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Authors: Francisco Martín Moreno

Tags: #Histórico

Arrebatos Carnales (40 page)

BOOK: Arrebatos Carnales
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—¿Ahora sí le encontrabas sentido a la vida?

—Mira, lo mejor de la hacienda jue la fundación de la escuelita Felipe Ángeles, en su honor porque nunca olvidaré cuando Carranza lo mandó jusilar. Teníamos un salón de actos, patio central, buenas aulas y mejores maestros, los «misioneros culturales», que Fito de la Huerta me envió en los inicios de la época vasconcelista. El día de la inauguración les dije a los alumnos: vamos a abrir la escuela. Hay doscientos cincuenta niños y van a venir de Torreón de cañas, Torreoncillo, la hacienda carreteña, las nieves... mujeres a hacerle la comida a los niños. Todos tendrán derecho a comida, vestido, calzado, nadie pasará hambres ni fríos ni será tan ignorante y burro como yo. Con una buena escuela cambiaremos la cara de México. El día que un maestro mexicano gane más que un general tendremos otro país, un país mucho mejor —agregó el Centauro con un dejo de tristeza

—¿Por qué pones cara de agobio?

—Porque en El Canutillo sólo estaban Celia, Juana María, Micaela, Agustín, Octavio y Samuelito, seis de mis hijos, y me hubiera gustado tenerlos a todos conmigo, de ser posible a sus madres también.

—A ver, a ver, si estoy entendiendo bien, según me acuerdo, entre las mujeres que tuviste con o sin su voluntad, están María Isabel Campa; Dolores Delgado, con la que te casaste en Lerdo, Durango, el 17 de agosto de 1909; Petra Espinosa, raptada y casada en Parral antes dé la Revolución; Asunción Villaescusa, tu mujer como quiera que sea, alrededor de 1910; Luz Corral, de San Andrés, casada por la Iglesia el 20 de mayo de 1911 y recasado con ella en Chihuahua e116 de octubre de 1915, el día de la boda civil; Esther Cardona Canales, de Chihuahua; Piedad Nevares, de Ciudad Jiménez, en 1912; Juana Torres, de Torreón, Coahuila, casada civil y religiosamente el 7 de octubre de 1913; Paula Alamillo, de Torreón, en 1913; Guadalupe Coss, de Ciudad Guerrero, casada por la Iglesia el 16 de mayo de 1914; Macedonia Ramírez, Durango, en 1914; Librada Peña, de Valle de Allende, casada en Santa Bárbara, Chihuahua, en 1914; María Domingo, de Guadalupe, Zacatecas, en enero de 1915; Margarita Sandoval Núñez, de La Barca, Jalisco, en 1915; Francisca Carrillo, de Matamoros, Coahuila, en 1916; María Hernández; María Isaac Reyes, casada por la Iglesia en 1919; María Arreola Hernández; Cristina Vázquez, casada en Santa Bárbara; Guadalupe Perales, de Rancho Arroyo de Santiago, hacia 1915; María Leocadia; Guadalupe Valderrama, de Santa Isabel; Aurelia Severiana Quezada, apodada
la Charra
, en 1916; Soledad Seáñez, del distrito Valle de Allende, Chihuahua, casada por la Iglesia el primero de mayo de 1919; Austreberta Renterfa, de Parral, Chihuahua, casada por el civil el 22 de junio de 1921; Manuela Casas, de Santa Rosalía, casada por la Iglesia en 1922; Gabriela Villescas; María Amalia Baca y Paz Villaseñor.

—Qué bruto, te sabes todos los nombres, cuando hay algunos que ya ni recuerdo, verdá de Dios.

La voz imperturbable continuó:

—Hablemos ahora de rus hijos. Villa ni siquiera intentó interrumpir.

—Ahí tienes a Reynalda Villacampa, 1898; Felícitas Villa Delgado, 1910; Micaela Villa Espinosa, septiembre de 1911; Luz Elena Villa Corral, 25 de febrero de 1912; Esther y Francisco Villa Cardona, 1912, gemelos; Agustín Villa Villaescusa, 1913; Agüedo Villa Nevares, 1913; Juana María Villa Torres, 1914; Evangelina Alamillo, 1914; Octavio Villa Coss, 13 de octubre de 1914; Ernesto Villa Ramírez, 1916; Miguel Villa Seáñez, 1916; Celia Villa Peña; 28 de enero 1915; Alicia Sandoval Núñez, 1916; Francisco Carrasco, 1917; Heleno Villalba Reyes; 12 de julio de 1920; Antonio Villa Seáñez, 1920; Miguelito Villa Arreola, mayo de 1920; Martín Vázquez, 1921; Francisco Villa Rentería, 1922; Trinidad Casas, 1922; Hipólito Villa Rentería; Guadalupe Villa Quezada; Luis Villa Quezada; Ernesto Nava; es decir, veintinueve mujeres y veinticinco hijos, ¿te imaginas que todos los mexicanos hubiéramos seguido tu ejemplo?

—Bueno, en realidad no puedo desconocerlo, siempre me gustaron las viejas y harto los chamacos, lo que me dolió, como te decía, es no habérmelos podido traer a vivir conmigo a El Canutillo.

—Sólo que hubieras sido un jeque árabe o un sultán o algo parecido. Un hombre como tú bien hubiera podido desquiciar a un país.

—Pues no lo creas, después de organizar la hacienda, de sembrar pasturas y forrajes, además de maíz y trigo para las tortillas y el pan, hacerme de buenas vacas para tener una buena producción de leche además de ganado pa' vender harta carne, es decir, cuando ya éramos autosuficientes y yo empezaba a hacerme de hartos centavos, invité a varias de mis mujeres para que vinieran todas juntas a vivir a El Canutillo.

—Sí, me acuerdo, fue un episodio Inolvidable de tu vida.

—Tan inolvidable que Guadalupe Coss se vino a vivir conmigo junto con mi hijo Pancho. Después llegó Leonor Z. de Torres, con mi hijo Hilario, y más tarde convencí también a Celia para que se viniera con su tía, pues había perdido a su madre. ¡Claro que ya vivían conmigo Agustín, Micaela, Juana María y Octavio! No tardó en incorporarse Soledad Seáñez, con mi otro hijo Pancho. Martinita, mi querida hermana, se encargó de recoger en Parral a María Hernández, para que también se viniera a vivir con nosotros y trajera a mi hijo de tres meses al que tendríamos que registrar en la hacienda.

—¿Y no se te resistió ninguna?

—Sí, se me resistió Francisca Carrillo, que se fue a vivir a El Paso con todo y mi hijo con tal de escapar a mi control.

—Pero ¿cómo le hiciste para que las demás se fueran a vivir contigo?

—Pos mira, había pasado casi un año de mi estancia en El Canutillo y mi vida sólo me reportaba malestar y vacío, por eso también le supliqué a Austreberta que se uniera a nosotros.

—¿Y Luz, Lucecita, ya estaba en El Canutillo?

—Por supuesto; ella era la primera en querer a todos mis hijos y amarlos como si fueran suyos. Los problemas se presentaron precisamente cuando llegó Austreberta, con quien Luz de plano ya no pudo. No sé por qué en este caso particular Luz no pudo soportar que también me hubiera casado con Austreberta acusándome de bigamia, cuando yo en realidad vivía en la poligamia, palabreja que después me explicó un abogado.

—¿Por qué comenzaron los problemas?

—Pos porque me empezaron a decir que Luz y mi hermano se entendían en la cama, lo cual era una completa mentira que hizo correr Esther Cardona, con quien yo también tenía dos hijos. Entendí que tarde o temprano perdería a Luz.

—¿Y no te avergonzaba estar casado por la ley al mismo tiempo con tantas mujeres?

—Por supuesto que no, yo era un hombre sumamente respetuoso de la ley en lo que se refiere al matrimonio. ¿Cómo crees que yo me iba a atrever a tener una amante? Eso sería una inmoralidad. Jamás me hubiera perdonado yo una falta de respeto hacia ellas y a mí. De relaciones ilegales ni hablemos. Si alguna mujer me gustaba simplemente me casaba con ella en las oficinas más próximas del registro civil, con o sin su voluntá, eso sí, de la misma manera que siempre me las agenciaba para conseguir un sacerdote, aunque para ello tuviera que disfrazar a alguno de mis dorados. Una vez casados, entonces sí que nos íbamos de luna de miel para gozar a la mujer hasta donde se me acabara la imaginación.

—¿Y te resultaba todo muy sencillo, no?

—No, eso sí que no, me chocaba que el cura me aventara muchos latines, porque a eso sí nunca le inteligí.

—¿Y cuando se te resistían?

—Pues llegado el caso, como en Jiménez, si los familiares se me ponían muy giritos, pos no tenía otro remedio que matarlos a todos a balazos enfrente mismo de mi prometida.

—¿Y nunca te quedó ningún cargo de culpa?

—Pos fíjate que sí. Una tarde le pedí a mi coronel Martín López que enganchara un carro a una locomotora y se fuera a Jiménez pa' traerme a como diera lugar a Conchita del Hierro, una joven de unos veinte años de edad, señorita muy honorable de aquella ciudad. Cuando la encueré rasgándole el vestido y toda la ropa, Conchita empezó a llorar enloquecida por el espanto, lloró durante toda la noche, pedía a gritos que la auxiliaran, imploraba clemencia mientras yo la penetraba en tanto que ella rogaba que mejor le descargara toda la pistola en la cabeza. Conchita del Hierro se vistió de negro hasta el último de sus días. Se apartó de la sociedad y de sus familiares y sólo salía de su domicilio para asistir a la iglesia. Eso sí que me dolió porque nunca le conocí novio alguno, pero adió yo no creo que haya sido pa' tanto. La verdad es que un acostón no es para que te arruine la vida, ¿no? Y menos pa' que te la pases vestida de luto. Ya, ya escanda lito no es para tanto.

—Pero además eras un gran cínico.

—¿Por qué?

—Porque a todos tus subordinados les pedías que no hicieran violencia con las mujeres, que se las llevaran siempre al altar, porque al fin y al cabo los matrimonios por la Iglesia no obligaban a nadie, y de esta manera ustedes siempre se darían gusto sin desgraciarlas a ellas. Todavía te escuché muchas veces decir: tengo a mi esposa legítima ante el juez del registro civil, pero tengo otras, también legítimas ante Dios o, lo que es lo mismo, ante la ley, que a ellas es lo que más les importa. Nunca pude creer que les dijeras que así nunca tendrían que esconderse ni avergonzarse porque de haber faltas o pecados, éstos siempre serían de ustedes. Eso sí, si el juez o cura se negaban, era obligatorio echar mano de la bala pa' que todo mundo se pusiera de acuerdo. ¡Qué bonito! El que tiene la pistola manda, ¿verdad?

—A veces así es, pero no siempre. Ahí tienes el caso de Luz, quien vino de La Habana para estar conmigo y, sin embargo, ni con pistolas, ni cañones, ni granadas pudimos controlar nuestra situación. Con Austreberta Rentería de plano perdí toda la maceta. No podía estar sin tocarla, sin olerla, sin inhalarla, sin besarla y sin imaginarla a cada momento del día. Donde me la encontraba tenía que abrazarla y darle de plano un machucón. Pobrecita de ella porque la acosaba yo todo el santo día. Su piel se me había convertido en un vicio, contemplar su mirada constituía toda una necesidad. Le caía encima cuando menos se lo imaginaba para triturarla o engullírmela.

—Sí, sí, claro me acuerdo cuando le escribiste aquellas cartas modositas, dulces, humildísimas y empalagosas. Me imagino que te estarías relamiendo los bigotes y frotándote las manos cada vez que le arrancabas el sarape y le levantabas las faldas. Ella era distinta y por eso tuviste que sacarla de El Canutillo para llevártela a Parral. ¿Te acuerdas de esta carta de amor, que me imagino que te sabes de memoria?

Betita a Cuanta pena se pasa para hablar con Ud. Estuve dos días en busca de Ud. En esta y me boy por que no es bueno ser tan impretinenti sea por Dios al examinar que Ud. no estaba en casa no podia mober fueras pues no fuera que mela escondieran que desgracia la mia berdad Betita contesteme al canutillo y ponga al sobre particular y digame que agó y si lla nó me quiere bida mia digamelo tambien á Dios mi bida

FRANCISCO VILLA

—¿Y qué tal esta otra?

Betita aqui me tiene en este pueblo y no se como ablar contigo prenda querida solo tu me puedes aser andar paraca pide permizo para benir con esta señorita para arreglar todos nuestros asuntos ben bida mia.

FRANCISCO VILLA

Que no sepa su familia que bienes a ablar conmigó.

F V

—Claro, pero recuerda que también en Parral tenías a tu famosa Adelita, a la que una vez te atreviste a besar en presencia del
Güero
Portillo, uno de tus generales más fieles, que te llevaba una información. Nunca olvidaré cómo aquella chamaca: cantaba mi corrido favorito.

Yo soy rielera, tengo mi Juan,

El es mi querido, yo soy su querer,

Cuando le llaman, cuando se va,

Adiós mi querida, dice, ya se va tu Juan.

—De que cantaba, cantaba retebién, pero ése pa' que veas fue otro terrible disgusto porque cuando yo besaba a la muchacha de repente escuché un balazo y es que el Güero, mi Güero Portillo, se había pegado un tiro en la cabeza porque sin que yo lo supiera, él era el mismísimo novio de la Adelita, y como no podía matarme por haberme metido con ella, prefirió quitarse la vida antes que atacarme o lastimarme, como lo hubiera hecho con cualquier otro que se hubiera atrevido a meterse con su mujer.

—Qué espantoso dolor, ¿no, Pancho?

—Sí, tienes toda la razón, la muerte del Güero Portillo me dolió en el alma porque era de mis hombres más leales, con quien yo contaba sin reparo alguno. Siempre me impresionó que él se quitara la vida por mi culpa.

—¿Y Luz?

—Luz se fue al año de que entramos a El Canutillo. Como te dije, nunca pudo aceptar a Austreberta, si bien logró aclimatarse con mis otras mujeres y adorar a todos mis hijos. Jamás volví a verla.

»Yo hubiera podido darles de comer a todos ellos, pero algunas de sus madres, lo acepto, se negaron a venir a vivir a El Canutillo. Allá ellas... Los "misioneros" que podían enseñar a niños y adultos, de alguna manera, se desperdiciaron. Hicimos todo un ensayo de lo que podría haber llegado a ser México después de la Revolución. Fue un laboratorio maravilloso. La educación era mágica, verdá de Dios...»

—¿Tu escuela en la hacienda era laica o les dabas clases de religión a los niños?

—Mi escuela siempre será laica. Desprecio a los curas. Ellos pueden «enseñar las doctrinas de Cristo, pero eso no significa que porque enseñan qué es el bien se les permita quebrantar casi todos los mandamientos, como en mi experiencia hacen siempre. Los curas, tal como yo los he conocido en los pueblos chicos e incluso en las ciudades de las montañas de Chihuahua, son miserables pordioseros de mente y cuerpo. Son demasiado débiles para ganarse la vida... Viven como los piojos: a costa de otros... En primer lugar, hay demasiados. Tomemos por ejemplo la ciudad de Parral. Hay catorce iglesias y sabe Dios cuántos curas. Y todos viven de la gente pobre... ¿Que no los conozco? ¿No he visto un cura que no mueve un dedo a menos que no vaya a conseguir dinero?» —A continuación agregó—: «Entra en cualquiera de nuestras iglesias de México y encontrará cajas para limosnas en cada puerta y en cada pared, a veces hasta veinte en una iglesia. Tienen rótulos que dicen
PARA LA CARIDAD, PARA SAN PEDRO, PARA LAS ALMAS QUE SUFREN EN EL PURGATORIO
... San Pedro no necesita las pobres monedas de cobre que deposita el pueblo hambriento en la caja que lleva su nombre... ¡Ah los curas! Pronto les va a llegar la hora... Un montón de curas mantenidos por los pobres no hace más religioso a México.»

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