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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

ADN asesino (10 page)

BOOK: ADN asesino
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Crawley puede irse al infierno.

—Porque no tengo otra opción —está diciendo Lamont desde el sofá; se ha quitado los zapatos y tiene las piernas dobladas debajo del cuerpo, como si estuviera tomándose un café con unos viejos amigos—. Se lo debo a las mujeres que son víctimas en todas partes… —Hace una breve pausa y se corrige—: A los hombres, mujeres y niños que son víctimas en todas partes.

«Cuidado. No des a entender que la violencia sexual es un problema exclusivo de las mujeres. No te refieras a ti misma como víctima».

—Si vamos a acabar con el estigma de la violencia sexual, de la pedofilia, la violación, y no son sólo las mujeres quienes sufren violaciones —continúa—, entonces debemos ser francos al respecto y hablar de ello en el contexto de la violencia y no sencillamente en el contexto del sexo.

—Así que, en esencia, lo «desexualiza» al mismo tiempo que lo desmitifica —puntualiza el periodista, Pascal Plasser no sé cuántos; Lamont nunca acierta con su nombre.

La última vez que la entrevistó, se mostró razonablemente veraz, y no especialmente brillante, razón por la que lo ha requerido a él cuando se ha presentado en el periódico sin previo aviso, ha llamado a Hamilton y le ha dicho que, si le garantizaba la cobertura que se merece una exclusiva de semejante magnitud, hablaría abiertamente de lo que acababa de ocurrir.

—No, Pascal —responde ella—. Eso no es lo que estoy haciendo en absoluto.

Se pregunta dónde está Win y su ira se dispara al tiempo que el miedo se le asienta a plomo en el estómago.

—No tengo manera de desexualizar lo que me ha ocurrido —aclara—. Ha sido un crimen sexual, un acto de violencia sexual que podría haberme costado el precio definitivo: mi vida.

—Es de una valentía increíble que hagas esto, Monique —la felicita Hamilton con aire de solemnidad, de pesar, como si fuera el director de una maldita funeraria—. Pero me veo en la obligación de decirte que algunos de tus detractores lo interpretarán como una estratagema política. El gobernador Crawley, por ejemplo…

—¿Una estratagema? —Se incorpora en el sofá y sostiene la mirada a Hamilton—. Alguien me apunta con un arma a la cabeza, me ata, me viola con la intención de asesinarme y quemar mi casa, ¿y eso es una estratagema?

—Lo que estás diciendo se podría interpretar como…

—Stuart —responde ella, y su presencia de ánimo, su dominio sobre sí misma, son admirables—. Espero que haya quien sugiera algo semejante. Les desafío a que lo hagan. Les reto.

Lamont no entiende cómo puede estar tan serena, y a una parte de sí misma le aterra que no sea normal estar tan tranquila, que tal vez se trate de la calma chicha antes de una horrible tormenta, el momento de cordura antes de la camisa de fuerza o el suicidio.

—¿Por qué dice que lo espera? —pregunta Pascal como se llame, que toma notas a toda prisa y pasa una página.

—Cualquiera —responde en tono amenazador—, cualquiera que diga o sugiera algo semejante no hará más que dejar al descubierto su auténtico carácter. Muy bien, que lo intente.

—¿Que lo intente? ¿Quién?

—Quien sea.

Mira por el cristal e inspecciona la extensión de espacio delimitado con mamparas, a los periodistas en sus cubículos, roedores que se alimentan de la basura y las tragedias ajenas. Busca a Win con la mirada con la esperanza de que su imponente, su formidable presencia domine de súbito la redacción caminando hacia ella a paso decidido, pero no hay ni rastro de él, y sus esperanzas empiezan a desvanecerse, sustituidas por el odio.

Ha desobedecido su orden, la ha degradado, la ha ninguneado, demostrando de paso su desdén misógino.

—Tu nueva iniciativa contra el crimen, publicada de hecho en este mismo periódico esta mañana, de «cualquier crimen en cualquier momento». —pregunta Hamilton—, ¿qué puedes decir al respecto ahora?

—Y esa nueva iniciativa destinada a resolver un caso antiguo, «En peligro»… Lo del asesinato en Tennessee, ¿pasará ahora a un segundo plano?

Win no aparece. Se la va a cargar por esto.

—No podría estar más motivada y decidida a que se haga justicia en cualquier crimen violento, por mucho tiempo que haga que se cometió —asegura Lamont—. De hecho, he asignado al investigador Garano a «En peligro» a tiempo completo mientras está de permiso de la jefatura del condado de Middlesex.

—¿De permiso? De manera que se ha planteado la cuestión de si el tiroteo que desembocó en la muerte de Baptista fue justificado, ¿no es así?

De pronto Pascal se muestra alerta, más alerta de lo que ha estado durante toda su valiente y dolorosa entrevista.

—Cada vez que hay un incidente con desenlace fatal, sean cuales sean las circunstancias aparentes —responde Lamont, que hace hincapié en la palabra «aparente»—, debemos investigar dicho incidente hasta sus últimas consecuencias.

—¿Está insinuando que podría haberse hecho un uso de la fuerza excesivo?

—No puedo comentar nada más al respecto —contesta ella.

  

Win siente una cierta culpabilidad al entrar en el laboratorio criminalista de la Policía del Estado con su sobre sellado, a sabiendas de que no está bien saltarse casos atrasados y protocolos cuando quiere que se analice alguna prueba de inmediato.

De lo que no se siente culpable en absoluto es de no haberse presentado en el
Globe
para apoyar las implacables aspiraciones políticas de Lamont, para tomar parte en un comportamiento que resulta inapropiado, escandaloso y, en su opinión, autodestructivo. Sammy dice que ya se habla de sus «exclusivas revelaciones» en el ciberespacio, en la tele y la radio, poniendo a todo el mundo los dientes largos para que lean su salaz y lastimera entrevista. Win ha llegado a la conclusión de que se comporta de manera imprudente e irracional, y eso no es nada bueno cuando se trata de tu jefa.

El moderno edificio de obra vista, con su pesada puerta principal de acero, constituye un refugio para Win, un lugar al que acudir cuando quiere desahogarse con el capitán Jessie Huber, hablar de casos, quejarse, hacer confidencias, pedir consejo y tal vez un par de favores. Win atraviesa el vestíbulo de bloques de vidrio de tonos verdes y azules, enfila un largo pasillo y entra por la puerta abierta que tan conocida le resulta para encontrar a su amigo y mentor, pulcro como siempre con un traje oscuro de aire conservador y un pañuelo de seda gris, al teléfono como es su costumbre. Huber es alto y delgado, calvo como una luna llena, y las mujeres lo encuentran atractivo, tal vez porque es formidable y sabe escuchar. Hace tres años era el investigador de rango superior en la unidad de Win, y acabaron por ponerlo al mando del laboratorio.

Al ver a Win cuelga el auricular, se levanta de un salto, exclama «¡Maldita sea, muchacho!» y lo abraza como suelen abrazarse los hombres, con más palmadas en la espalda que otra cosa.

—¡Siéntate, siéntate! No me lo puedo creer. Dime qué diablos está ocurriendo. —Cierra la puerta y acerca una silla—. Te envié a Tennessee, el mejor centro de preparación forense del puto planeta, justo lo que te va. Y luego, ¿qué? ¿Qué demonios haces otra vez aquí, y en qué demonios te has metido?

—¿Me enviaste tú? —Win, perplejo, toma asiento—. Creía que fue Lamont. Creía que fue una de sus geniales ideas enviarme a la Academia, quizá para así tenerme a mano de cara a un caso «popular», como lo considera ella, que nos hiciera quedar bien a «los de la gran ciudad» aquí en el Norte.

Huber hace una pausa, como si estuviera sopesando lo que va a decir a continuación, y luego:

—Acabas de matar a alguien, Win. Vamos a dejar la política a un lado.

—Maté a alguien por culpa de la política. Es la política la razón de que me ordenaran regresar aquí para cenar con ella, Jessie.

—Lo entiendo.

—Me alegra que alguien lo entienda.

—Estás furioso.

—Me están utilizando. No tengo nada con qué trabajar. Ni siquiera puedo encontrar el puto expediente del caso.

—Me da la impresión de que tú y yo tenemos la misma opinión con respecto al lío ese de «En peligro» en el que nos ha metido Lamont —comenta Huber.

—Yo creía que era una iniciativa del gobernador, que ella no era más que la jugadora estrella del equipo. Así es como me explicaron…

—Sí y no —le interrumpe Huber al tiempo que se inclina hacia delante en su silla y baja el tono de voz—. Esto es obra de Lamont de principio a fin. Es ella quien lo fraguó, se lo sugirió a Crawley y lo convenció de que contribuiría al bien común y le haría quedar en buen lugar. Es posible que ella sea la jugadora más valiosa, pero el propietario del equipo es él, ¿verdad? No resulta difícil convencer a un gobernador, especialmente a Crawley, de algo así: ya sabes el poco contacto que pueden llegar a tener con la realidad los gobernadores cuando se trata de minucias. ¿Qué quieres decir con que no puedes encontrar el expediente del caso?

—Pues precisamente lo que he dicho. El expediente policial del caso Finlay ha desaparecido.

Huber tuerce el gesto, pone los ojos en blanco y masculla:

—Dios santo, no creerás que Lamont hizo que se lo enviaran a su despacho, ¿verdad? —Descuelga el auricular, marca, mira a Win y añade—: Antes de meterte en todo esto, ¿eh?

—Ella dice… —empieza a responder Win.

—Eh —saluda Huber a la persona que responde a la llamada—. Tengo a Win Garano aquí conmigo. ¿Has llegado a ver el expediente del caso Finlay? —Hace una pausa, mira a Win y dice—: No me extraña. Gracias. —Cuelga.

—¿Qué? —indaga Win; una sensación de inquietud se está apoderando de él.

—Toby dice que lo recibió hace semanas y lo dejó encima de la mesa de Lamont.

—Ella me aseguró que jamás lo vio y que la policía de Knoxville tampoco sabe nada. ¿Por qué no me pasas el número de teléfono de Toby?

¿Acaso mintió Lamont? ¿Perdió el expediente? ¿Alguien se lo llevó antes de que ella llegara a verlo?

—La política, muchacho —dice Huber—. Tal vez en su aspecto más sucio —agrega con una mirada siniestra. Anota un número de teléfono y se lo entrega—. En cuanto Lamont me habló de «En peligro», hizo hincapié en que no tendría que haber convencido a Crawley de que pusiera en marcha el asunto y en que debía intentar persuadirlo de que diera marcha atrás. «Cualquier crimen en cualquier momento». Dios bendito. ¿Qué es esto? ¿Vamos a empezar a hacer análisis de ADN en todos y cada uno de los crímenes violentos sin resolver desde el diluvio universal? Mientras tanto, tenemos en espera unos quinientos casos, casos reales con gente de verdad que sigue cometiendo violaciones y asesinatos.

—No sé si entiendo por qué me enviaste a Knoxville. —Win no puede seguir, se nota tembloroso, un tanto aturdido.

—Me pareció que te estaba haciendo un favor. Es un lugar estupendo y quedará de maravilla en tu currículo.

—Ya sé que siempre has velado por mí…, pero parece toda una coincidencia el que yo estuviera allá en el Sur justo cuando…

—Mira, es una coincidencia hasta cierto punto —lo interrumpe Huber—. Lamont estaba decidida a reabrir un caso antiguo que no fuera de su jurisdicción. Resulta que te encontrabas en Tennessee, Win, y resulta que eras el investigador al que ella quería encargar el caso.

—¿Y si no hubiera estado en Tennessee?

—Habría encontrado algún otro caso antiguo en alguna otra ciudad apartada y probablemente se las habría ingeniado para endosártelo. Ya sabes, los ilustrados de Nueva Inglaterra al rescate —añade en tono sarcástico—. Envía a las tropas yanquis de la tierra de Harvard y el Instituto de Tecnología de Massachusetts. También es fácil de enterrar, ¿verdad? Si las cosas no van tan bien como cabía esperar en una pintoresca ciudad sureña, a la larga, tal vez antes de que lleguen las elecciones, todo el mundo en el Norte se olvida de ello. Resultaría mucho más difícil echar tierra sobre un antiguo homicidio cometido en Massachusetts, ¿verdad?

—Probablemente.

Huber se retrepa en la silla y añade:

—Tengo entendido que allí en la Academia eres la estrella.

Win no contesta, absorto como está en sus pensamientos. Un sudor frío recorre su cuerpo.

—Se trata de tu futuro, Win. No creo que quieras trabajar para ella el resto de tu vida o andar de aquí para allá a todas horas, día y noche, ocupándote de asesinatos entre rateros en los que un cabronazo se ha cargado a otro. Por no hablar del dinero. Desde luego yo me harté del asunto. Formación, la mejor, hay que prepararse. Tienes un talento de la hostia. Creo que me sustituirás como director del laboratorio cuando me jubile, y no sabes las ganas que tengo. Todo depende de quién corte el bacalao, de quién sea el gobernador. —Adopta una expresión sagaz—. ¿Me sigues?

Win no le está siguiendo mucho. Permanece en silencio. Huber le da un palpito; un palpito que no había sentido nunca.

—¿Confías en mí?

—Siempre he confiado —responde Win.

—¿Confías en mí ahora? —insiste Huber, muy serio.

Win no quiere entrar en eso, y dice:

—Confío en ti lo suficiente como para pasar contigo el día libre que me han concedido por razones de salud mental, Jessie. Así hacemos las cosas aquí, en el país de las maravillas, cuando matamos a alguien en acto de servicio. ¿Qué te parece?

—Yo ya no estoy en la unidad de control del estrés, amigo mío. Eso ya lo sabes.

—Da igual. Y eso ya lo sabes. Declaro este encuentro una sesión oficial de asistencia psicológica con el asesor experto de mi elección. Si alguien pregunta, yo ya he cumplido con mi día de salud mental. Anda, pregúntame cómo me siento.

—Dímelo.

—Lamento que tuviera que llegar al extremo de matar a un hombre —dice Win mecánicamente—. Estoy destrozado, no puedo dormir. Hice todo lo que estaba en mi mano para detenerlo, pero no me dejó opción. Es una tragedia. No era más que un crío, tal vez podría haberse rehabilitado y haber aportado algo positivo a la sociedad.

Huber se le queda mirando un momento prolongado y luego dice:

—Voy a vomitar.

—Pues muy bien. Me alegro de que no matara a Lamont; ni a mí. Me enfurece que ese pedazo de cabrón le hiciera lo que le hizo, y lo que me hizo a mí. Me alegro de que haya muerto y no pueda demandarme. ¿Te importa si tomo prestada a Rake un rato? —Win levanta el sobre, que tiene el reverso sellado con la cinta adhesiva amarilla que se utiliza para las pruebas iniciadas por él mismo—. Tal vez pruebe con una carta su cajita mágica de detección electrostática o ese
software
tan estupendo para realzar la imagen. Lo que me recuerda, ¿hay alguna huella en el dinero, en los mil dólares en el bolsillo de Baptista?

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