Alta fidelidad (20 page)

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Authors: Nick Hornby

Tags: #Relato

BOOK: Alta fidelidad
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Por eso, es probable que me salten al cuello cuando se trata de examinar las ideas al uso sobre qué es la debida seriedad (aunque, como todo el mundo sabe,
Al Green Explores Your Mind
es una de las cosas más serias que hay en esta vida), pero yo debería tenerlos cogidos por los huevos cuando se trata de los asuntos del corazón. «Kate —tendría que estar en condiciones de decirle yo—, está muy bien eso de plantarse rápidamente en las zonas en que se recrudece la guerra, pero ¿qué piensas hacer sobre esa otra cosa que es lo único que en el fondo importa? Y sabes muy bien de qué te estoy hablando, preciosa.» Y tendría que estar en condiciones de proporcionarle todos los consejos que he aprendido en la Facultad de Sabiduría Musical. Cierto, no ha salido así, no tengo ni idea de cómo será la vida amorosa de Kate Adie, pero es muy posible que esté en una situación aún peor que la mía, ¿o no? Me he pasado casi treinta años oyendo a éste, al otro y al de más allá cantar sobre sus corazones rotos, ¿y me ha servido de algo? Una mierda.

Por eso, puede que lo que dije antes sobre eso de que escuchar demasiados discos termina por arruinarte la vida..., puede que, al fin y al cabo, tenga algo de verdad. David Owen está casado, ¿no? Se ha ocupado de un millón de cosas y ahora es un diplomático de los grandes. El tío que vino a la tienda con su traje y con las llaves de su coche en la mano también está casado, y ahora es, qué sé yo, un hombre de negocios. Yo en cambio no estoy casado —estoy por el momento todo lo «descasado» que se puede estar— y soy el dueño de una tienda de discos que es un fracaso. Me da la impresión de que si pones la música (y los libros posiblemente, y el cine, y el teatro, y las cosas que tienen sentimiento y que te hacen sentir) en el centro de tu ser, no podrás aclarar ni en broma tu vida amorosa; no podrás pensar en esa vida amorosa como quien piensa en el producto acabado. Tendrás que pasarte la vida dándole caña, tendrás que mantenerla viva y revuelta; tendrás que darle caña sin parar, desenmarañarla a cada paso, hasta que se te deshaga entre las manos y te veas obligado a empezar otra vez de cero. A lo mejor es que todos vivimos la vida a una intensidad excesivamente alta, al menos los que nos pasamos el día entero absorbiendo cosas de alta carga emocional, y es consecuencia lógica que no podamos sentirnos meramente contentos: tenemos que ser infelices, o si no vivir en éxtasis, en un estado de completa felicidad, y esos estados son difíciles de alcanzar dentro de una relación de pareja sólida y estable. Puede que Al Green sea directamente responsable de más cosas de las que había supuesto.

Está visto, los discos me han ayudado a enamorarme, sin duda. Oigo un tema nuevo, con un cambio de acorde que me derrite las entrañas, y sin darme ni cuenta ando buscando una chica, y antes de que me dé cuenta la he encontrado. Me enamoré de Rosie, la de los orgasmos simultáneos, justo después de enamorarme de una canción de los Cowboy Junkies; la ponía sin parar, una y otra vez, y me ponía en plan soñador, y necesitaba una chica con la que soñar, y la encontré, y..., bueno, todo un problemón.

17

Penny es fácil. Ojo, no quiero decir que sea
fácil
(si lo fuera, no habría tenido que salir con ella ni hablar de meterle mano ni de Chris Thomson, porque primero le habría metido mano, y él nunca habría tenido la oportunidad de insultarme aquel día en el pasillo de la escuela). Quiero decir que es fácil de localizar. De vez en cuando, mi madre ve a la suya; hace un tiempo, mi madre me dio su número de teléfono y me dijo que la llamase algún día; la madre de Penny le dio a ella mi número de teléfono, y aunque ninguno de los dos llegamos a marcarlo, yo sí lo guardé. Le sorprende un montón que la llame —se hace un largo silencio, durante el cual pone en marcha su memoria de ordenador para sacar algo en claro de mi nombre, y al final suelta una risita para darme a entender que ya ha caído en la cuenta—, pero no creo que le desagrade. Quedamos para ir al cine juntos, a ver una película china que ella tiene que ver por su trabajo. Luego, cenaremos algo.

La película no está mal; de hecho, está mejor de lo que había pensado. Trata de una mujer a la que envían a vivir con un individuo que ya tiene varias mujeres, y la peli se centra en cómo se lleva la nueva con sus rivales, aunque todo sale terriblemente mal. Era de esperar. Penny lleva uno de esos bolígrafos especiales, de crítico de cine, que tienen una linterna en la punta. No es crítica de cine, sino periodista de radio para la BBC; de todos modos, todo el mundo la mira de reojo y se dan codazos, así que me siento un poco idiota al estar sentado a su lado. (Aunque no sea muy galante por mi parte, debo decir que ella tiene un aire de lo más extraño, y lo tendría incluso sin su bolígrafo especial de crítico de cine: siempre fue una chica con buen gusto en el vestir, pero la ropa que se ha puesto esta noche, un vestido de gasa, estampado de flores, y una gabardina beige, más que de buen gusto es de una tremenda insensatez. «¿Qué estará haciendo ese tío de la chupa de cuero junto a esa que parece Julie Andrews?», estarán preguntándose los demás espectadores. Bueno, digo yo.)

Vamos después a un restaurante italiano que ella conoce bien y donde la conocen; los camareros hacen alguna ordinariez con el molinillo de pimienta, cosa que a ella al parecer le hace gracia. Las personas que se toman su trabajo muy en serio suelen ser las que más se ríen de los chistes que no tienen ninguna gracia; dan la impresión de no tener suficiente sentido del humor, a resultas de lo cual padecen de eyaculación precoz de la risa. Pero en realidad está bien. Tiene clase, es de buen trato y no cuesta hablar con ella de Chris Thomson y de cuando metíamos mano o, mejor dicho, de cuando nos moríamos de ganas de meterles mano a las tías. Me lanzo de lleno, sin explicación alguna.

Procuro contárselo todo de forma animada, con algún detalle humorístico que me deje a mí a la altura del betún (porque el cuento es cosa mía, no tiene nada que ver con ella, ni con él), pero Penny se queda abrumada, realmente asqueada; termina por dejar los cubiertos sobre la mesa y aparta la mirada. Me doy cuenta de que está a punto de echarse a llorar.

—Eres un hijo de puta —dice—. Ojalá no me lo hubieras contado.

—Coño, lo siento. Pensé que era agua pasada, de hace mucho tiempo, y que...

—Pues está claro que para ti no ha pasado tanto tiempo.

Gol por toda la escuadra.

—No, pero entonces llegué a pensar que era un poco rarillo.

—¿Y a qué viene esta repentina necesidad de contármelo?

Me encojo de hombros.

—No lo sé...

Muy al contrario, le demuestro que sí lo sé: le cuento lo de Laura con Ian (aunque no le hablo de Marie, del dinero, del aborto, ni de la pelma de Rosie), le hablo de Charlie, es posible que le hable de Charlie más de lo que ella hubiese querido saber. Procuro explicarle que me siento el Hombre del Rechazo, que Charlie quería acostarse con Marco, no conmigo, y que Laura quería acostarse con Ian, no conmigo, y que Alison Ashworth, aunque desde aquello sí que ha pasado una eternidad, quería darse el lote con Kevin Bannister, no conmigo (y en cambio le explico mi reciente descubrimiento sobre la invencibilidad del destino), y que como ella, Penny, quería hacérselo con Chris Thomson y no conmigo, había pensado que tal vez podría ayudarme a entender por qué me ha ocurrido esto tantísimas veces, por qué estoy al parecer condenado a que me abandonen.

Y ella me cuenta con gran vehemencia, con toda franqueza, con un punto de veneno, es verdad, todo lo que recuerda: que estaba loca por mí, que tenía ganas de acostarse conmigo, pero no cuando sólo tenía dieciséis años, sino más adelante, y que cuando yo la dejé...

—Cuando tú me dejaste —repite con rabia—, sólo porque yo era una «estrecha», según tu encantadora expresión, lloré como una loca, y no sabes cuánto te odié. Y fue entonces cuando aquel mierda de tío me propuso que saliéramos juntos; yo estaba demasiado cansada para mantenerlo a raya, y no fue una violación, porque yo dije que sí, que de acuerdo, pero no le faltó mucho para serlo. Luego, no tuve relaciones sexuales con nadie hasta que terminé la carrera, porque el sexo me parecía aborrecible. Y ahora vienes tú con ganas de que charlemos sobre el rechazo y el abandono. ¿Sabes una cosa? Que te folle un pez, Rob.

Así que ésa es otra por la que ya no tengo que preocuparme. Debería haber hablado con ella hace años.

18

Pegada con cinta adhesiva en el interior de la puerta de la tienda hay una nota escrita a mano, amarillenta y desvaída por el tiempo que lleva ahí puesta. Dice así:

SE BUSCAN JÓVENES INSTRUMENTISTAS MODERNOS

(BAJO, GUITARRA, BATERÍA)

PARA FORMAR GRUPO NUEVO.

CONOCEDORES DE REM, PRIMAL SCREAM, ETC.

CONTACTAR CON BARRY EN EL MOSTRADOR.

Antes, el anuncio terminaba con una posdata algo intimidatoria: «VAGOS, ABSTENERSE», pero tras dos años de provocar una respuesta absolutamente decepcionante entre los posibles destinatarios del mensaje, Barry decidió que al fin y al cabo sí podía tratar con vagos, aunque no por eso mejoraron sus perspectivas. A lo mejor es que los interesados no tenían energía suficiente para llegar desde la puerta hasta el mostrador y preguntar por Barry. Hace algún tiempo vino un tío a preguntar, diciendo que tocaba la batería. Aunque esa formación minimalista, compuesta de batería y voz, hizo algunos ensayos (no ha sobrevivido ninguna cinta, es una pena), Barry llegó a la sabia conclusión de que necesitaba un sonido más potente.

Desde entonces, no obstante, nada de nada..., hasta hoy. Dick es el primero que lo ve; me da un codazo y los dos observamos fascinados a un tío que se queda embobado leyendo el anuncio, aunque en cuanto se da la vuelta con la evidente intención de descubrir cuál de los dos puede ser Barry, tanto él como yo nos concentramos rápidamente en nuestras ocupaciones. El tío en cuestión no es ni joven ni moderno; más bien parece un pipa de Status Quo, y no un aspirante a salir un día de éstos en la portada de una revista de pop. Tiene el pelo largo y lacio, y lo lleva recogido en una coleta; la barriga se le ha desplazado por encima del cinturón para ganar un poco de sitio. Por fin se acerca al mostrador y hace un gesto hacia la puerta.

—¿Está por ahí el tal Barry?

—Sí, voy a buscarlo.

En la trastienda, Barry está echándose un sueñecito.

—Oye, Barry, hay un tío que quiere hablar contigo por lo del anuncio.

—¿Qué anuncio?

—El del grupo.

Abre los ojos y se me queda mirando.

—Anda, no me jodas.

—Va en serio, tío. Está ahí y quiere hablar contigo.

Se pone en pie y sale al mostrador.

—¿Qué pasa?

—¿Tú has puesto ese anuncio?

—Sí.

—¿Qué instrumento sabes tocar?

—Ninguno.

Y es que el tremendo deseo que tiene Barry de actuar un día en el Madison Square Garden nunca le ha llevado a un asunto tan trivial como aprender a tocar algún instrumento.

—Pero sabes cantar, ¿no?

—Sí.

—Pues estamos buscando un cantante.

—¿Qué tipo de onda os va?

—Pues la onda que dices tú en el anuncio, ya sabes. Pero queremos darle un toque algo más experimental. Sin perder la sensibilidad pop, pero ampliando sus horizontes.

Dios nos proteja, me digo.

—Por lo que dices, suena bien.

—No tenemos bolos ni nada; nos acabamos de juntar. Si quieres, podemos probar a ver, aunque sólo sea para reírnos un rato. Y a ver cómo salen las cosas, ¿vale?

—Estupendo.

El pipa de los Quo apunta una dirección en un papel, le da la mano a Barry y se marcha. Dick y yo nos lo quedamos mirando, no sea que entre en combustión espontánea, se volatilice o le salgan unas alas de ángel; Barry se guarda la dirección en el bolsillo del tejano y busca algún disco que poner, como si lo que acaba de ocurrir —que un misterioso desconocido haya entrado en la tienda y le haya concedido el deseo de su vida— no fuese ese milagro que la mayor parte de los mortales nos pasamos la vida esperando en vano.

—¿Qué coño os pasa a vosotros dos? —dice de pronto—. Si no es más que una banda de garaje, y supongo que tirando a cutre. Nada especial, ¿no?

Jackie vive en Pinner, que no está lejos de donde nos criamos los dos, y vive con mi amigo Phil, cómo no. Al llamarla me doy cuenta de que me ha reconocido de inmediato, es de suponer que porque soy el único Otro que ha existido en su vida; al principio, me parece precavida, suspicaz, como si pensara que estoy decidido a repetir la historia entera. Le cuento que mis padres están bien los dos, que soy dueño de una tienda de discos, que no me he casado y que no tengo hijos, momento en el cual la suspicacia se convierte en simpatía, y puede que también en un ápice de culpabilidad (¿será por mi culpa?, se la oye pensar: ¿terminó tu vida amorosa en 1975, cuando yo hice las paces con Phil?). Ella me cuenta luego que tienen dos hijos y una casita, que trabajan los dos, que ella nunca fue a la universidad, tal como ya se temía entonces. Para poner fin al breve silencio que sigue a su curriculum, me invita a cenar a su casa, y en el breve silencio que sigue a su invitación, acepto.

Jackie ya peina algunas canas, pero por lo demás está bastante guapa, y se muestra amistosa y atenta, como siempre; le doy un beso y le tiendo la mano a Phil. Phil está hecho todo un hombre; lleva bigote y me recibe en mangas de camisa, la corbata aflojada y una calva incipiente. Sin embargo, hace toda una demostración de pausa antes de aceptar mi gesto. Pretende hacerme entender que éste es un momento simbólico, que me está perdonando todas las fechorías que le hice hace un montón de años. Joder, me digo; se supone que son los elefantes los que nunca olvidan nada, y no un empleado de British Telecom que trabaja en el departamento de servicio al cliente. Claro que, pensándolo bien, ¿qué coño estoy haciendo yo aquí, aparte de sacar a relucir cosas que cualquier otro habría olvidado hace varios años?

Jackie y Phil son las personas más aburridas de todo el sureste de Inglaterra, posiblemente porque llevan muchísimo tiempo casados, y por consiguiente no tienen nada de qué hablar, si descontamos el muchísimo tiempo que llevan casados. Al final, me veo obligado a preguntarles, medio en serio y medio en broma, cuál es el secreto de su éxito como pareja. Me estoy ahorrando algún tiempo, porque supongo que me lo habrían contado de todas formas.

—Si encuentras a la persona adecuada, es que has encontrado a la persona adecuada, y entonces no importa la edad que tengas. (Phil.)

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