—Perdona —se disculpó—. Estoy un poco confuso. No sé por qué he dicho eso. ¿Qué pasó después?
—Los polis no se fiaban de mí. Se olieron que no les decía la verdad. Me interrogaron durante tres días. Lo hicieron a fondo, con cuidado de no infringir la ley ni de tocarme un pelo. Fue agotador. Y yo ya no estoy para esos trotes. Me hicieron dormir en el calabozo. No cerraron con llave, pero aun así, resulta deprimente. Te flaquea el ánimo.
—Lo entiendo. Hace mucho tiempo yo también pasé dos semanas encerrado. No canté, pero pasé miedo. En dos semanas no vi el sol ni una sola vez. Llegué a pensar que jamás saldría de allí. Suele pasar: los tíos te machacan, saben cómo volverte loco. —Gotanda se examinó las uñas de las manos—. ¿Te exprimieron tres días y, al final, no contaste nada?
—Claro que no. No iba a decirles, en mitad del interrogatorio: «La verdad es que antes les he mentido y…». Si lo hubiera hecho, no habría salido de allí. Pase lo que pase, hay que mantener la misma versión hasta el final.
Gotanda volvió a torcer el gesto.
—Lo siento. Al presentártela te metí en todo este follón.
—No tienes que disculparte. Aquella noche nos lo pasamos de maravilla. Tú no tienes la culpa de que la chica haya muerto.
—Tienes razón, pero has mentido a la policía por mí. Has pasado el mal trago tú solo para no implicarme. De eso sí que tengo la culpa, porque yo también estoy metido en todo esto.
Mientras esperaba a que un semáforo se pusiera en verde, clavé la mirada en él y fui al grano:
—Mira, ése no es el problema. No tienes que disculparte ni darme las gracias. Está en juego tu reputación, y lo entiendo. La cuestión es que la policía aún ignora la identidad de la chica. Ella debía de tener familia, ¿no? Y queremos que atrapen al asesino, ¿verdad? Eso es lo que me duele. Mei no se merecía morir sola y sin un nombre.
Gotanda cerró los ojos. Llegué a pensar que se había quedado dormido. Cuando se acabó la cinta de los Beach Boys, la saqué del reproductor. De pronto sólo se oía el
shhhhh
de los neumáticos al rodar sobre la fina película de agua.
—Llamaré a la policía —dijo serenamente Gotanda tras abrir los ojos—. Haré una llamada anónima y les daré el nombre del club para el que Mei trabajaba. Así podrán identificarla y les servirá de ayuda en la pesquisa.
—¡Fantástico! —dije yo—. Sí, me parece una buena idea. Pero déjame pensar: si la policía se presenta en el club, les aprieta un poco las tuercas y descubre que tú eras cliente de Mei…, y que incluso unos días antes estuvo en tu casa, te llamarán a declarar. ¿De qué habrá servido entonces mi silencio durante los tres días que me interrogaron?
—Es verdad. Sí, no sé qué me pasa. Estoy confuso.
—Cuando uno está confuso, lo mejor es no hacer ningún movimiento. Dejemos pasar un tiempo. Una mujer ha sido estrangulada en un hotel. Suele ocurrir. Pronto todo el mundo lo olvidará. No hay razón para que te sientas responsable. Mejor agacha la cabeza y quédate quieto. Si metieses la pata sólo conseguirías enredarlo más. —Quizá le hablaba en un tono demasiado frío. Quizá estaba siendo demasiado duro con él. Pero, caray, yo también estaba implicado. Yo también…—. Perdona —le dije—. No te estoy echando nada en cara. Sólo que a mí también me duele. No he podido hacer nada para ayudarla. Pero tú no tienes la culpa.
—Sí es culpa mía —replicó.
Sobrevino un denso silencio y decidí poner otra cinta. Ben E. King cantó
Spanish Harlem
. Ese silencio que se había instalado entre los dos creó una nueva complicidad entre nosotros. Quería ponerle la mano en la espalda y decirle que ya estaba, que era un asunto zanjado. Pero no le dije nada. Una persona había muerto. Ahora estaba rígida, helada, sola, sin nombre. Era un peso superior a mis fuerzas.
—¿Quién pudo asesinarla? —se preguntó cuando entrábamos en Yokohama.
—Vete a saber… —dije yo—. En ese trabajo deben de tratar con gente de toda laya. Puede pasar cualquier cosa. No todo es un cuento de hadas.
—Pero en ese club seleccionan bien a sus clientes. Además, están bien organizados. Tal vez ellos sí puedan averiguar fácilmente quién lo hizo.
—¿Y si ese día Mei no hubiera concertado la cita a través del club? ¿Si hubiera sido una especie de trabajillo aparte? También pudo tratarse de algo personal, sin relación alguna con el trabajo. Sea como sea, cometió un grave error. Mei creía demasiado en los cuentos de hadas. Pero también en ese mundo encantado hay normas, y no todos las respetan y las cumplen. Elegir a la persona equivocada puede ser fatal.
—No tiene sentido —terció Gotanda—. ¿Cómo una chica tan guapa e inteligente como ella se dedicaba a la prostitución? Podría haber llevado una vida mejor. Podría haberse casado con un hombre rico, haberse buscado un buen empleo, incluso pudo haber sido modelo. ¿Por qué eligió prostituirse? Se gana mucha pasta, pero ella no tenía demasiado interés en el dinero. Quizá buscara ese cuento de hadas, sí.
—Sí —dije—. Igual que tú. Igual que yo. Igual que todo el mundo. Pero cada uno lo busca a su manera. Y a veces uno comete errores, y a veces uno muere.
Habíamos llegado a las puertas del New Grand Hotel.
—¿Por qué no te quedas a dormir? —propuso Gotanda—. Seguro que tienen otra habitación. Llamo al servicio de habitaciones y nos tomamos unas copas. Total, estoy completamente desvelado.
Yo rechacé la oferta con un gesto de cabeza.
—Si no te importa, lo dejamos para la próxima vez. Estoy un poco cansado. Prefiero volver a casa, olvidarlo todo y dormir.
—De acuerdo —dijo—. Muchas gracias por haberme traído. Hoy no he dicho más que gilipolleces.
—Tú también estás cansado —le dije—. Ahora será mejor no nos precipitemos. Ya está muerta, no hay ninguna prisa. Ya pensaremos con calma cuando estemos más descansados. ¿Me oyes? Está muerta. Irrevocablemente muerta. Le han hecho la autopsia y ahora está en un cajón frigorífico. Ya puedes sentirte culpable, ya puedes sentir lo que quieras, que ella ya no volverá a la vida.
Gotanda asintió.
—De acuerdo.
—Buenas noches —me despedí.
—Gracias por todo —me dijo.
—Me basta con que la próxima vez enciendas un mechero bunsen.
Sonrió. Ya se disponía a bajar del coche cuando, de repente, se volvió como si hubiera recordado algo.
—Te parecerá raro, pero eres la única persona a la que puedo llamar amigo. Y eso que ésta es la segunda vez que nos vemos después de veinte años. Es raro.
Se alejó bajo la llovizna primaveral, con el cuello de la gabardina subido, y entró en el New Grand Hotel. Como en
Casablanca
, pensé. El comienzo de una hermosa amistad…
Por otro lado, yo sentía lo mismo hacia él. Por eso lo comprendía. Sentía que en aquel momento él era la única persona a la que podía llamar amigo. Y a mí también me parecía raro.
De regreso, escuché a Sly and The Family Stone mientras golpeteaba el volante al ritmo de la música. La vieja
Everyday People
: «Yo no soy mejor y tú tampoco, somos todos iguales hagamos lo que hagamos…».
La lluvia no dejaba de caer, uniforme y silenciosa. Una suave llovizna que ayudaba a que surgiesen nuevos brotes en la noche de primavera. Está muerta, iba pensando, irrevocablemente muerta. Y me dije que debería haberme quedado en el hotel a beber con Gotanda. Ahora ya teníamos cuatro cosas en común: habíamos ido al mismo grupo de laboratorio, ambos estábamos solteros y divorciados, los dos nos habíamos acostado con Kiki, y los dos nos habíamos acostado con Mei. Y ahora Mei estaba muerta. Irrevocablemente.
Sí, podía haberme quedado con Gotanda. De hecho, esa noche no tenía nada que hacer, y nada tampoco al día siguiente. ¿Qué me había detenido? Llegué a la conclusión de que tal vez no quería que aquello pareciera ya la escena de una película. Gotanda, según cómo se mirase, era un tipo desafortunado. Insoportablemente encantador. Pero quizá él no tuviera la culpa. Quizá.
Al llegar a mi apartamento, me serví un whisky y me quedé mirando la autopista por entre las rendijas de la persiana. Cuando, poco antes de las cuatro, me entró sueño, me acosté y dormí.
Pasó una semana. La primavera se afianzó, y ganó terreno sin dar un solo paso atrás. Al contrario de lo que había ocurrido en marzo. Los cerezos florecieron y la lluvia nocturna esparció sus pétalos. Por fin se celebraron las elecciones y empezó el nuevo curso escolar.
*
Se inauguró Tokyo Disneyland. Björn Borg se retiró del tenis. Michael Jackson ocupaba el primer puesto en el
top ten
de todas las emisoras de radio. Los muertos siguieron muertos.
Para mí aquélla fue una semana deslavazada, una retahíla de días que no me condujeron a ninguna parte. Fui a nadar dos veces a la piscina. También fui al peluquero. De vez en cuando leía el periódico, pero no encontraba nada sobre Mei. Supuse que todavía no habrían logrado identificarla. Siempre compraba el periódico en un quiosco de la estación de Shibuya, lo leía en el Dunkin’ Donuts y, al terminar, lo tiraba a la papelera; no había nada digno de mención. El martes y el miércoles de esa semana quedé con Yuki, charlamos y comimos juntos.
Al lunes siguiente, fuimos de paseo en coche y escuchamos música. Me lo pasaba bien con ella. Teníamos algo en común: mucho tiempo libre.
Su madre todavía no había regresado a Japón. Me dijo que, cuando no quedaba conmigo, apenas salía de casa. Según ella, llamaría la atención que una menor anduviera por ahí sola sin ir a clase.
—Oye, ¿por qué no vamos a Disneylandia? —le propuse.
—Odio esos sitios —dijo, ceñuda—. Ese rollo no me va.
—Ya veo, no te gusta toda esa parafernalia mercantil y ñoña estilo Mickey Mouse.
—Exacto.
—Pues no es bueno quedarse en casa todo el día.
—¿Y por qué no vamos a Hawai? —propuso entonces.
—¿A Hawai? —me sorprendí.
—Me ha llamado mamá y me ha dicho que por qué no voy unos días. Ahora está allí, sacando fotos. Me ha tenido tanto tiempo abandonada que ahora de repente le ha entrado la preocupación. Todavía no puede volver y, total, yo no estoy yendo a la escuela. Sí, no estaría mal. Además, me dijo que si tú fueses te pagaría la estancia. Porque sola no voy a ir, ¿entiendes? Podríamos ir una semana. Seguro que nos lo pasamos bien.
Me reí.
—¿Qué diferencia hay entre Disneylandia y Hawai?
—En Hawai seguro que a nadie le importa que no vaya a clase.
—Bueno, no es mala idea, no —reconocí.
—Entonces, ¿qué? ¿Vamos?
Me puse a pensar. Y cuanto más pensaba, más ganas me entraban de ir. Me apetecía alejarme de Tokio y sumergirme en un ambiente diferente. En Tokio había llegado a un punto muerto. Ya no se me ocurrían buenas ideas. El hilo se había cortado y no habían surgido hilos nuevos. Me sentía como si estuviera haciendo lo equivocado en el lugar equivocado. Como cuando compras y comes lo que no deberías. Y los muertos estaban irrevocablemente muertos. En pocas palabras: estaba cansado. Todavía no me había recuperado de los tres días de interrogatorio.
Yo ya había estado en Hawai, aunque sólo por un día. En cierta ocasión, me dirigía a Los Ángeles por trabajo y el motor del avión tuvo problemas en pleno vuelo, por lo que pasé un día y una noche en Honolulu. En una tienda del hotel donde nos alojó la compañía aérea, me compré un bañador y unas gafas de sol y me pasé todo el día tumbado en la playa. Fue un día estupendo. Hawai: no, no era mala idea.
Descansaré, nadaré en el mar, me tomaré unas cuantas piñas coladas y regresaremos. Recuperaré energías. Me sentiré de buen humor. Me pondré moreno. Veré las cosas de otro modo. No está mal.
—No está mal —dije.
—Ya está. Decidido. Vamos a comprar los billetes.
Antes le pedí el número de teléfono de su padre. Viernes, el aprendiz, atendió la llamada. Cuando le dije quién era, me pasó amablemente al escritor.
Le expliqué la propuesta y se mostró de acuerdo.
—Además —añadió—, a ti también te vendrá bien salir un poco y relajarte. Los peones que retiran nieve merecen un descanso. De paso, te mantendrás lejos de la policía. El caso aún no está cerrado, ¿no? Esos tipos van a volver a por ti, seguro.
—Quizá —dije yo.
—No te preocupes por el dinero. Quedaos todo el tiempo que os apetezca —dijo. Para él, todo se resumía en dinero.
—Como mucho, estaremos fuera una semana —insistí—. Yo también tengo cosas que hacer.
—Como quieras. Y dime, ¿cuándo os vais? Cuanto antes, mejor. Los viajes hay que hacerlos en cuanto se le ocurren a uno. Ése es el truco. No necesitáis demasiado equipaje, no os vais a Siberia. Si os hace falta algo, lo compráis allí, que venden de todo. Eso es, creo que podré compraros un par de billetes para pasado mañana. ¿Te va bien?
—Sí, pero mi billete me lo pago yo.
—¡No digas tonterías! Gracias a mi trabajo los billetes me salen más baratos. Os consigo un par de buenos asientos enseguida. Déjame eso a mí. Cada uno tiene sus habilidades. No me vengas con discursos sobre la coherencia y esas cosas. Del hotel también me ocupo yo. Dos habitaciones. Una para ti y otra para Yuki. ¿Qué? ¿La quieres con cocina?
—Sí, la verdad es que sería de agradecer si pudiera cocinar.
—Conozco un buen aparthotel, bonito y tranquilo, cerca de la playa. Me alojé allí una vez. En principio reservaré dos semanas, pero podéis quedaros todo el tiempo que queráis.
—Pero es que…
—¡Deja ya de poner objeciones! Yo me encargo de todo, tranquilo. A su madre también la aviso yo. Tú ve a Honolulu y lleva a Yuki a la playa y a comer. Total, su madre estará muy liada con su trabajo y no le hará el menor caso. Así que tú relájate. Sólo vigila que Yuki coma bien. Por cierto, ¿tienes visado?
—Sí, pero…
—Estupendo, dos billetes para pasado mañana. Con que te lleves un bañador, gafas de sol y el visado es suficiente. El resto lo compras allí. Es fácil. Tampoco os vais a Siberia. En Siberia sí que las pasé canutas. Es horrible. Afganistán, más de lo mismo. Hawai, en cambio, es una especie de Disneylandia. Se te pasa el tiempo volando. Sólo tienes que tumbarte y abrir la boca. Por cierto, ¿hablas inglés?
—Me defiendo…
—Perfecto —dijo él—. Con eso basta.
Perfect!
No hay más que hablar. Mañana mando a Nakamura para que te lleve los billetes y el dinero del vuelo de Yuki desde Sapporo. Antes te llamará por teléfono.