Bridget Jones: Sobreviviré (36 page)

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Authors: Helen Fielding

Tags: #Novela

BOOK: Bridget Jones: Sobreviviré
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por más chaquetas negras que nunca y, de todas formas, no puedo comprarme ninguna.

Quizá me equivoque totalmente de
look.
Quizá debiera empezar a llevar prendas de teatro infantil de colores chillones, como Zandra Rhodes o Su Pollard. O quizá debería tener un armario diminuto y comprar sólo tres piezas con mucha clase y no llevar otra cosa. (Pero ¿y si se manchan o vomito encima de ellas?).

Vale. Calma, calma. Esto es lo que necesito comprar:

Chaqueta negra de nailon (sólo una).

Torniquete. ¿O es Torquete o Torno? Como sea, una cosa para llevar alrededor del cuello.

Pantalones marrones de «tipo bucanero» (según lo que resulte ser al final eso de «bucanero»).

Traje marrón para el trabajo (o similar).

Zapatos.

La visita a la zapatería fue una pesadilla. Estaba en Office probándome unos zapatos marrones de tacón alto y con la punta cuadrada estilo años setenta, cuando experimenté una acentuada sensación de
deja vu
que me hizo recordar aquellos tiempos de vuelta al colegio, cuando iba a comprar zapatos nuevos y me peleaba con la condenada mamá porque teníamos ideas diferentes de cómo tenían que ser. Entonces, de repente, caí en la cuenta de algo horrible: no era una extraña sensación de
deja vu:
aquellos eran exactamente los mismos zapatos que tuve en sexto curso comprados en Freeman Hardy Willis.

De repente me sentí como una inocentona, una prima engañada por los diseñadores de moda que no pueden molestarse en pensar en cosas nuevas. Peor aún, ahora soy tan vieja que la joven generación que compra moda ya no recuerda las cosas que se llevaban cuando

yo era una adolescente. Finalmente comprendo el momento en el que las mujeres empiezan a comprar conjuntos en Jaeger: cuando no quieren que la moda de la calle les recuerde su juventud perdida. Y ahora yo he llegado a dicho momento. Voy a dejarme de Kookai, Agnés B, Whistles, etc. y a optar por Country Casuals y por la espiritualidad. Además, resulta más barato. Me voy a casa.

9 p.m. Mi apartamento. Me siento muy extraña y vacía. Está muy bien pensar que todo será diferente a tu regreso, pero al final todo resulta estar igual. Supongo que soy yo quien tiene que hacer que sea distinto. Pero ¿qué voy a hacer con mi vida?

Ya sé. Voy a comer un poco de queso.

La cuestión es, como se dice en
Budismo: el drama del monje adinerado,
que el entorno y los sucesos que te rodean son creados por tu ser interior. Así que no es de extrañar que todas estas cosas malas —Tailandia, Daniel, Rebecca, etc.— hayan ocurrido. Debo empezar a tener una epifanía espiritual y más elegancia interior, y entonces empezaré a atraer sucesos más pacíficos y gente más amable, cariñosa y equilibrada. Como Mark Darcy.

Mark Darcy —cuando regrese— verá a la nueva yo, tranquila y centrada, atrayendo paz y orden a mi alrededor.

viernes 5 de septiembre

53,8 Kg., O cigarrillos (triunfo), número de segundos desde la última vez que practiqué el sexo: 14.774.400 (desastre), (tengo que tratar a esos dos impostores, como dice Kipling, por igual).

8.15 a.m. Vale. En pie pronto y animada. Mira, esto es importante: ganarle al día por la mano.

8.20 a.m. Ohhh, ha llegado un paquete para mí. ¡Quizá sea un regalo!

8.30 a.m. Mmm. Es una caja de regalo con papel de rosas. ¡Quizá sea de Mark Darcy! Quizá ya haya regresado.

8.40 a.m. Es un precioso y minúsculo bolígrafo dorado, truncado y con mi nombre grabado. ¡Quizá de Tiffany's! Con la punta roja. Tal vez sea un pintalabios.

8.45 a.m. Esto es muy raro. No hay ninguna nota. Quizá se trate de un pintalabios promocional de alguna empresa de relaciones públicas.

8.50 a.m. Pero no es un pintalabios porque es sólido. Quizá sea un bolígrafo. ¡Con mi nombre grabado! Quizá sea una invitación a una fiesta de alguna progresista firma de relaciones públicas; ¡quizá el lanzamiento de una nueva revista llamada
Lipstick!,
¡quizá un producto de Tina Brown!; y la invitación a la espléndida fiesta seguro que no tardará en llegar.

Sí, ya lo ves. Creo que voy a ir a Coins a tomarme un
cappuccino.
Aunque, obviamente, sin cruasán de chocolate.

9 a.m. Ahora estoy en el café. Mmm. Encantada con el regalito, aunque tampoco estoy segura de que sea un bolígrafo. O por lo menos, si lo es, funciona de alguna manera realmente complicada.

Más tarde. Oh Dios mío. Me acababa de sentar a tomar un
cappuccino y
un cruasán de chocolate cuando

entró Mark Darcy, como si tal cosa, como si no hubiese estado fuera: trajeado para ir al trabajo, recién afeitado, un pequeño corte en la barbilla cubierto con papel higiénico, típico en él todas las mañanas. Se digirió al mostrador de comida para llevar, dejó su maletín en el suelo y miró alrededor como si estuviese buscando algo o a alguien. Me vio. Hubo un largo momento durante el cual su mirada se suavizó (aunque, obviamente, sus ojos no se anegaron de dulce sentimentalismo). Se dio la vuelta y cogió su
cappuccino.
Yo rápidamente simulé estar más tranquila y centrada. Entonces él vino hacia mi mesa, con un porte mucho más formal. Sentí el impulso de rodearle con mis brazos.

—Hola —dijo con brusquedad—. ¿Qué tienes ahí? —añadió señalando el regalo.

Apenas capaz de hablar debido al amor y la felicidad, le entregué la caja.

—No sé qué es. Creo que podría ser un bolígrafo.

Sacó el minúsculo bolígrafo de la caja, lo hizo girar entre sus dedos, lo volvió a dejar en la caja como un relámpago y dijo:

—Bridget, esto no es ningún bolígrafo promocional, es una jodida bala.

Todavía más tarde. OhDiosmíodemialma. No había tiempo para hablar de Tailandia, Rebecca, el amor, nada.

Mark cogió una servilleta, recogió con ella la tapa de la caja y la volvió a colocar.

—«Si puedes mantener la cabeza cuando todos a tu alrededor...» —susurré para mí.

—¿Qué?

—Nada.

—Quédate aquí. No la toques. Es una bala que no ha sido utilizada —dijo Mark.

Salió a la calle y miró arriba y abajo como un detective de la televisión. Es interesante cómo todo lo relacionado con la policía en la vida real recuerda a lo que una ha visto en la televisión, en cierto modo de la misma forma en que las pintorescas escenas de vacaciones recuerdan a las postales o...

Ya estaba de vuelta.

—¿Bridget? ¿Has pagado? ¿Qué haces? Vamos.

—¿Adonde?

—A la comisaría de policía.

En el coche empecé a hablar atropelladamente, agradeciéndole todo lo que había hecho y diciéndole lo mucho que me había ayudado el poema en la cárcel.

—¿Poema? ¿Qué poema? —dijo girando por Kensington Park Road.

—El poema «If» —ya sabes— «forzar tu corazón, y tu valor y...». Oh Dios, siento muchísimo que tuvieses que ir hasta Dubai, te estoy tan agradecida, yo...

Se detuvo en el semáforo y me miró.

—No hay de qué —dijo con ternura—. Y ahora, ¿quieres callarte de una vez? Has sufrido un gran
shock.
Necesitas tranquilizarte.

Mmm. La cuestión es que se suponía que tenía que ver lo tranquila y centrada que yo estaba, y no decirme precisamente que me tranquilizase. Intenté tranquilizarme, pero resultaba muy difícil cuando lo único que era capaz de pensar era: alguien quiere matarme.

Cuando llegamos a la comisaría de policía era ligeramente menos parecido a un drama de la televisión porque todo estaba en mal estado y sucio y nadie parecía tener el más mínimo interés en nosotros. El agente de policía del mostrador intentó hacernos esperar en la sala de espera, pero Mark insistió en que nos llevasen al piso de arriba. Acabamos sentados en una oficina grande y sombría en la que no había nadie.

Mark me hizo explicarle todo lo que había ocurrido en Tailandia, me preguntó si Jed había mencionado a alguien a quien conociera en el Reino Unido, si el paquete había llegado con el correo normal, si desde mi regreso había visto a alguien extraño merodeando por ahí.

Me sentí un poco estúpida al contarle lo mucho que habíamos confiado en Jed, y pensé que me iba a echar un rapapolvo, pero él estuvo muy dulce.

—De lo peor que os podrían acusar a ti y a Shaz es de una estupidez pasmosa —dijo—. He oído que lo llevaste muy bien en la cárcel.

A pesar de que se estaba mostrando dulce, no estaba siendo... Bueno, todo parecía muy formal, y no que él quisiese volver conmigo ni hablar de nada sentimental.

—¿No crees que será mejor que llames al trabajo? —dijo consultando el reloj.

Me llevé la mano a la boca. Intenté decirme a mí misma que ya no podía importar si seguía teniendo trabajo o no si estaba muerta, pero ¡ya eran las diez y veinte!

—No te pongas como si acabases de comerte accidentalmente a un niño —dijo Mark riendo—. Por una vez tienes una excusa decente para tus retrasos patológicos.

Cogí el teléfono y marqué el número de la línea directa de Richard Finch. Contestó a la primera.

—Ohhh, eres Bridget, ¿verdad? ¿La Pequeña Miss Celibato? Hace dos días que ha vuelto y ya está haciendo novillos. Y bien, ¿dónde estás? De compras, ¿verdad?

«Si puedes confiar en ti mismo cuando todos los hombres dudan Je ti —pensé—. Si puedes...»

—Jugando con una vela, ¿no es así? ¡Chicas, sacad las velas! —Produjo un intenso ruido como de ventosa.

Me quedé horrorizada con la mirada fija en el telé fono. No era capaz de comprender si Richard Finch había sido siempre así y yo había cambiado, o si era él quien se estaba metiendo en una terrible espiral descendente provocada por las drogas.

—Pásamelo —dijo Mark.

—¡No! —dije volviendo a coger el teléfono y siseando—: Puedo ocuparme yo sólita de esto.

—Por supuesto que sí, cariño, sólo que ahora mismo no estás demasiado en tus cabales —murmuró Mark.

¡Cariño! ¡Me había llamado cariño!

—¿Bridget? Nos hemos vuelto a quedar dormidos, ¿verdad? ¿Dónde estás? —dijo Richard Finch riéndose satisfecho.

—En la comisaría de policía.

—Ohhh, ¿de vuelta a las andadas con la
rocacocaco-quicoca?
Genial. ¿Tienes algo para mí? —dijo entre risas.

—Me han amenazado de muerte.

—¡Ohhh! Ésta sí que es buena. Dentro de un minuto recibirás una amenaza de muerte mía. Jajajajá. La comisaría de policía, ¿eh? Eso sí que me gustaría. Que mi equipo estuviera formado por trabajadores buenos, respetables y no consumidores de drogas.

Aquello era el colmo. La gota que colmaba el vaso. Respiré profundamente.

—Richard —dije solemnemente—. Eso, mucho me temo que es como si la olla llamase a la sartén culo sucio. Con la excepción de que yo no tengo el culo sucio porque no me drogo. No como tú. Pero da igual, de todas formas no pienso volver. Adiós.

Y colgué el teléfono. ¡Ja! ¡Jajajajá! Casi enseguida recordé el saldo deudor. Y las setas alucinógenas. Claro que no se las puede llamar exactamente drogas porque son setas naturales.

Justo entonces apareció un policía, pasó a toda prisa y fingió no habernos visto.

—¡Oye! —dijo Mark golpeando la mesa con el puño—. Aquí tenemos a una chica con su nombre grabado en una bala que no ha sido utilizada. ¿Es mucho pedir un poco de movimiento?

El policía se detuvo y nos miró.

—Mañana es el
funeral
—dijo malhumorado—. Y tenemos una agresión con arma blanca en Kensal Rise. Quiero decir que... hay otras personas que
ya
han sido asesinadas. —Meneó la cabeza y salió contrariado.

Diez minutos más tarde, el detective que supuestamente se encargaba de nosotros apareció con un listado de ordenador.

—Hola. Soy el inspector Kirby —dijo sin mirarnos. Estuvo un rato examinando el listado y luego me miró enarcando las cejas.

—Supongo que eso es el expediente de Tailandia —dijo Mark mirando por encima del hombro del policía—. Ah, no, ya veo... aquel incidente en...

—Bueno, sí —dijo el detective.

—No, no, aquello era sólo un pedazo de filete —dijo Mark.

El policía miraba a Mark de una manera francamente rara.

—Mi madre me lo dejó en una bolsa de la compra —expliqué—, y estaba empezando a pudrirse.

—¿Ves? ¿Ahí? Y éste es el informe de Tailandia —dijo Mark mirando el formulario.

El detective tapó el formulario con el brazo para protegerlo, como si Mark estuviese intentando copiarle los deberes. Justo entonces sonó el teléfono. El inspector Kirby lo cogió.

—Sí. Quiero estar con un coche patrulla en Kensington High Street. Bueno, ¡en algún sitio cerca del Albert Hall! Cuando el cortejo salga. Quiero rendirle el último homenaje —dijo con voz de estar exasperado—. ¿Qué está haciendo ahí el jodido inspector Rogers? Vale, bueno, entonces en el palacio de Buckingham. ¿Qué?

—¿Qué decía el informe acerca de Jed? —susurré.

—Dijo que se llamaba «Jed», ¿eh? —se mofó Mark—. En realidad se llama Roger Dwight.

—Vale entonces, Hyde Park Corner. Pero lo quiero delante de la multitud. Perdonen —dijo el inspector Kirby mientras colgaba el teléfono, adoptando ese tipo de pose exageradamente eficiente con el que me identifico totalmente si pienso en las ocasiones en que yo llego tarde al trabajo—. Roger Dwight «Jed» —dijo el detective—. Todo apunta en esa dirección, ¿no es así?

—Me sorprendería mucho que él hubiese sido capaz de organizar algo por sí solo —dijo Mark—. No, estando bajo custodia árabe.

—Bueno, hay formas y medios.

Me enfureció la forma en que Mark estaba hablando con el policía, por encima de mi cabeza. Me sentí casi como una putilla o una medio retrasada.

—Perdón —dije irritada—. ¿Podría participar en esta conversación?

—Claro —dijo Mark—, siempre y cuando no hables de traseros o sartenes.

Vi cómo el detective nos miraba a mí y a Mark de hito en hito y con aire de no entender nada.

—Supongo que podría haberlo organizado para que alguna otra persona la enviase —dijo Mark girándose hacia el detective—, pero parece algo bastante improbable, incluso temerario, teniendo en cuenta que...

—Bueno, sí, en este tipo de casos... Disculpen. —El inspector Kirby cogió el teléfono—. Vale. Bueno, ¡diles a los de Harrow Road que
ya tienen
dos coches en camino! —dijo de mal humor—. No. Quiero ver el ataúd
antes
de que se celebren las exequias. Sí. Bueno, pues dile al inspector Rimmington que se vaya a la eme.

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