ADN asesino (16 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: ADN asesino
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—¿Qué me dices de todos esos laboratorios de alta tecnología con los que tienes trato en California? —pregunta Win—. Hay cantidad de dinero en biotecnología y productos farmacéuticos. Un buen potencial para el fraude y la estafa. Es curioso el modo en que esas cosas se transfieren por metástasis de unas personas a otras. A veces a gente que no era mala pero se vio expuesta a ellas.

Monique le escucha, fumando sin quitarle ojo, con el mismo destello inquietante en la mirada.

—¿Oyes lo que digo? —exclama él.

—¿Ahora vas a hacer de poli malo, Win? Pues no va a darte ningún resultado. Me conozco la rutina mejor que tú.

—¿Crees que puedes hacerme esto? —dice él—. Lo arreglas todo para que me envíen a Tennessee y después me traes de vuelta por el pescuezo para que me encargue de este caso que has reabierto como truco publicitario. Una carta de amenaza. Acusaciones de que el tiroteo no fue limpio. ¿Cómo puedes hacerme algo semejante? ¿Qué clase de persona haría algo así?

—La mera insinuación de que era necesario investigar el incidente. La insinuación de una fiscal que se atiene a las normas. —Se le queda mirando—. Me ceñí a lo estipulado.

—Sí, claro, tú y tus normas. Tú y tu ego y todas tus maquinaciones. Un expediente policial que se pierde, el expediente de un caso de homicidio que nadie ha sido capaz de encontrar. ¿Pues sabes qué? Lo he encontrado. Y adivina dónde. En el puto apartamento que hay encima de tu garaje. ¿Estás loca?

—¿Qué? —Lamont se muestra repentinamente confusa, perpleja.

—Ya me has oído.

—¿El expediente del caso Finlay estaba en el apartamento del garaje? Ni siquiera sabía que hubiera desaparecido o que alguna vez hubiera llegado a la fiscalía… ¿En qué lugar del apartamento estaba?

—Dímelo tú. —Win está montando en cólera.

—¡Te lo diría si lo supiera!

—¿Qué tal el horno?

—¿Pretendes hacerte el gracioso?

—El expediente del caso Finlay estaba en tu horno.

La mirada de Lamont vuelve a adquirir la misma expresión de recelo y desdén.

—Alguien colocado y estúpido de narices —masculla—. Alguien con la memoria de un mosquito. Para dejarme en mal lugar.

—¿Lo escondiste allí?

—No soy estúpida —responde ella, y aplasta el cigarrillo como si estuviera matándolo lentamente—. Gracias, Win. Acabas de facilitarme una información muy valiosa.

Se inclina hacia delante y apoya los brazos en la mesa, permitiendo que él vea lo que no debería ver, con una mirada de invitación que nunca le había brindado en el pasado.

—Ya está bien, Monique.

Ella no se mueve, aguarda, observa el modo en que la mira. Win siente que sus ojos parecen tener voluntad propia, y entonces comprende de repente lo que significaría…

—No hagas eso —dice, y aparta la mirada—. Ya sé cómo debes de sentirte. He trabajado con víctimas de agresiones sexuales.

—¡No tienes ni idea! ¡No soy una víctima!

Da la impresión de que su arrebato hace temblar la cocina entera.

—Y yo no pienso convertirme en una víctima —dice él en voz queda con toda frialdad—. No vas a utilizarme para validar que sigues siendo deseable. Eso déjalo para el terapeuta.

—¿Tú me validas a mí? ¿He oído bien? —pregunta ella, y se cierra la bata de golpe—. Me parece que es justamente al revés. Creo que sería yo quien llevaría a cabo la validación. —Se deja caer en el sillón, erguida y con la mirada baja, parpadeando para contener las lágrimas.

Se produce un largo silencio mientras ella se esfuerza por controlarse. Finalmente dice:

—Lo siento. —Se enjuga los ojos—. Ha sido injusto y lo lamento. No quería decir eso.

—Habla conmigo —la insta "Win.

—Si te hubieras tomado la molestia de ahondar un poco más en todo esto —dice Lamont recobrando la compostura y el tono mordaz—, quizás habrías averiguado que no uso el garaje. Llevo meses sin meter el coche allí. Es otra persona quien lo hace. O lo hacía. Yo no he puesto un pie en ese sitio.

—¿Quién, entonces?

—Toby.

—¿Toby? —dice Win, furioso, y también nota algo más—. ¿Has dejado que ese subnormal viva en tu propiedad? Dios santo.

—Me parece que estás celoso —dice ella con una sonrisa.

—Y a mí me parece que tú crees que estás en deuda con Huber… —farfulla Win, que no puede pensar con claridad.

—No tiene importancia.

—¡Claro que la tiene!

—Me preguntó si Toby podía vivir allí mientras trabajaba como pasante, para así sacarlo de su casa.

Win piensa en los billetes de cien dólares en el bolsillo de Baptista, en la lata de gasolina, en los trapos. Piensa en las llaves desaparecidas que obligaron a Lamont a rodear su casa hasta la puerta de atrás, un lugar oscuro y medio oculto por la vegetación, para sacar la llave de reserva de la caja con código secreto. Piensa en lo mucho que a Toby le gusta colocarse, en las acusaciones contra Baptista por tráfico de droga y en su reciente visita al tribunal de menores.

—Permíteme que te haga una pregunta —dice Win—. ¿Conoces alguna razón por la que Huber quisiera verte muerta?

  

Lamont enciende otro cigarrillo; su voz suena cada vez más áspera por efecto del humo. Ha dejado los martinis y se sirve una copa de vino blanco.

Mira a Win, lo evalúa, observa el modo en que la mira. Dios bendito, es el ejemplar macho más hermoso que ha visto en toda su vida. Pantalones de pinzas oscuros; camisa de algodón con el cuello abierto; piel tersa y bronceada; pelo retinto; y unos ojos que cambian como el tiempo. Se recuerda a sí misma que está un poco borracha, se pregunta cómo sería… y entonces se refrena.

Win permanece en silencio. Ella no tiene modo de saber qué está pensando.

—Sé que no me tienes respeto —dice ella entonces, fumando.

—Te compadezco.

—Claro. —Lamont nota que un odio cada vez más intenso le estruja el corazón—. Tú y los tuyos nos lo arrebatáis y luego nos dejáis de lado. Primero nos convertís en basura y después nos tratáis como tal. Guárdate la compasión para alguna de las niñatas pringadas con las que sales.

—Te compadezco porque estás vacía.

Ella ríe y su risa suena vacua.

Lamont siente de nuevo ganas de llorar, no entiende qué le pasa; tan pronto es capaz de contenerse como, al instante siguiente, venirse abajo.

—Buscas algo que colme tu inmenso vacío, Monique. Poder, fama, más poder, belleza, un hombre, cualquiera siempre que lo desees. Pero todo es tan frágil como el vidrio que coleccionas. El menor trauma, la menor decepción, y se rompe en mil pedazos.

  

Lamont se aparta de él; no quiere mirarle a los ojos.

—Voy a preguntártelo otra vez —dice Win—. ¿Tuviste algo que ver con que el expediente del caso Finlay acabara en tu apartamento, donde se alojaba Toby?

—¿Por qué? —pregunta ella con voz temblorosa, y le mira de nuevo—. ¿Para evitar que llegara a tus manos? No. Ya te lo dije. Nunca he visto ese expediente. Supuse que estaba en Tennessee.

—Entonces, ¿no lo viste cuando llegó a tu despacho? Toby asegura que lo dejó encima de tu mesa.

—Es un maldito embustero. Ni siquiera sabía que iban a enviarlo a la fiscalía. Es evidente que lo interceptó.

—Así que debo suponer que se lo llevó al apartamento de tu garaje y lo escondió, o lo perdió, o lo que quiera que hiciese con él.

—Yo no entro allí, o no lo hago desde que llegó él. No es más que una habitación para invitados que rara vez se utiliza.

—No parece que él la usara mucho tampoco. ¿Le viste entrar o salir alguna vez?

—No presté la menor atención.

—¿Nunca viste su coche?

—A veces, generalmente tarde por la noche. No me metía en sus asuntos. A decir verdad, me traían sin cuidado. Supuse que estaba fuera todo el tiempo, con sus amigos drogatas.

—Tal vez con un amigo drogata llamado Roger Baptista. Por lo que parece, Toby no tenía previsto regresar a tu oficina ni a tu apartamento después de sus vacaciones en el Vineyard.

Lamont reflexiona, con expresión que es a la vez de tensión y de furia. Está asustada.

—¿Por qué querría Toby llevarse ese expediente de tu oficina? —insiste Win.

—Es olvidadizo, tiene el cerebro corroído por la droga, no le queda memoria…

—¿Monique?

—Quizá porque alguien se lo pidió. Para dejarme como una fiscal incompetente, corrupta. Para investigar el caso te falta justamente lo que más necesitas. Sin el expediente, resulta más bien imposible, ¿no? Si lo encontraran allí, encima de mi garaje, me vería en un problema muy serio.

Win se limita a escuchar.

—Alguien le dijo a Toby que lo cogiera y el cabeza de chorlito lo hizo. —Lamont guarda silencio unos instantes y luego dice—: Qué estúpido, qué incompetente. Viva o muerta, de una manera u otra, Crawley consigue salir reelegido.

—¿Crees que ha tenido algo que ver en esto?

—Qué oportuno que Toby estuviera fuera de la ciudad esa noche. Cuando apareciste tú, cuando ocurrió, Toby acababa de irse a Vineyard. Nada de testigos. El objetivo de esa ridícula carta que te dejaron en el Café Diesel era probablemente asegurarse de que no decidieras presentarte y así evitar, precisamente, lo que hiciste.

—De manera que también estás al corriente de eso —dice Win—. A ver si lo adivino. Huber y sus pañuelos de seda… Esa noche llevaba uno de color escarlata.

—Me enteré después. Ahora me parece que veo una razón diferente tras lo que hizo. Una carta insultante para tenerte ocupado. Por si habías decidido pasarte por mi casa, venir a verme…

—¿Por qué iba a pensar tal cosa?

—Celos patológicos. Se piensa que todo el mundo me desea. Se piensa que todo el mundo te desea. Probablemente Toby escogió a ese tipo con cuidado, lo más seguro es que estés en lo cierto. —Vuelve a hablar de otro asunto, vuelve a hablar de Baptista—. Probablemente uno de sus camellos. Seguro que lo conoció yendo a pillar. ¿Crees que fue él quien le pagó?

—¿Quién es él?

Lamont lo mira un buen rato y luego responde:

—Ya sabes quién, maldita sea.

—Huber —dice Win—, y no va a ser fácil interrogarlo cuando llegue el momento.

—Probablemente fue Jessie quien entró en mi apartamento.

—¿Por qué? ¿Para buscar el expediente?

—Sí —responde Lamont, y tras una pausa añade—: No lo sé. No lo sé. Lo único que sé es que quería dejarme en mal lugar, destruir mi reputación. Una vez muerta. O ahora, todavía con vida… —Le tiembla la voz y tiene los ojos arrasados en lágrimas de furia. Win la observa, a la espera—. A ver, dime —continúa, aunque apenas es capaz de hablar—, ¿también le pagó para que me violara? —pregunta a voz en cuello mientras las lágrimas resbalan por sus mejillas.

Win no lo sabe, y tampoco sabe qué decir.

—O le pagó sólo para que me matara y quemase la casa y ese gilipollas inútil de mierda añadió lo de la violación por la cara. Claro que sí. La proverbial oportunidad para cometer un crimen.

—¿Por qué? —indaga Win en voz queda—. ¿Por qué semejante…?

—¿Por qué semejante ansia de destrucción? —le interrumpe Lamont con una carcajada estridente—. ¿Por qué? Venga, Win. Lo ves todos los días: odio, envidia, humillaciones, amenazas… Venganza. Mata a alguien tantas veces y de tantas maneras horrendas como puedas, ¿verdad? Degrádalo, provócale todo el dolor y el sufrimiento posibles.

Win siente que lo asaltan imágenes de ella, aquella noche. Intenta relegarlas al fondo de su mente.

—Bueno, lo intentó —exclama Lamont, y añade—: ¿Cuánto?

Él sabe lo que le está preguntando, pero no responde.

—¿Cuánto?

Win vacila y dice:

—Mil dólares.

—Así que eso es todo lo que valgo.

—No tiene nada que ver con eso, y lo sabes…

—No te molestes —responde ella.

Capítulo 14

L
a armería Rex está en Upward Road en East Fiat Rock. Es un buen sitio para una reunión privada, porque el establecimiento cierra los domingos. Nunca está de más saber que en Carolina del Norte los partidarios de las armas de fuego y el camuflaje respetan las fiestas de guardar.

Sykes y Win están sentados en sillas plegables entre armeros que contienen carabinas y aparejos de pesca. Un róbalo de más de tres kilos, colgado como trofeo en la pared, observa a Sykes con mirada líquida. Apoyado en una vitrina llena de pistolas está Rutherford, el sheriff del condado de Anderson, que es amigo de Rex; de ahí que dispusiera de la llave para franquear el paso a Win y Sykes de manera que pudieran mantener una pequeña charla sobre el caso Finlay. Rutherford tiene un aspecto que casa con su nombre, lo que no deja de ser extraño, un fenómeno del que Sykes ha sido consciente toda su vida.

Es grande y estruendoso como un tren de mercancías, amedrentador e inamovible en una sola dirección, la suya. Más de una vez les ha recordado, de una manera u otra, que Fiat Rock es su jurisdicción y les ha dejado claro que si alguien detiene a George y Kimberly
Kim
Finlay, será él. Para empezar, añade, tiene que entender por qué hace falta detenerlos. Así que Sykes y Win se están empleando a fondo para explicarle pacientemente los pormenores del caso, detalles que salieron a la luz cuando anoche estuvieron en vela realizando el trayecto desde Knoxville hasta allí y luego se metieron en un Best Western Motel desentrañando y volviendo a reconstruir información de un expediente al que deberían haber tenido acceso desde el primer momento, páginas y más páginas de informes, declaraciones de testigos y cerca de una docena de espantosas fotografías que tornaban muchas cosas inquietantemente obvias.

Fue Kim quien descubrió el cuerpo de la señora Finlay y llamó a emergencias a las 2.14 de la tarde, el 8 de agosto. Asegura que conducía el Mercedes sedán blanco de George, había salido a hacer unos recados y decidió pasarse a hacerle una visita. Sin embargo, varias horas antes, entre las diez y media y las once de la mañana, un jubilado que vivía a escasas manzanas de la casa de la señora Finlay en Sequoyah Hills vio a Kim en la zona al volante de su Mercedes descapotable rojo. Cuando el detective Barber le preguntó al respecto ella ofreció la sencilla explicación de que mientras iba de aquí para allá se detuvo en la zona de Sequoyah Hills para pasear a su perrita maltes,
Zsa Zsa
, por Cherokee Boulevard, o «el Bulevar», según sus palabras. Nada especialmente sospechoso, ya que el Cherokee Boulevard era y es un lugar al que suele ir la gente, incluidos quienes no residen en la zona, a pasear el perro. Se sabe que Kim, que no vivía en Sequoyah Hills, paseaba por allí a
Zsa Zsa
a diario, dependiendo del tiempo, y el 8 de agosto resultó ser un día radiante.

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