que trabaje tanto? —la voz de la madre era sedosa.

Susi se abrazó al cuello de su madre.

—Entonces, ¿vas a entrar?

—¿Dónde?

—¡Pues, en la cooperativa!

—¿Por qué iba a entrar? Allí se gana mucho menos.

—La señora Bernat ha dicho que allí se gana bastante —las manos de Susi cayeron mustias del cuello de su madre—. También ha dicho que la lavadora no lo es todo y que lo que tú haces no es vida. Y que allí te esperan con cariño —continuaba insistiendo con un afán creciente hasta el punto de que, al pronunciar la última frase, sus brazos enlazaron de nuevo el cuello de la madre.

Ésta se desprendió de ellos con un movimiento breve e irritado y respondió:

—¡Déjame ya en paz con la señora Bernat!

Capítulo 16

HASTA hacía sol. Claro que lucía como quien no se toma en serio ni a sí mismo. De todas maneras, Susi luchó y discutió hasta que se le permitió ponerse el abrigo de entretiempo, que habían comprado en el almacén Corvin, en vez del estrecho abrigo de invierno. También intentó luchar por la llave. ¡No hubo manera!

Quizá su madre se disgustó cuando Susi le dio el recado de la señorita Magdi: que fuera a hablar con ella algún día antes de la una. Su madre se asustó al principio:

—¿No habrás hecho algo malo?

Susi tuvo que insistir durante diez minutos en que, de verdad, de verdad, no había hecho nada.

—¿Estudias poco?

Susi se encogió de hombros.

La madre estaba desesperada.

—Trabajo desde la mañana hasta la noche. ¿Cuándo podría tomarte la lección? ¿Cuándo podría comprobar si has hecho los deberes o no? ¿Te hace falta algo? ¿No te compro todo lo que quieres?

«¡Ay si empieza a llorar!», pensaba espantada. Susi. Y le contó apresuradamente que el día anterior había sacado un diez en matemáticas. Y era verdad; pero también era verdad que no hacía ni dos semanas que la señorita Magdi le había puesto un tres también en matemáticas.

—Pero, entonces, ¿por qué quiere hablar conmigo? —dijo preocupada la madre, quien se había acostumbrado, a lo largo de su vida, a que sólo la reclamasen cuando había una profunda razón por medio.

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