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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (5 page)

BOOK: Al Filo de las Sombras
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—Eres increíble —dijo Solon—. ¿Cómo haces eso?

—Es mera cuestión de concentración —respondió Dorian—. He practicado mucho. —Sonrió, sacudió el cuerpo como si se quitara de encima el cansancio y de repente sus rasgos se animaron; estaba totalmente presente con ellos, lo que resultaba cada vez más infrecuente.

Solon parecía desolado. La locura de Dorian era irreversible. Empeoraría hasta convertirle en un idiota balbuciente que dormiría al raso o en graneros. Llegaría el día en que nadie le haría caso y tendría solo uno o dos momentos de lucidez al año. A veces, esos momentos llegarían cuando no hubiese nadie cerca de él para averiguar lo que había descubierto.

—Déjalo correr —le dijo Dorian a Solon—. Acabo de tener una revelación. —Lo dijo con una sonrisilla para hacerles saber que de verdad había sido una revelación—. Vamos en la dirección equivocada. Por lo menos tú —y señaló a Feir—. Tienes que seguir a Curoch en dirección sur, hacia Ceura.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Feir—. Creía que ya estábamos siguiendo a la espada. En cualquier caso, mi sitio está contigo.

—Solon, tú y yo tenemos que ir al norte hasta Aullavientos —prosiguió Dorian.

—Espera —protestó Feir.

Sin embargo, Dorian volvía a tener la mirada vidriosa. Se había ido.

—Me encanta —dijo Feir—. Es que me encanta. Me juego lo que quieras a que lo hace a propósito.

Capítulo 4

Pasaba de la medianoche cuando Jarl se les unió en la pequeña cabaña de los Cromwyll. Llegaba con más de una hora de retraso. La madre adoptiva de Elene dormía en el cuarto que compartían todos, de modo que Kylar, Elene y Uly estaban sentados en la habitación delantera. Uly se había quedado dormida apoyada en Kylar, pero despertó al instante, aterrorizada, cuando Jarl entró.

«¿En qué estoy metiendo a esta pobre niña?», pensó Kylar. Apretó contra sí a Uly, que se calmó, avergonzada, al recordar dónde estaba.

—Lo siento —dijo Jarl—. Los paliduchos están... castigando a las Madrigueras por el atentado fallido. Quería volver para comprobar un par de cosas, pero han sellado los puentes. Hoy no hay soborno que valga.

Kylar vio que Jarl se ahorraba los detalles porque Uly estaba en la habitación pero, teniendo en cuenta lo mal que lo habían pasado las Madrigueras antes del intento de asesinato, Kylar apenas podía imaginar cómo sería la situación esa noche.

Se preguntó cuánto habría empeorado todo si hubiesen logrado matar al rey dios. La violencia engendraba violencia, en efecto.

—¿Significa eso que el trabajo se cancela? —preguntó, para que Elene y Uly no se interesaran por las Madrigueras.

—Sigue en pie —respondió Jarl, que entregó una bolsita a Elene. Parecía sospechosamente ligera—. Me he tomado la libertad de sobornar a los centinelas de la puerta de antemano. El precio ya es más alto y podéis estar seguros de que mañana volverá a subir. ¿Tenéis el horario de cuándo trabajan esta semana los guardias a los que hemos sobornado? —Jarl abrió un macuto y sacó una túnica de color crema, pantalones y unas botas altas negras.

—Memorizado —respondió Kylar.

—Oye —dijo Elene—, sé que Kylar está acostumbrado a aceptar trabajos sin saber por qué hace lo que hace, pero yo necesito entender esto. ¿Por qué paga alguien quinientos gunders para que Kylar finja morir? ¡Es una fortuna!

—No para un duque khalidorano. Te contaré lo que he podido ir deduciendo —dijo Jarl—. Los duques de Khalidor no son como los nuestros, porque la nobleza allí siempre está por debajo de los meisters. Con todo, los meisters siguen necesitando gente que controle a los campesinos y demás, así que el duque de Vargun es rico, aunque haya tenido que luchar por cada migaja de poder que ha conseguido. Llegó a Cenaria con la esperanza de medrar, pero el cargo que creyó que obtendría, dirigir la guardia real de Cenaria, le fue otorgado al teniente Hurin Gher, ahora comandante Gher.

—En recompensa por conducir a los nobles de Cenaria a una emboscada durante el golpe, el muy traidor —comentó Kylar.

—Exacto. El comandante Gher va a los muelles una vez por semana con un puñado de sus hombres más fieles para recoger el dinero del soborno del Sa’kagé mientras finge que patrulla. Mañana por la mañana verá cómo su rival, el duque de Vargun, comete el asesinato de un noble cenariano de poca monta, el barón Kirof. El comandante Gher arrestará con mucho gusto al duque. Al cabo de unos días o unas semanas, el «difunto» barón Kirof se presentará en la ciudad. El comandante Gher quedará deshonrado por haber detenido a un duque sin motivo y, con toda probabilidad, el duque de Vargun le quitará el puesto. Hay bastantes cosas que podrían salir mal, motivo por el cual Kylar solo cobrará quinientos gunders.

—Suena la mar de complicado —observó Elene.

—Créeme —replicó Jarl—, tratándose de política khalidorana, esto es sencillo.

—¿Cómo piensa sacar partido de esto el Sa’kagé? —preguntó Kylar.

Jarl se sonrió.

—Hemos intentado hacernos con el barón Kirof, pero al parecer el duque no es tonto del todo. Kirof ya ha desaparecido.

—¿El Sa’kagé habría secuestrado al barón Kirof? —preguntó Elene—. ¿Por qué?

—Si el Sa’kagé retenía a Kirof —explicó Kylar—, podría chantajear al comandante Gher, quien sabría que, en cuanto apareciese Kirof, estaría perdido. Así, el Sa’kagé lo habría tenido en el bolsillo.

—¿Sabes? —dijo Elene—, a veces intento imaginarme cómo sería esta ciudad sin el Sa’kagé, y no puedo. Quiero salir de aquí, Kylar. ¿Puedo ir con vosotros esta noche?

—No hay sitio suficiente para una adulta —respondió Jarl por él—. En cualquier caso, para el alba estarán de vuelta. ¿Uly, Kylar? ¿Estáis listos?

Kylar asintió y, cariacontecida, Uly lo imitó.

Dos horas más tarde se encontraban en los muelles y se disponían a separarse. Uly se escondería bajo el embarcadero en una balsa camuflada para parecer un montón de maderos a la deriva. Cuando Kylar cayera al agua, Uly le tendería una pértiga a la que agarrarse para atraerlo a la embarcación y que pudiera salir a la superficie sin ser visto. En la pequeña balsa apenas habría sitio suficiente para que Uly esperara agachada y Kylar pudiera sacar la cabeza. Cuando hubiera emergido, los «maderos» seguirían su curso a la deriva corriente abajo durante unos centenares de pasos hasta otro embarcadero, donde saldrían del agua.

—¿Y si todo sale mal? ¿O sea, realmente mal? —preguntó Uly. El frío de la noche le había enrojecido las mejillas. La hacía parecer más niña todavía.

—Entonces dile a Elene que lo siento. —Kylar se alisó la pechera de su túnica color crema. Le temblaban las manos.

—Kylar, tengo miedo.

—Uly —dijo él, mirándola a sus grandes ojos castaños—. Quería decirte... Bueno, que ojalá... —Apartó la vista—. Esto, ojalá no me llamaras por mi verdadero nombre cuando estamos trabajando. —Le dio una palmadita en la cabeza. Ella odiaba ese gesto—. ¿Qué aspecto tengo?

—Igualito que el barón Kirof... si me pongo así de bizca. —Eso era por la palmadita en la cabeza, Kylar lo sabía.

—¿Te he dicho alguna vez que eres una pesada? —le preguntó él.

Uly se limitó a sonreír.

En unas horas, los muelles serían un hervidero de estibadores y marineros preparando sus cargamentos para el amanecer. Por el momento, sin embargo, solo el rumor de las olas perturbaba la calma. El turno de aquella noche en la guardia privada del muelle estaba comprado, pero el mayor temor era que un grupo de soldados khalidoranos en busca de sangre fuese a dar allí por casualidad. Por suerte, parecía que esa noche la mayoría estaba en las Madrigueras.

—Hala, pues, nos vemos al otro lado —dijo Kylar con una sonrisa. Fue una frase poco afortunada. Los ojos de Uly se poblaron de lágrimas—. Venga —añadió Kylar con más dulzura—, no me pasará nada.

La niña partió y, cuando la perdió de vista y lo consideró seguro, la cara de Kylar empezó a reverberar. Su rostro joven y delgado engrosó y adquirió una papada, sobre la que brotó una barba pelirroja de corte khalidorano; se le torció la nariz y sus cejas se convirtieron en grandes y tupidas matas. Ahora sí que era el barón Kirof.

Sacó un espejito y se miró. Arrugó la frente. La nariz ilusoria se encogió un poco. Abrió la boca, sonrió, torció el gesto y guiñó un ojo para ver cómo se movía la cara. No era ninguna maravilla, pero tendría que dar el pego. Con ayuda de Uly podría haberle quedado más convincente, pero cuanto menos supiese la niña de sus pequeños talentos, mejor. Echó a andar muelle abajo.

—Dioses benditos —exclamó el duque Tenser de Vargun cuando Kylar se le acercó—. ¿Sois vos? —Al duque se le veía sudoroso y blancuzco aun a la luz de las antorchas que había al final del muelle.

—Duque de Vargun, recibí vuestro mensaje —dijo Kylar en voz alta, mientras estiraba la mano y agarraba la muñeca del duque. Bajó la voz—. No os pasará nada. Vos haced exactamente lo que hemos planeado.

—Gracias, barón Kirof —dijo el duque, con cierta afectación. Volvió a bajar la voz—. Conque tú eres el actor.

—Sí. Procuremos no jubilarme.

—Nunca he matado a nadie antes.

—Asegurémonos de que esta noche no sea vuestra primera vez —dijo Kylar.

Observó la daga enjoyada que el duque llevaba al cinto. Debía tratarse de una reliquia de la familia ducal de Vargun, y su inexplicable desaparición se sumaría a las pruebas de que el duque, en efecto, había asesinado al barón Kirof.

—Si hacéis esto, iréis a la cárcel, y la de aquí no es muy hospitalaria. Podemos dejarlo correr. —Kylar movió las manos mientras hablaba, tal y como hacía el barón Kirof cuando estaba nervioso.

—No, no. —Parecía que el duque estaba intentando convencerse a sí mismo—. ¿Habías hecho esto alguna vez?

—¿Tenderle una trampa a alguien haciéndome pasar por otro? Desde luego. ¿Fingir que me matan? No tanto.

—No te preocupes —dijo el duque—. Yo... —Tenser miró más allá de Kylar y la voz se le tensó de miedo—. Ya llegan.

El joven se apartó bruscamente del duque como si algo lo hubiese sorprendido.

—¿Eso era una amenaza? —ladró. Solo era una imitación mediocre de la voz del barón, pero la sangre encubría multitud de pecados interpretativos.

El duque lo agarró del brazo.

—¡Haréis lo que os he dicho!

—¿Y si no, qué? Esto llegará a oídos del rey dios. —Con eso tenían garantizada la atención de los guardias.

—¡No diréis nada!

Kylar se soltó el brazo.

—No sois lo bastante listo para apoderaros del trono, duque de Vargun. Sois un cobarde, y... —Bajó la voz—. Una puñalada. Llevo la vejiga con sangre justo encima del corazón. Yo me encargaré del resto. —Deformó la cara del barón en una mueca de desdén y dio media vuelta.

El duque asió a Kylar por el brazo y lo giró de nuevo hacia él. Con un movimiento brutal, Vargun clavó la daga, pero no en la vejiga de oveja llena de sangre, sino en el estómago de Kylar. Lo apuñaló una vez, dos veces, y luego otra y otra. Kylar trastabilló y bajó la vista. De su túnica de seda color crema goteaba sangre de un rojo negruzco. Tenser tenía las manos ensangrentadas y salpicaduras carmesíes moteaban el azul de su capa.

—¿Qué hacéis? —preguntó Kylar con un hilo de voz, sin apenas oír el pitido que sonó al otro lado del muelle. Se tambaleó y se sujetó al final de la barandilla para mantenerse en pie.

Tenser no le hizo el menor caso. Sudaba profusamente y el pelo negro le colgaba en mechones lacios. Todo vestigio del noble vacilante y torpe que había sido apenas un minuto antes había desaparecido. Cogió del pelo a Kylar. El joven tuvo suerte; si Tenser hubiera intentado agarrarlo unos centímetros más adelante, habría destruido la cara ilusoria que llevaba.

Mientras unos pasos pesados se acercaban por el muelle, el duque de Vargun dejó que el joven cayera de rodillas. Con la mirada borrosa de dolor, Kylar vio que el comandante Gher cargaba embarcadero abajo con la espada desenvainada y dos guardias a los talones. El duque de Vargun deslizó la daga a lo ancho del gaznate de Kylar, y brotó un chorro de sangre. Después, con la misma emoción que demuestra un leñador al dejar clavada su hacha en un tocón hasta la siguiente ocasión en que tenga que cortar leña, el duque hundió su daga en el hombro de Kylar.

—¡Quieto! ¡Parad ahora mismo o moriréis! —rugió el comandante Gher.

El duque de Vargun apoyó una bota de piel de becerro en el hombro de Kylar y sonrió. Con un empujón de la pierna, lo tiró del muelle al río.

El agua estaba tan fría que Kylar perdió la sensibilidad, aunque tal vez eso se debiera a la hemorragia. Había inhalado antes de hundirse en el agua, pero uno de los pulmones no quería cooperar. En unos instantes se le escapaban burbujas de aire de la boca y, lo más desconcertante, también de la garganta.

Después sintió un dolor agónico al inhalar el agua espesa y sucia del Plith. Se revolvió con debilidad, pero solo por un momento. Entonces llegó la calma. Su cuerpo dolorido no era más que un latido distante. Algo le dio un golpecito en el cuerpo y él intentó agarrarlo por instinto. Se suponía que debía agarrar algo. Tenía que recordar alguna cosa sobre una pértiga.

Sin embargo, no habría sabido decir si su mano se movió siquiera. El mundo no se volvió negro, no se fundió en la oscuridad. Todo devino blanco mientras la sangre que se vertía por su cuello dejaba de regar el cerebro. Algo le dio otro golpecito. Deseó que desapareciera. El agua estaba calentita, una nube perfecta y pacífica.

El duque Tenser de Vargun apartó la mirada del río hambriento y alzó las manos. Se volvió poco a poco y dijo:

—Voy desarmado. Me rindo. —Sonrió como si no pudiera evitarlo—. Y buenas noches tengáis, «comandante».

Capítulo 5

«¿Este rey dios piensa azotarme o follarme?»

Vi Sovari estaba sentada en la antesala al salón del trono del Castillo de Cenaria y aguzaba el oído para escuchar al rey dios mientras jugaba con el centinela que no podía quitarle ojo. Todo lo que averiguara sobre por qué la habían convocado podría salvarle la vida. Su maestro, Hu Patíbulo, acababa de conducir ante el trono al duque Tenser de Vargun, uno de los nobles khalidoranos que habían acudido para ayudar a anexar Cenaria al Imperio de Khalidor. Al parecer, el duque había asesinado a cierto noble local.

Debía suponer todo un problema para aquel rey que se daba ínfulas de dios. Tenser de Vargun era un vasallo leal, pero dejarlo sin castigo tendría graves consecuencias. Los nobles cenarianos que habían hincado la rodilla para servir a Garoth, consiguiendo así conservar por lo menos parte de sus tierras, podían encontrar sus redaños y rebelarse. Los nobles huidos tendrían nuevas pruebas de la brutalidad de Khalidor para soliviantar a más personas y atraerlas a su causa.

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