J. J. Benítez
había reparado hasta ese momento y que ha resultado, y resultará en el futuro, la «piedra angular» para una mejor comprensión de la formación de la materia y del propio universo.
Esa entidad elemental que fue bautizada con el nombre de
swivel
puso de manifiesto que todos los esfuerzos de la ciencia por detectar y clasificar nuevas partículas subatómicas no eran otra cosa que un estéril espejismo. La razón -minuciosamente comprobada por los hombres de la operación en la que trabajé- era tan sencilla como espectacular: un
swivel
tiene la propiedad de cambiar la posición u orientación de sus hipotéticos «ejes»
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transformándose así en un
swivel
diferente.
El descubrimiento dejó perplejos a los escasos iniciados, arrastrándolos irremediablemente a una visión muy diferente del espacio, de la configuración íntima de la materia y del tradicional concepto del tiempo.
El espacio, por ejemplo, no podía ser considerado ya como un «continuo escalar» en todas direcciones. El descubrimiento del
swivel
echaba por tierra las tradicionales abstracciones del
«punto», «plano» y «recta». Estos no son los verdaderos componentes del universo. Científicos como Gauss, Riemann, Bolyai y Lobatschewsky habían intuido genialmente la posibilidad de ampliar los restringidos criterios de Euclides, elaborando una nueva geometría para un «n-espacio». En este caso, el auxilio de las matemáticas salvaba el grave escollo de la percepción mental de un cuerpo de más de tres dimensiones. Nosotros habíamos supuesto un universo en el que los átomos, partículas, etc., forman las galaxias, sistemas solares, planetas, campos gravitatorios, magnéticos, etc. Pero el hallazgo y posterior comprobación del
swivel
nos dio una visión muy distinta del Cosmos: el Espacio no es otra cosa que un conjunto asociado de factores angulares, integrado por cadenas y cadenas de
swivels.
Según este criterio, el cosmos podríamos representarlo -no como una recta-. Sino como un enjambre de estas entidades elementales. Gracias a estos cimientos, los astrofísicos y matemáticos que habían sido reclutados por el general Curtiss para el proyecto Swivel fueron verificando con asombro cómo en nuestro universo conocido se registran periódicamente una serie de curvaturas u ondulaciones, que ofrecen una imagen general muy distinta de la que siempre habíamos tenido.
Pero no quiero desviarme del objetivo principal que me ha empujado a escribir estas líneas.
A principios de 1960, y como consecuencia de una más intensa profundización en los
swivels,
uno de los equipos del proyecto materializó otro descubrimiento que, en mi opinión, marcará un hito histórico en la humanidad: mediante una tecnología que no puedo siquiera insinuar, esos hipotéticos ejes de las entidades elementales fueron invertidos en su posición. El resultado llenó de espanto y alegría a un mismo tiempo a todos los científicos: el minúsculo prototipo sobre el que se había experimentado desapareció de la vista de los investigadores. Sin embargo, el instrumental seguía detectando su presencia...
A partir de entonces, todos los esfuerzos se concentraron en el perfeccionamiento del referido proceso de inversión de los
swivels.
Cuando yo me incorporé al proyecto, el general me explicó que, con un poco de suerte, en unos pocos años más estaríamos en condiciones de efectuar las más sensacionales exploraciones... en el tiempo y en el espacio.
Poco tiempo después comprendí el verdadero alcance de sus afirmaciones.
Al multiplicar nuestros conocimientos sobre los
swivels
y dominar la técnica de inversión de la materia, apareció ante el equipo una fascinante realidad: «más allá» o al «otro lado» de nuestras limitadas percepciones físicas hay otros universos (las palabras sólo sirven para amordazar la descripción de estos conceptos) tan físicos y tangibles como el que conocemos (?). En sucesivas experiencias, los hombres del general Curtiss llegaron a la conclusión de que
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Aún hoy y puesto que este sensacional hallazgo no ha sido dado a conocer a la comunidad científica del mundo, numerosos investigadores y expertos en física cuántica siguen descubriendo y detectando infinidad de subpartículas (neutrinos, mesones, antiprotones, etc.) que sólo contribuyen a oscurecer el intrincado campo de la física. El día que los científicos tengan acceso a esta información comprenderán que todas esas partículas elementales que conforman la materia no son otra cosa que diferentes cadenas de swivel, cada uno de ellos orientado en una forma peculiar respecto a los demás. Tanto los especialistas que trabajaron en esta operación, como yo mismo, tuvimos que doblegar nuestras viejas concepciones del espacio euclideo, con su trama de puntos y rectas, para asimilar que un swivel está formado por un haz de ejes ortogonales que «no pueden cortarse entre sí». Esta aparente contradicción quedó explicada cuando nuestros científicos comprobaron que no se trataba de «ejes» propiamente dichos, sino de ángulos. (De ahí que haya entrecomillado la palabra «eje» y me haya referido a hipotéticos ejes.) La clave estaba, por tanto, en atribuir a los ángulos una nueva propiedad o carácter: el dimensional. (Nota del mayor.) 40
Caballo de Troya
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nuestro cosmos goza de un sinfín de dimensiones desconocidas. (Matemáticamente fue posible la comprobación de diez.)
De estas diez dimensiones, tres son perceptibles por nuestros sentidos y una cuarta -el tiempo- llega hasta nuestros órganos sensoriales como una especie de «fluir», en un sentido único, y al que podríamos definir groseramente como «flecha o sentido orientado del tiempo».
En ese raudal de información apareció ante nuestros atónitos ojos otro descubrimiento que cambiará algún día la perspectiva cósmica y que bautizamos como nuestro cosmos «gemelo»
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A mí, personalmente, al igual que al general jefe del proyecto, lo que terminó por cautivarnos fue el nuevo concepto del « tiempo». Al manipular con los ejes de los
swivels
se comprobó que estas entidades elementales no «sufrían» el paso del tiempo. ¡Ellas eran el tiempo!
Largas y laboriosas investigaciones pusieron de relieve, por ejemplo, que lo que llamamos
«intervalo infinitesimal de tiempo» no era otra cosa que una diferencia de orientación angular entre dos
swivels
íntimamente ligados. Aquello constituyó un auténtico cataclismo en nuestros conceptos del tiempo
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.
No fue muy difícil detectar que -por uno de esos milagros de la naturaleza- los ejes del tiempo de cada
swivel
apuntaban en una dirección común... para cada uno de los instantes que podríamos definir puerilmente como «mi ahora». Al instante siguiente, y al siguiente y al siguiente -y así sucesivamente- esos ejes imaginarios variaban su posición dando paso a distintos «ahora». Y lo mismo ocurría> obviamente, con los «ahora» que nosotros llamamos
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Me extenderé poco sobre nuestro «biocosmos» o cosmos gemelo, pero me resisto a ocultar algunas de las características básicas del mismo. Aquellos análisis humillaron aún más si cabe nuestra soberbia científica. En realidad, no existe un único cosmos -como siempre habíamos creído- sino infinito número de pares de Cosmos. La diferencia fundamental detectada entre los elementos de uno y otro (los nuestros, por ejemplo), estriba en que sus estructuras atómicas respectivas difieren en el signo de la carga eléctrica y que nuestros científicos han llamado y siguen llamando incorrectamente «materia y antimateria«. Nuestro cosmos gemelo, por ejemplo, presenta las siguientes diferencias: 1) En sus átomos, la corteza está formada por electrones positivos orbitales y su núcleo por antiprotones (protones negativos).
2) Jamás podrán ponerse en contacto ambos cosmos. Tampoco tiene sentido pensar que puedan superponerse ya que no los separan relaciones «dimensionales». (No hay distancias ni simultaneidad en el tiempo.) 3) Ambos cosmos poseen la misma masa y el mismo radio, correspondiente a una hiperesfera de curvatura negativa.
4) Cada uno goza de singularidades distintas; es decir, en nuestro cosmos gemelo no hay el mismo número de galaxias ni aquéllas poseen la misma estructura que las «nuestras». No hay, por tanto, otro planeta Tierra gemelo.
5) Ambos cosmos fueron «creados» simultáneamente, pero sus flechas del tiempo no tienen por qué estar orientadas en el mismo sentido. (No podemos hablar, en consecuencia, de que dicho cosmos coexiste con el nuestro en el tiempo o de que existió antes o de que existirá después. Únicamente podemos afirmar que existe.) Pero quizá lo que más impresionó a nuestro equipo de investigadores fue verificar que ese cosmos gemelo ejerce una determinada influencia sobre el nuestro..., y presumiblemente -porque esto no ha sido comprobado aún -el nuestro actúa también sobre aquél. (N. del m.)
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Las sucesivas verificaciones demostraron, por ejemplo, que el tiempo puede asimilarse a una serie de
swivels
cuyos ejes están orientados ortogonalmente con respecto a los radios vectores que implican distancias. Según esto, descubrimos que puede darse el caso -si la inversión de ejes es la adecuada- que un observador, en su nuevo marco de referencia, aprecie como distancia lo que en el antiguo sistema referencial era valorado como «intervalo de tiempo». Es fácil comprender entonces por qué un suceso ocurrido lejos de la Tierra (por ejemplo, en un planeta del cumulo globular M13, situado a 22 500 anos luz) no puede ser jamás simultáneo a otro que se registre en nuestro mundo. Esto nos dio la explicación de por qué un objeto que pudiera viajar a la velocidad de la luz acortaría su distancia sobre el eje de traslación, hasta reducirse a una pareja de
swivels.
Distancia que, aunque tiende a cero, no es nula como apunta erróneamente una de las transformaciones del matemático Lorentz. (Quizá pueda referirme en otro apartado de este relato a lo que descubrimos en torno a la velocidad limite o de la luz, al invertir los ejes de los
swivels
y pasar, por tanto, a otros marcos dimensionales.)
Y ya que he mencionado el proceso de inversión de ejes de los swivels, debo señalar que, al principio, muchos de los intentos de inversión de la materia resultaron fallidos, precisamente por una falta de precisión en dicha operación.
Al no lograr una inversión absoluta, el cuerpo en cuestión -por ejemplo, un átomo de molibdeno- sufría el conocido fenómeno de la conversión de la masa en energía. (Al desorientar en el seno del átomo de Mo1 un solo nucleón -un protón, por ejemplo-, obteníamos un isótopo del Niobio-10.) Cuando esa inversión fue absoluta, el protón parecía aniquilado, pero sin quebrar el principio universal de la conservación de la masa y de la energía. (N. del m.) 41
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pasado. Aquel potencial -sencillamente al alcance de nuestra tecnología- nos hizo vibrar de emoción, imaginando las más espléndidas posibilidades de «viajes» al futuro y al pasado
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.
A partir de esos momentos (1966), el proyecto se subdividió en tres ambiciosos programas.
Aunque estrechamente vinculados, los tres equipos se afanaron en la puesta a punto de otros tantos módulos que nos permitieran la exploración -sobre el «terreno»- en tres direcciones bien distintas:
En primer lugar, con un «viaje» a otro marco dimensional dentro de nuestra propia galaxia
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.
En segundo término, y forzando los ejes del tiempo de los
swivels
hacia adelante, trasladar todo un laboratorio -con astronautas incluidos- a nuestro propio futuro inmediato.
Por último, y siguiendo un proceso contrario, situar otro módulo o laboratorio en el pasado de la Tierra.
Yo fui asignado a este tercer proyecto -bautizado como Caballo de Troya- y a él, y a cuanto le rodeó basta que fue consumado en enero de 1973, me referiré en esta primera parte del diario.
Desde 1966 a 1969, nuestro módulo -bautizado entre los miembros del equipo como la
«cuna» a causa de su parecido con dicho mueble- experimentó sucesivas modificaciones, hasta alcanzar un volumen lo suficientemente grande como para albergar a dos tripulantes.
La atención del reducido grupo de científicos que fuimos seleccionados para la Operación Caballo de Troya estuvo fija durante muchos meses en la consecución de un sistema que permitiera una total y segura manipulación de los ejes del tiempo de los
swivels
de toda la
«cuna», tanto manual como electrónicamente.
Finalmente, y con la colaboración de la Bell Aerosystems Co., de Niagara Falls -la misma empresa que diseñó y construyó el ML o módulo lunar para el proyecto Apolo- nos hicimos con un laboratorio de diez pies de alto, con cuatro puntos de apoyo extensibles, de trece pies cada uno y un peso total de 3000 libras.
A diferencia del módulo del primero de los proyectos que he citado -cuya operación fue bautizada como Marco Polo- el nuestro no precisaba de un sistema de propulsión. La operación de inversión de todas las subpartículas atómicas de la «cuna», incluido el recinto geométrico del mismo, sus ocupantes y la totalidad de los gases, fluidos, etc., que lo integran, podía efectuarse «en seco»; es decir, sin que el habitáculo y sus pies de sustentación tuvieran que
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Aunque ya he hecho una ligera alusión a este trascendental descubrimiento, trataré de señalar algunas de las líneas básicas en lo que a esta nueva definición de «intervalo dc tiempo» se refiere. Como he dicho, nuestros científicos entienden un intervalo de tiempo «T» como una sucesión de zwivels cuyos ángulos difieren entre 51 cantidades constantes. Es decir, consideremos en un swivel los cuatro ejes (que no son otra cosa que una representación del marco tridimensional de referencia), y que no existen en realidad: en otras palabras, que son tan convencionales como un símbolo aunque sirven al matemático para fijar la posición del ángulo real. Si dentro de ese marco ideal oscila el ángulo real, imaginemos ahora un nuevo sistema referencial de los ángulos, cada uno de los cuales forma 90 grados con los cuatro anteriores. Este nuevo marco de acción de un ángulo real y el anteriormente definido, definen respectivamente espacio y tiempo. Observemos que los «ejes rectores» que definen espacio y tiempo poseen grados de libertad distintos. El primero puede recorrer ángulos-espacio en tres orientaciones distintas, que corresponden a las tres dimensiones típicas del espacio; el segundo está «condenado» a desplazarse en un solo plano. Esto nos lleva a creer que dos swivels cuyos ejes difieran en un ángulo tal que no exista en el universo otro swivel cuyo ángulo esté situado entre ambos, definirán el mínimo intervalo de tiempo. A este intervalo, repito, lo llamamos «instante». (N. del m.)
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Como he expresado anteriormente, no puedo sugerir siquiera la base técnica que conduce a la mencionada inversión de todos y cada uno de los ejes de los swivels, pero puedo adelantar que el proceso es instantáneo y que la aportación de energía necesaria para esta transformación física es muy considerable. Esa energía necesaria. puesta en juego hasta el instante en que todas las subpartículas sufren su inversión, es restituida «íntegramente» (Sin pérdidas), retransformándose en el nuevo marco tridimensional en forma de masa. Los experimentos previos demostraron que, inmediatamente después de ese salto de marco tridimensional, el módulo se desplazaba a una velocidad superior, sin que el cambio brusco de la velocidad (aceleración infinita) en el instante de la inversión fuera acusado por el vehículo.