Un día extraño y en penumbra que me he pasado durmiendo, despertándome y volviéndome a dormir.
Me siento como de costumbre y entonces caigo en un profundo sueño, casi como cuando los aviones caen veinte metros sin razón aparente. No sé si todavía es el
jet-lag o
si sólo estoy intentando escapar de todo. Hoy Mark se ha tenido que ir a trabajar, a pesar de que es domingo, porque perdió todo el día del viernes. Shaz y Jude vinieron hacia las 4 con el vídeo
Orgullo y prejuicio,
pero no fui capaz de ver la escena del lago después de la debacle de Colin Firth, así que sólo charlamos y leímos revistas. Entonces Jude y Shaz empezaron a pasearse por la casa entre risillas. Me puse a dormir y cuando me desperté ya se habían ido. Mark llegó a casa hacia las 9 con la cena para los dos comprada en un sitio de comida para llevar. Yo tenía muchas esperanzas de que se produjera una reconciliación romántica, pero me estaba concentrando tanto en no darle la impresión de que quería acostarme con él, o de que quedarme en su casa se debía a algún otro motivo que no fuera un acuerdo legal con la policía de por medio, que acabamos comportándonos de forma estirada y formal, como doctor y paciente, habitantes de la casa de
Blue Peter
o algo similar.
Ojalá ahora entrase. Es muy frustrante estar tan cerca de él, querer tocarlo. Quizá debería decirle algo. Pero parece un problema demasiado complicado y que me da demasiado miedo, porque si le digo cómo me siento y él no quiere que volvamos a estar juntos, será tremendamente humillante, teniendo en cuenta que estamos viviendo juntos. Y es plena noche.
Oh Dios mío, sin embargo, quizá sí fue Mark quien lo hizo. Quizá entrará ahora en la habitación y me... bueno, me pegará un tiro, y entonces habrá sangre por toda la virginal habitación blanca como si de la sangre de una virgen se tratase, exceptuando, claro está, que yo no soy virgen. Sólo jodidamente célibe.
No tengo que pensar así. Por supuesto, él no lo
hizo. Como mínimo tengo el botón de alarma. Es terrible no poder dormir y tener a Mark en el piso de abajo, probablemente desnudo. Mmm. Mmm. Me gustaría poder ir abajo y, bueno, violarle. No he practicado el sexo en... cifra muy difícil.
¡Tal vez suba él! Oiré pasos en las escaleras, la puerta se abrirá lentamente y él se acercará y se sentará en la cama —¡desnudo!— y... Oh Dios, estoy tan frustrada.
Si pudiese ser como mamá y tener confianza en mí misma y no preocuparme por lo que piensen los demás... pero eso es muy difícil cuando sabes que alguien está pensando en ti. Que alguien está pensando cómo matarte.
lunes 8 de septiembre
55,6 Kg. (seria crisis), número de amenazadores de muerte capturados por la policía: O (no muy bueno), número de segundos desde la última vez que practiqué el sexo: 15.033.600 (crisis digna de un cataclismo).
1.30 p.m. Cocina de Mark Darcy. Acabo de comer un trozo enorme de queso sin razón alguna. Voy a comprobar las calorías.
Joder. 100 calorías por cada 25 gramos. El paquete es de 200 gramos y ya he comido un poco —quizá 50 gramos—, y queda un poco, así que me he comido 500 calorías en treinta segundos. Es increíble. Quizá tendría que provocarme el vómito, como muestra de respeto hacia la princesa Diana. ¡Aaah! ¿Por qué mi mente ha tenido una idea de tan mal gusto? En fin, será mejor que me coma todo el que queda como para dar carpetazo a este triste episodio.
Creo que me veré forzada a aceptar como verdad lo
que los doctores dicen de que las dietas no funcionan porque tu cuerpo simplemente cree que está pasando hambre y, en cuanto vuelve a ver algo de comida, engulle como una Fergie. Ahora me despierto cada mañana para encontrar la grasa en nuevos lugares extraños y horrorosos. No me sorprendería lo más mínimo encontrar la pizza hecha un pedazo de masa de grasa suspendida entre la oreja y el hombro o curvándose al lado de la rodilla, ondulándose ligeramente al viento como la oreja de un elefante.
Todo sigue confuso y por resolver con Mark. Esta mañana, cuando he bajado, él ya se había ido a trabajar (no es extraño, porque era la hora de la comida), pero me había dejado una nota donde decía que «estaba en mi casa» y que podía invitar a venir a quien quisiera. ¿Como quién? Todo el mundo está trabajando. Este sitio es tan silencioso... Tengo miedo.
1.45 p.m. Mira, todo va bien. Seguro. Soy consciente de que no tengo trabajo, ni dinero, ni novio, y un piso con un agujero al que no puedo ir, estoy viviendo de una forma extraña, platónica y en plan ama de llaves con el hombre al que amo en una nevera gigante y alguien quiere matarme pero está claro que eso es algo temporal.
2 p.m. Quiero estar con mi mamá.
2.15 p.m. He llamado a la policía y les he pedido que me lleven a Debenhams.
Más tarde. Mamá ha estado fantástica. Bueno, algo así. Al final.
Llegó diez minutos tarde vestida de color cereza, con el pelo resplandeciente y bien peinado y unas quince bolsas de John Lewis.
—Nunca lo adivinarás, cariño —me estaba diciendo cuando se sentó, dejando alucinados a los otros compradores con la cantidad de bolsas que llevaba.
—¿Qué? —dije con voz trémula agarrando la taza del café con las dos manos.
—Geoffrey le ha dicho a Una que es uno de esos «hornos», aunque en realidad no lo es, cariño, es un «bi»; de no ser así, nunca habrían tenido a Guy y a Alison. Bueno, pues Una dice que no le molesta lo más mínimo ahora que él se lo ha dicho. Gillian Robertson, en Saffron Waldhurst, estuvo casada con uno durante años y fue un matrimonio muy bueno. Aunque fíjate, al final tuvieron que dejarlo porque él se dedicaba a merodear por aquellas furgonetas de venta de hamburguesas en los aparcamientos, y la mujer de Norman Middleton murió... ya sabes, ¿la que fue presidenta del consejo de la escuela de chicos...? Así que al final, Gillian... Oh, Bridget, Bridget. ¿Cuál es el problema?
Cuando se dio cuenta de lo alterada que yo estaba, se volvió extrañamente amable, me llevó fuera de la cafetería dejando las bolsas con el camarero, sacó un amasijo de pañuelos de su bolso, me acompañó hasta la escalera trasera, hizo que nos sentásemos y me dijo que se lo explicase todo.
Por una vez en su vida me escuchó. Cuando acabé me rodeó con sus brazos como una madre y me dio un fuerte abrazo, sumergiéndome en la cálida nube de un Givenchy III extrañamente reconfortante.
—Has sido muy valiente, cariño —susurró—. Estoy orgullosa de ti.
Aquello estuvo tan bien... Al final ella se levantó y se sacudió el polvo de las manos.
—Ahora venga. Tenemos que pensar qué es lo siguiente que vamos a hacer. Yo hablaré con ese detective y le ajustaré las cuentas. Es ridículo que esa persona siga libre desde el viernes. Han tenido tiempo de sobra
para cogerlo. ¿Qué han estado haciendo? ¿Perder el tiempo? Oh, no te preocupes. Sé cómo tratar a la policía. Si quieres te puedes quedar con nosotros. Pero creo que deberías quedarte con Mark.
—Pero soy una inútil con los hombres.
—Tonterías, cariño. Sinceramente, no me extraña que las chicas no tengáis novios si vais por ahí haciendo ver que sois magníficas chicas prodigio que no necesitan a nadie aparte de James Bond, y luego llegáis a casa y os ponéis a desvariar diciendo que sois un desastre con los hombres. Oh, mira la hora que es. ¡Venga, llegamos tarde a la peluquería!
Diez minutos más tarde estaba sentada en una habitación blanca muy a lo Mark Darcy con un albornoz blanco y una toalla blanca en la cabeza rodeada por mamá, una gama de muestras de colores y alguien llamada Mary.
—Yo no sé —masculló mamá—. Deambulando sola y preocupándote por todas esas teorías. Pruébalo con Cereza Exprimida, Mary.
—No soy yo, es una tendencia social —dije indignada—. Las mujeres se quedan solteras porque pueden mantenerse y quieren hacer sus carreras y entonces, cuando se hacen mayores, todos los hombres creen que son Desesperadas Usadas con fechas de caducidad y quieren a alguien más joven.
—Sinceramente, cariño. ¡Fechas de caducidad! ¡Cualquiera pensaría que eres un bote de requesón pasado de fecha! Todas esas tonterías sin sentido sólo pasan en las películas, cariño.
—No, no es cierto.
—¡Baaah! Fecha de caducidad. Ellos tal vez finjan que quieren una de esas tías buenas, pero en realidad no es así. Quieren a una buena amiga. ¿ Qué hay del Roger como-se-llame que dejó a Audrey por su secretaria? Claro que ella era lerda. ¡Seis meses más tarde él ya le
estaba suplicando a Audrey que volviese y ella no quiso!
—Pero...
—Se llamaba Samantha. Más corta que las mangas de un chaleco. Y Jean Dawson, que estaba casada con Bill —¿conoces a los Dawson, los carniceros?—; después de que Bill muriese se casó con un chico con la mitad de años que ella, y él la quiere con verdadera devoción, muchísimo, y ya sabes que Bill no le dejó una gran fortuna, porque no se gana mucho dinero con la carne.
—Pero, si eres feminista no deberías necesitar...
—Eso es lo ridículo del feminismo, cariño. Cualquier persona con una pizca de cerebro sabe que nosotras somos la raza superior y que el único punto negro es...
—¡Madre!
— ... cuando creen que una vez se han retirado se pueden pasar el día tirados por ahí sin hacer ninguna tarea doméstica. Bueno, mira eso, Mary.
—Yo elegiría el coral —dijo Mary, malhumorada.
—Bueno, exacto —dije a través de un gran cuadrado color aguamarina—. No puede ser tener que ir a trabajar y luego hacer la compra si ellos no lo hacen.
—¡Yo no sé! Todas parecéis albergar esa estúpida idea de tener a Indiana Jones en casa llenando el lavavajillas. Hay que entrenarlos. ¡Al principio de nuestro matrimonio papá iba al Club de Bridge cada noche! ¡Cada noche! Y... solía fumar.
«Caray. Pobre papá», pensé mientras Mary sostenía una muestra de rosa pastel contra mi rostro y mamá colocaba una de púrpura delante.
—Los hombres no quieren que les manden —dije—. Quieren que tú seas inalcanzable para poder perseguirte y...
Mamá lanzó un gran suspiro.
—¿Qué sentido tuvo que papá y yo te lleváramos a la catequesis del domingo semana tras semana si no sabes qué pensar sobre las cosas? Simplemente te aferras a lo que crees que está bien y vuelves a Mark y...
—Pam, no funcionará. Ella es Invierno.
—Ella es Primavera o yo soy una lata de melocotón en almíbar. Te lo digo yo. Ahora vuelve a casa de Mark...
—Pero es horrible. Nos comportamos de forma educada y formal y yo parezco un trapo sucio...
—Bueno, eso lo estamos solucionando con el tinte, ¿no? Aunque en realidad no importa el aspecto que tengas, ¿verdad, Mary? Lo único que debes hacer es ser real.
—Es verdad —dijo Mary sonriendo alegremente. Mary, que tenía el tamaño de un acebo.
—¿Real? —dije.
—Oh, ya sabes, cariño, como el Conejo de Pana. ¡Te acuerdas! Era tu libro favorito y Una solía leértelo cuando papá y yo tuvimos problemas con aquel pozo séptico. Ahí está, mira eso.
—Pam, ¿sabes una cosa? Creo que tienes razón —dijo Mary maravillada—. Sí que es Primavera.
—¿No te lo había dicho?
—Bueno, lo hiciste Pam, ¡y ahí estaba yo tildándola de Invierno! Eso demuestra lo equivocada que estaba, ¿no?
>martes 9 de septiembre
2 a.m. En la cama, sola, todavía en casa de Mark
Darcy. Me siento como si ahora me pasase toda la vida en habitaciones completamente blancas. De regreso de Debenhams me perdí con el policía. Fue ridículo. Como le dije al detective, me enseñaron de niña que
cuando me perdiese tenía que preguntarle a un policía, pero por alguna razón no vio lo divertido de la situación. Cuando finalmente llegamos, entré en otro Síndrome del Sueño y me desperté hacia medianoche para encontrarme la casa a oscuras y la puerta del dormitorio de Mark cerrada.
Quizá vaya abajo, me prepare una taza de té y vea la televisión en la cocina. Pero ¿y si Mark está saliendo con alguien y la trae a casa y yo soy como la tía loca o la señora Rochester bebiendo té?
Sigo pensando en lo que me dijo mamá sobre ser real y lo del libro del Conejo de Pana (aunque, sinceramente, ya he tenido bastantes problemas con conejos en esta casa en concreto). Mi libro favorito, dice ella —del cual no recuerdo nada—, hablaba de que los niños tienen un juguete que les gusta más que los otros e incluso cuando su piel se ha gastado por el roce, y se ha deformado y le faltan trozos, los niños siguen pensando que es el juguete más maravilloso del mundo, y no pueden soportar estar apartados de él.
—Así es como funciona cuando la gente se quiere de verdad —susurró mamá en el ascensor de Debenhams cuando ya nos íbamos, como si estuviese confesando algún terrible y vergonzoso secreto—. Pero, la cuestión es, cariño, que eso no les pasa a los que son de porcelana, que se rompen si se caen al suelo, o los que están hechos de material sintético, que no dura. Tienes que ser valiente y dejar que la otra persona sepa quién eres y lo que sientes. —Entonces el ascensor se paró en «Artículos para el cuarto de baño»—. ¡Uuf! ¡Bueno, qué divertido! —gorjeó con un brusco cambio de tono en el momento en que tres señoras con
blazers
de colores chillones entraron apretujando sus cuerpos y sus noventa y dos bolsas contra nosotras—. Ya ves, yo sabía que tú eras Primavera.
Está muy bien que ella lo diga. Si yo le dijese a un
hombre lo que siento de verdad, éste huiría a toda prisa. Así es —cogiendo un ejemplo al azar— cómo me siento en este preciso instante:
1. Sola, cansada, asustada, triste, confusa y extremadamente frustrada sexualmente.
2. Fea, porque todo mi pelo ha tomado la forma de imaginativas crestas y remolinos y tengo el rostro hinchado a causa del cansancio.
3. Confusa y triste porque no tengo ni idea de si le sigo gustando a Mark o no, y tengo miedo de preguntárselo.
4. Muy enamorada de Mark.
5. Cansada de acostarme sola y de intentar afrontarlo todo sola.
6. Alarmada por la horrible idea de que no he practicado el sexo desde hace quince millones ciento veinte mil segundos.
Así que, en resumen, lo que realmente soy es una persona sola, fea, triste y desesperada por el sexo. Mmm: atractiva, provocativa. Oh, maldita sea, no sé qué hacer. Me encantaría tomarme una copa de vino. Creo que voy a bajar. En lugar de vino me tomaré un té. A no ser que haya alguna botella abierta. Quiero decir que, quizá me ayude realmente a dormir.