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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico

Ámbar y Sangre (18 page)

BOOK: Ámbar y Sangre
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La diosa se inclinó y ofreció la mejilla a Mina.

—Dale un beso a tu tía Zee, bonita -dijo con dulzura.

Mina escondió la cara en la túnica de Rhys.

Zeboim se encogió de hombros y volvió la mirada hacia Chemosh, que la observaba con una expresión tan oscura y amenazadora como la tormenta.

—¿Qué quieres, zorra del mar?

—Estaba preocupada por Mina —contestó Zeboim, dedicando una mirada cariñosa a la niña—. ¿Qué haces tú aquí, Señor de los Putrefactos?

—Yo también estaba preocupado... —empezó a decir Chemosh.

Zeboim se echó a reír.

—¿Preocupado por lo magníficamente bien que lo jodiste todo? Tenías a Mina, tenías la torre, tenías el Solio Febalas, tenías a los Predilectos. Y lo has perdido todo. Tus Predilectos son un montón de cenizas grasientas y asquerosas en el fondo del Mar Sangriento. Mi hermano tiene la torre. El Dios Supremo ha reclamado el Solio Febalas. Y en cuanto a Mina, ha dejado dolorosamente claro que no quiere tener nada más que ver contigo.

Chemosh no necesitaba que le recitaran la letanía de sus desgracias. Dio la espalda a la diosa y se arrodilló junto a Mina, que lo miraba con perplejidad y cautela.

-Mina, amor mío, por favor, escúchame. Perdóname si te asusté. Perdóname si te hice daño. Estaba celoso... —Chemosh se detuvo y después añadió—: Vuelve a mi castillo conmigo, Mina. Te echo de menos. Te quiero...

—Mina, cielo, no vayas a ningún sitio con este hombre horrible —dijo Zeboim y apartó al Señor de la Muerte de un empujón-. Está mintiendo. No te quiere. Nunca te quiso. Está utilizándote. Ven a vivir con tu tiita Zee...

-Voy a Morada de los Dioses -repuso Mina y cogió a Rhys de la mano-, Y está muy lejos de aquí, así que tenemos que empezar a caminar. Vamos, señor monje.

—Morada de los Dioses -repitió Chemosh después de un silencio atónito —. Eso está lejos de aquí. -Se dio media vuelta y caminó hasta su caballo. Montó y clavó la mirada en Rhys, con expresión sombría y ceñuda—. Muy lejos de aquí. Y la calzada está llena de peligros. No tengo la menor duda de que volveremos a vernos pronto, monje.

Clavó los talones en los flancos del caballo y se lanzó a una carrera furiosa. Zeboim lo miró irse y después se volvió hacia Rhys.

—Es cierto que está muy lejos, Rhys —dijo la diosa con una sonrisa picara—. Pasaréis meses viajando, años quizá. Si es que vives tanto. Pero ahora que lo pienso...

Zeboim se agachó ágilmente para susurrar algo a Mina al oído.

Mina la escuchó, frunciendo el entrecejo al principio y después abriendo mucho los ojos.

—¿Puedo hacer eso?

-Claro que puedes, pequeña. —Zeboim le acarició la cabeza-. Puedes hacer cualquier cosa. Que tengáis buen viaje, amigos.

Zeboim rió y extendió los brazos. Se convirtió en un azote de viento, después amainó hasta ser una brisa burlona y, sin dejar de reírse, se alejó soplando.

La calzada estaba desierta. Rhys suspiró aliviado y bajó el cayado.

—¿Por qué ese hombre con pinta de tonto quería que me fuera con él? —preguntó Mina.

—Se confundió —contestó Rhys—. Pensaba que eras otra persona. Alguien que él conocía.

No era más que media tarde, pero Rhys estaba agotado después de la tensión del encuentro con los dioses y de todo un día soportando a Mina, así que decidió levantar el campamento. Extendieron las mantas cerca de un riachuelo que serpenteaba como una culebra entre la hierba alta. Cerca había una pequeña arboleda que les ofrecía refugio.

Beleño no tardó en recuperar las energías y empezó a provocar a Mina para que le contara lo que le había dicho la diosa. Mina sacudió la cabeza. Estaba muy concentrada dando vueltas a algo. Arrugaba la frente y se mordía el labio. Al final dejó a un lado aquello que tanto la preocupaba y, después de quitarse los zapatos y los calcetines, se fue a jugar al riachuelo. Disfrutaron de una comida frugal a base de habas secas y carne ahumada, y después se sentaron alrededor del fuego.

-Quiero ver el mapa que dibujaste -pidió Mina de repente.

—¿Por qué? —quiso saber Beleño receloso, llevando las manos a su morral para protegerlo.

—Sólo quiero mirarlo —contestó Mina—. Todo el mundo me dice sin parar que Morada de los Dioses está tan lejos. Quiero verlo por mí misma.

—Ya te lo enseñé una vez.

—Sí, pero quiero verlo otra vez.

—Vale, está bien. Pero vete a lavarte las manos -le ordenó Beleño, mientras sacaba el mapa del morral y lo extendía sobre la manta—. No quiero que se llene de marcas grasientas de tus dedos.

Mina corrió al riachuelo para lavarse la cara y las manos.

Rhys se había tumbado en el suelo cuan largo era, un poco de descanso después de la comida. Atta estaba junto a él, con la cabeza apoyada sobre su pecho. Rhys le acariciaba el pelo y contemplaba el cielo. El sol hacía equilibrios en el borde del horizonte. En el cielo se mezclaban los suaves tonos del crepúsculo, rosas y dorados, violetas y naranjas. Más allá del ocaso, sentía la mirada de ojos inmortales.

Mina volvió corriendo y mostró unas manos moderadamente limpias. Beleño sujetó el mapa con piedras y después enseñó a la pequeña la ruta que iban a seguir.

—Ahora estamos aquí —indicó.

—¿Y dónde está Flotsam, donde empezamos? —preguntó Mina.

Beleño señaló un punto pegado al anterior.

—¡Con todo lo que hemos caminado y sólo hemos recorrido eso! —exclamó Mina, incrédula y desesperada.

Se sentó de cuclillas junto al mapa y lo estudió, sacando el labio inferior.

—¿Por qué tenemos que ir de un lado a otro, subiendo, bajando y dando vueltas? ¿Por qué no podemos ir todo recto desde aquí?

Beleño le explicó que escalar montañas increíblemente altas era muy difícil y peligroso y que era mucho mejor rodearlas.

-Es una pena que haya tantas montañas —añadió el kender por último-. Si no, podríamos ir tan recto como vuela el dragón y no sería un camino tan largo.

Mina observaba muy pensativa el punto que era Flotsam y el punto que Beleño decía que era Solace, donde encontrarían a su gran amigo Gerard y a los monjes de Majere, que les dirían dónde podían buscar Morada de los Dioses.

Rhys estaba quedándose dormido, inmerso en la agradable tranquilidad del atardecer, cuando algo lo despertó de golpe. Beleño lanzó un chillido.

Rhys se incorporó tan rápido que asustó a Atta, quien mostró su enfado con un aullido.

—¿Qué pasa?

Beleño señaló con un dedo tembloroso.

El mapa había dejado de ser un montón de líneas y garabatos dibujados en la espalda de la camisa vieja del kender. Se había convertido en un mundo en miniatura, con montañas de verdad y masas de agua que brillaban bajo los últimos rayos de luz, y desiertos barridos por el viento y ciénagas pantanosas reales.

«Así deben de ver los dioses el mundo», pensó Rhys.

Beleño volvió a chillar y de repente el kender estaba flotando en el aire, ligero como una pluma. Rhys se sintió a sí mismo cada vez más ligero, su cuerpo perdía masa y peso, sus huesos eran tan huecos como los de un pájaro, su piel liviana como la espuma. Sus pies se separaron del suelo y empezó a ascender. Atta flotaba hacia él, con las patas colgando sin poder hacer nada.

-Recto como vuela el dragón -dijo Mina.

Rhys se acordó de aquel incidente en que estuvieron a punto de ahogarse en la torre. Recordó los pasteles de carne y la violenta conflagración que había consumido a los Predilectos y se dio cuenta de que tenía que poner fin a aquello. Tenía que hacerse con el control.

-¡Para, Mina! -dijo Rhys con tono duro-. ¡Páralo ahora mismo! ¡Bájame en este mismo instante!

Mina lo miró con los ojos muy abiertos, y ya brillantes por las lágrimas.

—¡Ahora mismo! —ordenó Rhys con los dientes apretados.

Sintió que se volvía más pesado y cayó al suelo. Beleño se desplomó como una roca y aterrizó con un golpe sordo. Atta, en cuanto se vio en el suelo, se escabulló rápidamente a agazaparse debajo de un árbol, lo más lejos posible de Mina.4

Mina fue bajando muy lentamente por el aire y se posó delante de Rhys.

-Vamos a ir a Solace caminando —dijo el monje, con la voz cargada de furia—, ¿Me estás entendiendo, Mina? No vamos a ir nadando ni volando. ¡Vamos a caminar!

A Mina se le escaparon las lágrimas, que empezaban a correrle por las mejillas. Se tiró al suelo y empezó a llorar.

Rhys estaba temblando. Siempre se había sentido muy orgulloso de su disciplina y allí estaba, gritándole a una niña. De repente se sintió profundamente avergonzado.

-No quería gritarte, Mina... -empezó a decir sin apenas fuerzas...

—¡Lo único que quería era llegar más rápido! —gritó la pequeña, levantando la cara surcada de lágrimas y manchada de tierra—. No me gusta caminar. ¡Es muy aburrido y me duelen los pies! Y vamos a tardar demasiado tiempo, hasta el infinito. Además, la tía Zeboim me dijo que podía volar -añadió, entre hipos y temblores.

Beleño le pegó un codazo a Rhys en las costillas.

-Es verdad que vamos a tardar mucho y eso de volar podría ser interesante y...

Rhys lo miró. Beleño tragó saliva.

—Pero tienes razón, por supuesto. Tenemos que caminar. Para algo los dioses nos dieron pies y no alas. Ahora mejor me voy a dormir...

Rhys se arrodilló y abrazó a Mina. Ella le echó los brazos al cuello y sollozó sobre su hombro. Poco a poco, los lloros se fueron haciendo más débiles y la niña acabó quedándose callada. Rhys la miró y vio que había llorado hasta quedarse dormida. La llevó a la manta que había extendido sobre una zona de hierba mullida debajo de un árbol y la tumbó. Estaba tapándola con otra manta, cuando Mina se despertó.

—Buenas noches, Mina —dijo Rhys y alargó la mano para apartarle el pelo de la frente con ternura.

Mina le cogió la mano y la besó arrepentida.

-Lo siento, Rhys -dijo. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre y no «señor monje»-. Podemos caminar. Pero ¿podríamos caminar rápido? -añadió con voz lastimera—. Me parece que tengo que llegar a Morada de los Dioses rápidamente.

Rhys estaba agotado, pues de lo contrario tendría que habérselo pensado dos veces antes de responder que sí, que podían «caminar rápido».

3

El día siguiente estaban en Solace.

—Al fin y al cabo —señaló Beleño—, le dijiste que podíamos caminar rápido.

El día había empezado bien. Mina parecía arrepentida y se mostraba tranquila y dócil. Las volutas de bruma se levantaban perezosamente del lecho del río. Emprendieron el camino pronto y Rhys andaba tan rápido como pensaba que Mina podría aguantar. Cuando empezó a ver que los árboles y las praderas pasaban raudas a los lados, el aumento de velocidad había sido tan gradual que creyó que sus ojos estaban pasándole una mala jugada.

Pero entonces el paisaje empezó a deslizarse a una velocidad increíble. El, Beleño, Mina y Afta seguían caminando a un ritmo que parecía normal, pero los otros viajeros aparecían y desaparecían en cuestión de segundos. Las nubes surcaban el cielo en un instante. Un momento hacía sol, al siguiente los empapaba una tormenta y un segundo después lucía el sol de nuevo. Cruzaron el desierto. La ciudad de Delfo era una mancha de color, la de Khuri-khan un estallido de ruido y calor.

Allí estaban y dejaron de estar los ogros de Blode. La Gran Ciénaga era pantanosa, sofocante y apestosa, pero no por mucho tiempo. Cruzaron rozando las aguas del río Westguard y vieron el reflejo del sol sobre las olas de Nuevo Mar, antes de que desapareciera y llegaran las desoladas llanuras de Dergoth. El lago de la Muerte estaba envuelto en inquietantes sombras y el río de la Rabia Blanca tronó un momento.

Rhys se había mareado por desplazarse tan rápido y tuvo que agarrarse a un poste para no caer. Beleño se tambaleó un momento sobre las piernas sin fuerzas, lanzó un quejumbroso «¡buf!» y se derrumbó. Atta se dejó caer sobre un costado y se quedó jadeando en el suelo.

—¡Hemos andado todo el camino! —exclamó Mina con orgullo—, ¡He hecho lo que me dijiste!

Sus ojos ambarinos eran límpidos y brillaban. Lucía una sonrisa ilusionada y feliz. Estaba convencida de que había hecho algo merecedor de alabanzas y a Rhys no le quedaban ánimos para regañarla. Al fin y al cabo, se habían ahorrado un viaje largo, dificultoso y repleto de peligros, y habían llegado sanos y salvos a su destino. No podía evitar sentirse aliviado. Rhys se dio cuenta de que Mina no pensaba que hubiera hecho nada excepcional. Para ella, atravesar tranquilamente un continente en un día era algo que cualquiera podía hacer con sólo concentrarse un poco.

Rhys ayudó a Beleño a levantarse y aseguró a Atta que todo estaba bien. Mina lo miraba todo con entusiasmo. Estaba encantada con Solace.

—¡Las casas están construidas en los árboles! —exclamó, dando palmadas—, ¡Una ciudad entera subida a los árboles! Quiero subir ahí arriba. ¿Qué es ese sitio?

Señaló hacia un edificio grande que se acomodaba entre las ramas de un vallenwood gigantesco.

—Es la posada El Último Hogar —declaró Beleño, olfateando el aire con ansia. Ya se sentía casi normal-. Repollo cocido. Lo que quiere decir que hoy debe de ser el día de carne de vaca en conserva con repollo. Espera a conocer a Laura. Es la dueña de la posada, es la encargada de cocinar y la mejor cocinera de Ansalon. Y después está nuestro amigo, Gerard, el alguacil. El es...

-Mina -lo interrumpió Rhys-, ¿te importaría ir hasta esa fuente y coger un poco de agua para Atta?.

Mina hizo lo que le mandaban y corrió entusiasmada hasta la fuente pública, acompañada por la perra sin aliento.

—Creo que no deberíamos contarle a Gerard la verdad sobre Mina —le dijo Rhys a Beleño, cuando Mina ya se había alejado-. No pongamos a prueba su credulidad.

-¿A prueba, como los menús degustación? -preguntó Beleño, sorprendido—. Porque yo sé que en ésos te ponen muchas cosas para probar.

-Me temo que no nos creería -le aclaró Rhys.

—¿Que es una diosa que se ha vuelto loca? Ni siquiera estoy seguro de que yo mismo lo crea—repuso Beleño muy serio. Se llevó la mano a la cabeza—. Todavía estoy un poco mareado de tanto caminar. Pero ya veo lo que quieres decir. Gerard conoció a Mina, ¿verdad? A la antigua Mina, me refiero. Cuando ella era soldado en la Guerra de las Almas. Nos contó que la había conocido esa noche que empezó a hablar sobre lo que le había pasado en la guerra. Pero ahora es una niña pequeña. No me parece muy probable que relacione a las dos. ¿Tú crees que sí?

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