Bridget Jones: Sobreviviré (2 page)

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Authors: Helen Fielding

Tags: #Novela

BOOK: Bridget Jones: Sobreviviré
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—¡Muy bien, Bridget! —rugió—. Estoy pensando en Mujeres del Nuevo Partido Laborista. Estoy pensando en su imagen y en el papel que desempeñan. Quiero a Barbara Follett en el estudio. Consíguela para que logre un cambio de imagen en Margaret Beckett. Reflejos en el pelo. Un vestidito negro ceñido. Medias. Quiero que Margaret parezca sexo andante.

A veces el absurdo de las cosas que Richard Finch me pide que haga parece no tener límite. Cualquier día me encontraré convenciendo a Harriet Harman y Tessa Jowell para que se presenten en un supermercado mientras yo les pregunto a los clientes si son capaces de adivinar quién es quién, o intentando convencer a un cazador mayor para que se deje perseguir desnudo en medio del campo por una jauría de sañudos zorros. Tengo que encontrar algún trabajo más provechoso y en el que me sienta más realizada. ¿Enfermera, quizá?

11.03 a.m. En el despacho. Vale, será mejor que llame al gabinete de prensa del Partido Laborista. Mmm. No paro de tener
flashbacks
del polvo. Espero que Mark Darcy no estuviese realmente irritado esta mañana. Me pregunto si será demasiado temprano para telefonearle al trabajo.

11.05 a.m. Sí. Tal y como dicen en
Cómo obtener el amor que deseas
—¿o era
Conserva el amor que encuentres}
— la armonía entre un hombre y una mujer es un asunto delicado. El hombre tiene que ser el cazador. Esperaré a que sea él quien me llame. Quizá lo mejor que puedo hacer es leer los periódicos para informarme de la política del Nuevo Partido Laborista, por si al final acabo consiguiendo a Margaret Beckett y... ¡Aaah!

11.15 a.m. Richard Finch gritando otra vez. Me ha metido en lo de la caza de zorros en lugar de lo de las mujeres laboristas, y tendré que hacer una conexión en directo desde Leicestershire. Que no cunda el pánico. Soy una mujer segura de sí misma, receptiva y sensible. Mi autoestima no depende de logros mundanos sino de mi vida interior. Soy una mujer segura de sí misma, receptiva... Oh, Dios. Está lloviendo a cántaros. No quiero salir a un mundo-parecido-a-una-mezcla-de-nevera-y-piscina.

11.17 a.m. De hecho es genial tener que hacer una entrevista. Una gran responsabilidad —relativamente hablando, claro: no es como tener que decidir si hay que enviar o no misiles-crucero a Irak, o como mantener pinzada la válvula aórtica durante una operación—, pero tendré la oportunidad de someter al «asesino de zorros» a un severo interrogatorio ante las cámaras y manifestar un determinado punto de vista como hace Jeremy Paxman con el embajador iraní... o irakí.

11.20 a.m. Hasta puede que me pidan una prueba de un suelto informativo para
Newsnight.

11.21 a.m. O una serie de breves crónicas especializadas. ¡Hurra! Bien, será mejor que empiece con los recortes... Oh. El teléfono.

11.30 a.m. Iba a pasarlo por alto, pero he pensado que podría ser el entrevistado: el honorable diputado sir Hugo, asesino-de-zorros-de-Boynton, imágenes de silos, pocilgas a la izquierda, etc. Cogí el teléfono: era Magda.

—¡Hola, Bridget! Sólo llamaba para decirte... ¡en el orinal! ¡En el orinal! ¡Hazlo en el orinal!

Se oyó un fuerte estrépito seguido por el sonido del agua corriendo y unos gritos que parecían como de musulmanes siendo exterminados por los serbios, entremezclados con un insistente «¡Mamá te pegará! ¡Te pegará!» oyéndose de fondo.

—¡Magda! —chillé—. ¡Vuelve!

—Perdona, cielo —dijo, volviendo finalmente al teléfono—. Sólo llamaba para decirte... ¡mete el pito dentro del orinal! ¡Si lo dejas colgando fuera, todo el pis irá a parar al suelo!

—Estoy en pleno trabajo —dije en tono de súplica—. Tengo que salir hacia Leicestershire en un par de minutos...

—Perfecto, maravilloso, pásamelo por las narices, ya sé que tú tienes mucho
glamour
y eres muy importante y que yo estoy encerrada en casa con dos personitas que todavía ni han aprendido a hablar inglés. Bueno, da igual, sólo llamaba para decirte que he quedado con mi chapuzas para que pase mañana por tu casa a montarte las estanterías. Siento haberte dado la lata con mis aburridos asuntos domésticos. Se llama Gary Wilshaw. Adiós.

El teléfono volvió a sonar antes de que me diese tiempo a marcar. Era Jude, sollozando, con voz de cordero degollado.

—Está bien, Jude, está bien —dije, sosteniendo el teléfono contra el hombro mientras intentaba meter los recortes en el bolso.

—Es el Malvado Richard ¡buaaah!

Oh, Dios. Después de Navidad, Shaz y yo convencimos a Jude de que, si volvía a tener
una sola
conversación estúpida con el Malvado Richard acerca del pantanoso tema de su Problema de Compromiso, se la debería ingresar en un hospital psiquiátrico; y por consiguiente no podrían tener ningunas mini vacaciones, ni terapia para su relación, ni ningún tipo de futuro juntos durante años y años, hasta que se reinsertase en la Comunidad.

Ella, en una magnífica proeza de amor propio, le abandonó, se cortó el pelo y empezó a aparecer por su trabajo serio y formal en la City con chaquetas de piel y pantalones a la altura de la cadera. Todos los Hugos, Johnnys y Jerrers con camisas a rayas que alguna vez se habían preguntado en vano qué había debajo de los trajes chaqueta de Jude se vieron catapultados a un estado de frenético priapismo y, al parecer, tiene al teléfono a uno distinto cada noche. Pero, de alguna manera, todo el asunto del Malvado Richard todavía la entristece.

—Estaba revisando las cosas que se dejó aquí, dispuesta a tirarlo todo, y he encontrado ese libro de autoayuda... un libro titulado... titulado...

—Está bien. Está bien. A mí puedes decírmelo.

—Titulado
Cómo conseguir citas con mujeres jóvenes: guía para hombres mayores de treinta y cinco años.

¡Por Dios!

—Me siento fatal, fatal... —decía— ... no puedo soportar la idea de tener que volver al infierno de las citas... Es un océano insondable... Me voy a quedar sola para siempre...

Intentando encontrar cieno equilibrio entre la importancia de la amistad y la imposibilidad de llegar a tiempo a Leicestershire, me limité a darle algunos consejos preliminares a modo de primeros auxilios, de forma que por lo menos guardara la compostura: probablemente lo dejó allí adrede; no, no te quedarás sola; etc.

—Oh, gracias, Bridge —dijo Jude, que al rato parecía un poco más calmada—. ¿Puedo verte esta noche?

—Mmm, verás, Mark va a venir a casa.

Hubo un silencio.

—Estupendo —dijo sin entusiasmo—. Estupendo. Vale, que lo pases bien.

Oh, Dios, ahora que tengo novio me siento culpable con Jude y Sharon, casi como una guerrillera que cometiera traición, jugando con dos barajas y cambiando de bando a su antojo. He quedado para ver a Jude mañana por la noche, con Shaz, y en que esta noche simplemente volveríamos a hablarlo todo por teléfono; me ha parecido que la idea colaba. Ahora será mejor que llame a Magda rápidamente y me cerciore de que no se siente aburrida y se da cuenta de lo opuesto-al-
glamour
que es mi trabajo.

—Gracias, Bridge —dijo Magda cuando hubimos hablado un rato—. Es que me siento muy deprimida y sola desde lo del niño. Jeremy vuelve a trabajar mañana por la noche. Supongo que no te apetecerá pasarte por aquí, ¿no?

—Mmm, bueno, es que se supone que he quedado con Jude en el 192.

Hubo una pausa cargada de intención.

—Y supongo que yo soy una Petulante Casada demasiado sosa como para ir con vosotras, ¿verdad?

—No, no, ven. Ven, ¡será genial! —Me había pasado arreglándolo. Sabía que Jude se pondría de mal humor porque ya no podríamos centrar toda nuestra atención en el Malvado Richard, pero decidí buscar una solución más tarde. El caso es que ahora se hacía tarde de verdad y debería ir a Leicestershire sin haber leído los recortes sobre la caza del zorro. Quizá pudiera aprovechar los semáforos para ir leyendo en el coche. Me pregunto si debería hacer una llamada rápida a Mark Darcy para decirle adonde voy.

Mmm. No. Mala jugada. Pero, entonces ¿y si llego tarde? Será mejor que llame.

11.35 a.m. Glups. La conversación fue así:

Mark: ¿Sí? Al habla Darcy.

Yo: Soy Bridget.

Mark: (pausa) Ya. Ejem... ¿todo bien?

Yo: Sí. Anoche fue bonito, ¿verdad? Me refiero a... ya sabes, cuando nosotros...

Mark: Ya sé, sí. Exquisito. (Pausa) La verdad es que ahora mismo estoy con el embajador de Indonesia, el presidente de Amnistía Internacional y el vicesecretario de Estado de Comercio e Industria.

Yo: Oh. Perdón. Estoy a punto de salir hacia Leicestershire. Quería decírtelo por si me pasa algo.

Mark: ¿Por si te pasa...? ¿Qué?

Yo: Quiero decir por si me... retraso. (Concluí sin convicción.)

Mark: Vale. Bueno, ¿y por qué no me llamas y me das un tiempo estimado de llegada cuando hayas acabado? Será estupendo. Ahora te dejo; adiós.

Mmm. Creo que no tendría que haber hecho esto. Lo dice bien claro en
Cómo amar a tu hombre separado sin perder la cabeza:
si hay algo que no les gusta es que les llamen sin ninguna razón concreta cuando están ocupados.

7 p.m. De regreso al apartamento. El resto del día ha sido una pesadilla. Después de desafiar al tráfico y de un viaje pasado por agua, me encontré en un Leicestershire barrido por la lluvia, llamando a la puerta de una gran mansión rodeada de remolques para caballerías, con sólo treinta minutos de tiempo antes de la conexión. De repente, la puerta se abrió de golpe y allí estaba un hombre alto con pantalones de pana y un suéter muy holgado bastante sexy.

—Mmm —dijo él, mirándome de arriba abajo—. Maldita sea, será mejor que entres. Tus chicos están fuera, en la parte de atrás. ¿Dónde demonios te habías metido?

—He tenido que dejar inesperadamente un tema de alta política —dije en tono repipi, mientras él me conducía hasta una cocina enorme llena de perros y arneses. De repente se volvió y me miró furiosamente, luego dio un golpe a la mesa.

—Se supone que éste es un país libre. Pero, joder, ¿adonde cono iremos a parar cuando ya empiezan a decirnos que ni siquiera podemos ir de caza los domingos? ¡Baaah!

—Bueno, lo mismo podría usted decir de la gente que tiene esclavos, ¿no? —murmuré—. O de cortarles las orejas a los gatos. A mí no me parece demasiado caballeroso, un montón de personas y perros corriendo tras una pobre criatura asustada sólo por diversión.

—¿Alguna jodida vez has visto lo que un zorro puede hacerle a una gallina? —gritó sir Hugo con el rostro congestionado—. Si no los cazamos, invadirán el campo.

—Pues entonces dispárenles —dije lanzándole una mirada asesina—. Por humanidad. Y los domingos pueden cazar alguna otra cosa, como en las carreras de galgos. Se ata a un cable un animalito peludo impregnado de olor a zorro.

—¿Dispararles? ¿Has intentado alguna vez disparar a un maldito zorro? Tendrías a sus zorritos asustados y heridos agonizando por todas partes. Animalito peludo. ¡Grrr!

De repente cogió el teléfono y marcó un número.

—¡Finch, eres un completo gilipollas! —gritó—. Pero ¿qué me has enviado... una jodida rejilla? Si crees que el próximo domingo vas a abrir la emisión con la cacería de Quorn...

En ese momento el cámara asomó la cabeza por la puerta y dijo, malhumorado:

—Oh, estás aquí, ¿eh? —Consultó el reloj y añadió—: No te sientas obligada a hacérnoslo saber ni nada.

—Finch quiere hablar contigo —dijo sir Hugo.

Veinte minutos más tarde, so pena de ser despedida, estaba encima de un caballo, lista para entrar en antena trotando y entrevistar al muy honorable tirano, también a caballo.

—Vale, Bridget, te damos la entrada en quince, adelante, adelante, adelante —gritó Richard Finch en mi auricular hablando desde Londres, y al oírlo apreté las rodillas contra el caballo como me habían dicho que hiciera. Pero, desgraciadamente, el caballo no se movió.

—¡Adelante, adelante, adelante, adelante! —gritaba Richard—. Joder, creí haberte oído decir que sabías montar.

—Yo sólo dije que sería capaz de sentarme encima —protesté, mientras golpeaba frenéticamente con las rodillas.

—Vale, Leicester, plano fijo de sir Hugo hasta que la jodida Bridget lo consiga, cinco, cuatro, tres, dos... adelante.

Aprovechando la situación, el Honorable Rostro-púrpura se puso a largar una vociferante proclama en favor de la caza mientras yo clavaba frenéticamente los tacones en el caballo, que se encabritó y entró lateralmente en imagen a medio galope conmigo colgada del cuello.

—¡Oh joder, cortad, cortad! —chilló Richard.

—Bueno, no tenemos tiempo para más. ¡Volvemos al estudio! —gorjeé mientras el caballo giraba en redondo de nuevo y avanzaba hacia el cámara.

Cuando los miembros del equipo se hubieron ido entre risitas y cachondeándose de mí, entré en la casa —humillada— para recoger mis cosas, y me tropecé con el Honorable Gigante Golpeamesas.

—¡Ja! —gruñó—. Pensé que ese semental podría enseñarte cómo son las cosas realmente. ¿Te apetece un Tudor?

—¿Un qué? —dije.

—Sí, María Tudor, la Sanguinaria: un
Bloody Mary.

Luchando contra la instintiva necesidad de beber un trago de vodka, me puse en pie.

—¿Me está diciendo que ha saboteado mi reportaje a propósito?

—Es posible —dijo, sonriendo satisfecho.

—Eso es absolutamente vergonzoso —le dije—. Y nada digno de un miembro de la aristocracia.

—¡Ja! Carácter. Eso es lo que me gusta en una mujer —dijo con voz ronca, y entonces se abalanzó sobre mí.

—¡Apártese! —le dije, esquivándole. Lo digo en serio.

¿En qué estaba pensando aquel tío? Soy una profesional, no una mujer a la que se le pueda echar un tiento por las buenas. En ningún sentido. Aunque, de hecho, eso no hace más que demostrar lo mucho que les gusta intentarlo a los hombres si creen que no andas tras ellos. Debo recordarlo para una ocasión más provechosa.

Acabo de llegar, después de haberme arrastrado por el Hiper Tesco Metro y subir las escaleras tambaleándome con ocho bolsas de la compra. Estoy muy cansada. Mmm. ¿Cómo es que siempre soy yo quien va al supermercado? Es como tener que ser una mujer con carrera y esposa al mismo tiempo. Es como vivir en el decimoséptimo... ¡Oooh! La luz del contestador parpadea.

—Bridget... Richard Finch. Quiero verte en mi despacho mañana a las 9 en punto. Antes de la reunión. A las 9 a.m., no a las 9 p.m. Por la mañana. A la luz del día. De verdad que ya no sé cómo decírtelo. Sencillamente, cono, asegúrate de estar allí a la hora.

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