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Authors: Kevin Hearne

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

Acosado (26 page)

BOOK: Acosado
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¡Vale! ¡Cuánto te he echado de menos!

Le dije a Granuaile que seguiríamos charlando más tarde, cuando tuviera tiempo para una buena conversación. Ella me hizo un gesto de asentimiento y me despidió con la mano, mientras yo seguía a Hal hacia la mesa de bancos corridos en la que ya esperaba Oberón. Se oían los golpes sordos de la cola contra el suelo. La gente miraba alrededor, sin saber de dónde venía aquel ruido.

—Por las barbas de Odín, haz que tu perro se calme —gruñó Hal.

—Vale, estoy en ello —contesté, mientras me deslizaba por el banco. Encontré la cabeza de Oberón y empecé a rascarlo detrás de las orejas.

Está bien, amigo, tienes que calmarte. Se oyen los golpes de la cola.

¡Es que estoy tan contento de volver a estar contigo! ¡Ni te imaginas la mala leche que pueden llegar a tener los hombres lobo!

Me hago una idea, créeme. Y me alegro de que te hayas portado bien todo el tiempo. Por eso voy a pedirte dos raciones de salchichas y puré de patatas, pero tienes que tranquilizarte, porque estamos empezando a llamar la atención.

¡Vaya! ¡Lo intentaré! ¡Pero de verdad que es muy, muy difícil tranquilizarse! ¡Quiero jugar!

Ya lo sé, pero ahora mismo no podemos. Échate hacia atrás y pega la cola a la pared, así. Y ahora dime: ¿mantuviste un comportamiento impecable mientras estabas con Hal?

Sí, no dejé ni una sola marca en la tapicería y en su casa tampoco rompí nada.

¿No te olvidas alguna cosa? Hal me contó que le destrozaste el ambientador.

¡Pero si le hice un favor! ¡Ningún canino que se respete a sí mismo soporta el olor a limón!

Bueno, no te falta razón. Ahora quieto, aquí viene la camarera.

Pedimos dos platos del mejor pescado con patatas fritas y dos platos de salchichas y puré para Oberón. El pobre perro estaba a punto de volverse loco; tenía que dejarlo salir a correr por algún lado antes de que perdiera la cabeza del todo.

—Gracias por tu paciencia, Hal —dije una vez que se marchó la camarera—. Lo único que le pasa es que está contento porque sigo con vida y esas cosas.

—Entonces, ¿Snorri te ha dejado como nuevo?

—Él y una noche en el parque han hecho maravillas. Me siento estupendo.

—Intenta fingir que te duele un poco cuando la policía de Tempe vaya a verte, por favor. Espero que lleves un vendaje en el pecho.

—No, pero puedo ponérmelo si hace falta.

Hal asintió.

—Creo que sería lo más sensato. Va a ser difícil sacar adelante la demanda si al día siguiente de que te disparen ya no queda ninguna prueba.

Hal repasó conmigo lo que había grabado la cámara de seguridad —a saber, que teníamos el caso más claro posible contra la policía de Tempe por haber disparado sin motivo a un ciudadano—, y después estuvimos discutiendo sobre cómo enfocar las preguntas de la policía, el tipo de demanda y cuánto dinero pediríamos.

—Escucha, voy a darte ahora todas mis instrucciones —comencé—. Cuando el dinero ya esté en tu cuenta, quiero que cojas tu parte y después me reembolses los honorarios de Snorri por lo de anoche. El resto irá a la familia de Fagles como una donación anónima, ¿de acuerdo? No quiero beneficiarme de los hechizos que haga Aenghus Óg a un hombre inocente.

Hal se quedó mirándome fijamente un momento, mientras masticaba un buen trozo del suculento filete de bacalao bañado en cerveza. Al final dijo en tono seco:

—Qué gesto más noble.

Casi me ahogo con la patata que estaba comiendo.

—¿Noble? —dije con la boca llena.

Ya te dije que los hombres lobo tenían muy mala leche, comentó Oberón con aire de suficiencia, mientras daba buena cuenta de otra salchicha. No le hice caso y me concentré en la pulla de Hal.

—Esto no tiene nada que ver con la nobleza. Y no te estoy criticando porque ganes dinero con la situación. Lo único que digo es que yo no quiero beneficiarme, ni siquiera por el dudoso mérito de mi caridad.

Por lo visto Hal tenía sus reservas, pero no le apetecía decirlas en voz alta, así que se limitó a un «mmm», mientras se limpiaba las manos con la servilleta.

—Y ¿sabes qué? —proseguí, cambiando de tema e intentando al mismo tiempo disimular el sonido de los lametazos de Oberón—. Tengo una nueva pista sobre nuestra camarera misteriosa.

—¿La pelirroja que huele como dos personas?

Lo miré confuso.

—Eso nunca me lo habías dicho.

—Tal como yo recuerdo la conversación, tú me preguntaste si olía como una diosa —empezó a contar mis preguntas con los dedos de la mano—, como un demonio, como un licántropo o como algún otro tipo de hombre bestia. —Hal esbozó una sonrisita—. Estabas tan fuera de ti en ese momento que no se te ocurrió preguntarme a qué olía en realidad.

Oberón, ¿el hombre lobo está diciendo la verdad?

No estoy seguro. Nunca presté demasiada atención a la camarera y puede que su olfato sea algo mejor que el mío. Si me dejaras olfatearle el culo, seguro que podría…

Ni se te ocurra.

—Vale, Hal, ¿a qué más huele?

—Ya te he dicho todo lo que sé, Atticus. Puedes transformarte en perro y olerla tú mismo, si quieres.

Apoyó la palma de las manos en la mesa y empezó a tamborilear con los dedos, intentando irritarme.

—Gracias, pero voy a tratar de descubrirlo a la antigua. Ella misma va a contarme qué está pasando, en cuanto acabe contigo.

—Ajá. ¿Estás sugiriendo que me vaya?

—Podríamos decir que sí. A lo mejor me lleva un rato, así que querría que llevaras a Oberón a la casa de la viuda MacDonagh.

Hal puso una mueca y Oberón gimoteó.

¿Tengo que ir con él?

—¿Tengo que llevarlo conmigo?

—Sí —les respondí a los dos.

Se fueron bastante descontentos, pero sin armar mucho jaleo, y me dejaron tranquilo con la camarera. Ella miró los platos de salchichas y puré, que estaban tan limpios como si los hubieran lamido, y después se fijó en los platos de pescado, en los que quedaban los restos normales de cualquier plato. Acto seguido, su mirada dubitativa se detuvo en mí, con la certeza de que algo no encajaba en absoluto, pero sin llegar a una explicación satisfactoria.

La verdad es que disfruto mucho en momentos como ése. Pensé que sería divertido crear otra escena similar, así que deshice el camuflaje de Oberón para que alguien se llevara un buen susto al ver que de repente aparecía un perro enorme en la avenida Mill, salido de la nada. Y si ese alguien era Hal, mejor que mejor.

Poco a poco fueron quedando taburetes libres en el Rúla Búla, a medida que la clientela volvía al trabajo después de una buena comida. Cuando me senté frente a Granuaile, lo único que ella tenía que hacer era secar vasos. Con la cabeza un poco inclinada, clavó sus verdes ojos en los míos, mientras se mordía el labio superior con una sonrisita coqueta y seductora. No estaba dispuesto a que jugara conmigo, así que miré hacia los estantes más altos, llenos de botellas de whisky y de chismes varios. En pocas palabras: intenté actuar como si ella estuviera haciendo algo tan interesante como predecir que al día siguiente el tiempo sería seco, y Granuaile se echó a reír al ver mi actitud.

—¿Qué quieres, Atticus? —me preguntó, colocando una servilleta delante de mí.

—Un nombre, que era donde nos habíamos quedado, si no me equivoco.

—Primero necesitarás tomar algo.

—Pues entonces un Tullamore Dew, con hielo.

—Ahora mismo. Pero tendrás que ser paciente. Te lo voy a contar a mi manera.

—¿A tu manera? ¿No a la manera de otra persona? ¿Como si nadie más estuviera en tu cabeza?

—Eso es, a mi manera —contestó ella, sirviéndome un whisky generoso.

Puso el vaso delante de mí, dobló los brazos por debajo del pecho y se inclinó hacia la barra. Tenía su rostro casi pegado al mío. Un cutis perfecto, la nariz ligeramente respingona, brillo color fresa en los labios. Había que hacer un esfuerzo para no besarla, sobre todo cuando frunció los labios antes de decir:

—Entonces, eres un druida.

—Si tú lo dices. ¿Y qué eres tú?

—Una vasija —contestó, y abrió mucho los ojos—. O tal vez deberías pensar en mí como una Vasija con v mayúscula. Así resultaría más impresionante, misterioso y chachi piruli, ¿no?

—Vale. ¿Una vasija para qué, o para quién?

—Para una dama encantadora del sur de la India. Se llama Laksha Kulasekaran. No tienes que alarmarte en absoluto por el hecho de que sea una bruja.

Capítulo 19

Por los dioses de las tinieblas, odio a las brujas.

Sin embargo, dado que una de ellas debía de estar escuchándome por los oídos de Granuaile, consideré que lo más sensato sería guardarme esa observación. Pero siempre es posible expresar ciertas dudas, aun cuando el desprecio directo esté mal visto. Le dediqué mi mejor media sonrisa cínica, esa que Harrison Ford luce en todos sus personajes, y levanté mi vaso.

—Conque una dama encantadora, ¿eh?

—Muy agradable, sí. —Granuaile asintió despacio, sin prestar atención a mi cara de incredulidad.

Bebí un buen trago de whisky y aguardé a que continuara, pero por lo visto la pelota estaba en mi tejado. Si hacer las cosas a su manera significaba hacerle más preguntas, se las haría.

—¿Y desde cuándo compartes tu conciencia con esa dama tan agradable?

—Desde un poco después de que volviste de aquel viaje a Mendocino.

—¿Qué?

Acababa de beber un sorbo de puro fuego, pero aun así me quedé helado.

—Haz memoria: te convertiste en nutria marina y cogiste un collar de oro con rubíes engarzados de la mano de un esqueleto. Eso sería como a… ¿cuánto? ¿A unos quince metros de profundidad y medio metro enterrado en la arena?

Temblores y escalofríos en el pub irlandés.

—¿Cómo sabes todo eso?

—¿Cómo te imaginas? Laksha me lo contó.

—De acuerdo. Pero ¿ella cómo lo sabe?

—En principio, ella era la propietaria de ese esqueleto, pero ese recipiente mortal le falló en 1850. Desde entonces, y hasta hace bien poco, residió en el rubí más grande del collar.

Decidí que reservaría para más tarde todas las preguntas sobre cómo convertir un rubí en un atrapa almas.

—¿Qué pasó después?

—Bueno, seguro que no te costará mucho adivinarlo. Cuando recuperaste el collar, ¿qué hiciste con él?

—Se lo di a una bruja llamada Radomila…

—Que resulta que no es tan amistosa como finge ser y que da la casualidad que vive en el piso de arriba de mi casa, en un edificio muy elegante…

—Y, sin perder un segundo, exorcizó a Laksha del collar…

—¡Y así fue como terminé teniendo una compañera de piso en mi cabeza!

Granuaile se apartó de la barra y aplaudió como loca. Ni que hubiera acabado de tocar Rapsodia en blue en un concurso del colegio.

—Vale, ahora ya entiendo, pero me parece que nos hemos saltado unos cuantos detalles.

Me eché al gaznate lo que me quedaba de whisky y, cuando volví a posar el vaso en la mesa, Granuaile ya estaba con la botella, lista para llenármelo de nuevo.

—Te va a hacer falta uno doble —dijo, mientras me servía más de lo que seguramente era recomendable—. Ocúpate del whisky, que yo voy a trabajar un poco.

Dicho esto, desapareció de mi vista y fue a atender a los pocos clientes que quedaban.

Me sobraban ideas de las que ocuparme junto con el whisky. Las brujas indias, por lo poco que yo sabía, eran capaces de trucos de vudú bastante siniestros. A eso se sumaba el hecho de que una bruja capaz de saltar de un cuerpo a una piedra preciosa, y ciento sesenta años después volver a otro cuerpo, tenía un poder mágico digno de admiración. Mi principal pregunta era cómo podría sacar a la bruja de la mente de Granuaile sin peligro, y quién tendría que sufrir las consecuencias para poder conseguirlo.

Estaba claro que la bruja quería mi ayuda para algo, y lo único que se me ocurría era que quería un cuerpo nuevo en el que habitar. Pero no tenía ninguno en el almacén y los cuerpos son de las pocas cosas que (todavía) no se pueden comprar en Amazon.

Fuera lo que fuese lo que aquella bruja india quería de mí, no me cabía duda de que supondría un montón de problemas. No se me pasó por alto el detalle de que la mayor parte de tantos inconvenientes se la debía a Radomila, junto con otros muchos males que estaba sufriendo. En poco tiempo, sería inevitable que tuviera que enfrentarme a ella… y, por extensión, a todo su aquelarre. Mientras daba vueltas a esos siniestros pensamientos, volvió Granuaile.

—Apuesto lo que sea a que ahora mismo estás preguntándote qué querrá Laksha —dijo en un tono desenfadado.

—Reconozco que esa idea me ha pasado por la cabeza.

—Pero lo que deberías preguntarte es qué quiere tu camarera favorita.

—¿En serio? —Sonreí.

Ella asintió.

—Sí. Verás, en parte me gusta tener a Laksha en mi cabeza. Me ha estado enseñando un montón de cosas.

—¿Como cuáles?

—Como que todos los monstruos son reales: los vampiros, los demonios e incluso los chupacabras.

—¿De verdad? ¿Y Pies Grandes también?

—Sobre ése no sabe nada, es demasiado moderno. Pero los dioses sí que son todos reales y, por una razón u otra, casi todos los que conocen a Tor piensan que es un gilipollas integral. Pero lo más importante de todo lo que me ha dicho es que todavía anda por el mundo un druida de los de verdad, después de que todos los demás hayan muerto. Y resulta que yo le he servido litros de cerveza negra, botellas y más botellas de whisky y, de vez en cuando, he coqueteado con él con descaro.

—Bueno, cuando uno va a coquetear, ésa es la única forma de hacerlo.

—¿De verdad eres más viejo que el cristianismo?

Era inútil mentir. La voz de su cabeza ya se lo había contado todo. Aparte, aquel whisky era bueno y siempre podía echarle la culpa de todo lo que dijera.

—Sí —admití.

—¿Y cómo lo has conseguido? No eres un dios.

—Airmid —contesté sin más, creyendo que Granuaile no tendría ni idea de lo que estaba hablando.

Entrecerró los ojos.

—¿Te refieres a Airmid, hija de Dian Cecht, hermana de Miach, que fue asesinada? —preguntó.

Aquello me despejó un poco.

—¡Vaya! Con esa memoria, habrías ganado un pastón en Jeopardy. ¿En la universidad de aquí enseñan mitología celta?

Granuaile no quería que la distrajera e insistió:

—¿Estás diciendo que conoces el herbolario de Airmid? ¿Las ciento sesenta y cinco hierbas cultivadas sobre la tumba de Miach?

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