Bridget Jones: Sobreviviré (40 page)

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Authors: Helen Fielding

Tags: #Novela

BOOK: Bridget Jones: Sobreviviré
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Acompañó al inspector Kirby fuera y pude oír cómo le explicaba lo del puñetazo, y el inspector Kirby dijo que le mantuviese informado si había algún problema y todo eso de decidir si presentar o no cargos contra Gary.

Cuando Mark volvió a entrar yo estaba llorando.

De repente había empezado a llorar y luego, por alguna razón, ya no podía parar.

—Está bien —dijo Mark abrazándome con fuerza y acariciándome el pelo—. Se ha acabado. Está bien. Todo estará bien.

14
¿En la riqueza y en la pobreza?

sábado 6 de diciembre

11.15 a.m. Hotel Claridge's. ¡Aaah! ¡Aaah! ¡AAAAAAAAAH! La boda es dentro de cuarenta y cinco minutos y yo acabo de derramar esmalte de uñas Rouge Noir en la parte de delante de mi vestido, formando una mancha enorme.

¿Qué estoy haciendo? El concepto mismo de las bodas constituye una tortura enfermiza. Los invitados víctimas de la tortura (aunque, obviamente, no a la misma escala que los clientes de Amnistía Internacional) vestidos de punta en blanco con cosas que no llevarían normalmente, como medias blancas, teniendo que salir de la cama prácticamente la madrugada del sábado, recorriendo toda la casa gritando: «¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!», intentando encontrar viejos trozos de papel de envolver plateados, envolver regalos extraños e innecesarios como máquinas para hacer helados o para hacer pan (destinados a ser interminablemente reciclados entre los Petulantes Casados, porque ¿quién quiere llegar hecho polvo a casa por la noche y pasarse una hora metiendo ingredientes en una gigantesca máquina de plástico para, al despertarse a la mañana siguiente, poder consumir una enorme barra de pan camino del trabajo en lugar de comprar un cruasán de chocolate al tomarse el
cappuccino?),
luego conducir 600 kilómetros comiendo gominolas de la gasolinera, vomitar en el coche

y no ser capaz de encontrar la iglesia. ¡Mírame! ¿Por qué yo, Señor? ¿Por qué? Parece algo así como si me hubiese venido la regla al revés y me hubiese manchado el vestido.

11.20 a.m. Gracias a Dios. Shazzer acaba de volver a la habitación y hemos decidido que lo mejor es
recortar
el pedazo manchado por el esmalte porque el material es tan duro, brillante y pegajoso que no ha llegado al forro interior, que es del mismo color, y, así, puedo sostener el ramillete delante de éste.

Sí, seguro que eso irá bien. Nadie se dará cuenta. Quizá incluso piensen que forma parte del diseño. Como si todo el vestido formase parte de una pieza de encaje extremadamente grande.

Bien. Tranquila y confiada. Elegancia interior. La presencia del agujero en el vestido no es la cuestión más importante, que hoy tiene que ver con otras cosas. Afortunadamente. Seguro que todo estará tranquilo e irá bien. Anoche Shaz se pasó realmente. Espero que hoy pueda soportar la resaca.

Más tarde. ¡Caray! Llegué a la iglesia con sólo veinte minutos de retraso e inmediatamente empecé a buscar a Mark. Sólo con verle la nuca me di cuenta de que estaba tenso. Entonces el órgano empezó a sonar y él se dio la vuelta, me vio y, por desgracia, pareció a punto de echarse a reír. No podía culparle porque yo no es que fuese vestida como un sofá, pero sí como con un vestido abombado gigante.

Iniciamos la majestuosa marcha por el pasillo. Dios, Shaz tenía muy mala cara. Tenía aquel aire de intensa concentración para que nadie le notase la resaca. La marcha pareció durar una eternidad, con la cancioncita: Blaanca y radiaaante va la nooovia, etc.

O sea, ¿por qué?, ¿por qué?

—Bridget. El pie —siseó Shaz.

Bajé la mirada. El sujetador lila con piel de Agent Provocateur de Shazzer estaba enganchado al tacón de mi zapato forrado de satén. Consideré la posibilidad de dar una patada para desengancharlo, pero entonces el sujetador se habría quedado reveladoramente en el pasillo durante la ceremonia. En lugar de eso intenté sin éxito colocarlo debajo de mi vestido, provocando un breve interludio de pasos renqueantes dando torpes saltitos con nulos resultados. Fue un alivio cuando llegué al final y pude recoger el sujetador y colocarlo detrás del ramillete mientras sonaba la marcha nupcial. El Malvado Richard estaba estupendo, parecía muy seguro de sí mismo. Llevaba sólo un traje normal y corriente, bonito... no iba vestido con ningún demencial traje en plan chaqué, como si fuese uno de los extras de la película
Oliver
cantando «¿Quién me comprará esta maravillosa mañana?» y haciendo un baile con piruetas y brincos.

Por desgracia, Jude había cometido el —ya empezaba a ser evidente— crucial error de no excluir a los niños pequeños de la boda. Justo cuando empezó la ceremonia un bebé empezó a gritar al fondo de la iglesia. Era un llanto de primera, del tipo que al poco de empezar se detienen un momento para respirar como cuando se espera el trueno después del relámpago, y entonces le sigue un tremendo rugido. Me parece increíble lo de las modernas madres de clase media. Miré a mi alrededor para ver a aquella mujer zarandeando al niño arriba y abajo y parpadeando presumida a todo el mundo como diciendo «¡Brrrrr!». No pareció pasársele por la cabeza que podría estar bien llevar al niño fuera para que el público pudiese oír a Jude y al Malvado Richard unir sus almas como una sola para el resto de sus días. Vi una larga y brillante cabellera rubia ondulando al fondo de la iglesia: Rebecca. Llevaba un traje

gris pálido inmaculado y estiraba el cuello en dirección a Mark. A su lado estaba Giles Benwick con aspecto triste y llevando un regalo con un lazo.

—Richard Wilfred Albert Paul... —dijo el vicario con voz muy resonante. No tenía ni idea de que el Malvado Richard tuviese tantos Malvados nombres. ¿En qué estarían pensando sus padres?

— ... Para amarla, cuidarla...

Mmmm. Me encanta la ceremonia de la boda. Muy reconfortante.

— ... Consolarla y mantenerla...

Dumf. Una pelota de fútbol botó en el pasillo y golpeó la parte de atrás del vestido de Jude.

— ... En lo bueno y en lo malo...

Dos chiquillos con, lo juro, zapatos de claque, huyeron de los bancos de la iglesia en los que estaban sentados y corrieron detrás de la pelota.

— ... ¿Hasta que la muerte os separe?

Se oyó un ruido sordo y entonces los dos chicos empezaron a tener una incomprensible conversación que empezó con susurros y fue aumentando progresivamente de volumen mientras el bebé volvía a berrear.

Por encima del estrépito casi no pude oír al Malvado Richard decir «Sí quiero», aunque podría haber dicho perfectamente «No quiero», de no ser porque él y Jude se miraban de forma sensiblera y llenos de felicidad.

—Judith Caroline Jonquil...

¿Cómo es posible que sólo yo tenga dos nombres? ¿Acaso todo el mundo excepto yo tiene largas listas de nombres detrás del nombre?

— ... Tomas a Richard Wilfred Albert Paul...

Vi por el rabillo del ojo que el devocionario de Sharon empezaba a balancearse.

— ... Quie...

Ahora el libro de Shazzer se balanceaba ostensiblemente. Miré alrededor alarmada y justo entonces vi a Simón con chaqué correr hacia ella. Las piernas de Shazzer empezaron a doblarse como si estuviese haciendo una reverencia a cámara lenta y se desplomó en brazos de Simón.

— ... Para amarlo, cuidarlo...

Ahora Simón estaba arrastrando a Shazzer a escondidas hacia la sacristía, los pies de ella asomándole por debajo del abombado vestido lila como si se tratase de un cadáver.

— ... Honrarlo y obedecerlo...

¿Obedecer al Malvado Richard? Por un instante consideré la posibilidad de seguir a Shazzer hacia la sacristía para ver si estaba bien pero ¿qué pensaría Jude si ahora, en el momento en que más nos necesitaba, se diese la vuelta y viese que tanto Shazzer como yo nos habíamos largado?

— ... ¿Hasta que la muerte os separe?

Se oyeron una serie de golpes cuando Simón metió a Shazzer a pulso en la sacristía.

—Sí quiero.

La puerta de la sacristía se cerró de golpe tras ellos.

—Yo os declaro...

Los dos chiquillos aparecieron desde detrás de la pila y salieron corriendo por el pasillo. Dios, ahora el bebé estaba chillando de verdad.

El vicario se detuvo y se aclaró la garganta. Se dio la vuelta para ver que los niños daban patadas a la pelota contra los bancos. Establecí contacto visual con Mark. De repente él dejó su devocionario, salió del banco, cogió a cada uno de los niños bajo el brazo y se los llevó fuera de la iglesia.

—Yo os declaro marido y mujer.

Todos los presentes aplaudieron a rabiar y Jude y Richard sonrieron felices.

Tras firmar el registro el ambiente entre los menores de cinco años ya era positivamente festivo. Había, efectivamente, una fiesta infantil enfrente del altar, y volvimos a recorrer el pasillo detrás de una furiosa Magda que se llevaba fuera de la iglesia a una Constance, que no dejaba de gritar, diciéndole «Mami te va a pegar, te va a pegar, ella te va a pegar».

Al salir a la intemperie, en medio de una lluvia helada y fuertes vientos, oí a la madre de los chiquillos futbolistas diciéndole groseramente a un Mark desconcertado: «Pero si es maravilloso que los niños se comporten a sus anchas en una boda. Quiero decir que, ése es el sentido de la boda, ¿no es así?»

—No lo sé —dijo Mark alegremente—. No pude oír ni una jodida palabra.

Regresamos a Claridge's para encontrarnos con que los padres de Jude habían tirado la casa por la ventana y el salón de baile estaba adornado con algo así como serpentinas de bronce, adornos florales, pirámides cobrizas de fruta y querubines del tamaño de burros.

Al entrar todo lo que se podía oír era gente diciendo:

—Doscientos cincuenta de los grandes.

—Oh, venga. Como mínimo 300.000 libras.

—¿Estás de broma? ¿En Claridge's? Medio millón.

Vi a Rebecca mirando frenética alrededor del salón con una sonrisa clavada en el rostro, como un juguete con la cabeza en un palito. Giles la seguía nervioso, su mano por la cintura de ella.

Sir Ralph Russell, el padre de Jude, un altisonante «no os preocupéis, soy un hombre de negocios tremendamente rico y afortunado», le estaba dando la mano a Sharon en la fila.

—Ah, Sarah —bramó—. ¿Te encuentras mejor?

—Sharon —corrigió Jude, radiante.

—Oh sí, gracias —dijo Shaz llevándose la mano delicadamente al cuello. Ha sido el calor...

Casi me echo a reír, teniendo en cuenta que hacía tanto frío que todo el mundo llevaba ropa interior térmica.

—Shaz, ¿estás segura de que no fue lo arrimada que estuviste al Chardonnay? —dijo Mark, y ella le levantó un dedo riendo.

La madre de Jude sonrió fríamente. Estaba delgada corno un palo y llevaba un modelo de pesadilla, con incrustaciones, de Escada, con inexplicables abullonamientos alrededor de las caderas, seguramente para hacer ver que las tenía. (¡Oh, feliz engaño necesitarlas!)

—Giles, cariño, no te metas la cartera en el bolsillo del pantalón, hace que tus muslos parezcan grandes —dijo Rebecca de golpe.

—Ahora estás siendo codependiente, cariño —dijo Giles pasándole la mano por la cintura.

—¡No es cierto! —dijo Rebecca apartándole la mano de mal humor, para recuperar casi enseguida la sonrisa—. ¡Mark! —gritó. Le miró como si la multitud se hubiese apartado, el tiempo se hubiese detenido y la Glenn Miller Band estuviese a punto de tocar «It had to be you».

—Oh, hola —dijo Mark con indiferencia—. ¡Giles, muchachote! ¡Nunca pensé que te vería con chaleco!

—Hola, Bridget —dijo Giles, y me dio un sonoro beso—. Precioso vestido.

—De no ser por el agujero —dijo Rebecca.

Exasperada, aparté la mirada y vi a Magda a un extremo del salón con aspecto de estar angustiada, apartándose obsesivamente un inexistente mechón de pelo de la cara.

—Oh, esto es parte del diseño —estaba diciendo Mark, sonriendo orgulloso—. Es un símbolo de fertilidad
yurdish.

—Perdonadme —dije. Me acerqué a Mark y le susurré al oído—: Algo va mal con Magda.

Magda estaba tan preocupada que casi no podía hablar.

—Para, cariño, para —le estaba diciendo distraída a Constance, que intentaba meter un pirulí de chocolate en el bolsillo de su vestido color pistacho.

—¿Qué pasa?

—Esa... esa... bruja que tuvo el lío con Jeremy el año pasado. ¡Está aquí! Si él se atreve a hablar con ella...

—Eh, Constance. ¿Te ha gustado la boda? —era Mark, que le dio una copa de champán a Magda.

—¿Qué? —dijo Constance mirando a Mark con los ojos desorbitados.

—La boda. En la iglesia.

—¿La fiesta?

—Sí —dijo él riendo—, la fiesta en la iglesia.

—Bueno, mamá me sacó de allí —dijo mirándole como si fuese un imbécil.

—¡Jodida puta! —dijo Magda.

—Se suponía que tenía que ser una fiesta —dijo Constance misteriosamente.

—¿Puedes llevártela? —le susurré a Mark.

—Venga, Constance, vamos a buscar la pelota de fútbol.

Ante mi sorpresa, Constance le cogió de la mano y se fue muy contenta con él.

—Jodida puta. Voy a matarla, voy a...

Seguí la mirada de Magda hasta donde una joven vestida de rosa estaba manteniendo una animada charla con Jude. Era la misma chica con la que yo había visto a Jeremy el año anterior en un restaurante de Portobello, y también una noche a la salida del The Ivy, metiéndose en un taxi.

—¿Qué hace Jude invitándola? —dijo Magda furiosa.

—Bueno, ¿cómo quieres que Jude sepa de quién se trata? —dije observándolas—. Quizá trabajan juntas o algo así.

—¡Bodas! ¡Podéis quedároslas! Oh Dios, Bridge. —Magda empezó a llorar y buscó un pañuelo—. Lo siento.

Vi a Shaz dándose cuenta de la crisis y acercándose a nosotras a toda prisa.

—¡Venga, chicas, venga! —Jude, sin saber nada de lo que estaba ocurriendo, rodeada por los embelesados amigos de sus padres, estaba a punto de tirar el ramillete. Empezó a abrirse paso hacia nosotras, seguida por el séquito—. Allá vamos. Prepárate, Bridget.

Vi el ramillete volar por los aires hacia mí como a cámara lenta, lo cogí, vi el rostro cubierto de lágrimas de Magda y se lo pasé a Shazzer, que lo tiró al suelo.

—Damas y caballeros. —Un ridículo mayordomo con pantalones bombacho estaba golpeando un martillo con forma de querubín contra un atril de bronce adornado con flores—. Por favor, pónganse en pie y manténganse en silencio mientras el nuevo matrimonio se dirige hacia la mesa presidencial.

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