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Authors: Francisco Martín Moreno

Tags: #Histórico

Arrebatos Carnales (37 page)

BOOK: Arrebatos Carnales
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—Y la familia te dijo que no...

—Así jue, pero yo ya había cumplido con el procedimiento. Jui civilizado y la pedí. Cuando me la negaron con un no porque no, entonces sólo me quedaba casarme con ella, hacerla mi esposa conforme a la ley de Dios y de los hombres. A un no porque no, se opone un sí porque sí...

—Cuál ley, si la pobre escuincla nunca supo que quien fungió como oficial del registro civil fue Jonás Sánchez, uno de tus más queridos dorados que, claro, se había disfrazado de representante de la autoridad... Cuál casada conforme a la Iglesia, si quien hizo las veces de párroco era otro de tus matacuaces. Esa mujer fue engañada. La arrebataste de su familia y de su novio y te la llevaste a la cama para saciarte como un animal cuando estabas obligado a respetar la memoria de tu hija y el dolor de Luz.

—¿Por qué has de meter tu cochino hocico en todo, chingao? ¿No tienes nada mejor que hacer?

—Me meto en todo porque quiero tratar de convencerte de que ya no sigas cometiendo tantos atropellos en contra de personas inocentes, salvo que te parezca poca cosa que le hayas puesto tantos pretextos a Luz para que se abstuviera de viajar a Chihuahua, la capital, con el pretexto de que la Quinta Luz todavía no estaba terminada. ¿No te parece un gran cinismo, más aún si no perdemos 'de vista que Luz te cayó de repente para descubrir todas tus mentiras y se dio cuenta de que ya cohabitabas con Juanita?

—Pos que vivan juntas con todo y chamacos. Yo me encargo de poner la lana pa' los frijoles. Las dos bien podían dedicarse a dejar harto limpio mi
cuarto de los héroes
. Que ordenen mis ídolos aztecas, que le saquen brillo a mi Estatua de la Libertad, que le pasen el trapo a mis retratos de don Miguel Hidalgo y Costilla, de Morelos, de don Vicente Guerrero, de don Francisco I. Madero, de los Niños Héroes, de don Nicolás Bravo, al Castillo de Chapultepec. ¡Ah!, y los de mis consentidos: don Aquiles Serdán, don Abraham González y de los generales Trinidad Rodríguez y Toribio Ortega.

—Pero si no sólo se trataba de ellas dos, ¡caray! Seis meses después tienes el caso de Guadalupe Coss, de Ciudad Guerrero, una mujer católica cuyo padre se negó a entregártela y tú lograste hacerte de ella cuando se la ganaste al viejo en los naipes y ya no tuvo más remedio que cedértela o, claro, bien podría imaginarse su suerte si no cumplía su palabra.

—Claro, pero el propio obispo de Chihuahua nos casó a bordo de mi tren pa' cumplir con todas las formalidades. A ese hijo de su pelona le llené las urnas con hartas limosnas y nos casó sin mediar ningún trámite.

—Espérame, espérame, ¿y María Dominga de Ramos Barraza, la durangueña aquella que exactamente en la misma fecha su tía la llevó desde Jiménez para que la desposaras? ¿Recuerdas que esa vez sentiste que tu situación matrimonial era ya muy complicada y decidiste no casarte con ella? Espero que no se te olvide que tuviste con ella un hijo al que le pusiste Miguel, en enero de 1915... Entonces sí que no cumpliste con las formalidades de las que hablas...

—¿Y qué qnerías que hiciera si la propia tía me arrimaba a la sobrina pa' que yo le diera una llegadita? ¿A quién le ofrecen pan que llore?, y éste era un gran bizcocho, todo un bizcochazo.

—Ese mismo pan te lo comiste con Librada Peña a mediados de 1915, ¿no? Tan bueno estaba el panecito que te casaste con ella en Santa Bárbara, sólo que como era mormona, su Iglesia le prohibió la relación contigo y de milagro no llegaron a tener un hijo.

Cuando Villa intentaba defenderse, fue interrumpido porque la voz no estaba dispuesta a callar:

—Pero hay más Pancho, en otro de los casos que me indignan recordemos a la joven francesa, la cajera del Hotel Palacio, la esposa del propietario del lugar, a la que llamaste a tu mesa y ella respondió encerrándose en sus habitaciones, de donde tú la fuiste a sacar, pistola en mano, llevándotela en tu coche hasta donde estaba estacionado tu tren en Tacuba. Todo mundo puede imaginar la suerte de aquella infeliz mujer...

—A Pancho Villa nadien le dice que no...

—Pues Maria Conesa sí se te escapó. Tan pronto supo la famosa actriz que andabas tras sus huesos,
la Gatita Blanca
se te hizo ojo de hormiga sin que la pudieras volver a localizar.

—Pues si se me escapa alguna, como María Conesa, eso mismo me autoriza a echarme otras dos o tres como recompensa por el desprecio. —Es claro que no tienes remedio, Pancho, como tampoco lo tienes al no haber podido ponerle freno a Rodolfo Fierro cuando asesinó, en un corral, a ciento sesenta soldados federales.

—Así es la vida, carajo, la guerra no es juego de niños y era muy importante que mis enemigos conocieran cuál sería su destino en caso de que cayeran en mis manos. En realidad todo lo que yo deseaba era meterles un pinche susto en el cuerpo, y Fierro era especialista en eso.

—Y la misma estrategia de infundir miedo la adoptaste al expropiarle a los Terrazas y a los Creel algo así como siete millones de hectáreas que nunca repartiste, ¿no?

—Si la Revolución iba a servir para algo, ese algo se llamaba
reparto de tierras
a los jodidos, y cuando los hacendados sabían cómo íbamos conquistando más territorios, al abrir la puerta de sus oficinas con una patada ya me los encontraba yo mansitos, mansitos, como humildes perros milperos. En nada se parecían a los López Negrete que querían llevarse por las malas a mi hermana Martina hasta que se les apareció Satanás disfrazado de Pancho Villa, bola de cabrones. Eso sí, los tiempos ya no me dejaron repartir toda esa tierra, ni hablar.

—¿Y nunca tuviste miedo de que te pudieran envenenar o matar de alguna manera?

—Pa' qué decirte mentiras si siempre pensé que me podían mandar pa'l otro mundo al tomarme un caldito de jaiba hecho con cinco venenos con los que se podría haber matado a un elefante, por eso obligaba a mis vecinos de mesa a intercambiar platos para asegurarme de que el mío no tuviera una ponzoña mortal. Pobre de aquel que se negara a comerse lo que estuviera servido en mi plato. O se moría al tragársela mientras yo le apuntaba con mi pistola en la cabeza o lo mandaba fusilar de inmediato. El que rechazaba mi comida ya sabía que cuando mucho le quedaban cinco minutos de vida. Por supuesto muchos se cuidaban de sentarse conmigo y por eso yo los escogía.

—¿Y si te mataban a balazos?

—Acuérdate que me pasa lo mismo que con las mujeres: gato

prieto que se me atraviesa, lo machuco, y el que se me ponga enfrente, me lo quiebro. Te juro que yo no me voy solito.

—¿Y así querías ser presidente de la República?

—Yo no estaba hecho pa' presidente. Recuerda mis declaraciones en El Paso, Texas, antes de la caída de Huerta. Soy muy ignorante, ni siquiera jui a la escuela, ya ni digas a la universidad. Al poder debe llegar alguien que ilumine y descubra caminos y no un analfabeto como yo, por eso declaré lo siguiente el 29 de enero de 1914, ante la prensa de El Paso:

No tengo ninguna ambición de ser presidente de la República, si triunfa nuestra causa que defendemos. Dicen que las victorias de Chihuahua y Ojinaga han atraído la atención sobre mí; no deseo en lo más mínimo tomar el papel del señor general Carranza; a quien reconozco como Jefe Supremo de la causa que defendemos. En caso de que el general Carranza llegue a ser presidente continuaré dándole mi apoyo y obedeciendo sus órdenes. Como prueba de mi adhesión, declaro estar listo para dejar el país si así me lo ordenara él. Siempre he estado en perfecta conformidad con el general Carranza y nunca he tenido ambiciones personales y he peleado como buen ciudadano por la libertad de mi país y no para mejorar mi situación; soy, pues, un soldado bajo las órdenes de mi jefe, deseo que todas las naciones del mundo sepan que yo no pretendo ser presidente. En nuestro partido no peleamos en favor de personalidades, sino para libertar al país de las garras de los tiranos, de los ambiciosos y de los usurpadores.

—Pero sí que creabas problemas internacionales, Pancho. ¿Cómo fuiste a matar a balazos a William A. Benton, un hombre inocente que se ganaba la vida decentemente? El escándalo fue mayúsculo. Se reunieron tres mil personas para protestar por el asesinato y Estados Unidos estuvo a punto de volver a desembarcar en Veracruz con mil doscientos marines, ¿te parece poco? Carranza pudo odiarte porque en lugar de arreglar las tensas relaciones con los gringos, todavía viniste a complicarlas.

—No era pa' tanto la muerte del güerito, aunque tal vez se me pasó la mano. Fierro jue el que le dio un tiro en la nuca, yo nunca disparé.

—No, claro, no disparaste, pero qué tal ordenaste que el cuerpo fuera desenterrado para fusilarlo como Dios manda y luego lo volviste echar al hoyo bocabajo.

—Bueno, a veces a la tropa tienes que darle cierta diversión. La pura verdá es que ya Carranza me había llamao la atención por mis declaraciones en Ciudad Juárez, pero esta vez se pasó, sí que se pasó, porque a mi nadien me llama al orden, carajo, y ese pinche viejo barbas de chivo se puede ir mucho a la chingada.

Villa y su conciencia, por lo visto, sostenían discusiones interminables: Ésta acosaba al Centauro sin concederle tregua alguna, sin embargo, era evidente que entre mayor era su insistencia, más rechazo provocaba en él. El intercambio de acusaciones, así como la' estructuración improvisada de estrategias defensivas a modo de res. puesta, parecían no tener final.

Tan pronto callaban los cañones y las ametralladoras eran silenciadas a la hora de la puesta del sol, momentos después de la merienda sentados alrededor de la fogata y una vez consumidas importantes raciones de ponche, cuando éstas se encontraban a la mano, ya en el 'momento postrero, antes de retirarse a descansar en el interior de su tienda de campaña, en el momento mismo en que se escuchaba a la distancia el sonido de una armónica lejana o de una guitarra nostálgica, Villa sentía la presencia de unas manos alrededor de su cuello que lo atenazaban sin poderse desprender de ellas. La misma voz de siempre le impedía en ocasiones respirar y dormir, comer en paz o reír, soñar o imaginar la suerte de México cuando finalmente el Ejército Constitucionalista, y en particular, la División del Norte, pudieran sacar al Chacal a balazos, largándolo de nueva cuenta en el
Ipiranga
o en cualquier otro barco que zarpara rumbo a Europa llevando a bordo carne agusanada, podrida: la de los hombres que habían tratado de someter a México por la fuerza de las armas.

La Revolución continuaba y la destrucción se expandía por el territorio nacional. La muerte seguía enlutando hogares mientras que Victoriano Huerta se negaba a soltar el poder que consideraba suyo, al extremo de mandar asesinar al presidente de la República con tal de hacerse, a cualquier precio, de la titularidad del Poder Ejecutivo Federal. El conflicto armado muy pronto rebasó nuestras fronteras. El gobierno del presidente Woodrow Wilson, justificadamente temeroso de que el emperador alemán pudiera aprovechar el levantamiento armado mexicano en contra de Estados Unidos, vigilaba, a través de los sistemas de inteligencia norteamericanos, la probable llegada de barcos mercantes con banderas de diferentes países, que pudieran desembarcar armas, así como diferentes pertrechos de guerra en distintos puertos, principalmente del Golfo de México. Wilson apoyaba el derrocamiento de Victoriano Huerta porque había soñado promoverla democracia maderista en el Cono Sur, pero con el asesinato del presidente mártir sus planes se habían derrumbado como un castillo de naipes y a partir de ese momento el Chacal se había convertido en un enemigo a vencer. Por ésa, entre otras razones, había mandado toda una flota de marinos norteamericanos para que bloquearan los puertos de Tampico y Veracruz, recurriendo a todo género de pretextos, en algunos casos hasta infantiles, con tal de precipitar la caída del nuevo tirano mexicano y evitar que el armamento también pudiera ser utilizado para atacar a su propio país.

En abril de 1914, los marines norteamericanos bloquearon de nueva cuenta Veracruz y se apoderaron del puerto, entre otros objetivos, para evitar la descarga de miles de rifles y cartuchos alojados en las bodegas del Ipiranga, curiosamente el mismo barco alemán en que había zarpado Díaz un par de años atrás rumbo a la Francia de sus sueños. ¡Por supuesto que el capitán del barco alemán ordenó un violento golpe de timón para salir a la brevedad posible del Golfo de México! Siendo un barco mercante, jamás se iba a enfrentar a media marina de los Estados Unidos. Villa no protestaría ante la nueva intervención armada norteamericana en territorio mexicano, a la voz vergonzosa de que «el bombardeo y desembarco son conflictos entre Wilson y Huerta». «La División del Norte sofocará alzamientos antiestadounidenses...» ¡Qué barbaridad! Ningún acto de Huerta cambiará mi amistad hacia los Estados Unidos. «México tiene bastantes perturbaciones para ir a buscar la guerra con un país extranjero. No queremos ni andamos buscando guerra y solamente deseamos las relaciones más estrechas con nuestros vecinos del norte. El pueblo mexicano no tiene al borrachín Huerta como su representante.»

El levantamiento del embargo de armas ordenado por Wilson, las ayudas financieras de la Casa Blanca y el exitoso papel militar desempeñado por Obregón y Villa, apoyados por una alianza nacional en contra de una nueva dictadura, precipitaron el desplome de Victoriano Huer.ta. Éste se vio obligado a renunciar el 15 de julio de 1914, tres años después de la dimisión de Porfirio Díaz y a diecisiete meses del asesinato de Francisco I. Madero. Mientras Victoriano Huerta navegaba junto con Aureliano Blanquet, y entre ambos contaban el dinero robado de las arcas federales para gastarlo a placer en la ciudad de Barcelona, en México empezaba una temeraria discusión que se convertiría, en el corto plazo, en la detonación de la segunda parte del movimiento armado. Entre los constitucionalistas, fundamentalmente entre Villa y Carranza, surgían ahora las divisiones para aceptar los términos y condiciones del futuro ejercicio del poder. La guerra civil amenazaba con continuar si entre la fracción triunfadora no se llegaba a un feliz acuerdo. ¿Opciones? Se resolvió convocar a una convención en Aguascalientes para tratar de conciliar los intereses políticos entre los grupos contendientes. ¿Resultado? Continuó la Revolución con más fiereza, ya no para derrocar a Victoriano Huerta, sino para establecer los términos en que se ejercería el poder en el futuro de México. Estos términos se volverían a escribir con sangre. Carranza no aceptaría la jurisdicción de la convención que le impedía convertirse en el primer presidente mexicano después de la Revolución. Si quería lograrlo sería otra vez mediante la fuerza. Por supuesto que Carranza no estuvo de acuerdo con la petición de Pancho Villa de que ambos fueran pasados por las armas para dirimir de una buena vez y para siempre las diferencias políticas y acabar, asimismo, con las ambiciones desmedidas.

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