Bridget Jones: Sobreviviré (11 page)

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Authors: Helen Fielding

Tags: #Novela

BOOK: Bridget Jones: Sobreviviré
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lunes 17 de febrero

59,8 Kg. (¡Aaak! ¡Aaah! Maldito chocolate caliente), 4 unidades de alcohol (pero está incluido el vuelo en avión, así que muy bien), 12 cigarrillos, embarazosos actos neocolonialistas cometidos por mi madre: 1 extremadamente grave.

Las minivacaciones, aparte de Rebecca, fueron fantásticas pero esta mañana he tenido un pequeño
shock
en Heathrow. Estábamos en el vestíbulo de llegadas buscando los indicadores de parada de taxis cuando una voz dijo:

—¡Cariño! No hacía falta que vinieses a buscarme, tontorrona. Geoffrey y papá nos están esperando fuera. Le traemos un regalo a papá. ¡Ven a conocer a Wellington!

Era mi madre, con un reluciente bronceado naranja, el pelo con trenzas a lo Bo Derek, con cuentas en los extremos, y vestida con un voluminoso
batik
naranja como Winnie Mándela.

—Sé que vas a pensar que es un masai, pero ¡es un kikuyu! ¡Un kikuyu! ¡Imagínate!

Seguí su mirada hasta Una Alconbury, también naranja y vestida con un
batik
de la cabeza a los pies, pero con las gafas de leer puestas y un bolso verde de piel con cierre dorado, que estaba en el mostrador de la Tienda del Calcetín con el monedero abierto. Estaba observando encantada a un enorme joven negro con un anillo de carne colgando de cada oreja y un carrete fotográfico en una de ellas, vestido con un manto azul a cuadros.


Hakuna mátala.
¡No te preocupes, sé feliz! Swahili. ¿No es pistonudo? ¡Una y yo nos lo hemos pasado como nunca y Wellington viene para quedarse! Hola, Mark —dijo, reconociendo superficialmente su presencia—. Ven, cariño, ¡ven a decirle
jambo
a Wellington!

—Cállate, madre, cállate —dije entre dientes, mirando nerviosa de un lado a otro—. No puedes tener a un miembro de una tribu africana en casa. Eso es neocolonialista, y papá justo acaba de superar lo de Julio.

—Wellington no es —dijo mi mamá irguiéndose—, un miembro de una tribu. Bueno, o por lo menos es, cariño, ¡un miembro
verdadero
de una tribu! ¡Quiero decir que vive en una cabaña de estiércol! Pero ¡él quería venir! ¡Quiere viajar por todo el mundo, como Una y yo!

Mark estuvo muy poco comunicativo en el taxi de regreso a casa. Maldita madre. Ojalá tuviese una madre normal como el resto de la gente, con el pelo gris, que hiciese fantásticos estofados. Vale, voy a llamar a papá.

9 p.m. Papá se ha refugiado en su peor estado anímico de emociones contenidas de inglés medio y parecía completamente ensimismado una vez más.

—¿Cómo van las cosas? —dije, cuando finalmente conseguí apartar a una exaltada mamá del teléfono y que él se pusiese.

—Oh bien, bien, ya sabes. Guerreros zulúes en el jardincito. Las prímulas brotando. ¿Y tú? ¿Todo bien?

Oh Dios. No sé si podrá aguantar toda esa locura otra vez. Le he dicho que me llame cuando quiera, pero es muy duro cuando se pone flemático.

martes 18 de febrero

59,8 Kg. (emergencia seria ya), 13 cigarrillos, 42 fantasías masoquistas referentes a Mark enamorado de Rebecca.

7
p.m. Totalmente confusa. He regresado apresuradamente tras otro día de pesadilla en el trabajo (inexplicablemente Shaz ha decidido que le gusta el fútbol, así que Jude y yo vamos a ir a su casa a ver cómo unos alemanes ganan a unos turcos, belgas o algo así) y he encontrado dos mensajes en el contestador, ninguno de ellos de papá.

El primero era de Tom diciendo que a Adam, su amigo del
Independent,
no le importaría darme una oportunidad para entrevistar a alguien, siempre y cuando sea capaz de encontrar a alguien muy famoso a quien entrevistar y no espere que se me pague por ello.

Estoy segura de que no es así como funcionan los periódicos. ¿Cómo paga la gente sus hipotecas y sus problemas con la bebida?

El segundo era de Mark. Decía que esta noche tenía que salir con Amnistía y con los indonesios y que, si le era posible, me llamaría a casa de Shazzer para saber qué había ocurrido en el partido. Luego había una especie de pausa y proseguía:

—Oh y, eh..., Rebecca nos ha invitado a nosotros y a toda la «pandilla» a casa de sus padres, en Gloucestershire, a una fiesta el fin de semana que viene. ¿Qué te parece? Te llamaré más tarde.

Sé perfectamente lo que me parece. Me parece que preferiría pasar todo el fin de semana sentada en un agujerito en el jardincito de mamá y papá haciendo amistad con los gusanos que ir a la fiesta de Rebecca y verla flirtear con Mark. Quiero decir, ¿por qué no me llamó a mí para invitarnos ?

Es Mencionitis. Es simple y clara Mencionitis. No hay duda al respecto. El teléfono. Seguro que es Mark. ¿Qué le voy a decir?

—Bridget, cógelo. Déjalo, déjalo. DÉJALO.

Lo cogí, confundida.

—¿Magda?

—¡Oh Bridget! ¡Hola! ¿Qué tal el esquí?

—Genial pero... —le conté toda la historia de Rebecca y Nueva York y la fiesta—. No sé si debo ir o no.

—Claro que tienes que ir, Bridge —dijo Magda—. Si Mark quisiese salir con Rebecca estaría saliendo con Rebecca, digamos que... sal de ahí, sal de ahí, Harry, baja del respaldo de esa silla ahora mismo o mamá te dará una bofetada. Sois dos personas muy diferentes.

—Mmm. Verás,
creo
que Jude y Shazzer argumentarían...

Jeremy le arrebató el teléfono.

—Escucha, Bridge, recibir consejos sobre tus citas de Jude y Shazzer es como recibir consejos de un consultor dietético que pesara ciento veinte kilos.

—¡Jeremy! —gritó Magda—. Sólo está haciendo de abogado del diablo, Bridge. No hagas caso. Cada mujer tiene su aura. Él te ha elegido a ti. Sencillamente, ve a esa fiesta, preséntate preciosa y no le quites la vista de encima a ella. ¡Nooo! ¡En el suelo no!

Tiene razón. Voy a ser una mujer segura de sí misma, serena, receptiva y sensible y pasar un rato estupendo irradiando mi aura. ¡Hurra! Voy a llamar a papá y después iré a ver el fútbol.

Medianoche. De vuelta en el apartamento. Una vez fuera, con un frío que te calaba los huesos, la mujer segura de sí misma se transformó en pura inseguridad. Tuve que pasar por delante de unos trabajadores que estaban arreglando una cañería central de gas bajo unas luces muy potentes. Yo llevaba un abrigo muy corto y botas, así que me preparé para habérmelas con silbidos obscenos y observaciones embarazosas, y luego me sentí como una imbécil cuando no hubo ni lo uno ni lo otro.

Me recordó una vez, cuando tenía quince años, en que yo caminaba por una solitaria callejuela y un hombre empezó a seguirme y me agarró del brazo. Me di la vuelta para mirar alarmada al atacante. Por aquel entonces yo estaba muy delgada y llevaba téjanos ajustados. También, sin embargo, llevaba unas gafas de patillas anchas y aparatos en los dientes. El hombre me echó un vistazo a la cara y salió corriendo.

Al llegar les confié mis sentimientos relacionados con los trabajadores a Jude y a Sharon.

—Ese es el quid de la cuestión, Bridget —explotó Shazzer—. Esos hombres tratan a las mujeres como objetos, como si nuestra única función en el mundo fuese atraerles físicamente.

—Pero éstos no lo demostraron así —dijo Jude.

—Precisamente por eso toda esta cuestión es tan desagradable. Y ahora venga, se supone que deberíamos estar viendo el partido.

—Mmm. Tienen unos fuertes muslos preciosos, ¿no? —dijo Jude.

—Mmm —me mostré de acuerdo, preguntándome distraídamente si Shaz se enfurecería si les hablaba de Rebecca durante el partido.

—Conocía a alguien que una vez se acostó con un turco —dijo Jude—. Y tenía un pene tan enorme que no podía acostarse con nadie.

—¡Cómo! Creí que habías dicho que se había acostado con él —dijo Shazzer con un ojo clavado en la televisión.

—Se acostó con él pero no lo hicieron —explicó Jude.

—Porque ella no pudo porque su cosa era demasiado grande —dije apoyando la anécdota de Jude—. Qué cosa más terrible. ¿Creéis que va por nacionalidades? ¿Quiero decir, vosotras creéis que los turcos...?

—Eh, callad —dijo Shazzer.

Por un instante todas permanecimos en silencio, imaginando la cantidad de penes que estaban primorosamente guardados en sus pantalones cortos y pensando en todos los partidos de diferentes nacionalidades que se habían jugado en el pasado. Yo estaba a punto de abrir la boca cuando Jude, que parecía haberse quedado obsesionada por alguna razón, dijo inesperadamente:

—Debe de ser muy extraño tener pene.

—Sí —asentí— muy extraño tener un apéndice activo. Si lo tuviese, pensaría en ello continuamente.

—Bueno, sí, te preocuparía saber qué sería lo siguiente que éste haría —dijo Jude.

—Eso, exactamente —asentí—. De repente podrías tener una erección gigantesca en medio de un partido de fútbol.

—¡Oh, por amor de Dios! —chilló Sharon.

—Vale, cálmate —dijo Jude—. ¿Bridge? ¿Estás bien? Pareces un poco deprimida por alguna cosa.

Miré nerviosamente a Shaz y decidí que era demasiado importante como para no mencionarlo. Carraspeé para llamar la atención y anuncié:

—Rebecca ha llamado a Mark y le ha ofrecido que vayamos a pasar el fin de semana a casa de sus padres.

—¿QUÉ? —Jude y Shaz explotaron al unísono.

Me alegró mucho que la seriedad de la situación fuese apreciada en toda su importancia. Jude se levantó a buscar el Milk Tray y Shaz fue a la nevera a por otra botella.

—La cuestión es —estaba resumiendo Sharon—, que conocemos a Rebecca desde hace cuatro años. ¿Alguna vez en todo este tiempo te ha invitado a ti, a mí o a Jude a alguna de sus cursis fiestas de fin de semana?

—No. —Negué solemnemente con la cabeza.

—Pero la cuestión es —dijo Jude—, en caso de que tú no vayas ¿qué pasará si va él solo? No puedes dejar que caiga en las garras de Rebecca. Y además está clarísimo que es importante para una persona en la posición de Mark contar con alguien que sea un buen compañero desde el punto de vista social.

—Mmm —bufó Shazzer—. Eso no es más que una estupidez retrospectiva. Si Bridget dice que no quiere ir y él va sin ella y luego liga con Rebecca, entonces es que es un charlatán de segunda categoría y no vale la pena tenerlo. Compañero social... bah. Ya no estamos en los cincuenta. Ella ya no se pasa todo el día limpiando la casa vestida con un sujetador puntiagudo y después distrayendo a los colegas de él como una esposa decorativa Stepford. Dile que sabes que Rebecca le va detrás y que por eso no quieres ir.

—Pero entonces él se sentirá halagado —dijo Jude—. No hay nada más atractivo para un hombre que una mujer esté enamorada de él.

—¿Quién lo dice? —dijo Shaz.

—La baronesa en
Sonrisas y lágrimas
—dijo Jude tímidamente.

Por desgracia, cuando volvimos a dedicarle nuestra atención, el partido se había acabado.

Entonces llamó Mark.

—¿Qué ha pasado? —dijo entusiasmado.

—Mmm... —dije gesticulando furiosamente a Jude y a Shazzer, que parecían estar absolutamente en blanco.

—Lo habéis visto, ¿no?

—Sí, claro,
el fútbol viene a casa, viene a...
—canté, recordando vagamente que aquello tenía algo que ver con Alemania.

—Y entonces ¿cómo es que no sabes lo que ha pasado? No te creo.

—Lo hemos visto. Pero estábamos...

—¿Qué?

—Hablando —acabé diciendo sin convicción.

—Oh Dios. —Hubo un largo silencio—. Escucha, ¿quieres ir a lo de Rebecca?

Miré alternativamente a Jude y a Shaz, frenética. Un sí. Un no. Y un sí de Magda.

—Sí —dije.

—Oh genial. Será divertido, creo. Me dijo que llevásemos bañador.

¡Un bañador! Maldición. Maldiciooooón.

De camino a casa me encontré al mismo grupo
de
trabajadores, borrachos, saliendo tambaleantes de un
pub.
Respiré hondo y decidí que me daba igual si silbaban o no, pero en cuanto pasé ante ellos se elevó una enorme cacofonía de ruidosos elogios. Me di la vuelta, encantada de poder echarles una mirada obscena, y vi que estaban todos mirando hacia el otro lado y que uno de ellos acababa de lanzar un ladrillo contra la ventanilla de un Volkswagen.

sábado 22 de febrero

59,4 Kg. (horripilante), 3 unidades de alcohol (el mejor comportamiento), 2 cigarrillos (¡eh!), 10.000 calorías (sospecha de un probable sabotaje de Rebecca), 1 perro subido a mi falda (constantemente).

Gloucestershire. Resulta que la «casita de campo» de los padres de Rebecca tiene caballerizas, cobertizos, piscina, servicio al completo y su propia iglesia en el «jardín». Al pasar por el camino de grava encontramos a Rebecca —con unos téjanos ceñidísimos que le marcaban el culo en plan anuncio de Ralph Lauren— jugueteando con una perra, la luz del sol salpicándole el pelaje, entre una impresionante colección de Saabs y BMW descapotables.


¡Emma!
¡Abajo! ¡Hooooola! —gritó, y la perra se soltó y vino directamente a meter el morro por debajo de mi abrigo.

—Muá, venid y servios una copa —dijo dando la bienvenida a Mark mientras yo luchaba con la cabeza de la perra.

Mark me rescató gritando:


¡Emma!
¡Aquí! —y lanzó un palo que la perra trajo de vuelta meneando el rabo.

—Oh, te adora, ¿verdad cariño, verdad, verdad, verdad? —ronroneó Rebecca, frotando mimosamente la cabeza del perro como si se tratase de su primer hijo con Mark.

Mi móvil sonó. Simulé no haberlo oído.

—Creo que es el tuyo, Bridget —dijo Mark.

Lo saqué y apreté el botón.

—Oh, hola, cariño, ¿adivina qué?

—Madre, ¿para qué me llamas al móvil? —protesté, observando cómo Rebecca se llevaba a Mark.

—¡El viernes que viene vamos todos a
Miss Saigón!
Una y Geoffrey y papá y yo y Wellington. Él nunca ha ido a un musical. Un kikuyu en
Miss Saigón.
¿No es divertido? ¡Y tengo entradas para que tú y Mark vengáis con nosotros!

—¡Aaah! ¡Musicales! Hombres extraños y vociferantes soltando canciones sin parar con las piernas separadas.

Cuando llegué a la casa Mark y Rebecca habían desaparecido y no había nadie por allí excepto la perra, que me volvió a meter el morro por el abrigo.

4 p.m. Acabo de regresar de un paseo por el «jardín». Rebecca no ha dejado de introducirme en conversaciones con hombres para después llevarse a Mark a kilómetros de distancia de cualquier persona. He acabado paseando con el sobrino de Rebecca: un pseudo Leonardo DiCaprio de pacotilla y rostro atormentado con un abrigo de Oxfam, al que todo el mundo se refería como «el chico de Johnny».

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