—¿Cómo sabes si eres adicto a Internet?
—Porque te das cuenta de que no sabes de qué sexo son tus tres mejores amigos... Jaaaaaa jaaaaaa. Je je je.
—Ya no puedes escribir puntos sin añadir co.uk.com. ¡JAAAAAAAAA!
—Siempre haces tus trabajos en Protocolo HMTL... Juajuajuajua jajaja. Jaaaaa. Ja ja ja.
En cuanto nos dispusimos a cenar, una mujer llamada Louise Barton-Foster (una abogada increíblemente dogmática y la clase de mujer que te puedes imaginar obligándote a comer hígado) se lanzó a disertar pomposamente durante lo que parecieron tres meses sobre auténticas estupideces.
—Pero en cierto sentido —estaba diciendo mientras miraba ferozmente el menú— se podría decir que todo el Emeuro Proto ER es una... y bla, bla, bla.
Me sentía perfectamente bien, allí tranquilamente sentada y comiendo y bebiendo cosas... hasta que Mark dijo de repente:
—Creo que tienes toda la razón, Louise. Si voy a volver a votar a los t
ories
quiero tener la certeza de que mis opiniones están siendo a) estudiadas y b) representadas.
Le miré con horror. Me sentí como mi amigo Simón en cierta ocasión en que estaba jugando con unos niños en una fiesta y, cuando llegó su abuelo, resultó que era Robert Maxwell; y de repente Simón miró a los pequeños y vio que todos ellos eran mini Roberts Maxwell, con cejas espesas y mentones prominentes.
Cuando empiezas una relación con una nueva persona, sabes que habrá diferencias entre vosotros, diferencias a las que hay que adaptarse e intentar suavizar como ángulos ásperos, pero nunca, ni en un millón de años, me habría imaginado que pudiera haber estado durmiendo con un hombre que votaba a los
tories.
De repente sentí que no conocía a Mark Darcy lo más mínimo y, por lo que yo sabía, durante todas las semanas que habíamos estado saliendo, él se había dedicado a coleccionar secretamente, de las últimas páginas de los suplementos dominicales, una edición limitada de animales de cerámica en miniatura con gorritas, o a ir a partidos de rugby en autobús, desde donde enseñaba el culo por la ventanilla trasera a los otros automovilistas.
La conversación se estaba haciendo cada vez más pretenciosa, y más y más ostentosa.
—Bueno, ¿cómo sabes que es 4,5 para 7? —le estaba ladrando Louise a un hombre que parecía el príncipe Andrés con una camisa a rayas.
—Es que estudié económicas en Cambridge.
—¿Quién te enseñó? —dijo otra chica de repente, como si con aquello fuese a ganar la discusión.
—¿Estás bien? —me susurró Mark por la comisura de los labios.
—Sí —murmuré cabizbaja.
—Estás...
temblando.
Venga. ¿Qué ocurre?
Al final tuve que decírselo.
—Pues voto a los
tories,
¿qué hay de malo en ello? —me dijo mirándome con incredulidad.
—¡Chis! —susurré mirando nerviosa alrededor de la mesa.
—¿Cual es el problema?
—Es sólo que —empecé a decir, deseando que Shazzer estuviese allí—, quiero decir que, si yo votase a los
tories
estaría aceptando ser una marginada social. Sería como ir al Café Rouge a caballo seguida por una jauría de sabuesos, o como disfrutar de cenas en mesas resplandecientes con platos pequeños.
—¿Te refieres a algo como esto? —dijo riendo.
—Bueno, sí —murmuré.
—Y bien, ¿tú qué votas?
—A los laboristas, claro está —protesté—. Todo el mundo vota a los laboristas.
—Bueno, creo que se ha demostrado palpablemente que ése no es el caso,
hasta ahora
—dijo él—. ¿Por qué, si se puede saber?
—¿Qué?
—¿Por qué votas a los laboristas?
—Bueno —dije pensativa—, porque votar a los laboristas significa ser de izquierdas.
—Ah —al parecer, aquello le resultó tremendamente divertido. Para entonces todo el mundo estaba escuchando.
—Y socialista —añadí.
—Socialista. Ya veo. Socialista, ¿que significaría...?
—La unión de los trabajadores.
—Bueno, Blair no apoyará precisamente el poder de los sindicatos, ¿no? —dijo él—. Mira lo que está diciendo sobre la Cláusula Cuatro.
—Bueno, los
tories
son basura.
—¿Basura? —dijo él—. La economía goza de mejor salud ahora que en los últimos siete años.
—No, no es cierto —dije categóricamente—. De todas formas, probablemente la hayan mejorado porque las elecciones están cerca.
—¿Elevar el qué? —dijo él—. ¿Elevar la economía?
—¿Cuál es la posición de Blair en Europa comparada con la de Major? —intervino Louise.
—Exacto. ¿Y por qué no ha igualado la promesa de los
tories
de aumentar año tras año los gastos en sanidad en un plazo concreto? —dijo el príncipe Andrés.
¡Por favor! Allí estaban todos ellos pavoneándose los unos ame los otros. Así que al final ya no pude aguantarlo más.
—La cuestión es que se supone que votas por los principios, no por éste o aquel detalle sin importancia sobre tantos por ciento. Y es absolutamente obvio que los laboristas defienden los principios de la participación y la solidaridad, los derechos de los gays, las madres solteras y Nelson Mándela, y no de hombres zopencos y autoritarios que echan polvos a diestro y siniestro y van al Ritz de París y luego se permiten echar un rapapolvo a todos los presentadores del programa
Today.
Se hizo un silencio sepulcral en la mesa.
—Bueno, creo que lo has sintetizado muy bien —dijo Mark riendo y acariciándome la rodilla—. No podemos discutirte eso.
Todo el mundo nos estaba mirando. Pero entonces, en lugar de que saliera alguien dispuesto a tomarme el pelo —como habría ocurrido en el mundo real— actuaron como si nada hubiese ocurrido y volvieron a brindar y reír, pasando de mí por completo.
No pude calibrar hasta qué punto el incidente había sido negativo o todo lo contrario. Fue como estar entre los miembros de una tribu de Papua y Nueva Guinea, pisar al perro del jefe y no saber si el murmullo de la conversación significa que no importa o que están discutiendo cómo convertir tu cabeza en una
frittata.
Alguien dio varios golpes en la mesa para que empezasen los discursos, que fueron, de verdad, tremendamente aburridos e infumables. En cuanto finalizaron Mark susurró:
—Nos vamos, ¿vale?
Nos despedimos y cruzamos el salón.
—Ejem... Bridget —me dijo—. No quiero preocuparte, pero tienes algo un poco extraño alrededor de la cintura.
Bajé la mano para comprobarlo. El horrible corsé se había desatado de alguna forma por ambos lados, arrollándose alrededor de mi cintura como un enorme neumático de repuesto.
—¿Qué es? —preguntó Mark mientras saludaba y sonreía a la gente al pasar por entre las mesas.
—Nada —murmuré.
En cuanto salimos de la estancia me precipité hacia el lavabo. Fue realmente difícil sacarse el vestido y desenrollar las horribles bragas para luego volverse a colocar todo aquel conjunto de pesadilla. Deseé con todas mis fuerzas estar en casa con unos pantalones bombacho y un suéter.
Cuando aparecí en el vestíbulo casi doy media vuelta y regreso a los lavabos. Mark estaba hablando con Rebecca. Otra vez. Ella le susurró algo al oído y luego estalló en una horrenda risotada.
Me dirigí hacia ellos y permanecí a su lado, incómoda.
—¡Aquí está! —dijo Mark—. ¿Todo solucionado?
—¡Bridget! —dijo Rebecca, haciendo ver que estaba contenta de verme—. ¡He oído que has impresionado a todo el mundo con tus opiniones políticas!
Ojalá hubiese podido pensar en algo muy divertido que decir, pero me limité a permanecer allí mirando, con el ceño fruncido.
—De hecho, fue genial —dijo Mark—. Hizo que todos nosotros pareciésemos unos gilipollas pomposos. Bueno, nos tenemos que ir, encantado de volver a verte.
Rebecca nos besó efusivamente a los dos envolviéndonos en una nube de Envy de Gucci y se fue hacia el comedor moviéndose de tal forma que resultaba verdaderamente obvio que estaba deseando que Mark la mirase.
No pude pensar en qué decir mientras nos dirigíamos al coche. Estaba claro que él y Rebecca se habían estado riendo de mí a mis espaldas y él había intentado disimular. Me hubiera gustado poder llamar a Jude y a Shaz para pedirles consejo.
Mark se comportaba como si nada hubiese ocurrido. En cuanto nos pusimos en marcha empezó a intentar deslizar la mano por mi muslo. ¿Por qué será que cuanto menos aspecto tienes de querer sexo con los hombres, más lo quieren ellos?
—¿Quieres mantener las manos en el volante? —le dije, intentando desesperadamente apartarme para mantener el extremo de aquella cosa tubular de caucho enrollada fuera del alcance de sus dedos.
—No. Quiero violarte —dijo, casi arremetiendo contra un poste.
Conseguí permanecer intacta gracias a que fingí estar obsesionada por una conducción segura.
—¡Ah!, Rebecca me ha dicho que si nos gustaría ir algún día a cenar. ¿Qué te parece? —dijo.
No me lo podía creer. Conozco a Rebecca desde hace cuatro años y nunca me ha dicho si me apetecía ir a cenar.
—Estaba guapa, ¿verdad? Un bonito vestido.
Era Mencionitis. Era Mencionitis lo que estaban oyendo mis oídos.
Habíamos llegado a Notting Hill. En el semáforo, sin preguntarme, giró en dirección a mi casa, alejándose así de la suya. Estaba manteniendo su castillo intacto. Seguramente estaba lleno de mensajes de Rebecca. Yo era una Chica Sólo Para Ahora.
—¿Adonde vamos? —solté.
—A tu apartamento. ¿Por qué? —dijo, mirando alrededor alarmado.
—Exacto. ¿Por qué? —dije hecha una furia—. Llevamos cuatro semanas y seis días saliendo. Y nunca nos hemos quedado en tu casa. Ni una sola vez. ¡Nunca! ¿Por qué?
Mark se quedó mudo. Puso el intermitente, giró a la izquierda y volvió a pasar por Holland Park Avenue sin decir palabra.
—¿Cuál es el problema? —dije por fin.
Miró al frente y puso el intermitente.
—No me gustan los gritos.
Cuando llegamos a su casa fue horrible. Subimos juntos las escaleras en silencio. Él abrió la puerta, cogió el correo y encendió las luces de la cocina.
La cocina tiene la altura de un autobús de dos pisos y es de esas de una pieza de acero inoxidable donde no se sabe dónde está la nevera. Había una extraña ausencia de cosas desparramadas por la cocina y tres fríos charcos de luz en medio del suelo.
Se alejó a grandes zancadas hasta la otra punta de la habitación, sus pasos retumbando con un eco hueco como en una caverna subterránea en una excursión escolar, se detuvo ante las puertas de acero inoxidable, mirándolas dubitativamente y me dijo:
—¿Quieres una copa de vino?
—Sí, por favor, gracias —dije educadamente. Había algunos taburetes altos de estilo moderno y una barra de acero inoxidable. Me subí torpemente a uno de ellos, sintiéndome como Des O'Connor preparándose para hacer un dúo con Anita Harris.
—Vale —dijo Mark. Abrió una de las puertas de los armarios de acero inoxidable, vio que tenía un cubo colgado y la volvió a cerrar, abrió otra puerta y contempló con sorpresa que había una lavadora. Bajé la mirada, aguantándome la risa.
—¿Vino tinto o blanco? —dijo él bruscamente.
—Blanco, por favor. —De repente me sentí muy cansada, los zapatos me hacían daño, mis horribles bragas se me estaban clavando. Y sólo quería irme a casa.
—Ah —había encontrado la nevera.
Eché un vistazo y vi el contestador en una de las repisas. El estómago me dio un vuelco. La luz roja estaba parpadeando. Levanté la mirada y me encontré a Mark de pie justo frente a mí, sosteniendo una botella de vino en una descantillada jarra de hierro de estilo Conranesco. Él también parecía bastante abatido.
—Mira, Bridget, yo...
Me bajé del taburete para rodearle con mis brazos, pero entonces sus manos se dirigieron inmediatamente a mi cintura. Me aparté. Tenía que desembarazarme de aquella condenada cosa.
—Voy arriba un minuto —le dije.
—¿Por qué?
—Al lavabo —dije sin pensar, y avancé balanceándome hacia las escaleras con aquellos zapatos que ahora me destrozaban los pies. Entré en la primera habitación que encontré, que parecía ser el vestidor de Mark, toda una habitación llena de trajes y camisas y zapatos alineados. Me saqué el vestido y, con gran alivio, empecé a quitarme las horribles bragas, pensando que podría ponerme una bata y que quizá así nos pusiéramos muy íntimos y arregláramos las cosas, pero de repente Mark apareció en la puerta. Me quedé paralizada, con la ropa interior expuesta en todo su espanto y entonces empecé a quitármela frenéticamente mientras él miraba, pasmado.
—Espera, espera —me dijo, mirándome el estómago fijamente, mientras yo cogía la bata—. ¿Has estado jugando a tres en raya en tu cuerpo?
Intenté explicarle lo de Rebelde y la imposibilidad de comprar trementina un viernes por la noche, pero él sólo parecía muy cansado y confuso.
—Lo siento, no tengo ni idea de lo que estás hablando —me dijo—. Tengo que dormir un poco. ¿Nos vamos a la cama?
Abrió otra puerta y encendió la luz. Eché un vistazo y emití un fuerte grito. Allí, en la enorme cama blanca, había un chico oriental, en cueros, sonriendo de una forma extraña, y sosteniendo dos bolas de madera en una cuerda, y un conejito.
sábado 1 de febrero
58,5 Kg., 6 unidades de alcohol (pero mezclado con zumo de tomate, muy nutritivo), 400 cigarrillos (absolutamente incomprensible), conejos, ciervos, faisanes u otra fauna encontrados en la cama: O (brutal mejoría con respecto a ayer), O novios, 1 nomo de ex novio, número de novios potenciales que quedan en el mundo: O,
00.15 a.m. ¿Por qué me siguen ocurriendo a mí estas cosas? ¿Por qué? ¿POR QUÉ? Por primera vez alguien parece un ser humano amable y sensible, al que mi madre aprueba y no está casado ni está loco, ni es alcohólico ni gilipollas, y entonces resulta ser un gay pervertido y zoófilo. Ahora entiendo por qué no quería que fuese a su casa. No es que tenga fobia al compromiso, o que le guste Rebecca, o que yo sea una Chica Sólo Para Ahora. Es porque él tenía en la cama a chicos orientales y fauna diversa.
Fue un
shock
horrible. Horrible. Me quedé unos dos segundos mirando al chico oriental y entonces volví corriendo al vestidor, me enfundé el vestido, corrí escaleras abajo mientras oía gritos procedentes del dormitorio que había dejado tras de mí parecidos al de las tropas americanas siendo masacradas por el vietcong, salí tambaleándome a la calle y empecé a hacer señas a los taxis frenéticamente, como una prostituta que se hubiera tropezado con un cliente que quisiera cagarse en su cabeza.