—Este paisaje no se parece a nada de lo que había visto hasta ahora —comentó Stefan—. Ni a Västergötland ni a Härjedalen. Es como si Suecia terminase aquí, se adentrara en el mar y desapareciera. Y tanto barro, tanta niebla… Es muy curioso. Estoy intentando encontrar mi sitio en un paisaje que me es totalmente ajeno.
Linda murmuró una respuesta ininteligible. La niebla era niebla, y el barro, barro. ¿Qué tenía aquello de especial?
—¿Qué tal va lo de la identificación de la mujer? —preguntó.
—Aún esperamos la respuesta de Estados Unidos. Estamos seguros de que no era ciudadana sueca.
—¿Es posible que su identidad no se corresponda con la que indicaba el papel que llevaba prendido en la blusa?
—No. No hay motivos para pensar que quien la mató dejara una identificación falsa.
En ese momento vieron que Kurt Wallander se les acercaba desde el cordón policial mientras el periodista desaparecía pendiente abajo.
—He estado hablando con Lisa Holgersson —reveló—. Puesto que estás parcialmente relacionada con esta investigación, no hay inconveniente en que participes plenamente en ella. Será como tener una pelota que vaya botando a mi lado en todo momento.
Linda creyó percibir cierta ironía en el símil de su padre.
—Bueno, yo, al menos, aún puedo botar. Tú no —le contestó.
Stefan Lindman rompió a reír. Linda vio que su padre se había enojado, aunque logró dominarse.
—Procura no tener hijos —le recomendó al colega—. Ya ves cómo me va a mí.
Entonces apareció un coche que ascendía en dirección a la iglesia y los tres vieron bajar de él a Nyberg.
—Vaya, Nyberg recién duchado —advirtió Wallander—, listo para un nuevo día de tareas desagradables. Se jubilará pronto, pero yo creo que se morirá cuando se dé cuenta de que ya no puede pasarse los días cavando en el barro con el agua hasta las rodillas.
—¿Os habéis dado cuenta? —susurró Stefan Lindman—. Parece un perro. Va de un lado para otro, como olisqueándolo todo… Sólo le falta ponerse a cuatro patas.
Linda constató que tenía razón. Nyberg se movía verdaderamente como un animal.
El técnico despedía un intenso olor a loción para después del afeitado y no pareció notar la presencia de Linda. Los colegas intercambiaron entre dientes los consabidos saludos.
—¿Tenemos alguna idea de la posible causa del incendio? —quiso saber Kurt Wallander—. He estado hablando con Mats Olsson. Según él, las dos iglesias empezaron a arder en varios puntos al mismo tiempo. El guarda de la iglesia, que fue el primero en llegar, dice que le dio la impresión de que el fuego describía un círculo. Eso confirmaría que empezó a arder al mismo tiempo en muchos puntos.
—Pues yo no he encontrado nada —admitió Nyberg—. Pero no cabe duda de que ha sido provocado.
—Hay una diferencia —prosiguió Wallander—. El fuego de Hurup parece haber sido causado por una explosión: un vecino asegura que lo despertó una especie de sacudida, como si hubiese estallado una bomba. Así pues, es posible que los incendios hayan sido provocados de distinta manera, pero para que estallaran de forma simultánea.
—El modo de proceder es claro —intervino Stefan Lindman—. El incendio de la iglesia parece una maniobra para distraer la atención del asesinato.
—Pero ¿por qué en una iglesia? —preguntó Kurt Wallander—. ¿Por qué estrangular a una persona con una cuerda en una iglesia? —De repente, miró a Linda—. ¿Tú qué opinas? ¿Qué te dice a ti todo esto?
Ella notó que se sonrojaba. La pregunta la había pillado desprevenida.
—Bueno, la elección de una iglesia significará algo, claro —respondió una pizca insegura—. Y estrangular a alguien con una cuerda parece una tortura, un castigo… También me hace sospechar un motivo religioso: amputarle las manos a alguien, lapidarlo, enterrarlo vivo… ¿Por qué no asfixiarlo con una cuerda?
Antes de que nadie tuviese oportunidad de comentar nada, sonó el móvil de Stefan Lindman. Tras escuchar un instante, se lo pasó a Kurt Wallander, que prestó atención a lo que le decían.
—Ha empezado a llegar información de Estados Unidos —explicó tras cortar la comunicación—. Nos vamos a Ystad.
—¿Me necesitáis allí? —preguntó Nyberg.
—No lo sé. Si es así, te llamaré —respondió Kurt Wallander antes de dirigirse a Linda—: Pero tú te vienes con nosotros. A menos que quieras irte a casa a descansar, claro.
—Eso no tendrías ni que preguntármelo —replicó ella.
—Era por ser considerado.
—Ya, pero podrías verme como policía en lugar de como tu hija.
De camino a Ystad, los tres permanecieron en silencio, tanto por falta de sueño como por miedo a decir alguna inconveniencia que incomodase a los demás.
Una vez que hubieron aparcado ante la comisaría de Ystad, Kurt Wallander se marchó hacia la entrada de la fiscalía. Stefan Lindman alcanzó a Linda a la entrada de la comisaría.
—Recuerdo mi primer día como policía —comentó—. Entonces estaba en Borås. La noche anterior había salido de juerga con unos amigos. Lo primero que hice cuando crucé la puerta de la comisaría fue echar a correr hacia los servicios más próximos y vomitar. ¿Qué piensas hacer tú?
—Desde luego, eso no —aseguró Linda.
Ann-Britt Höglund estaba en la recepción. La mujer se empecinaba en saludar secamente a Linda, y ésta decidió que, a partir de ese momento, haría lo mismo.
La recepcionista tenía un mensaje para Linda: Lisa Holgersson quería hablar con ella.
—¿He hecho algo mal? —quiso saber Linda.
—Seguro que no —la tranquilizó Stefan Lindman antes de marcharse.
«Me gusta ese hombre», constató Linda para sí. «Cada día más.» Lisa Holgersson acababa de salir de su despacho cuando Linda enfilaba el pasillo.
—Kurt me lo ha explicado todo, así que puedes participar en la investigación. Es una curiosa coincidencia el que una de tus amigas esté implicada en este caso.
—Bueno, aún no lo sabemos —señaló Linda—. Puede que sea así, pero aún no lo sabemos —repitió.
La puerta de la sala de reuniones se cerró a las nueve. Linda se había sentado en la silla que su padre le había indicado. Stefan Lindman se acomodó a su lado. Miró a su padre, que, sentado ante uno de los extremos de la mesa, bebía agua mineral. Pensó que, en efecto, así se lo había imaginado ella siempre: solo ante la mesa, sediento, despeinado, dispuesto a comenzar un nuevo día con una compleja investigación criminal. Pero ella sabía que, puesto que se trataba de una imagen romántica, también era falsa, por lo que la desechó con un mohín.
Siempre había pensado que su padre era un buen policía, un investigador brillante, pero ahora que estaba sentada a la misma mesa que él, se percató de que poseía un gran repertorio de habilidades que ella ni siquiera sospechaba. Una de las que más la impresionaron fue su capacidad de retener en la memoria un gran número de datos, cuidadosamente situados en su contexto. Y mientras lo escuchaba, notó que en su interior cobraba forma una idea. En efecto, tuvo la sensación de que, por primera vez, comprendía por qué él nunca había tenido tiempo ni para Mona ni para ella. Simplemente, no había lugar. «Tengo que hablar de eso con él», decidió. «Cuando todos estos sucesos hayan quedado explicados y todo haya pasado, tenemos que hablar de por qué nos relegó a Mona y a mí.»
Al concluir la reunión, que había durado más de dos horas, Linda se quedó en la sala. Abrió una ventana y recapacitó sobre cuanto acababa de oír. Cuando su padre dejó sobre la mesa la botella de agua mineral y comenzó su síntesis, lo hizo partiendo de que se hallaban ante una situación muy poco definida: «Dos mujeres han sido asesinadas. Tal vez sea una osadía por mi parte excluir simplemente cualquier otra explicación y dar por supuesto que el responsable de las dos muertes es el mismo hombre. No existe evidencia alguna de conexión entre ellas, no tenemos ningún móvil, ni siquiera hemos detectado ninguna similitud. Birgitta Medberg fue asesinada en una cabaña oculta en un barranco, en el corazón del bosque de Rannesholm, y ahora hemos hallado a otra mujer, con toda probabilidad extranjera, estrangulada con una gruesa cuerda en el interior de una iglesia en llamas. Hasta el momento, los puntos de conexión entre ambas son más bien oscuros, ocasionales, tanto que es dudoso que puedan considerarse puntos de conexión. En las inmediaciones de este caso existe, además, otro suceso poco claro. Y ése es el motivo por el que Linda está hoy con nosotros».
Paulatinamente, como buscando, como si tuviese todas sus antenas extendidas en distintas direcciones simultáneamente, su padre fue avanzando a tientas a través del terreno constituido por todos los datos de que disponían, desde cisnes en llamas hasta manos amputadas. Le llevó una hora y doce minutos, sin pausas, sin repeticiones, llegar a una conclusión que, en realidad, no era más que un modo de decir: «No tenemos ni idea de qué ha sucedido. Tras las dos mujeres asesinadas, los animales carbonizados y las iglesias incendiadas, se oculta algo que desconocemos. Y tampoco sabemos si lo que hemos visto es el final o sólo el principio».
Cuando pronunció aquellas palabras, «sólo el principio», había transcurrido una hora y doce minutos, que él había pasado de pie. Entonces tomó asiento, antes de concluir:
—Aún seguimos a la espera de la información completa relativa a la mujer que, según los indicios, se llamaba Harriet Bolson. Mientras aguardamos, y antes de ceder la palabra a quien tenga algo que decir, no haré más que un comentario: hay un detalle que se repite una y otra vez. Tengo la impresión de que a esos animales no les prendió fuego un sádico que diera rienda suelta a sus deseos. Más bien me inclino a pensar que se trata de una especie de sacrificio basado en una lógica descabellada. Tenemos las manos amputadas de Birgitta Medberg y, por si fuera poco, una Biblia que alguien se ha dedicado a corregir y comentar. Y ahora nos enfrentamos a una especie de asesinato ritual en una iglesia. Además, hemos recibido información sobre el hombre que prendió fuego a la tienda de animales. Según la testigo, ese hombre gritó «Dios lo exige» o algo parecido. Todos estos datos parecen apuntar a una suerte de mensaje religioso. Tal vez estemos ante una secta; quizás ante unos locos que actúan de manera aislada, pero lo dudo. Se intuye algo parecido a una administración muy calculada de la brutalidad, y me da la sensación de que detrás de todo esto no se encuentra una sola persona. Pero ¿serán dos, serán mil? Lo ignoramos. Por ese motivo, me gustaría que nos tomásemos el tiempo necesario para una discusión sin ideas preconcebidas antes de seguir adelante. En cierto modo, creo que iremos más deprisa si nos detenemos unos minutos.
Sin embargo, no hubo lugar para el inicio de tal discusión. En efecto, la puerta de la sala de reuniones se abrió y dio paso a una joven que anunció que la policía estadounidense había empezado a enviar faxes sobre Harriet Bolson. Martinson se marchó para regresar al cabo de unos minutos blandiendo un montón de papeles, entre los que se incluía una foto, un tanto borrosa, de la mujer. Kurt Wallander sostuvo sus gafas rotas ante los ojos y asintió: era ella. La mujer muerta era, efectivamente, Harriet Bolson.
—Mi inglés deja mucho que desear —se lamentó Martinson al tiempo que tendía los documentos a Ann-Britt Höglund, que comenzó a leerlos enseguida.
Linda, que había echado mano de un bloc antes de entrar en la sala, empezó a tomar notas, sin saber muy bien por qué. Sentía que participaba en algo en lo que, en el fondo, no participaba. Sin embargo, intuía que su padre tenía reservada para ella una misión que, por diversas razones, no iba a desvelarle aún.
Ann-Britt Höglund constató que la policía estadounidense había efectuado un trabajo exhaustivo. No obstante, en aquel caso, probablemente no les había requerido demasiado esfuerzo, puesto que Harriet Bolson, o Harriet Jane Bolson, que era su nombre completo, figuraba en los registros policiales del país como
Missing Person
desde el 12 de enero de 1997, fecha en la que su hermana, Mary Jane Bolson, denunció su desaparición en la comisaría de policía del centro de Tulsa. Había intentado ponerse en contacto telefónico con su hermana durante más de una semana, sin éxito, de modo que tomó el coche y recorrió los trescientos kilómetros que separaban la ciudad donde vivía Mary Jane de la ciudad de Tulsa, donde su hermana residía y trabajaba como bibliotecaria y secretaria de un coleccionista de arte. Mary Jane fue a la casa de su hermana y la halló abandonada, y descubrió que hacía días que su hermana no acudía al trabajo. La mujer parecía haber desaparecido sin dejar rastro. Mary Jane y todos los amigos de Harriet la describían como una persona introvertida, pero cumplidora y amable, que no parecía tener problemas de narcóticos ni ningún otro lado oscuro que explicase su desaparición. Una vez puesta la denuncia de desaparición, la policía de Tulsa abrió una investigación, pero el hecho era que, durante los cuatro años transcurridos, no habían conseguido recabar un solo dato sobre lo acontecido. Ninguna pista, ni la menor señal de vida, nada.
—Un comisario de policía llamado Clark Richardson espera con impaciencia noticias nuestras que confirmen que la mujer que encontramos es, realmente, Harriet Jane. Ni que decir tiene que desea que lo mantengamos informado de lo que suceda.
—Pues no hay ningún problema, es ella —sostuvo Kurt Wallander—. No cabe la menor duda. ¿Seguro que no barajaron ninguna hipótesis sobre las causas de su desaparición?
Ann-Britt Höglund seguía estudiando los documentos.
—Harriet estaba soltera —continuó—. Tenía veintiséis años cuando desapareció. Ella y su hermana eran hijas de un pastor metodista de Cleveland, Ohio, calificado de «eminente» en la denuncia por desaparición. Una infancia feliz, ningún mal paso, estudios en diversas universidades, y un trabajo con el coleccionista de arte, un contrato y un buen sueldo. Llevaba una vida sencilla y ordenada, trabajaba los días laborables, y los domingos iba a la iglesia.
Dicho esto, Ann-Britt Höglund guardó silencio.
—¿Y eso es todo? —preguntó Kurt Wallander lleno de asombro.
—Eso es todo.
El inspector negó con un gesto.
—Tiene que haber algo más —aseguró—. Necesitamos toda la información que exista sobre ella. Ése será tu cometido. Hay que camelarse a Clark Richardson para que colabore todo lo que pueda. Intenta darle la sensación de que ésta es la más importante de todas las investigaciones que están desarrollándose en Suecia en estos momentos. Lo cual, por otra parte, puede ser cierto —añadió.