-… ¿Qué puedo decir -continuó Jesús- cuando miro hacia adelante y veo lo que va a ocurrirme?
Pedro clavó sus ojos azules en su hermano Andrés, pero, a juzgar por el gesto de sus rostros, ninguno terminaba de comprender.
-… ¿Debo decir: sálvame de esa hora horrorosa? ¡No! Para este propósito he venido al mundo e, incluso, a esta hora. Más bien diré y rogaré para que os unáis a mí: Padre, glorificad su nombre. Tu voluntad será cumplida.
Al terminar la comida, algunos de los griegos y discípulos se levantaron, rogando al Maestro que les explicase más claramente qué significaba y cuándo tendría lugar la «hora horrorosa».
Pero Jesús eludió toda respuesta.
Mientras recogía mi vara, me llamó la atención un espléndido vaso de cristal, encerrado junto a una reducida colección de pequeñas piedras ovoides y esféricas en una vitrina de vidrio.
José debió percatarse de mi interés por aquellas piezas y, aproximándose, me explicó que se trataba de un valioso vaso de diatreta, recubierto con filigranas de plata. Había sido hallado en la Germania y constituía un ejemplar único en el difícil arte del vidrio, tan magistralmente practicado por los romanos. En cuanto a las piedras -de unos cinco centímetros cada una-, formaban parte de otra colección singular. Eran antiguos proyectiles de honda, de pedernal y caliza, utilizados -según los antepasados de José- por la tropa «especial» de 700 soldados benjaministas zurdos, «capaces de disparar contra un cabello sin errar el golpe», tal y como cita el libro de los Jueces (20,16).
-Es muy posible -insinuó José- que David utilizase una piedra similar en su lucha contra Goliat.
Aquel breve encuentro con el venerable José -que debería rondar ya los sesenta años- fue de gran utilidad para los planes que Caballo de Troya había dispuesto para mi. Uno de mis objetivos, antes del anochecer del jueves, era justamente entablar contacto con el procurador romano en Jerusalén. Cuando le expuse mi deseo de celebrar una entrevista con Poncio Pilato, José se mostró dubitativo. Traté entonces de ganarme su confianza, explicándole que había trabajado como astrólogo al servicio de Tiberio y que, aprovechando mi corta estancia en
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En su obra Guerras de los Judíos, Flavio Josefo, efectivamente, habla de este acueducto que constituyó otro de los graves errores de Pilato. Sin el menor tacto político, el procurador mandó utilizar el tesoro que los judíos llamaban
«Corbonan» para traer el agua. Aquello provocó una revuelta, pero Pilato actuó con energía, ordenando que sus soldados golpearan a los manifestantes con porras y palos, dando lugar a una gran mortandad. Recientes descubrimientos arqueológicos han demostrado que el acueducto en cuestión iba hasta el monte de los Francos, en las cercanías de Belén, sobre el que se asentaba la fortaleza del Herodium. (N. del m.) 133
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Israel, sería de sumo interés para Pilato que pudiera conocer los graves acontecimientos señalados en los astros.
José, tal y como yo esperaba, manifestó una aguda curiosidad y prometió concertar la entrevista para la mañana del día siguiente, miércoles, siempre y cuando él pudiera estar presente. Accedí encantado.
Hacia las dos de la tarde, Jesús se despidió de José, el de Arimatea, subiendo por las empedradas calles hacia el muro sur del templo. En el camino advirtió a sus amigos que aquél iba a ser su último discurso público. Pero sus hombres de confianza no hicieron comentario alguno. En realidad, sus corazones se hallaban sumidos en una profunda confusión. ¿Es que el Maestro, que había escapado siempre de las garras del Sanedrín, iba a dejar que lo capturasen?
Una vez en la explanada de los Gentiles, el rabí se acomodó en su lugar habitual -las escalinatas que rodeaban el Santuario- y en un tono sumamente cariñoso comenzó a hablar:
-Durante todo este tiempo he estado con vosotros, yendo y viniendo por estas tierras, proclamando el amor del Padre para con los hijos de los hombres. Muchos han visto la luz y, por medio de la fe, han entrado en el reino del cielo. En relación con esta enseñanza y predicación, el Padre ha hecho cosas maravillosas, incluida la resurrección de los muertos.
Muchos enfermos y afligidos han sido curados porque han creído. Pero toda esa proclamación de la verdad y curación de enfermedades no ha servido para abrir los ojos de los que rehúsan ver la luz y de los que están decididos a rechazar el evangelio del reino.
»Yo y todos mis discípulos hemos hecho lo posible para vivir en paz con nuestros hermanos, para cumplir los mandatos razonables de las leyes de Moisés y las tradiciones de Israel. Hemos buscado persistentemente la paz, pero los dirigentes de esta nación no la tendrán. Rechazando la verdad de Dios y la luz del cielo se colocan del lado del error y de la oscuridad. No puede haber paz entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte, entre la verdad y el error.
»Muchos de vosotros os habéis atrevido a creer en mis enseñanzas y ya habéis entrado en la alegría y libertad de la consciencia de ser hijos de Dios. Seréis mis testigos de que he ofrecido la misma filiación con Dios a todo Israel. Incluso, a estos mismos hombres que hoy buscan mi destrucción. Pero os digo más: incluso ahora recibiría mi Padre a estos maestros ciegos, a estos dirigentes hipócritas si volviesen su cara hacia él y aceptasen su misericordia...
Jesús había ido señalando con la mano a los diferentes grupos de escribas, saduceos y fariseos que, poco a poco, fueron incorporándose a los cientos de judíos que deseaban escuchar al rabí de Galilea. Algunos de los discípulos, especialmente Pedro y Andrés, se quedaron pálidos al escuchar los audaces ataques de su Maestro.
-… Incluso ahora no es demasiado tarde -continuó Jesús- para que esta gente reciba la palabra del cielo y dé la bienvenida al Hijo del Hombre.
Uno de los miembros del Sanedrín, al escuchar estas expresiones, se alteró visiblemente, arrastrando al resto de su grupo para que abandonara la explanada. Jesús se dio perfecta cuenta del hecho y levantando el tono de la voz, arremetió contra ellos:
-… Mi Padre ha tratado con clemencia a esta gente. Generación tras generación hemos enviado a nuestros profetas para que les enseñasen y advirtiesen. Y generación tras generación, ellos han matado a nuestros enviados. Ahora, vuestros voluntariosos altos sacerdotes y testarudos dirigentes siguen haciendo lo mismo. Así como Herodes asesinó a Juan, vosotros igualmente os preparáis para destruir al Hijo del Hombre.
»Mientras haya una posibilidad para que los judíos vuelvan su rostro hacia mi Padre y busquen la salvación, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob mantendrá sus manos extendidas hacía vosotros. Pero, una vez que hayáis rebasado la copa de vuestra impertinencia, esta nación será abandonada a sus propios consejos e irá rápidamente a un final poco glorioso...
El arraigado sentido del patriotismo de los hebreos quedó visiblemente conmovido por aquellas sentencias de Jesús. Y la multitud, que escuchaba sentada sobre las losas del Atrio de los Gentiles, se removió inquieta, entre murmullos de desaprobación.
Pero el Nazareno no se alteró. Verdaderamente, aquel hombre era valiente.
-… Esta gente había sido llamada a ser la luz del mundo y a mostrar la gloria espiritual de una raza conocedora de Dios... Pero, hasta hoy, os habéis apartado del cumplimiento de vuestros privilegios divinos y vuestros líderes están a punto de cometer la locura suprema de todos los tiempos...
Jesús hizo una brevísima pausa, manteniendo al auditorio en ascuas.
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-… Yo os digo que están a punto de rechazar el gran regalo de Dios a todos los hombres y a todas las épocas: la revelación de su amor.
»En verdad, en verdad os digo que, una vez que hayáis rechazado esta revelación, el reino del cielo será entregado a otras gentes. En el nombre del Padre que me envió, yo os aviso: estáis a un paso de perder vuestro puesto en el mundo como sustentadores de la eterna verdad y como custodios de la ley divina. Justo ahora os estoy ofreciendo vuestra última oportunidad para que entréis, como los niños, por la fe sincera, en la seguridad de la salvación del reino del cielo.
»Mi Padre ha trabajado durante mucho tiempo por vuestra salvación, y yo he bajado a vivir entre vosotros para mostraros personalmente el camino. Muchos de los judíos y samaritanos e, incluso, de los gentiles han creído en el evangelio del reino. Y vosotros, los que deberíais ser los primeros en aceptar la luz del cielo, habéis rehusado la revelación de la verdad de Dios revelado en el hombre y del hombre elevado a Dios.
»Esta tarde, mis apóstoles están ante vosotros en silencio. Pero pronto escucharéis sus voces, clamando por la salvación. Ahora os pido que seáis testigos, discípulos míos y creyentes en el evangelio del reino, de que, una vez más, he ofrecido a Israel y a sus dirigentes la libertad y la salvación. De todas formas, os advierto que estos escribas y fariseos se sientan aún en la silla de Moisés y, por tanto, hasta que las potencias mayores que dirigen los reinos de los hombres no los destierren y destruyan, yo os ordeno que cooperéis con estos mayores de Israel. No se os pide que os unáis a ellos en sus planes para destruir al Hijo del Hombre, sino en cualquier otra cosa relacionada con la paz de Israel. En estos asuntos, haced lo que os ordenen y observad la esencia de las leyes, pero no toméis ejemplo de sus malas acciones.
Recordad que éste es su pecado: dicen lo que es bueno, pero no lo hacen. Vosotros sabéis bien cómo estos dirigentes os hacen llevar pesadas cargas y que no levantan un dedo para ayudaros. Os han oprimido con ceremonias y esclavizado con las tradiciones.
»Y aún os diré más: estos sacerdotes, centrados en sí mismos, se deleitan haciendo buenas obras, de forma que sean vistas por los hombres. Hacen vastas sus filacterias y ensanchan los bordes de sus vestidos oficiales. Solicitan los lugares principales en los festines y piden los primeros asientos en las sinagogas. Codician los saludos y alabanzas en los mercados y desean ser llamados rabís por todos los hombres. E, incluso, mientras buscan todos estos honores, toman secretamente posesión de las viudas y se benefician de los servicios del templo sagrado.
Por ostentación, estos hipócritas hacen largas oraciones en público y dan limosna para llamar la atención de sus semejantes.
En aquellos momentos, cuando Jesús lanzaba sus primeros y mortales ataques contra los sacerdotes y miembros del Sanedrín, los apóstoles que se habían encargado de la instalación del campamento en la ladera del monte Olivete hicieron acto de presencia en la explanada, uniéndose al grupo de los discípulos. Fue una lástima que no hubieran escuchado la primera parte del discurso de Jesús. En especial, Judas Iscariote. A título personal creo que si el traidor hubiera sido testigo de aquellas primeras frases, ofreciendo misericordia, quizá hubiese cambiado de parecer. Pero, por lo que pude deducir en la tarde del miércoles, la última mitad de la plática del Maestro en el templo fue decisiva para que aquél desertara del grupo. Su sentido del ridículo y su negativo condicionamiento al «qué dirán» estaban mucho más acentuados en su alma de lo que yo creía.
-… Y así como debéis hacer honor a vuestros jefes y reverencias a vuestros maestros -
continuó el rabí-, no debéis llamar a ningún hombre «padre» en el sentido espiritual. Sólo Dios es vuestro Padre. Tampoco debéis buscar dominar a vuestros hermanos del reino. Recordad: yo os he enseñado que el que sea más grande entre vosotros debe ser sirviente de todos. Si pretendéis exaltaros a vosotros mismos ante Dios, ciertamente seréis humillados; pero, el que se humille sinceramente, con seguridad será exaltado. Buscad en vuestra vida diaria, no la propia gloria, sino la de Dios. Subordinad inteligentemente vuestra propia voluntad a la del Padre del cielo.
»No confundáis mis palabras. No tengo malicia para con estos sacerdotes principales que, incluso, buscan mi destrucción. No tengo malos deseos contra estos escribas y fariseos que rechazan mis enseñanzas. Sé que muchos de vosotros creéis en secreto y sé que profesaréis abiertamente vuestra lealtad al reino cuando llegue la hora. Pero, ¿cómo se justificarán a sí mismos vuestros rabís si dicen hablar con Dios y pretenden rechazarle y destruir al que viene a los mundos a revelar al Padre?
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»¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! ¡Hipócritas...! Cerráis las puertas del reino del cielo a los hombres sinceros porque son incultos en las formas. Rehusáis entrar en el reino y, al mismo tiempo, hacéis todo lo que está en vuestra mano para evitar que entren los demás.
Permanecéis de espaldas a las puertas de la salvación y os pegáis con todos los que quieren entrar.
»¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! ¡Sois hipócritas! Abarcáis el cielo y la tierra para hacer prosélitos y, cuando lo habéis conseguido, no estáis contentos hasta que les hacéis dos veces más malos que lo que eran como hijos de los gentiles.
»¡Ay de vosotros, sacerdotes y jefes principales! Domináis la propiedad de los pobres y exigís pesados tributos a los que quieren servir a Dios. Vosotros, que no tenéis misericordia,
¿podéis esperarla de los mundos venideros?
»¡Ay de vosotros, falsos maestros! ¡Guías ciegos! ¿Qué puede esperarse de una nación en la que los ciegos dirigen a los ciegos? Ambos caerán en el abismo de la destrucción.
»¡Ay de vosotros, que disimuláis cuando prestáis juramento! ¡Sois estafadores! Enseñáis que un hombre puede jurar ante el templo y romper su juramento, pero el que jura ante el oro del templo permanecerá ligado. ¡Sois todos ciegos y locos...!
Jesús se había puesto en pie. El ambiente, cargado por aquellas verdades como puños que todo el mundo conocía pero que nadie se atrevía a proclamar en voz alta y mucho menos en presencia de los dignatarios del templo, se hacía cada vez más tenso. Nadie osaba respirar siquiera. Los discípulos, cada vez más acobardados, bajaban el rostro o miraban con temor a los grupos de sacerdotes.
Pero el Nazareno parecía dispuesto a todo...
-… Ni siquiera sois consecuentes con vuestra deshonestidad. ¿Quién es mayor: el oro o el templo?
»Enseñáis que si un hombre jura ante el altar, no significa nada. Pero si uno jura ante el regalo que está ante el altar, entonces permanece como deudor. ¡Sois ciegos a la verdad!