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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Canción Élfica (4 page)

BOOK: Canción Élfica
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La espada no parecía tener opinión sobre el tema. Había sido diseñada para que cantara cuando alguien la empuñase a fin de inspirar en los luchadores más valentía y ferocidad, también era capaz de imitar la magia de aquellas criaturas que causaban daño a través de la música, como las sirenas o las arpías, pero la conversación no se contaba entre sus habilidades.

Danilo cruzó la habitación hasta una mesa en la que se apilaban unos cuantos libros y cogió un delgado volumen encuadernado en piel granate para ojearlo.

—Vale la pena intentarlo —murmuró, mientras trataba de encontrar un hechizo que había visto que servía para añadir melodías adicionales al repertorio de una caja de música encantada. Con un gesto de asentimiento, dejó el libro sobre la mesa y sus brazos empezaron a trazar en el aire los gestos del hechizo. Acto seguido, descolgó el laúd de una clavija que había en la pared y se sentó con las piernas cruzadas junto a la espada para empezar a interpretar una balada obscena. Tras unos minutos de silencio, la espada empezó a tararearla, pero no sólo la melodía y las palabras, sino el tono resonante de tenor experimentado de Danilo.

—Eres un barítono, pero supongo que servirá —comentó el joven mago, encantado del éxito que había tenido su hechizo. Danilo llevaba estudiando magia desde los doce años bajo la severa vigilancia de su tío Khelben Arunsun. En un principio, Dan había estudiado en secreto para evitar las protestas de los vecinos, porque sus primeros intentos por aprender el arte habían dado como resultado desastres de todo tipo, pero pronto demostró tener un talento notable. Khelben insistió enseguida en su deseo de hacer oficial su aprendizaje, pero Danilo puso pegas porque hasta la fecha le había dado la impresión de que podría obtener resultados más espectaculares si el alcance completo de sus habilidades se mantenía en secreto. Su riqueza y su posición social —la familia Thann formaba parte de la nobleza comerciante de Aguas Profundas— le proporcionaban acceso a lugares que la mayoría de Arpistas tenían vedados. Pocos sospechaban que fuese más de lo que aparentaba ser: un diletante y un dandi, un divertido aficionado a la música y a la magia, petimetre y un poco loco.

Sentado en una alfombra de complejo diseño, envuelto en pilas de almohadones brocados, Danilo Thann estaba inmerso en el mundo que había decidido vivir y se sentía a gusto en un entorno de tanto lujo. Incluso iba vestido en concordancia con las ricas tonalidades púrpura que llenaban la estancia. Tanto las polainas como la blusa de seda y la casaca de terciopelo eran de un tono violeta oscuro e incluso se había hecho teñir las botas de ante de caña alta hasta la rodilla con un tono a juego. El atuendo, según sus compañeros Arpistas, lo hacía parecer un grano de uva andante, pero Danilo se sentía satisfecho. Después de haberse unido a la Cofradía de los Mercaderes de Vino, se había confeccionado a medida un vestuario completo en todas las tonalidades de púrpura, porque ése era el color favorito de la tierra. Llevar ropa de color púrpura era señal de buena voluntad, y, además, complacía a muchos sastres, zapateros y joyeros que Danilo representaba. A fin de cuentas, un vestuario nuevo y unas cuantas joyas de amatista eran un precio bajo por la popularidad de que disfrutaba en Tethyr.

Danilo estuvo cantando hasta que la rodaja de luna creciente alcanzó el cenit. Después de que la espada mágica aprendiera la balada a satisfacción de Danilo, el mago devolvió el arma a su funda y se ató ésta en el cinturón. Acto seguido, volvió a coger el laúd y empezó a cantar y tocar. Era famoso entre la nobleza de Aguas Profundas por las divertidas canciones que componía, pero como no tenía a nadie que pudiese escucharlo, se dedicó a tocar la música que más le complacía: arias y baladas que cantaban los trovadores en la antigüedad.

De repente, se disparó una alarma mágica que lanzó una pulsación insistente a través de la estancia y Danilo dejó de cantar para regresar a la realidad. El estridente aviso de peligro parecía extrañamente fuera de lugar, pero Danilo dejó enseguida el laúd y se puso de pie. Una de las barreras mágicas que había colocado alrededor de la posada había sido atravesada por un intruso. Fue apresuradamente hasta una mesa que había junto a la ventana abierta y cogió una pequeña esfera. Al tocarla, la alarma se desvaneció y de inmediato apareció una figura en el centro del cristal. La escena que vio en la esfera hizo sonreír involuntariamente al joven mago.

Una ágil figura femenina andaba al acecho dos pisos por encima de su habitación con un rollo de cuerda en las manos. No hacía ruido y su silueta apenas destacaba en la oscuridad del cielo; sólo el cristal mágico le permitía ver a su posible atacante. Con la mano que le quedaba libre, Danilo cogió la botella de elverquisst que guardaba para estas ocasiones.

Sirvió dos raciones generosas del licor elfo de color rubiáceo en sendas copas sin apartar la vista del cristal mágico. Mientras observaba, la delgada figura que reflejaba la esfera saltó en la noche. La soga que llevaba se puso tensa y ella se balanceó como un péndulo hacia su ventana abierta. Danilo apagó la alarma y cogió las copas.

Una mujer semielfa aterrizó agazapada frente a él, queda y ágil como un gato. Sus ojos azules barrieron la estancia y vio que en la esbelta mano centellaba una daga presta. Pareció satisfacerla ver que no había peligro, así que guardó la daga en la bota y se irguió. De pie frente a Danilo apenas medía diez centímetros menos que él, que alcanzaba el metro ochenta.

Arilyn Hojaluna había sido su amiga y compañera durante casi tres años, y aun así Danilo nunca dejaba de maravillarse por su talento…, ni por su belleza. La brisa nocturna le había alborotado los rizos color azabache e iba ataviada con prendas de camuflaje, con el rostro teñido de tinte, polainas y una holgada blusa de un tono oscuro poco definido que parecían absorber las sombras. Sin embargo, a los ojos de Danilo la semielfa habría destacado sobre las damas de la nobleza mejor vestidas de Aguas Profundas, y una vez más tuvo que recordarse a sí mismo la importancia de su trabajo.

—Una noche estupenda para saltar dos pisos —comentó en tono desenfadado mientras le ofrecía una copa—. El descenso fue impresionante, pero, dime, ¿has fallado alguna vez al calcular la longitud de la cuerda?

Arilyn negó con la cabeza antes de beber con expresión ausente el contenido de la copa. Danilo abrió los ojos de par en par. Los espíritus elfos podían tumbarte con más rapidez que la coz de la montura de un paladín, pero, a pesar de su aspecto frágil, su compañera se bebía el licor como si fuera agua.

—Nos vamos de Tethyr —informó mientras devolvía la copa a la mesa.

El Arpista colocó la copa junto a la de ella.

—¿Cómo? —preguntó con cautela.

—Alguien ha puesto precio a tu cabeza —respondió en tono circunspecto mientras le tendía una pesada moneda de oro—. A todo aquel dispuesto a aceptar el trabajo, se le da una de éstas y han prometido un centenar más para aquel que lleve a cabo la ejecución.

Danilo sopesó la moneda con mano experta y soltó un prolongado silbido, pues la moneda pesaba casi tres veces más de lo que debía. La suma que Arilyn decía era considerable. El hombre observó las marcas que había sobre el dorso de la moneda; estaba estampada en relieve con un diseño poco conocido de runas y símbolos.

—Por lo visto, estos días atraigo a enemigos de más categoría —comentó en tono jocoso.

—¡Escúchame! — Arilyn lo cogió de los antebrazos y lo sacudió. La intensidad de sus ojos azules borró todo rastro de sarcasmo del rostro del joven—. Oí que alguien cantaba tu balada sobre el asesino Arpista.

—Afortunado Milil —juró en voz baja, pues empezaba a comprender la situación. Había escrito la balada, cuatro versos ramplones, sobre su primera aventura juntos. Aunque los hechos estaban disfrazados y en ningún momento se identificaba a Arilyn ni a sí mismo como Arpistas, la simple visión de la sociedad de los «entrometidos bárbaros del Norte» provocaría un alud de resentimiento en la agitada tierra de Tethyr. Durante meses, él y Arilyn habían estado trabajando para desbaratar un plan cuyo objetivo era sustituir al soberano reinante por una alianza entre cofradías; él desde el gremio de mercaderes de vino y ella desde la sombra de la Cofradía de Asesinos. Todo eso lo había resumido él en una balada de poca monta. Maldijo en silencio su propia estupidez, pero como de costumbre ocultó sus emociones con un comentario frívolo.

—Los indígenas expresan sus preferencias musicales con bastante contundencia, ¿no crees? —y frenó la exasperada réplica de Arilyn con un gesto de las manos—. Lo siento, querida, es la costumbre. Tienes razón, por supuesto. Debemos partir hacia el norte de inmediato.

—No. —La mujer alargó una mano para tocar uno de los anillos que él llevaba, un anillo mágico, regalo del tío de Danilo, Khelben Arunsun, y que podía transportar hasta a tres personas de regreso a la seguridad de la torre de Báculo Oscuro, o a cualquier otro lugar que el portador desease.

Danilo sabía por experiencia cómo odiaba Arilyn el transporte mágico, así que si estaba dispuesta a recurrir a él debía de ser porque la situación era de extrema gravedad. Ciñó en el mismo cinturón donde llevaba la espada la bolsa mágica donde transportaba su vestuario y sus utensilios de viaje y se apresuró a poner también dentro de la bolsa sus tres libros de hechizos. Con gesto descuidado dejó caer también en el interior la moneda del asesino y alargó un brazo para coger la mano de la mujer.

La semielfa dio un paso atrás y sacudió la cabeza.

—No, yo no voy.

—Arilyn, no seas remilgada…

—No, no es eso. —Respiró hondo para intentar calmarse—. Hoy me llegó una misiva de Aguas Profundas donde me comunican que he sido asignada a otra misión. Partiré por la mañana. —La alarma mágica empezó a zumbar de nuevo y Arilyn se apresuró a acercarse a la esfera mágica para investigar. Tres siluetas envueltas en sombras se hallaban en el borde del tejado, a dos plantas de distancia de ellos. Arilyn apartó la bola y miró a la ventana abierta.

—No hay tiempo para explicaciones. ¡Vete!

—¿Y dejarte aquí sola con ésos? No sería capaz.

La sonrisa de la semielfa no alcanzó a sus ojos. Arilyn acarició el fajín de seda gris que le envolvía la cintura y que indicaba su rango en la cofradía de asesinos de Tethyr.

—Soy uno de ellos, ¿recuerdas? Diré que te habías ido y nadie se atreverá a desafiarme.

—Por supuesto que sí —replicó Danilo. En Tethyr, los asesinos subían de categoría enfrentándose a muerte con otro que tuviera un rango superior y en varias ocasiones Arilyn había tenido que defender el fajín que con tanta reticencia portaba.

La soga que había dejado colgada por el exterior de la ventana empezó a oscilar cuando en el otro extremo alguien asió el cabo para descender.

—¡Vete! —suplicó Arilyn.

—Ven conmigo. —La mujer sacudió la cabeza, inflexible. Danilo cogió a la tozuda semielfa en brazos—. Si crees que te voy a dejar, estás más loca que yo —musitó con palabras que parecían atropellarse ante el inminente peligro—; sé que no es el mejor momento para decirlo pero, maldita sea, te amo.

—Lo sé —respondió ella con voz suave, abrazándose también a él y buscando su rostro por un instante, como si quisiera grabar sus rasgos en la memoria.

Arilyn se desprendió del abrazo y alzó una mano para acariciarle la mejilla. Luego, con la otra, le propinó un puñetazo en el estómago y Danilo cayó al suelo como un árbol talado.

Mientras intentaba coger aire, Danilo sintió que los dedos de ella manipulaban el anillo de teletransporte que iba a llevarlo de regreso a Aguas Profundas. Alargó los brazos para cogerla de la cintura, intentando llevarla consigo a un lugar seguro, pero el hechizo de teletransporte lo engulló y sus dedos se cerraron sobre un torbellino de blanco vacío.

Cuando Danilo se encontró en la seguridad del vestíbulo de la torre de Báculo Oscuro, su primer impulso fue regresar de inmediato a Tethyr, pero sabía que el anillo mágico no iba a funcionar con total garantía hasta el amanecer del día siguiente. Enseguida se dio cuenta de que quien sí podía enviarlo de regreso era Khelben, así que en cuanto pudo reunir aliento suficiente para moverse, subió a saltos por la escalinata curva de piedra que desembocaba en los aposentos privados del archimago, pero descubrió que Khelben no estaba en casa, ni tampoco su dama, la maga Laeral. Danilo inspeccionó la torre, pero con idéntico resultado. Se encontraba solo, y encerrado, en Aguas Profundas.

El Arpista regresó al vestíbulo y se dejó caer en una silla junto a una pequeña mesa para garabatearle cuatro líneas a su tío relatándole lo ocurrido en Tethyr. Luego, invocó un hechizo que hizo flotar la nota escrita a la altura de la vista en la entrada de la estancia, y, como remate, le incluyó un ribete de titilantes luces rosadas al papel para asegurarse de que Khelben lo viese en cuanto regresara. Mientras, Arilyn seguía sola en Tethyr, y nada podía hacer Danilo para ayudarla.

La impotencia suele desembocar en frustración y, de repente, el Arpista se dio cuenta de que no podía soportar más el color púrpura simbólico que llevaba. Se arrancó los anillos de amatista de los dedos y los lanzó al interior de la bolsa mágica que colgaba de su cinturón, pero no consiguió cambiar el hecho de que iba vestido como un «grano de uva andante». Danilo salió a grandes zancadas de la torre y atravesó la segunda puerta invisible que permitía franquear el muro de piedra negra pulida que lo rodeaba, para acercarse a paso rápido a la casa que recientemente había comprado en la ciudad. Allí podría despojarse de los restos púrpuras de su misión en Tethyr y esperar las órdenes de su tío Báculo Oscuro. Durante los últimos dos años, tanto Danilo como Arilyn habían recibido órdenes directas de Khelben Arunsun, así que probablemente el archimago podría decir a Danilo cuál era la misión que habían asignado a Arilyn.

Mientras caminaba, se maldijo por haberse dejado la esfera mágica en Tethyr. Era un pequeño cristal de espionaje que había adaptado para convertirlo también en alarma, pero con él podría saber cómo se las estaba apañando Arilyn. En el preciso instante en que el anillo de teletransporte lo había alejado de Tethyr, Danilo había podido atisbar una última imagen de ella, con la espada desenfundada, de cara a la ventana y en actitud de combate, envuelta en la luz mágica que le proporcionaba su espada, esperando a sus enemigos. Danilo no podía apartar aquella imagen de su mente, ni dejar de pensar en cómo habría acabado el combate que, sin lugar a dudas, se había entablado a continuación.

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