Bridget Jones: Sobreviviré (3 page)

Read Bridget Jones: Sobreviviré Online

Authors: Helen Fielding

Tags: #Novela

BOOK: Bridget Jones: Sobreviviré
13.96Mb size Format: txt, pdf, ePub

Parecía estar muy cabreado. Espero no estar a punto de descubrir que no entra dentro de mis posibilidades tener un bonito piso, un buen empleo y un novio atractivo. De todas formas, voy a enseñarle a Richard Finch cuatro cosas acerca de la integridad periodística. Eso es. Será mejor que empiece a prepararlo todo. Estoy muy cansada.

8.30 p.m. He conseguido recuperar un poco de energía gracias al Chardonnay, lo he ordenado todo, he encendido el fuego y las velas, he tomado un baño, me he lavado el pelo, me he maquillado y me he puesto unos téjanos negros muy sexys y un top con tirantes. No es precisamente cómodo, de hecho la entrepierna de los pantalones y los tirantes del top se me están clavando, pero estoy guapa, que es lo importante. Porque, como dijo Jerry Hall, una mujer tiene que ser cocinera en la cocina y furcia en la sala de estar. Ó en alguna otra habitación, en cualquier caso.

8.35 p.m. ¡Hurra! Será una noche encantadoramente íntima y sexy, con una pasta deliciosa —ligera pero nutritiva— a la luz del fuego. Soy un maravilloso híbrido de mujer con carrera y novia complaciente.

8.40 p.m. ¿Dónde diablos se ha metido?

8.45 p.m. Grrr. ¿Qué sentido tiene que una vaya corriendo de un lado para otro como una pulga escaldada si él aparece cuando le da la gana?

8.50 p.m. Maldito Mark Darcy, estoy realmente... El timbre. ¡Hurra!

Estaba guapísimo con su traje de trabajo y los botones del cuello de la camisa desabrochados. En cuanto entró en el piso dejó su maletín, me cogió entre sus brazos y me hizo girar bailando brevemente de la manera más sexy.

—Tenía tantas ganas de verte... —murmuró por entre mi cabello—. Me gustó mucho tu reportaje, una fantástica demostración de equitación femenina.

—No —dije desasiéndome—. Ha sido horrible.

—Ha sido brillante —me dijo él—. Durante siglos la gente ha estado montando a caballo hacia adelante y entonces, con un reportaje pionero, una mujer sola cambia la cara —o el culo— de la equitación británica para siempre. Ha sido algo revolucionario, un triunfo. —Se sentó en el sofá cansadamente—. Estoy destrozado. Malditos indonesios. Su idea del progreso en los derechos humanos es decirle a una persona que está arrestada mientras le pegan un tiro en la nuca.

Le serví una copa de Chardonnay y se la llevé en plan azafata de película de James Bond, mientras le decía con una plácida sonrisa:

—Pronto estará lista la cena.

—Oh, Dios mío —dijo, mirando aterrado alrededor como si temiera encontrar un comando de Oriente Próximo escondido en el microondas—. ¿Has cocinado?

—Sí —le dije indignada. ¡Quiero decir que era de esperar que eso le gustara! Y ni siquiera había mencionado mi traje de furcia.

—Ven aquí —me dijo, dando unas palmaditas en el sofá—. Sólo te estaba tomando el pelo. Siempre he querido salir con Martha Stewart.

Era bonito que me abrazara, pero la cuestión es que la pasta ya llevaba hirviendo seis minutos y se pasaría.

—Voy a preparar la pasta —le dije despegándome. Justo entonces sonó el teléfono, y me abalancé a cogerlo por puro hábito, pensando que quizá fuera él. Era Shaz.

—Hola. Soy Sharon. ¿Cómo te va con Mark?

—Está aquí —susurré con los dientes apretados y sin mover la boca para que Mark no pudiese leerme los labios.

—¿Qué?

—E-á a-í —repetí entre dientes.

—Está bien —dijo Mark, asintiendo de modo tranquilizador—. Me doy cuenta de que estoy aquí. No creo que debamos andar escondiéndonos el uno al otro ese tipo de cosas.

—Vale. Escucha esto —dijo Shaz excitadísima—: «No es que todos los hombres sean unos embaucadores. Pero todos piensan en ello. A los hombres les corroe continuamente el deseo. Nosotras intentamos controlar nuestros impulsos sexuales...»

—En realidad, Shaz, ahora mismo sólo estaba haciendo pasta.

—Oooh, ¿así que estamos «sólo haciendo pasta»? Espero que no te estés convirtiendo en una Petulante Que-Está-Saliendo-Con-Alguien. Escucha nada más lo que sigue y tal vez quieras tirársela por la cabeza.

—Espera, no cuelgues —le dije mirando nerviosamente a Mark. Saqué la pasta del fuego y volví al teléfono.

—Muy bien —dijo Shaz entusiasmada—. «A veces los instintos predominan sobre los pensamientos de nivel superior. Un hombre mirará, se acercará o se acostará con una mujer que tenga los pechos pequeños si está liado con una mujer de pechos grandes. Quizá tú no pienses que la variedad es la sal de la vida pero, créenos, tu novio sí que lo piensa.»

Mark estaba empezando a tamborilear con los dedos en el brazo del sofá.

—Shaz...

—Espera., espera. Es ese libro titulado
Lo que quieren los hombres.
Sigo... «Si tienes una hermana
o
una amiga guapas, puedes estar segura de que tu novio TIENE PENSAMIENTOS SEXUALES CON ELLAS.»

Hubo una pausa expectante. Mark había empezado a hacer gestos como si estuviera degollando a alguien o tirando de la cadena del váter.

—¿No es repugnante? Quiero decir que, ¿no te parece que no son más que...?

—Shaz, ¿puedo llamarte más tarde?

Lo siguiente fue oír a Shaz acusándome de estar obsesionada con los hombres cuando se suponía que yo era una feminista. Así que yo le dije que, si se suponía que ella no sentía ningún interés hacia ellos, ¿por qué estaba leyendo un libro llamado
Lo que los hombres quieren.
Todo aquello se estaba convirtiendo en una horrible y nada feminista pelea basada en los hombres cuando nos dimos cuenta de que era ridículo y quedamos en vernos al día siguiente.

—¡Ya está! —dije radiante, sentándome junto a Mark en el sofá. Por desgracia tuve que volver a levantarme, porque me había sentado encima de algo que resultó ser un envase vacío de yogur Müller Lite.

—¿Siií? —dijo él, quitándome el yogur del trasero. Seguro que no había tanto y que no era necesario frotar tanto, pero estuvo muy bien. Mmm.

—¿Qué tal si cenamos? —dije, intentando mantener la mente en la tarea que tenía entre manos.

Acababa de poner la pasta en una fuente y verter un tarro de salsa encima cuando el teléfono volvió a sonar. Decidí no hacerle caso hasta después de la cena, pero el contestador saltó y Jude dijo con voz compungida:

—Bridge, ¿estás ahí? Cógelo, cógelo. Venga, Bridge, por favooor.

Cogí el teléfono y Mark se dio una palmada en la frente. La cuestión es que Jude y Shaz se han portado bien conmigo durante años, desde antes de que conociese siquiera a Mark, así que evidentemente ahora no estaría bien no responder al contestador.

—Hola, Jude.

Jude había ido al gimnasio, donde había acabado leyendo un artículo que decía que las mujeres solteras de más de treinta años estábamos «usadas».

—El tío argumentaba que la clase de chicas que a los veinte años no habrían salido con él estarían dispuestas a hacerlo ahora, pero que ahora ya no las quería —dijo ella con tristeza—. Decía que todas estaban obsesionadas con sentar cabeza y tener hijos y que ahora su norma en lo referente a chicas era «Nada que pase de los veinticinco».

—¡Venga! —Reí alegremente intentando luchar contra una punzada de inseguridad en mi propio estómago—. Eso es una absoluta gilipollez. Nadie cree que tú estés usada. Piensa en todos esos banqueros que te han estado llamando. ¿Qué me dices de Stacey y de Johnny?

—¡Uf! —dijo Jude, aunque empezaba a sonar más animada—. Anoche salí con Johnny y con sus amigos del Crédit Suisse. Alguien contó el chiste de un tipo que bebe demasiado en un restaurante indio y «cae en korma», ya sabes, el nombre de ese curry tan fuerte, en lugar de decir que «cae en coma», y Johnny lo entendió de forma tan literal que dijo: «¡Dios! Qué horror. ¡Yo conocía a un tío que una vez comió mucho en un restaurante indio y acabó con una úlcera de estómago!»

Se reía. Estaba claro que la crisis ya había pasado. Es evidente que no le pasa nada serio, sólo que a veces se pone un poco paranoica. Charlamos un poco más y, cuando su autoconfianza pareció de nuevo restablecida, me uní a Mark a la mesa para descubrir que la pasta no había quedado exactamente como yo esperaba: nadaba en agua blancuzca.

—Me gusta —dijo Mark queriéndome mostrar su apoyo—, me gusta la fibra. Y me gusta la leche. Mmm.

—Si quieres, quizá sea mejor que pidamos una pizza —dije, sintiéndome una fracasada y una «mujer usada».

Pedimos pizzas y las comimos frente al fuego. Mark me contó todo lo de los indonesios. Le escuché con atención y le di mi opinión y mi consejo, que le parecieron muy interesantes y muy «frescos»; por mi parte le hablé de la horrible reunión que me esperaba con Richard Finch, en la que probablemente me despediría. Me dio muy buenos consejos sobre cómo elaborar lo que yo quería sacar en claro de la reunión y cómo ofrecerle a Richard muchas otras posibilidades aparte de despedirme. Le estaba explicando que se trata, en efecto, de adoptar la mentalidad ganadora recomendada en
Los siete hábitos de la gente altamente efectiva
cuando el teléfono volvió a sonar.

—Déjalo —dijo Mark.

—Bridget. Soy Jude. Cógelo. Creo que he cometido un error. Acabo de llamar a Stacey y él no me ha llamado a mí.

Lo cogí.

—Bueno, quizá esté fuera.

—De sus cabales, como tú —dijo Mark.

—Cállate —chisté mientras Jude me explicaba toda la escena—. Mira, estoy segura de que te llamará mañana. Pero, si no lo hace, simplemente aplaza una de las fases de las
Citas de Marte y Venus.
Él está tirando como una goma elástica propia de Marte, y tú tienes que dejar que sienta su atracción y vuelva despedido hacia atrás como un resorte.

Cuando colgué el teléfono, Mark estaba mirando el fútbol.

—Gomas elásticas y marcianos ganadores —dijo sonriéndome—. Esto es como el alto mando de guerra en la tierra de los galimatías.

—¿Es que tú no hablas con tus amigos de cuestiones emocionales?

—¡No! —dijo él, cambiando de canal con el mando a distancia, de un partido de fútbol a otro. Le miré fascinada.

—¿Quieres tener relaciones sexuales con Shazzer?

—¿Perdón?

—¿Quieres tener relaciones sexuales con Shazzer y con Jude?

—¡Me encantaría! ¿Quieres decir individualmente? ¿O con las dos a la vez?

Insistí, intentando ignorar su tono superficial.

—Cuando conociste a Shazzer después de Navidad, ¿querías acostarte con ella?

—Bueno. Mira, la cuestión es que ya me estaba acostando contigo.

—Pero ¿se te ha pasado alguna vez por la cabeza?

—Bueno, claro que se me ha pasado por la cabeza.

—¿Qué? —exploté.

—Es una chica muy atractiva. Lo extraño sería que no se me hubiese ocurrido, ¿no? —sonrió pícaramente.

—Y Jude —dije indignada—. Acostarte con Jude. ¿Se te ha «pasado por la cabeza» alguna vez?

—Bueno, de vez en cuando, fugazmente, supongo que sí. Es parte de la naturaleza humana, ¿no te parece?

—¿La naturaleza humana? Yo nunca me he imaginado acostándome con Giles o con Nigel, de tu oficina.

—No —murmuró—. Y tampoco creo que lo haya hecho ninguna otra persona. Trágico. Excepto quizá José, del departamento de correos.

Justo cuando acabamos de recoger los platos y empezábamos a sobarnos y besuquearnos en la alfombra, volvió a sonar el teléfono.

—Déjalo —dijo Mark—. Por favor... en nombre de Dios y de todos sus querubines, serafines, santos, arcángeles, encargados de las nubes y los que les recortan las barbas, déjalo.

El contestador ya había saltado. Mark dejó caer la cabeza contra el suelo cuando se oyó una resonante voz masculina.

—Ah, hola. Soy Giles Benwick, amigo de Mark. Supongo que no estará por ahí, ¿no? Sólo era para... —De repente su voz se quebró—. Es sólo que mi mujer acaba de decirme que quiere separarse y...

—Dios santo —dijo Mark, y cogió el teléfono. Una expresión de puro pánico invadió su rostro—. Giles. Dios. Tranquilízate... esto... ah... esto, Giles, creo que será mejor que te pase a Bridget.

Mmm. Yo no conocía a Giles pero creo que le aconsejé bastante bien. Conseguí calmarle y le indiqué un par de libros útiles. Después eché un maravilloso polvo con Mark y me sentí muy segura y cómoda apoyada contra su pecho, lo que hizo que todas las teorías que me preocupaban pareciesen irrelevantes.

—¿Soy una mujer usada? —le dije medio dormida cuando él se inclinó para apagar la vela.

—¿Una retrasada? No, querida —dijo dándome una cariñosa palmada en el trasero de modo tranquilizador—. Un poco rara, quizá sí, pero no retrasada.

2
Una medusa anda suelta

martes 28 de enero

58,1 Kg., O cigarrillos fumados delante de Mark (muy bien), 7 cigarrillos fumados a escondidas, 47 cigarrillos no fumados
[
Es decir, que estuve a, punto de fumármelos, pero recordé que lo había dejado, así que esos 47 en concreto no me los fumé. Por consiguiente no se trata del número de cigarrillos no fumados en el mundo entero (ésa sería una cifra ridicula, con demasiados dígitos).] (muy bien).

8 a.m. Apartamento. Mark se ha ido a su piso para cambiarse antes de ir al trabajo, así que podré fumarme un pitillo y desarrollar cierta madurez interna y mentalidad de ganadora, como preparación para la reunión de mi despido. Es decir, que estoy trabajando en crear una sensación de calma, equilibrio y... ¡Aaah! El timbre.

8.30 a.m. Era Gary, el chapuzas de Magda. Joder, joder, joder. Había olvidado que tenía que venir hoy.

—¡Ah! ¡Estupendo! ¡Hola! ¿Podrías volver dentro de diez minutos? Me pillas con una cosa a medias —gorjeé, y entonces me eché a reír, arrebujándome en el camisón. ¿Qué podía tener yo a medias? ¿Sexo? ¿Un soufflé? ¿Hacer un jarrón en un torno de alfarero que no podía dejarse bajo ningún concepto porque podría secarse sin haber adquirido su forma definitiva?

Todavía tenía el pelo mojado cuando volvió a sonar el timbre, pero por lo menos llevaba la ropa puesta. Sentí que me invadía una oleada de culpabilidad pequeño burguesa cuando Gary sonrió ante la decadencia de los vagos que se quedan repantigados en la cama mientras todo un mundo completamente distinto de auténtica gente trabajadora lleva tanto tiempo en pie que para ellos ya casi es la hora de la comida.

—¿Quieres un té o un café? —le dije amablemente.

—Sí. Una taza de té. Cuatro de azúcar, pero no lo remuevas.

Le miré fijamente preguntándome si aquello era un chiste o algo parecido a fumar cigarrillos sin tragarse el humo.

Other books

A Custom Fit Crime by Melissa Bourbon
Hunt the Dragon by Don Mann
Charles Dickens: A Life by Claire Tomalin
Recipe for Disaster by Stacey Ballis
DragonMate by Jory Strong
Ms. Bixby's Last Day by John David Anderson