Read Bangkok 8 Online

Authors: John Burdett

Tags: #Intriga

Bangkok 8 (26 page)

BOOK: Bangkok 8
3.08Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Nos lleva de la sala que hay al final del pasillo hasta un armario de acero inoxidable que contiene bandejas de distintos tamaños.

—Aquí están —dice la doctora, sacando una de las bandejas. Cuerpos de cobras. Algunos los han diseccionado cuidadosamente, otros están enteros excepto por los agujeros de bala—. Todas murieron por las heridas que les provocaron los disparos, por supuesto. —Me mira—. Y como ya le dije por teléfono, todas habían sido envenenadas con metan— fetaminas,
yaa baa.
—Mira a la agente del FBI con suma sinceridad—. Muy pocos reptiles son agresivos por naturaleza, excepto cuando tienen hambre o deben proteger a sus crías. El mundo animal y reptil en su totalidad ha aprendido a temernos, nunca atacarán a un humano a no ser que tengan pánico o, en este caso, estén drogados.

—¿Qué tipo de
yaa baa?
—le pregunto, intentando no parecer demasiado experto en el tema—. ¿Estaba cortado?

—Con fertilizante —Trakit se estremece—. No se me ocurre nada más cruel.

—No —admito.

—Claro que eso sólo significa que quien lo hizo compró el
yaa baa
más barato disponible en el mercado negro. El problema es: ¿cómo se lo administraron? ¿Cómo le das a una cobra una dosis de
yaa baa
? Hay técnicas para inyectar a las serpientes, por supuesto. Nosotros normalmente les inyectamos por el ano.

—Mucho trabajo para el asesino —dice Jones. Está un paso más o menos alejada del armario, pero sus mejillas vuelven a tener color. Después de todo, no creo que dudaran que estas serpientes acabarían muertas.

—Exacto. Y, de todas formas, no pudieron hacerlo así. Me temo que este problema tiene que resolverlo un detective, yo no puedo ayudarles. La cuestión es ésta: cada serpiente contenía una cantidad distinta de droga, una cantidad que se correspondía exactamente con su peso.

—¿Y si estaba en polvo y se la pusieron en la comida?

—Ya pensé en eso, por supuesto. Pero entonces sí que hay un problema: la droga habría empezado a hacer efecto muy deprisa sobre las serpientes más pequeñas, el asesino habría tenido un problema logístico grave a la hora de manejar a docenas de serpientes idas por culpa de la droga. E incluso eso no explicaría cómo cada serpiente contenía la proporción exacta de droga para su peso. Si se esparce
yaa baa
en polvo en la comida, normalmente no se consigue echar la proporción exacta para cada trozo de comida que se consume, a no ser que se trabaje en las condiciones propias de un laboratorio. —Trakit se encogió de hombros—. De todas formas, eso es todo lo que puedo decirles. Un misterio, el más despiadado que he visto en mi vida. —Cierra el cajón y abre otro mayor de más abajo. Este cajón es enorme, muy hondo y se desliza ruidosamente sobre unas ruedas. La pitón está enrollada formando varias espirales alargadas, le falta una tercera parte de la cabeza—. Era una belleza, tendría unos diez años, una pitón reticular de cinco metros y veintiún centímetros de largo. —Mira a Jones—. Un poco más de diecisiete pies. ¿Ven las manchas que tiene de camuflaje? Es originaria de la mayor parte del sureste asiático. Pues casualmente vive tanto en ciudades como en la selva. Le encantan las márgenes de los ríos. Es una especie en peligro de extinción, sobre todo porque en China se trafica con su piel, y también porque es un manjar, a los chinos les encanta usarlas para hacer sopas. Sientan la fuerza que debía de haber en estos músculos. —Levanto la cola de hierro de la pitón y le hago una señal a Jones, quien inclina el torso y la toca indecisa una sola vez con el índice—. Es desconcertante, muy desconcertante. Nos encontramos exactamente con el mismo fenómeno: su sangre contiene justo la cantidad adecuada de
yaa baa
correspondiente a su peso. Adecuada para conseguir que la pitón se pusiera agresiva por los efectos de la droga. No he visto nunca a un reptil colocado de an— fetaminas, y espero no tener que verlo jamás. Pero debió de ser horrible.

—Temblaba mucho —le confirmo mientras la doctora me mira concentrada—. Parecía que todo el cuerpo sufría convulsiones. Era difícil saber qué era natural y qué era producto de la droga.

—Un estado de terror inducido por la droga y que provocó que se pusiera extremadamente agresiva, supongo. ¿Se retorcía convulsivamente?

—Diría que sí.

Trakit asiente con la cabeza.

—Pobrecita. No hay estudios sobre los efectos que ese tipo de droga produce en los reptiles, pero podemos imaginarlos. La droga debió de provocarle una sed intensa y le arderían los nervios. Debió de ser como si la hubieran echado en un tanque de ácido. Lo que no logro comprender es cómo alguien pudo calcular los tiempos tan bien. Drogar a todas las serpientes a la vez ya es toda una proeza, pero conseguir que una pitón de cinco metros se coloque al mismo tiempo que veinte cobras más o menos, está más allá de cualquier plan que yo pudiera concebir, incluso si quisiera hacerlo. —Me ofrece una sonrisa vacía—. Pero, bueno, yo no soy detective.

—Es una serpiente muy grande. —Miro a Jones, luego otra vez a la serpiente. Ocupa todo un cajón que fácilmente podría contener un cuerpo humano—. Si alguien le inyecto la metanfetamina por el ano como se hace habitualmente, ¿cuánto tiempo hubiera tardado la droga en llegar al cerebro?

—Con los reptiles no se puede responder a esa pregunta como si fueran mamíferos. Todo depende de la temperatura. Una serpiente de sangre fría puede estar invernando, apenas sin pulso y, por lo tanto, con la circulación lenta. La droga podría tardar media hora en llegar al cerebro. Con una serpiente de sangre caliente, no tardaría más de dos minutos.

—Incluso con un margen de media hora, me resulta difícil comprender la logística, dado que conocemos los pasos que Bradley hizo ese día. No me imagino a una panda de tíos inyectándole droga a una serpiente y esperando a que Bradley detenga el coche convenientemente para meter dentro a la pitón y poner esos hierros en las puertas. No cuando también hay que inyectar y meter a la vez a dos docenas de cobras. Aunque le apuntaran con pistolas, es difícil comprender cómo se lo montaron.

—Haría falta más que un grupo de
amateurs
para manejar a la pitón una vez que la droga empezara a hacer efecto. Quizá dos adiestradores expertos podrían dominarla en condiciones normales. Pero bajo la influencia del
yaa baa,
creo que se necesitaría media docena de adiestradores expertos. Incluso así… Verán, la pitón es todo músculo y puede contorsionarse en cualquier dirección. En un delirio tóxico, sería virtualmente incontrolable.

—Entonces tenemos un problema forense sin virtual solución —concluye Jones encogiéndose de hombros.

De vuelta a la ciudad, Jones vive un momento de euforia al quedar aliviada la tensión que sentía:

—Sé lo que estás pensando y estoy de acuerdo contigo.

—¿SÍ?

—Es obvio que la pitón fue un drogadicto en una vida anterior ¿no? Yo diría que le daba al opio o a la heroína, que era un hombre con contactos en Occidente, quizá una vez se chutó en la calle Cuarenta y dos, y Bradley le traicionó en esa vida. ¿Pero qué conexión hay con el Mercedes? ¿Quizá era un vendedor de coches usados?

—¿La pitón?

—Aja, tenía esa mueca a lo Nixon en lo que le quedaba de boca, ¿no crees? Como torcida hacia abajo.

Al parecer, Jones acaba de anotarse un tanto. Soporto su mirada impúdica y triunfante sin protestar durante el resto del viaje. Cuando nos encontramos con el primero de los atascos de Krung Thep le digo:

—¿Has conseguido el resto de transcripciones?

—¿ De las cintas de las conversaciones entre Elijah y William Bradley? Sí, las he conseguido, pero no las he leído todas. Hay un montón de material y, por lo que he visto, sumamente aburrido e inútil

—¿Qué me dices de las cintas en sí? ¿Puedes conseguirlas?

—¿Las cintas? Hablamos de un volumen considerable. Después de que los hermanos Bradley rompieran el hielo, hablaban regularmente, durante cinco años. Son cientos de horas. Pero puedo conseguirlas si quieres.

—Sólo quiero las del principio, cuando más deprimido estaba William.

—De acuerdo. ¿Alguna razón en especial?

—Necesito oír su voz. —A su mirada cínica, añado—: Muchas veces se nota que alguien miente por la voz, sobre todo a parientes muy cercanos. La gente sólo miente con palabras. Quiero saber cómo sonaba su voz cuando le decía desesperado a su hermano mayor que quería vivir la vida cuando se retirara. Al mismo hermano mayor que había intentado enseñarle cómo ganarse la vida veinte años atrás y que, visto cómo cambió de opinión William, resultó que tenía razón, después de todo.

—Conmovedor —dice Jones—. Veré lo que puedo hacer. Mientras tanto, odio usar demasiado el lóbulo izquierdo, pero ¿no crees que habría que examinar el maletero del Mercedes?

Miro por la ventanilla, puede que así no me vea estremecerme.

Treinta y seis

Los polis que no aceptan dinero deben ganarse el pan de otra forma. La puntería excepcional de Pichai le consiguió un lugar en todos los tiroteos que se producían en el distrito 8. Gracias a mi inglés, a los
farangs
normalmente me los envían a mí. No estamos en un circuito turístico, o sea que este tema no me da mucho trabajo: un goteo continuo de occidentales que torcieron por la calle que no era y a los que, de repente, les aterrorizó encontrarse solos en el Tercer Mundo, unos pocos criminales internacionales especializados en narcóticos y chicos como Adam Ferral.

El sargento Ruamsantiah ha mandado buscarme esta mañana y cuando he llegado a la sala de interrogatorios Ferral ya estaba sentado en una de las sillas de plástico, un alfiler de sombrero en la ceja, un arete de plata en una aleta de la nariz, todos los tatuajes habituales y el tipo de luz en sus ojos que a menudo distingue a los visitantes de otros planetas. Ruamsantiah, un padre de familia decente con sólo una esposa a la que es escrupulosamente fiel y que invierte de verdad su parte de los sobornos en la educación de sus hijos, no pone objeciones a los tatuajes, pero se sabe que no le gustan los aros en la nariz, las agujas en las cejas y los
farangs
jóvenes odiosos que no saben
waiar
o mostrar respeto de cualquier otro modo. Cuando entré en la sala, sonreía a Ferral.

El sargento estaba sentado a una mesa de madera, vacía excepto por una bolsa de celofán de hierba de unos veinte centímetros cuadrados, un paquete color rojo intenso de papel de fumar Rizla extragrande, un encendedor de gas y un paquete de nuestros cigarrillos más repugnantes llamados Krung Thip, que sin duda eran diez veces más nocivos para la salud que la marihuana. Me han convocado a estos interrogatorios muchas veces; normalmente el miedo del chico
farang
es tangible y llena la sala con una paranoia que le deja petrificado. Pero Adam Ferral estaba tan tranquilo, razón por la cual Ruamsantiah utilizaba esa sonrisa peligrosa. Ruam— santiah había dejado la porra apoyada en una pata de la mesa. Movió la barbilla hacia el chico sin relajar la sonrisa.

—No logro entenderle. Quizá tú tengas una explicación. Ha venido a la comisaría con el pretexto de que se había perdido, luego se ha metido la mano en el bolsillo para sacar algo y ha salido la hierba. Ha sido como si quisiera que lo pilláramos. ¿Es un infiltrado o un tarado? ¿Es que la CIA nos está controlando?

La pregunta no iba en serio. Ferral era demasiado joven y la droga demasiado escasa. Yo le echaba diecinueve años, a lo sumo veinte.

—¿Tiene su pasaporte?

Ruamsantiah sacó de su bolsillo un pasaporte azul con un águila en la cubierta y me lo entregó. Ferral tenía diecinueve años y unos meses, era originario de Santa Barbara y en su solicitud de visado había dicho que era escritor de profesión.

—¿Publicas tus escritos en Internet? —le pregunté. Eso le cogió por sorpresa y la sangre rosada le tiñó las mejillas y se extendió rápidamente a su cuello y cuero cabelludo. No había duda de que era un joven de diecinueve años.

—A veces.

—¿Historias de viajeros punto com?

—El rosado pasa a carmesí—. Un sitio genial, ¿verdad? Se cuentan unas historias increíbles sobre Bangkok, ¿no crees? ¿Qué tal va la tuya? —Ahora el chico está asombrado y me mira como si yo poseyera clarividencia oriental.

—¿Qué le has dicho? —quiso saber Ruamsantiah.

—Hay un sitio en Internet sobre turismo extremo. Es como los deportes extremos pero más estúpido. Chicos como éste se meten en líos en países lejanos, en situaciones angustiosas que podrían llevarles a pasar cinco años en una cárcel tailandesa, o se colocan hasta las cejas en Arabia Sau— dí, o los estrangula una boa constrictor en Brasil pero, por supuesto, siempre hay una red de seguridad del Primer Mundo que hace que todo sea bastante seguro en realidad. Luego escriben sobre cómo escaparon heroicamente de las garras del desastre en un país extranjero. Es una forma de que te publiquen. Que te pillen con marihuana en Krung Thep es un clásico. Según Internet, por esta cantidad de droga el soborno estándar asciende a cinco mil bahts.

Ruamsantiah se enfadó, al estilo tailandés. Los labios se le volvieron más delgados, las mejillas se le contrajeron y las pupilas se le cerraron, pero para Adam Ferral seguía siendo un poli corrupto con una sonrisa estúpida en el rostro.

—Pregúntale si tiene por casualidad cinco mil bahts encima. No he mirado si llevaba dinero.

Se lo traduje y los ojos de Ferral se iluminaron. De inmediato, sacó una bolsita con dinero de debajo de su camiseta negra, extrajo un fajo de billetes grises y nuevecitos que resultaron sumar exactamente cinco mil bahts, que dejó feliz sobre la mesa, luchando por evitar el desdén de júbilo que asomaba a su rostro.

La mano izquierda de Ruamsantiah se movió. Era la que estaba más cerca de la porra. El sargento es mayor que yo y su ira tiene un carácter asesino con el que no querría tener nada que ver. Por otro lado, no quería estar presente cuando empezara a darle al chico una paliza de muerte, así que le pregunté si mis servicios habían acabado.

—No. Quédate, quiero que traduzcas. Dile que se líe un porro. —Mientras empecé a traducir, Ruamsantiah me puso una mano en el brazo—. Quiero que haga uno de esos tan grandes que a veces se lían, con media docena de papeles.

Traduje.

—¿Sabes hacerlos?

Ferral sonrió y se puso manos a la obra. El sargento y yo le observamos fascinados mientras el chico humedecía las bandas de pegamento con la punta rosa de su lengua y formó con pericia un largo rectángulo de papeles, lamió las junturas de unos cuantos Krung Thips, las rasgó y echó el tabaco sobre los papeles. Abrió la bolsa de hierba con los dientes y tiró un par de pellizcos sobre la mesa. La marihuana estaba en cogollos y apelmazada, por lo que Ferral tuvo que desmenuzarla con las uñas. Ruamsantiah cogió su porra y la puso muy suavemente sobre la mesa, lo que provocó que, de repente, Ferral se quedara blanco como el papel.

BOOK: Bangkok 8
3.08Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

02 - Nagash the Unbroken by Mike Lee - (ebook by Undead)
Desahucio de un proyecto político by Franklin López Buenaño
Eye of the Tiger by Crissy Smith
Maggie Sweet by Judith Minthorn Stacy
Monster by Steve Jackson
A Deal to Die For by Josie Belle
No Worse Enemy by Ben Anderson
Digger 1.0 by Michael Bunker