Desde tiempos inmemoriales, los espartanos tenemos la estricta obligación de celebrar estas fiestas, que tienen lugar entre el día siete y el quince del caluroso mes de Carneo, que en el Ática corresponde al de Metagitnion
[1]
. Su duración es de nueve días y así celebramos el fin de la cosecha. A ellas nos entregamos con gran entusiasmo, por encima de cualquier otra actividad, y esos días todos los ciudadanos varones deben ser purificados.
Los días precedentes, iba y venía de la
Agogé
excitada al ver a los hombres montar las nueve tiendas junto a los muros de la acrópolis. Cada una de ellas sería ocupada por nueve hombres en edad militar, pertenecientes a tres hermandades que obedecerían las órdenes recibidas de un heraldo.
El día señalado fuimos todos en carro a Esparta. Sin embargo, ese año no nos alojamos en casa de Talos como los años anteriores, sino que habíamos sido invitados por Prixias
de la cañada rota
, padre de Eleiria y de Prixias, un hoplita amable y dicharachero, muy bromista y miembro de la misma
Systia
que mi padre.
Yo me puse muy contenta y algo nerviosa. Contenta porque iba a pasar varios días junto a mi inseparable compañera de juegos y entrenamientos, pero intranquila porque su hermano Prixias, compañero de Polinices, era, a mis ojos, el muchacho más guapo de Esparta, y era el mismo que se había interesado unas primaveras antes por mí.
Al mediodía llegamos a su hogar perfumados con agua de mirtilo, tostados por el sol y con la alegría de la fiesta en los corazones. El abuelo nos había hecho cantar durante todo el trayecto por la vía jacintiana, que recorrimos en el carro tirado por dos caballos. Él estaba muy contento porque, además de celebrar los ritos agrícolas en agradecimiento por las cosechas, las Carneas eran las fiestas de la música. Nos dijo que ese año tenía la esperanza de oír las notas de un complejo instrumento musical llamado órgano hidráulico. Tenía mucha curiosidad en ver de nuevo al intérprete que, a través de un teclado rudimentario, insuflaba agua a la máquina. Me confió que conservaba grabadas en la memoria las notas graves y melodiosas que salían por sus tubos.
Además de los concursos de
aulós
, durante las fiestas también había concursos de arpa o de laúdes de tres cuerdas y de liras. Estas son el instrumento favorito de Apolo y se fabrican con el caparazón de una tortuga cubierto por una piel de carnero y con cuerdas tensadas sobre un travesaño. Otros grupos tocaban instrumentos de percusión, como los
kymbala
, unos platillos de bronce que tañían como dulces campanillas.
Delante de la casa de Eleiria y Prixias ya habían preparado las lonas donde se celebrarían las fiestas durante esos días. El lugar estaba lleno de todo lo necesario para celebrarlas digna y cómodamente. Vimos cómo unos sirvientes hacían rodar unos toneles hasta la tienda, y a otros desollar un par de carneros. Al llegar, el abuelo y padre se fundieron en abrazos con Prixias y algunos familiares suyos. Luego, descargaron unos sacos en los que había frutos selectos de nuestro huerto: apios, cebollas, puerros, lechugas, ajos, algunos melones, granadas, peras y manzanas. También bajaron un ánfora llena de aceite y otra de vino como obsequio.
Yo esperaba subida al carro cuando Eleiria empujó a su hermano para que saliera de la casa. Ver al joven Prixias y nublárseme la vista fue todo uno, porque fue como tener una aparición del dios Apolo de mirada incandescente, brazos musculosos y cabello negro muy corto. Mis piernas de atleta temblaron cuando él se acercó a mí con una corona de flores en las manos y enrojecí hasta la raíz de los cabellos. Sentí morirme delante de todos los presentes cuando la colocó en mi cabeza, que yo había agachado por vergüenza. Los dos temblábamos como dos amapolas mecidas por la brisa y mi corazón se alborotó como un cabritillo que trisca por los campos. Mientras todos prorrumpieron en un aplauso, madre me dijo al oído:
—Enhorabuena, Aretes. Es un chico muy apuesto.
La miré extrañada, porque intuía el significado de esa corona, pero callé y busqué con la mirada a Eleiria. No la había encontrado aún cuando Prixias me cogió del talle para bajarme del carro. Por suerte, mi amiga vino a rescatarme, porque yo no soportaba ser el centro de todas las miradas. Sonreí a Prixias y confié en que no notara el rubor que teñía mis mejillas, pues debían ser del color de dos ciruelas maduras. Eleiria me acompañó a la casa, donde dejé mi pequeño equipaje y nos preparamos para el sacrificio ritual.
—Enhorabuena, cuñada —me sonrió pícaramente.
—¿Cuñada? —exclamé—. ¡Oye, Eleiria…!
Intenté darle una palmada en el trasero, pero ella ya había salido corriendo hacia el patio para reunirse con las demás mujeres.
A la hora de la comida tuvo lugar la solemne procesión en la que se conduce a la novilla al altar con los cuernos decorados con guirnaldas y pintados de brillantes colores. Prixias y padre llevaron al animal por los cuernos. Eleiria fue la encargada de llevar una vasija adornada con flores en una mano y en la otra la cebada tostada dentro de una cesta. Todos los invitados que íbamos a tomar parte en el acto de la ejecución nos colocamos alrededor del altar, que se elevaba junto a un retorcido olivo centenario. El más anciano de los presentes, un tío abuelo de Eleiria de barba blanca como la nieve y la cara surcada de arruguitas, pronunció las plegarias acostumbradas. Luego echó los granos de la cesta y algunos pelos de la cabeza del animal al fuego que ardía sobre el altar. Después asperjó agua sobre la cabeza de la víctima para obtener su asentamiento, haciéndole bajar la cabeza, purificándola para que el dios Apolo Carneo se alegrara al ver la ofrenda. Un primo de Eleiria, Telamonias,
el boxeador
, fuerte en la lucha, cuyos brazos y hombros eran dignos de admirar, se presentó con una afilada hacha en la mano para herir a la novilla en la frente y abatirla, mientras el abuelo Laertes sostenía el vaso para la sangre. Mi padre y el de Prixias agarraron fuerte a la novilla, el hacha segó los tendones del cuello y debilitó la fuerza del animal, luego se orientó su garganta hacia arriba para que la sangre saltara hacia el cielo antes de rociar el altar y la tierra. Las hijas, las nueras y la venerable esposa de Prixias lanzaron el grito ritual. A continuación, los hombres levantaron a la novilla de la tierra de anchos caminos, la sostuvieron y, al punto, Telamonias la terminó de degollar. La oscura sangre le salió a chorros mientras el aliento abandonó sus huesos. Después, el abuelo recogió la sangre en el vaso preparado a tal efecto y la derramó sobre el altar. En un momento la desollaron para vender la piel y entregar los beneficios al tesoro sagrado y la descuartizaron enseguida: le cortaron las piernas según el rito, las cubrieron con grasa por ambos lados y pusieron sobre ellas la carne cruda. Entonces, el anciano las quemó sobre la leña y, por encima, vertió vino rojo mientras los jóvenes cerca de él sostenían en sus manos tenedores de cinco puntas. Cuando las piernas se consumieron por completo, y una vez gustadas las entrañas, cortaron el resto en pequeños trozos. Luego los ensartaron para asarlos, sosteniendo los puntiagudos tenedores en sus manos, reservando una buena porción para el dios. Una vez terminaron, empezaron a repartirlo entre los presentes que habíamos asistido al acto con respetuoso silencio y empezó la música, mientras las sirvientas cocían las otras partes del animal antes de ser consumidas.
Después de la comida, por la tarde, cuando el sol empezaba a declinar, tuvo lugar la solemne procesión. Durante la misma, una barca portando la estatua de Apolo Carneo, adornado con guirnaldas, es llevada en procesión por toda la ciudad. Esta ceremonia se realiza en recuerdo del barco en el que nuestros antepasados heráclidas pasaron por el golfo de Corinto al Peloponeso y a los que Apolo castigó enviándoles la peste porque el adivino Carno, sirviente de Apolo, fue muerto por Hípotes, uno de ellos. La maldición sólo cesó después de la institución de las Carneas. Así se aplacó la ira del dios y se restauró la comunión con el pueblo espartano.
El sacerdote que lleva a cabo los sacrificios es conocido como el
Agetes
, por eso la fiesta también recibe el nombre de Agetorias. Al inicio de las fiestas se eligen cinco hombres solteros de treinta años, uno por cada una de las aldeas espartanas, que desempeñan la función de asistentes del
Agetes
y ocupan el cargo durante los siguientes cuatro años, plazo durante el cual deben permanecer solteros. Algunos de los
karneatai
reciben el nombre de "corredores con ramas de vid", pues en las Carneas se celebra una carrera, o persecución, en la que un hombre portador de cintas debe ser alcanzado por estos cinco corredores que le persiguen con ramas. Si lo logran, la siguiente cosecha será fructífera. Además, desde la vigesimosexta Olimpiada, durante las fiestas, tienen lugar alegres competiciones musicales. El gran músico Terpandro de Lesbos, quien según el abuelo inventó la lira de siete cuerdas, fue el primer vencedor. También tienen lugar representaciones teatrales, danzas de jóvenes, el sacrifico de un carnero y una comida comunitaria.
492 a.C.
El día central de las fiestas comí junto a Prixias y a Eleiria y me sentí incómoda, porque, dondequiera que pusiera mis ojos, me sentía observada por las miradas furtivas o sonrientes de mis padres y del abuelo. Un sudor frío me recorrió la espalda hasta que la conversación me distrajo de esos pensamientos. Yo sólo tenía ojos para el rostro del hermano de Eleiria. Cuando no se fijaba en mí, yo me entretenía en sus ojos negros, en su mentón redondo y en ver cómo sus dientes de marfil relucían en su boca seductora al sonreír. Llevaba el cabello muy corto, pero estaba segura de que debía ser fuerte, áspero y negro como la noche cerrada. Me sorprendí ofreciéndole pan y me gustó que lo aceptara y la sonrisa con la que me lo agradeció, porque era semejante a una bailarina que danzaba a la luz del fuego.
Una vez todos los comensales estuvimos satisfechos, el cantor se levantó y reclamó silencio. Las conversaciones se extinguieron igual que lo hacen las brasas. El hombre rasgó su lira cantarina y los rostros de todos los presentes se volvieron hacia él.
Ese año, en casa de Prixias, pude oír por primera vez fragmentos de un canto nuevo,
Im Odisea
, ya que habían contratado un
aedo
joven que había aprendido el mismo durante sus viajes por las islas. Me gustó mucho que le hicieran repetir los versos del regreso de Odiseo. Esa escena tan conocida durante la que, vestido con harapos, el héroe busca refugio en la cabaña del pastor Eumeo. Este, al desconocer que el andrajoso viajero es el propio rey de Itaca, le invita a entrar y comparte con él su comida por respeto a Zeus, que ampara al viajero.
Diciendo así, el divinal porquerizo guióle a la cabaña, introdújole en ella, e hizóle sentar, después de esparcir por el suelo muchas ramas secas, las cuales cubrió con la piel de una cabra montés, grande, vellosa y tupida que le servía de lecho. Holgóse Odiseo del recibimiento que le hacía Humeo, y le habló de esta suerte
:
—Zeus y los inmortales dioses te concedan, ¡oh huésped!, lo que más anheles: ya que con tal benevolencia me has acogido.
Y tú le contestaste así, porquerizo Eumeo
:
—¡Oh forastero! No me es lícito despreciar al huésped que se presente, aunque sea más miserable que tú, pues son de Zeus todos los forasteros y todos los pobres. Cualquier donación nuestra le es grata, aunque sea exigua; que así suelen hacerlas los siervos, siempre temerosos cuando mandan amos jóvenes. Vues las deidades atajaron sin duda la vuelta del mío, el cual, amándome por todo extremo, me habría procurado una posesión, una casa, un peculio y una mujer muy codiciada; todo lo cual da un amo benévolo a su siervo, cuando ha trabajado mucho para él y las deidades hacen prosperar su obra como hicieron prosperar ésta en que me ocupo. Grandemente me ayudara mi señor si aquí envejeciese; pero murió ya: ¡así hubiera perecido completamente la estirpe de Helena, por la cual a tantos hombres les quebraron las rodillas! Que aquél fue a Troya, la de hermosos corceles, para honrar a Agamenón combatiendo contra los teucros.
Diciendo así, en un instante se sujetó la túnica con el cinturón, se fue a las pocilgas donde estaban las piaras de los puercos, volvió con dos, y a entrambos los sacrificó, los chamuscó y, después de descuartizarlos, los espetó en los asadores. Cuando la carne estuvo asada, se la llevó a Odiseo, caliente aún y en los mismos asadores, espolvoreándola de blanca harina; echó en una copa de vino dulce como la miel.
Así terminó el canto esa noche y todos nos acostamos hasta el siguiente día, el último de las Carneas que coincide cada año con la luna llena, la cual brillaba como una moneda de plata. Hay que saber que, antes de que terminen estas fiestas, el ejército no puede abandonar el territorio espartano y los gobernantes tienen prohibido llevar a cabo ninguna campaña militar, declarar la guerra o cualquier otra acción diplomática, porque es una tregua sagrada.
A la mañana siguiente, salimos a pasear por la aldea para ver los mercados ambulantes, los concursos corales y las competiciones deportivas. El abuelo había marchado al alba para asistir a los cantos. Di una vuelta por las concurridas plazas junto a Eleiria y Prixias, quien se ofreció a acompañarnos. Todas las calles de Esparta eran una algarabía de sonidos, risas y alegría. La gente se saludaba por las calles, repletas de pequeños tenderetes con frutas exóticas y vendedores ambulantes de frascos y ungüentos, así como de algunos adivinos que juraban tener el don de la profecía.
Durante nuestro paseo, nos detuvimos delante de las tiendas de abalorios y amuletos, pero no vimos al abuelo por ningún lado. Asistimos a los cantos de las corales de niños o de mujeres, oímos las exhibiciones de liras y de aulós de los músicos llegados de otras ciudades como la lejana Tebas, Epidauro o Corinto, porque los premios para los vencedores suelen ser suculentos.
Durante nuestro paseo, oímos rumorear a algunos hombres en el mercado sobre las revueltas de ilotas en el norte. Por lo que deduje se estaba preparando la temida
Kripteia
y no entendí que se persiguiera a los mismos con los que compartíamos las fiestas.
Cuando estábamos cerca del mercado principal, Eleiria se marchó con la excusa de que tenía que regresar a casa para ayudar en las tareas del festín de la noche, pero no la creí. Lo hizo para dejarme a solas con su hermano. Paseé un rato con Prixias y nos entretuvimos con un narrador de cuentos y mitos. Le dije que me gustaban mucho esas historias. Una vez el narrador terminó su cuento, seguimos nuestro recorrido hacia el teatro que se encuentra a los pies de la acrópolis. De camino, me dijo que a él también le gustaba la poesía y empezó a recitarme una de Alcmán: