Ámbar y Sangre (17 page)

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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico

BOOK: Ámbar y Sangre
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Beleño buscó un rato y después puso un dedo sobre una cadena montañosa en el extremo occidental del continente.

—¿Y nosotros dónde estamos? —preguntó Mina.

Beleño señaló con el dedo un punto en el extremo oriental del continente.

—No está muy lejos —comentó Mina alegremente.

—¡No muy lejos! —repitió Beleño, exasperado—. Son cientos y cientos de kilómetros.

—¡Bah! ¡Mira! —Mina se puso sobre el mapa y a punto estuvo de pisarle los dedos a Beleño. Juntando mucho los pies, caminó de un lado al otro lado del mapa, pegando la punta de los dedos de un pie con el talón del otro—. Hasta aquí. ¿Ves? Como unos tres pasos. No es nada lejos.

Beleño la miró boquiabierto.

—Pero eso es...

-Esto es muy aburrido. Me voy a la cama. —Mina fue a donde tenía escondida su manta. La extendió y se tumbó, pero volvió a sentarse al momento—, Mañana partimos hacia Morada de los Dioses -les anunció. Después volvió a tumbarse, se acurrucó y se quedó dormida.

—Tres pasos —repitió Beleño—, Creerá que mañana por la noche ya habremos llegado.

—Ya lo sé —dijo Rhys—. Mañana hablaré con ella. —Miró el mapa con expresión lúgubre y suspiró-. Es un camino demasiado largo. No me había dado cuenta de lo lejos que habíamos viajado. Y de lo lejos que tenemos que ir.

—Podríamos comprar un pasaje en un barco —sugirió Beleño—. Podríamos encontrar alguno que admitiera a kenders...

Rhys sonrió a su amigo.

—Podríamos. Pero ¿volverías a ponerte en manos de la diosa del mar?

—No había pensado en eso —respondió Beleño, haciendo una mueca—. Supongo que caminar está bien.

Se dejó caer sobre la panza y siguió estudiando el mapa.

—No es una línea recta de aquí a aquí. ¿Cómo recordaremos la ruta?

Se tumbó de espaldas cómodamente y apoyó la cabeza sobre los brazos cruzados.

—El minotauro no echará de menos el mapa hasta mañana por la mañana. Si tuviéramos algo en lo que escribir, podría copiarlo. ¡Ya sé! ¡Podríamos cortar mi camisa vieja!

Volvió con la camisa, unas tijeras de esquilar que había pedido (legítimamente) prestadas al tabernero, una pluma y un poco de tinta. Beleño se sentó alegremente para copiar el mapa y trazar su ruta.

—¿Sabes algo de todos estos países diferentes? -preguntó a Rhys.

—Algo sé de ellos -contestó Rhys-. A menudo los monjes de mi orden dejan el monasterio para recorrer el mundo. Cuando vuelven, cuentan historias de los lugares en los que han estado y las cosas que han visto. He oído muchas historias y descripciones de las tierras de Ansalon.

Un toque triste en la voz de Rhys hizo que Beleño apartara la vista de su trabajo.

-¿Qué pasa?

—Se alienta a todos los miembros de mi orden a que emprendan ese viaje, pero no es obligatorio —contestó Rhys—. Yo no tenía ninguna intención de dejar mi monasterio. Pensaba que no necesitaba conocer más mundo que el que veía desde las praderas verdes donde llevaba a mis ovejas a pastar. Me habría quedado en mi monasterio toda la vida, si no hubiera sido por Mina.

Miró a la pequeña, que dormía en el suelo. Muchas veces el sueño de Mina era inquieto. Gritó, gimoteó y se encogió. Después se quedó enredada con la manta. Rhys la colocó bien, envolviéndola con ella, y la acarició hasta que se quedó más tranquila. Cuando ya respiraba más pausadamente, se apartó de ella y volvió donde Beleño seguía estudiando el mapa.

—Se me ha ocurrido que tal vez el abad de mi orden sepa algo sobre Morada de los Dioses. Aunque nos queda fuera de paso, creo que merece la pena dar un rodeo para buscar consejo en el Templo de Majere de Solace...

—¡Solace! —repitió Beleño con entusiasmo-, ¡Mi sitio favorito del mundo entero! Allí está Gerard, el mejor alguacil del mundo entero. Por no hablar del menú de pollo y bollos de la posada El Ultimo Hogar. ¿Es los martes? Creo que era el de los martes. ¿O el de los martes era chuleta de cerdo con guisantes?

El kender volvió al trabajo con fuerzas renovadas. Basándose en su propia información (obtenida de otros kenders y por tanto no enteramente fiable) y en lo que Rhys sabía sobre las tierras que deberían recorrer, acabó planeando una ruta.

—Caminamos a lo largo de la costa norte del mar Kyrman —explicó Beleño, cuando todo estuvo listo—. Pasamos por las ruinas de Mica, que, según el mapa, están a unos cincuenta kilómetros, después avanzamos cien kilómetros más a través del desierto hasta llegar a la ciudad de Delfo. ¿Qué sabes de los humanos de Khur? He oído que son muy sanguinarios.

—Son un pueblo orgulloso, guerreros de renombre que están muy unidos a sus tribus, lo que a veces provoca sangrientas peleas. Pero también destacan por su hospitalidad con los desconocidos.

—Eso nunca parece incluir a los kenders. De todos modos, con todas esas peleas, debe de haber un montón de muertos deambulando por ahí. Quizá necesiten mis servicios.

Aferrándose a ese esperanzador punto de vista, Beleño volvió a concentrarse en su mapa.

-Hay una calzada que sale de Delfo y llega a la capital de Khuri-khan a través de las montañas. Después hay otra franja de desierto de ciento sesenta kilómetros más o menos y llegamos a Blode, hogar de los ogros.

Beleño lanzó un suspiro.

—A los ogros les gustan los kenders, pero para cenar. Y los ogros matan a los humanos o los hacen sus esclavos. Pero es el único camino.

—Entonces habrá que sacarle el mejor partido posible —dijo Rhys.

Beleño sacudió la cabeza.

-Si salimos de Blode con vida, que ya sería toda una hazaña, llegamos a la Gran Ciénaga. Allí vivía un Señor de los Dragones. Era una hembra llamada Sable, pero está muerta y con ella murió la maldición que asolaba el lugar. Pero la ciénaga sigue siendo un lugar poco agradable, con lagartos y plantas devora hombres y serpientes venenosas. Después, tenemos que encontrar la forma de cruzar el río Westguard, vamos un poco al oeste, otro poco al sur, seguimos la costa de Nuevo Mar, atravesamos Linh y Salmonfall y por fin llegamos a Abanasinia.

»Una vez allí, cruzamos las llanuras de Dergoth, pasamos por Pax Tharkas y entramos en lo que antes era Qualisnesti, más allá del lago de la Muerte. Tengo que admitir que esa parte incluso me apetece. He oído que hay un montón de espíritus deambulando por el lago. Espectros de elfos. A mí me gustan los espectros de elfos. Siempre son muy educados. Después cruzamos el río de la Rabia Blanca y nos internamos en el Bosque Oscuro, que, por lo que he oído, ya no es oscuro. Entonces vamos por las llanuras de Abanasinia, cruzamos por Gateway y por fin llegamos a Solace. ¡Bufl

Beleño se secó la frente y fue a buscar una jarra de reconstituyente cerveza. Rhys estaba sentado en su silla junto al fuego, contemplando el mapa e imaginando el viaje.

Un monje, un kender, una perra y una diosa de seis años.

Atravesando desiertos, montañas, ciénagas, llanuras, bosques. Enfrentándose a guerras civiles, refriegas en las fronteras, batallas entre tribus y sangrientas peleas. Además de las contingencias habituales del camino: puentes arrastrados por la corriente, incendios en los bosques, lluvias torrenciales, frío gélido, calor abrasador. Y los peligros habituales: ladrones, trolls, ogros, hombres lagarto, lobos, serpientes y los gigantes que de vez en cuando vagaban sin destino.

—¿Cuánto tiempo crees que tardaremos? —preguntó Beleño, limpiándose la espuma de los labios.

«Una vida entera», pensó Rhys.

2

Partieron de Flotsam a la mañana siguiente y durante los primeros kilómetros el viaje fue bien. Mina se entretenía y se divertía con los paisajes nuevos tan interesantes. Los granjeros de los distritos más alejados llevaban sus productos al mercado y se intercambiaban amistosos saludos. Una caravana de ricos mercaderes, protegidos por hombres de armas, ocupaba toda la calzada. Los soldados eran muy serios y ponían cara de ocupados, pero los comerciantes saludaban a Mina y, al ver al monje, le pedían que bendijera su viaje y le tiraban unas cuantas monedas. Después pasaron un señor y una dama con su séquito. La dama se detuvo a admirar a Mina y le dio unos dulces, que ella compartió con Beleño y Atta.

También se cruzaron con varios grupos de kenders, que dejaban Flotsam (a la fuerza) o se dirigían hacia allí. Los kenders se paraban a hablar con Beleño y se intercambiaban las noticias y los rumores más recientes. Beleño les preguntaba sobre la calzada que se extendía ante ellos y recibió mucha información, alguna de ella no demasiado fiable.

El encuentro más interesante fue el que tuvieron con un grupo de gnomos que viajaban con una combinación de máquina trilladora, amasadora y cocedora de pan a vapor; pero habían perdido el control y el armatoste estaba desmontado a un lado de la calzada. Aquel encuentro los retrasó bastante, porque Rhys se detuvo a atender a las víctimas.

Todas aquellas novedades ocuparon buena parte del día. Mina estaba contenta y se portaba bien, mientras esperaba ansiosamente encontrarse con más gnomos. Se detuvieron pronto para pasar la noche. Como hacía buen tiempo, acamparon al aire libre y a Mina le pareció muy divertido, aunque ya no pensaba lo mismo alrededor de la medianoche, cuando descubrió que se había acostado sobre un hormiguero.

Como consecuencia, a la mañana siguiente estaba malhumorada y gruñona, y su ánimo no mejoró con el transcurso del día. Cuanto más se alejaban de Flotsam, menos gente se encontraban en el camino, hasta que llegó un momento en que no había nadie más que ellos. El paisaje consistía en franjas de tierra vacía con unos pocos árboles desgarbados. Mina se aburría y empezó a quejarse. Estaba cansada. Quería parar. Las botas le apretaban en los dedos. Tenía una ampolla en el talón. Le dolían las piernas. Tenía hambre. Tenía sed.

—¿Cuánto falta para llegar de una vez? —preguntó a Rhys, caminando cansinamente a su lado y arrastrando los pies por el polvo.

-Me gustaría avanzar unos pocos kilómetros más antes de que oscurezca -dijo Rhys—. Después acamparemos.

—¡No, no al campamento! —protestó Mina—. Me refiero a Morada de los Dioses. Estoy muy cansada de caminar, de verdad. ¿Mañana ya estaremos allí?

Rhys estaba intentando encontrar la forma de explicarle que bien podrían tardar un año antes en llegar a Morada de los Dioses, cuando Atta emitió un ladrido agudo. Con las orejas tiesas, miraba fijamente a la calzada.

-Alguien viene -dijo Beleño.

Hacia ellos se dirigía un jinete en su caballo, corriendo a buen ritmo por cómo resonaban los cascos del animal. Rhys cogió a Mina de la mano y rápidamente tiró de ella hacia un lado de la calzada, para alejarla del camino de los cascos del caballo. Todavía no podía distinguir al jinete, debido a la leve pendiente de la calzada. Atta obedeció a Rhys y se quedó junto a él, pero no dejaba de gruñir. Le temblaba todo el cuerpo y sacaba los colmillos.

—Sea quien sea quien viene, a Atta no le gusta —observó Beleño—, Eso no es muy propio de ella.

Acostumbrada a viajar, Atta solía ser simpática con los desconocidos, aunque mantenía las distancias y sólo se dejaba acariciar si no encontraba la forma de escapar. Sin embargo, estaba advirtiéndolos en contra de aquel extraño, antes incluso de verlo.

Caballo y jinete llegaron al alto de la cuesta y, al verlos, apuraron el paso y bajaron la pendiente al galope. El jinete iba tapado en una capa negra. Su larga cabellera se agitaba al viento en su espalda.

Beleño lo miraba boquiabierto.

-¡Rhys! ¡Es Chemosh! ¿Qué hacemos?

—No podemos hacer nada —contestó Rhys.

El Señor de la Muerte tiró de las riendas del caballo cuando ya estaba más cerca. Beleño miró en derredor, desesperado por encontrar un sitio

donde esconderse, pero estaban atrapados en la llanura. Ni un árbol ni una hondonada a la vista.

Rhys ordenó a Atta que se quedara callada y ella le obedeció lo mejor que pudo, aunque de vez en cuando se le escapaba un gruñido. El monje atrajo a Mina hacia sí y sostuvo el cayado delante de ella, mientras ponía la otra mano sobre el hombro de la niña, en un gesto protector. Beleño se mantuvo imperturbable al lado de su amigo. Recordándose a sí mismo que era un kender con cuernos, adoptó una expresión fiera.

-¿Quién es ese hombre? -preguntó Mina, mirando al jinete de negro con curiosidad. Volvió la cabeza hacia Rhys—. ¿Lo conoces?

-Lo conozco -contestó Rhys-. ¿Tú lo conoces, Mina?

-¿Yo? -Mina estaba sorprendida. Negó con la cabeza-. Nunca antes lo había visto.

Chemosh desmontó y empezó a caminar hacia ellos. El caballo se quedó inmóvil donde lo había dejado, como si se hubiera convertido en piedra. Beleño se acercó un poco más a Rhys.

-Kender con cuernos -repetía Beleño para sí con el fin de darse valor-, Kender con cuernos.

Atta gruñó y Rhys le hizo callar.

Chemosh hizo caso omiso de la perra y del kender. Lanzó una mirada a Rhys, sin demasiado interés. Toda la atención del señor se centraba en Mina. Tenía una expresión tensa, lívida de rabia. Sus ojos oscuros eran gélidos.

Mina observaba a Chemosh desde detrás de la barricada formada por el cayado del monje y Rhys sintió que temblaba. La sujetó con más fuerza para que se sintiera segura.

-No me gusta ese hombre -declaró Mina con voz temblorosa-. Dile que se vaya.

Chemosh se detuvo y lanzó una mirada furibunda a la niña pelirroja que se protegía en los brazos de Rhys.

-Ya puedes poner fin a este jueguecito tuyo, Mina -dijo Chemosh-. Me has hecho quedar como un tonto. Ya te has reído bastante. Ahora vuelve a casa conmigo.

-No voy a ir a ningún sitio contigo -repuso Mina-, Ni siquiera te conozco. Y Goldmoon me dijo que nunca hablara con desconocidos.

-Mina, deja ya esta estupidez... —empezó a decir Chemosh, enfadado, y alargó la mano para cogerla.

Mina le propinó una patada en la espinilla al Señor de la Muerte.

Beleño tomó aire, cerró los ojos y esperó el fin del mundo. Como el mundo seguía su curso, Beleño abrió un poco los ojos y vio que Rhys había empujado a Mina detrás de él para protegerla con su cuerpo. Chemosh tenía un aspecto indescriptiblemente lúgubre.

-Estás montando un espectáculo magnífico, Mina, pero no tengo tiempo para tonterías -dijo con impaciencia—. Vendrás conmigo y traerás los objetos que vilmente robaste de la Sala del Sacrilegio. O de lo contrario, pronto veré a tus amigos en el Abismo...

Una lluvia torrencial ahogó el resto de la amenaza de Chemosh. El cielo se volvió tan negro como la capa del dios. Las nubes de tormenta se agolparon y agitaron. Zeboim llegó en una ráfaga de viento y un golpe de granizo.

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