Bridget Jones: Sobreviviré (4 page)

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Authors: Helen Fielding

Tags: #Novela

BOOK: Bridget Jones: Sobreviviré
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—Vale —dije—, vale —y empecé a preparar el té, a la vista de lo cual Gary se sentó a la mesa de la cocina y encendió un cigarrillo. Sin embargo, por desgracia, cuando llegó el momento de servir el té me di cuenta de que no tenía ni leche ni azúcar.

Me miró con incredulidad, contemplando la colección de botellas de vino vacías.

—¿Ni leche ni azúcar?

—Ejem, me acabo de quedar sin leche y, de hecho, no conozco a nadie que tome el té con azúcar... aunque, por supuesto, es muy bueno... ejem... tomar azúcar —dije con voz cada vez más débil—. Me acercaré en un momento a la tienda.

Cuando volví, por alguna razón pensaba que quizá él habría sacado ya sus herramientas de la furgoneta, pero seguía allí sentado, y empezó a contarme una larga y complicada historia acerca de la pesca de la carpa en un embalse cerca de Hendon. Era como una de esas comidas de negocios en las que todo el mundo habla durante tanto tiempo de cosas que nada tienen que ver con el tema, que al final resulta demasiado embarazoso destruir la magia de una ocasión tan deliciosa y puramente social, con lo que uno nunca llega realmente al quid de la cuestión.

Finalmente interrumpí la incomprensible y surrealista anécdota de pesca diciendo:

—¡Bien! ¿Te enseño lo que quiero que hagas? —y al instante me di cuenta de que había metido estúpidamente la pata y le había herido al sugerir que no estaba interesada en Gary como persona sino meramente como trabajador, así que tuve que retomar la anécdota de la pesca para enmendar el daño causado.

9.15 a.m. Oficina. He llegado corriendo al trabajo, histérica porque llegaba cinco minutos tarde, para encontrarme con que el maldito Richard Finch no estaba por ninguna parte. De hecho, mejor, así tendré tiempo para planear mejor mi defensa. Lo raro es que... ¡la oficina está completamente vacía! O sea que está claro que la mayoría de los días, cuando me entra el pánico por llegar tarde y pienso que todos los demás ya están aquí leyendo los periódicos, ellos también llegan tarde, aunque no tan tarde como yo.

Vale, voy a escribir los puntos clave para la reunión. Tenerlo claro en la cabeza, como dice Mark.

—Richard, comprometer mi integridad periodística al...

—Richard, como sabes, me tomo mi profesión como periodista de televisión muy en serio...

—Anda y que te jodan, maldito gordo...

No, no. Como dice Mark, piensa qué es lo que quieres tú y lo que quiere él, y además mantén una mentalidad ganadora como dicen
Los siete hábitos de la gente altamente efectiva.
¡Aaaaaah!

11.15 a.m. Allí estaba Richard Finch, vestido con un apretado traje frambuesa de Galiano con forro verde mar, entrando al galope en la oficina como si fuese montado a caballo.

—¡Bridget! Muy bien. Eres una mierda pero te has librado. A los de arriba les ha encantado. Encantado. Encantado. Tenemos una propuesta. Estoy pensando en una conejita, estoy pensando en una gladiadora, estoy pensando en una diputada solicitando votos. Estoy pensando en una mezcla entre Chris Serle, Jerry Springer, Anneka Rice, Zoé Ball y Mike Smith del
Último,
del
Último show del desayuno.

—¿Qué? —dije indignada.

Resultó que habían tramado un plan degradante según el cual yo tenía que probar cada semana una profesión diferente y joderla, fastidiarla vestida con el uniforme correspondiente a cada profesión. Naturalmente, le dije que yo era una periodista seria y profesional y que no pensaba considerar siquiera la idea de prostituirme de tal forma, con lo cual él se puso de un mal humor terrible y dijo que reconsideraría el valor que yo tenía para el programa, si es que tenía alguno.

8 p.m. He tenido un día completamente estúpido en el trabajo. Richard Finch ha intentando ordenarme que apareciera en el programa con unos
shorts
diminutos junto a una ampliación de Fergie vestida de
sport.
Intenté adoptar una mentalidad muy ganadora al respecto, y estaba diciendo que me sentía halagada pero que en mi opinión les iría mejor una modelo de verdad, cuando el dios-del-sexo Matt, de diseño gráfico, entró llevando la ampliación y dijo:

—¿Quieres que coloquemos una muslera alrededor de la celulitis?

—Sí, sí, siempre y cuando puedas hacer lo mismo con Fergie —dijo Richard Finch.

Aquello era el colmo. Aquello ya era demasiado. Le dije a Richard que las condiciones de mi contrato no estipulaban en absoluto que tuviera que ser humillada en pantalla y que de ninguna manera pensaba hacerlo.

Cuando llegué a casa, tarde y cansada, me encontré con que Gary el Chapuzas todavía estaba allí y se había apoderado por completo del lugar: tostadas quemadas en la tostadora, platos por lavar y ejemplares de
El correo del pescador y
de
El pescador de agua dulce
por todo el piso.

—¿Qué te parece? —dijo Gary señalando orgulloso su obra.

—¡Están genial! ¡Están genial! —dije efusivamente, sintiendo cómo la boca se me torcía en un curioso rictus—. Sólo un detalle. ¿Crees que podrías hacerlo de forma que los soportes quedasen alineados entre sí?

Las estanterías, de hecho, estaban colocadas de una forma demencialmente asimétrica, con soportes aquí y allá, a diferentes alturas.

—Sí, bueno, verás, el problema es el cable de la electricidad, porque si agujereo la pared aquí provocaré un cortocircuito —empezó a decir Gary, momento en el que sonó el teléfono.

—¿Hola?

—Hola, ¿es el puesto de mando de las citas? —Era Mark llamando desde el móvil.

—Lo único que podría hacer es sacarlos y colocar remaches en los agujeros del taladro —farfulló Gary.

—¿Tienes a alguien ahí? —dijo Mark entre el ruido del tráfico y los chasquidos de las interferencias.

—No, sólo es el... —estaba a punto de decir chapuzas pero no quise ofender a Gary, así que rectifiqué y dije—: Gary, un amigo de Magda.

—¿ Qué está haciendo ahí?

—Claro que necesitarías nuevos materiales —prosiguió Gary.

—Escucha, estoy en el coche. ¿ Quieres venir a cenar esta noche con Giles?

—Había quedado con las chicas.

—Oh, Dios. Supongo que seré descuartizado, diseccionado y analizado a fondo.

—No, no lo serás...

—Espera. Estoy pasando por debajo del Westway —chasquido, chasquido, chasquido—. El otro día conocí a tu amiga Rebecca. Parecía muy simpática.

—No sabía que conocieses a Rebecca —dije, respirando muy deprisa.

Rebecca no es exactamente una amiga, excepto porque siempre aparece por el 192 y se junta conmigo, Jude y Shaz. Pero la cuestión con Rebecca es que es una medusa. Puedes mantener con ella una conversación aparentemente agradable y amistosa y entonces, de repente, sientes una picadura y no sabes de dónde procede. Si estás hablando de téjanos te dirá: «Sí, bueno, si tienes pistoleras, te sentaría mejor algo realmente bien cortado, como unos Dolce & Gabbana» —cuando ella misma tiene unos muslos que parecen de una cría de jirafa— y entonces, como si nada hubiese ocurrido, pasa suavemente a los chinos de DKNY.

—¿Bridge, sigues ahí?

—¿Dónde... dónde viste a Rebecca? —dije con una voz muy aguda y ahogada.

—Estaba en la fiesta de Barky Thompson de anoche y se presentó a sí misma.

—¿Anoche?

—Sí, pasé por allí camino de vuelta porque tú llegabas tarde.

—¿De qué hablasteis? —dije, consciente de que Gary, con un cigarrillo colgando de la boca, me estaba sonriendo.

—Oh. Ya sabes, me preguntó por mi trabajo y me habló bien de ti —dijo Mark sin darle importancia.

—¿Qué te dijo? —siseé.

—Dijo que eras un espíritu libre... —La línea se cortó un instante.

¿Espíritu libre? Espíritu libre en el idioma de Rebecca equivale a decir: «Bridget se acuesta con cualquiera y toma drogas alucinógenas.»

—Supongo que podría colocar una viga de acero y suspenderlas —prosiguió Gary, como si no existiera ninguna conversación telefónica.

—Bueno. Será mejor que te deje, supongo, si tienes a alguien ahí—dijo Mark—. Que lo pases bien. ¿Te llamo más tarde?

—Sí, sí, ya hablaremos más tarde.

Atolondrada, colgué el teléfono.

—¿Va detrás de otra persona? —dijo Gary en un extraño y extremadamente inoportuno momento de lucidez.

Le miré ferozmente.

—¿Qué hay de esas estanterías...?

—Bueno, si las quieres todas alineadas tendré que mover los cables, y eso significa levantar el yeso, a no ser que metamos un aglomerado de 3 por 4. En fin... si me hubieses dicho que las querías simétricas habría sabido a qué atenerme, ¿no te parece? Supongo que también podría hacerlo ahora —echó un vistazo por la cocina—. ¿Tienes algo de comida?

—Están bien, absolutamente perfectos tal como están —dije atropelladamente.

—Si quieres prepararme un bol de esa pasta, yo...

Acabo de pagarle 120 libras a Gary por unas estanterías demenciales para que se fuera de casa. Oh, Dios, llego tardísimo. Joder, joder, otra vez el teléfono.

9.05 p.m. Era papá... extraño porque normalmente deja a cargo de mamá las comunicaciones telefónicas.

—Sólo llamaba para saber cómo estás —sonaba muy extraño.

—Bien —dije preocupada—. ¿Cómo estás tú?

—Estupendo, estupendo. Muy ocupado en el jardín, ya sabes, muy ocupado aunque, claro está, no hay demasiado que hacer ahí fuera en invierno... Y bien, ¿cómo va todo?

—Bien —dije—. ¿Y a ti te va todo bien?

—Oh, sí, sí, perfectamente. Mmm... ¿Y el trabajo? ¿Qué tal el trabajo?

—El trabajo va bien. Bueno, es decir, obviamente, un desastre. Pero ¿estás bien?

—¿Yo? Oh sí, muy bien. Pronto empezarán a brotar y brotar las campanillas de invierno, reventando y asomando por todas partes. Y a ti todo te va bien, ¿verdad?

—Sí, bien. ¿Cómo te van las cosas a ti?

Tras varios minutos de ese impenetrable círculo vicioso conversacional hice un progreso:

—¿Cómo está mamá?

—Ah. Bueno, ella, ella se ha...

Hubo una pausa larga y angustiosa.

—Se va a Kenia. Con Una.

Lo peor era que el asunto con Julio, el operador turístico portugués, había empezado la última vez que se había ido de vacaciones con Una.

—¿Tú también vas?

—No, no —baladroneó papá—. No tengo ningunas ganas de ir a coger un cáncer de piel en algún espantoso enclave, bebiendo pina colada y viendo cómo las bailarinas tribales en
topless
se prostituyen con lascivos tipos malhumorados frente al bufé del desayuno del día siguiente.

—¿Ella te lo ha pedido?

—Ah. Bueno. Pues mira, no. Tu madre argumentaría que es una persona que está en su derecho, que nuestro dinero es su dinero, y que debería poder explorar libremente el mundo y su propia personalidad como se le antoje.

—Bueno, supongo que mientras se limite a esas dos cosas... —dije—. Ella te quiere, papá. Ya lo viste —casi dije «la última vez», pero cambié a tiempo y dije—: en Navidad. Sólo necesita un poco de emoción.

—Lo sé, Bridget, pero hay algo más. Algo bastante espantoso. ¿Puedes esperar un segundo?

Miré el reloj. Ya hubiera tenido que estar en el 192, y todavía no había podido decirles a Jude y a Shaz que Magda iba a venir. Quiero decir que, incluso en las mejores circunstancias, es delicado intentar mezclar amigos pertenecientes a ambos lados de la línea divisoria que marca el matrimonio, pero Magda acaba de tener un hijo. Y yo temía que eso no fuese precisamente lo más adecuado para la buena disposición de Jude.

—Perdona: estaba cerrando la puerta —papá estaba de vuelta—. Bueno —prosiguió en tono conspirador—. Hoy, por casualidad, he oído a tu madre hablando por teléfono. Creo que con el hotel de Kenia. Y dijo, dijo...

—Está bien, está bien. ¿Qué dijo?

—Dijo: «No queremos gemelos y tampoco queremos nada por debajo de un metro cincuenta. Vamos hasta ahí para pasarlo bien.»

Dios santo.

—Quiero decir —el pobre papá estaba casi sollozando—, ¿realmente tengo que mantenerme al margen y permitir que mi mujer contrate a un gigoló al llegar?

Por un instante me quedé perpleja. Aconsejar al padre de una
acerca,
de los presuntos hábitos de contratación de gigolós de la madre de una es un tema que nunca he visto tratado en ninguno de mis libros.

Al final opté por intentar ayudar a papá a aumentar su propia autoestima, al tiempo que le sugería un período de sereno distanciamiento antes de discutir las cosas con mamá por la mañana: consejo que, me daba cuenta, yo hubiera sido absolutamente incapaz de seguir.

A aquellas alturas yo ya llegaba más que tarde. Le expliqué a papá que Jude estaba teniendo una pequeña crisis.

—¡Ve, ve! Ahora que estás a tiempo. No te preocupes —dijo en un tono falsamente alegre—. Será mejor que salga al jardín mientras no llueve —su voz sonaba extraña y apagada.

—Papá —le dije—, son las 9 de la noche. Estamos en pleno invierno.

—Ah, vale —dijo—. Estupendo. Entonces será mejor que me tome un whisky.

Espero que esté bien.

miércoles 29 de enero

59,5 Kg. (¡aaah! Pero posiblemente causado por la bolsa de vino que llevo dentro), 1 cigarrillo (muy bien), 1 empleo, 1 piso, 1 novio (buen trabajo continuado).

5 a.m. Nunca, jamás, mientras viva, voy a volver a beber.

5.15 a.m. No dejo de recordar fragmentos de la noche que me inquietan.

Tras una precipitada carrera bajo una intensa lluvia, llegué jadeante al
192 y
vi que Magda no había llegado todavía, gracias a Dios; Jude ya estaba en un estado de considerable agitación, permitiendo que sus pensamientos sufriesen el Efecto Bola de Nieve, extrapolando grandes desastres de pequeños incidentes como se nos advierte específicamente que hay que evitar en
No SUDES por pequeñeces.

—Nunca voy a tener hijos —repetía monótonamente, con la mirada fija en el vacío ante ella—. Soy una mujer usada. Ese tío decía que las mujeres de más de treinta años sólo son ovarios palpitantes con piernas.

—¡Oh, por amor de Dios! —bufó Shaz mientras cogía el Chardonnay—. ¿No has leído
Contragolpe!
Ese sólo es un gacetillero sin moral que recicla las palizas a mujeres y la propaganda antifeminista de la Inglaterra media para mantener a las mujeres como
esclavas.
Espero que se quede calvo prematuramente.

—Pero ¿qué posibilidades tengo de conocer a alguien nuevo ahora, y además tener tiempo para establecer una relación y para persuadirle de que quiere tener un hijo? Porque nunca lo reconocen antes de tenerlo.

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