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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Canción Élfica (6 page)

BOOK: Canción Élfica
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—Muy bonito, ¿de quién es?

El archimago lo miró con ojos penetrantes.

—¿Estás seguro de que no la reconoces? —Al ver que Danilo sacudía la cabeza, Khelben esbozó una mueca—. He ahí el problema. La balada es tuya y lamento decir que es muy popular estos días.

—Pero…

—Sí, lo sé. Tú no la escribiste así. Ese es el quid de todo el asunto.

Danilo escuchó a la cantante durante un rato.

—¡Por Oghma…, qué bueno soy!

El rostro de Khelben se ensombreció al oír el irrespetuoso juramento del joven al dios de las letras.

—Esto va en serio, chiquillo. Tus canciones no son las únicas que han sido modificadas.

El Arpista apoyó una solícita mano sobre el brazo de Khelben.

—Tú quizá no te hayas dado cuenta nunca, tío, pero por lo general las cosas siempre son mejorables. ¿Qué deseas que haga, que las recupere?

—Exactamente —convino el archimago mientras lanzaba sobre la mesa un puñado de monedas y se ponía de pie—. Empezarás mañana al amanecer y todavía hay mucho que hacer. Necesitarás provisiones para el viaje y uno o dos instrumentos… ¿Cuál tocas…? ¿La cítara?

—El laúd —respondió Danilo con voz distraída, consciente de que no le quedaba más remedio que salir de la taberna detrás de su tío. Al final adivinó qué le había pedido Yaereene que hiciera, pues era una práctica habitual que un bardo cantara en las tabernas o posadas en las que se detenía. Al salir, Danilo hizo una ligera reverencia a la propietaria, al tiempo que alzaba las manos en gesto de impotencia, indicando con un gesto al ceñudo archimago. Yaereene aceptó sus disculpas con un gracioso ademán y Danilo echó a correr para alcanzar a Khelben, que caminaba a grandes zancadas.

—El primer paso es conocer a tu compañero… —Khelben se detuvo un instante y alzó una de sus cejas salpicadas de canas—, y a tu aprendiz.

—¿Acaso tengo aprendiz? —preguntó, incrédulo.

—Eso piensa ella, y no me gustaría que intentaras convencerla de otra cosa. Te irá bien tener una luchadora experimentada a tu lado y, por limitadas que sean sus posibilidades como bardo, sus credenciales como guerrera son impresionantes.

Danilo se pasó los dedos por el cabello para frotarse bruscamente la cabeza, con la confusa esperanza de que el gesto pudiese deshacer las telarañas mentales que le impedían comprender lo que en apariencia era nítido como el cristal para el archimago.

—A ver si lo entiendo: una vez sea bardo, con aprendiz, cítara y todo eso…, ¿a quién se supone que tengo que entretener?

—A Grimnoshtadrano —replicó Khelben mientras seguía avanzando en dirección a la torre de Báculo Oscuro.

—Pero, eso es…

—¿Un dragón verde? Sí, me temo que sí.

Danilo se dio cuenta de que balbuceaba como una carpa de playa. Cerró la boca y sacudió la cabeza.

—Dijiste algo de un dragón hace un rato, pero pensé que estabas de guasa. —Danilo observó por el rabillo del ojo la severa expresión de Khelben Arunsun y luego soltó un sonoro suspiro—. Bueno, supongo que me equivoqué.

—Esta misión requiere una persona que tenga conocimientos de ambas cosas, de magia y de música —prosiguió Khelben—. Lo primero que haréis mañana por la mañana será partir hacia el Bosque Elevado, desafiar al dragón, convencerlo de que eres el bardo que ha estado esperando y conseguir de él como sea un pergamino que obra ahora en su poder.

El Arpista esbozó una triste sonrisa mientras observaba al archimago.

—Si tú lo dices, tío Khelben…, pero, por favor, ¿te importaría decirme todo lo que quieres que haga después de desayunar?

2

Cuando Khelben hizo entrar a su sobrino en el vestíbulo de la torre de Báculo Oscuro, un joven elfo se levantó para saludarlos.

—Éste es Wyn Bosque Ceniciento. Viajará contigo —comentó el archimago a modo de presentación.

Danilo intentó que su rostro no reflejara la consternación que sentía mientras observaba a su nuevo compañero. El elfo, casi quince centímetros más bajo que el Arpista y esbelto como un álamo, tenía el porte serio de un escolar. También poseía en gran medida la belleza propia de los elfos dorados, una elegancia de formas y rasgos que no superaba ninguna otra raza. Llevaba colgada a la espalda una delicada lira de plata y la flauta de cristal que le pendía del cinto estaba más próxima a su mano que la empuñadura de su larga espada. En su conjunto, a los ojos de Danilo el elfo parecía una criatura pensada para entretener a las damas con poemas y canciones y no un compañero para soportar los rigores del viaje.

Wyn saludó a Danilo con cortesía y luego, por indicación de Khelben, se sentó a cantar una balada del dragón Grimnoshtadrano. Danilo permaneció de pie, con los brazos cruzados, mientras escuchaba la música con ensayada imparcialidad. Se fijó en que la canción estaba bien escrita, pero con un estilo propio de una época de varios siglos atrás. Las palabras de la balada eran persuasivas, una ineludible llamada a la acción, y Danilo se sintió inmerso en la historia a su pesar. Empezaba a comprender las razones de la inquietud de su tío.

En cuanto finalizó la balada, Danilo se puso en acción.

—¿Cuántos bardos han respondido a este desafío?

—Por lo que yo sé, ninguno —respondió Khelben.

—¿De veras? Parece extraño.

—En apariencia, esta balada no se ha extendido lo suficiente. Wyn, que lleva años estudiando baladas que tratan sobre los Arpistas, me ha dicho que, aunque la mayoría de los bardos la conocen, se muestran reticentes a cantarla.

Danilo asintió.

—Una actitud muy responsable. Y, si esta balada no representa una amenaza para los Arpistas, ¿por qué crees que debo responder a su cita?

—Dispones de algo de lo que los demás bardos carecen. Tu memoria —apuntó el archimago mientras le indicaba con un ademán que se sentara—. Es hora de que conozcas el resto de la historia de Wyn Bosque Ceniciento.

El Arpista se sentó a escuchar cómo Wyn relataba los sucesos de la Fiesta de la Primavera de Luna Plateada y el extraño hechizo que había caído sobre los bardos allí reunidos.

Cuando hubo acabado, Danilo se masajeó las doloridas sienes mientras intentaba extraer conclusiones del relato.

—Lo que dices es que esa balada se acaba de componer pero que los bardos de más categoría del reino creen que es tan antigua como el mismo dragón.

—Exacto.

—No veo el problema.

El elfo lo miró con extrañeza.

—Un poderoso mago ha diseñado un plan que atrae a los Arpistas a su propia muerte.

—Con poco éxito —señaló Dan.

—Cierto. El hechizo trabaja en contra de los Arpistas de un modo diferente, mucho más sutil. Por lo que yo sé de la filosofía de los Arpistas, vuestro objetivo es, en parte, ayudar a preservar el conocimiento del pasado. Al cambiar las baladas de los Arpistas, el hechizo está mermando el trabajo de toda una sociedad.

Danilo meditó unos instantes. En apariencia, el examen que hacía el elfo del problema parecía bastante preciso, pero ¿por qué se cantaba tan poco la balada del dragón? Parecía que había otro motivo en todo aquel engranaje, uno que Danilo no captaba. Era evidente que Khelben también lo pensaba porque, por lo general, el archimago no solía preocuparse de temas musicales. Danilo apartó de momento ese pensamiento de su mente para considerarlo en el futuro y concentró su atención en temas más inmediatos.

—¿Cómo vamos a conseguir el pergamino?

—Según la balada —explicó Wyn en tono didáctico, como si estuvieran hablando de una aburrida teoría—, debes resolver un acertijo, leer un pergamino y cantar una canción. Eso está bastante claro. En cuanto hayas cumplido esas tres tareas, podrás exigir del dragón cualquier tesoro que desees, y obviamente podrás pedir el pergamino. Como se menciona en la balada, y como ésta apareció por primera vez cuando se lanzó el hechizo sobre los bardos, es razonable suponer que el pergamino fue diseñado por el propio hechicero que estamos buscando. Si es así, el archimago podría utilizarlo para averiguar su identidad.

Dan alzó la vista al techo, pero su respuesta sonó paciente.

—Digamos que, por ejemplo, después de responder al acertijo el dragón cumple su palabra y nos entrega el pergamino. Sin contar con que esa posibilidad parece inverosímil, ¿qué ocurrirá si nos equivocamos?

—Supongo que la bestia nos atacará —replicó Wyn en un tono de voz que no traducía inquietud.

—Sí, yo también lo supongo —repitió Dan con exagerada calma, antes de volverse hacia Khelben y añadir por lo bajo—. Antes de que salga corriendo y gritando de esta torre, quizá debería conocer a ese otro aventurero del que me hablabas antes, la guerrera…

—La dejé en la cocina —respondió Khelben, y suspiró—. Si hace honor a su raza, sin duda habrá vaciado ya los tarros de la despensa y habrá empezado con los ingredientes de los hechizos.

Danilo parpadeó.

—No me digas que nuestra incomparable guerrera es una halfling…

—No, una enana.

Para Danilo, aquella noticia era una sorpresa tan grande como todas las demás que le había deparado la tarde. Era raro encontrar enanas fuera de su clan y lejos de su tierra, y aquellas que viajaban a menudo se dejaban crecer tanto la barba que podían confundirse con los varones.

—Una bardo enana —musitó, sacudiendo incrédulo la cabeza—. ¿Qué nos ha traído este personaje tan inusual?

Khelben se puso de pie y se sacó del cinto un rollo de pergamino que tendió a Danilo.

—Esto es todo lo que sé. Ven, te presentaré.

El archimago pidió a Wyn que los esperara allí y luego abrió la puerta que conducía a una estancia que cumplía una doble función como comedor y sala para recibir visitas. Danilo se puso también de pie y siguió al archimago sin dejar de ojear el pergamino que le había dado. Era una carta del hechicero Vangerdahast, consejero real del rey Azoun de Cormyr.

—Vangerdahast dice que ha encontrado un bardo cuyas dotes permanecieron intactas ante ese misterioso hechizo —suspiró Danilo—. Este es el encargo más extraordinario que he tenido nunca.

Volvió a concentrarse en el pergamino y leyó en voz alta: «Una actriz enana, conocida con el nombre de Morgalla la Alegre; es veterana de la Guerra de la Alianza y nativa de las montañas Tierra Rápida, donde conoció y trabó amistad con la princesa Alusair. La enana ha estado dedicándose al comercio en Cormyr durante casi tres años. En nombre del rey Azoun, le pido que dispense a la amiga de su hija la mayor cortesía y la añada al grupo para su oportuna búsqueda. Morgalla es, en mi opinión, justo lo que los Arpistas precisan».

Danilo alzó la vista para observar a su tío con expresión escéptica.

—¡Qué bonito que Vangerdahast sea tan considerado! Aun a riesgo de parecer frívolo, debo admitir que los motivos del buen mago me resultan como mínimo sospechosos.

—Por una vez estamos de acuerdo. —Khelben se interrumpió, con una mano en el pomo de la puerta de la cocina—. No he tenido demasiado tiempo para hablar con la enana. Veamos lo que nos ha enviado mi colega.

Khelben empujó la puerta para abrirla. La cocina era una pieza tan singular como el resto de la torre de Báculo Oscuro. En un lado había estantes con hileras de tarros repletos de raras hierbas aromáticas, iluminados por una débil luz verdosa que no se sabía de dónde procedían, e impregnaban la estancia de un aroma intenso a madera. Asimismo, había varios armarios que contenían las pilas habituales de platos y fuentes, pero otras puertas eran en realidad portales a lugares lejanos. De pequeño, a Danilo le encantaba el armario que desembocaba en un granado siempre con frutos maduros, pero tenía que admitir que el portal que conducía a una diminuta caverna de hielo era un artilugio más práctico. Sin embargo, en ese momento concentró toda su atención en la enana que estaba sentada a la mesa de la cocina.

Morgalla la Alegre estaba sentada en un taburete y balanceaba los pies enfundados en botas mientras intentaba rebañar con un cuchillo de caza los restos de un guisado de pollo. Los relucientes huesos que se apilaban en una fuente delante de ella daban buena cuenta del tradicional apetito enano, así como el pedazo de queso que faltaba de la quesera y las migas que quedaban de una hogaza de pan de cebada.

Entonces Danilo se dio cuenta de que había cortado la carne y el queso en lonchas para disponerlo sobre rebanadas de pan y preparar un suculento aperitivo en una fuente, junto con unos platos de encurtidos y condimentos. En apariencia, parecía que iba a compartir su comida porque la mesa se veía pulcramente dispuesta con platos y cubiertos para cuatro comensales y en el centro se veía una jarra de cerveza a punto. Cuando los dos hombres entraron en la cocina, Morgalla dejó el cuchillo y dedicó a Danilo una mirada solemne, antes de descender del taburete y alargar una mano rolliza para estrechar la suya.

—Bienvenido, bardo. Soy Morgalla, del clan Chistlesmith, hogar de Olam Chistlesmith y Thendara Lanza Cantarina, de los enanos de Tierra Rápida. Me enorgullece entrar a tu servicio.

Danilo estaba suficientemente familiarizado con las costumbres enanas para sentirse honrado por ser objeto de una presentación tan detallada. Aun en situaciones de cordialidad, los enanos, de naturaleza prudente, solían dar sólo sus nombres y, a veces, el nombre de sus clanes. Si hubiese deseado insultarlo, se habría presentado como «Morgalla, de los enanos», como si, entre líneas, le hubiese preguntado: «¿Tienes algo que objetar?».

Agarró las muñecas de la enana como breve gesto de saludo mientras lanzaba una mirada cargada de veneno a Khelben. El joven Arpista no había rechazado nunca una misión que le hubiesen asignado, pero estaba enfadado con su tío por no haberle dejado elección. Esa noche se sentía igual que si estuviera siendo arrastrado río abajo por una riada blanca, y, lo que era peor, el archimago había hecho creer a Morgalla que él, Danilo, era un bardo a quien valía la pena seguir.

—Cuando pienso en cómo describirte —apuntó Khelben, adivinando el origen de la furia de su sobrino—, «bardo» no es la primera palabra que me viene en mente. Ese título ha sido elección de Morgalla.

—Ajá. —La enana sacudió la cabeza en señal de asentimiento—. Te lo mereces más que otros que tienen la fama. —Al ver que Dan la observaba con expresión dubitativa, añadió—: Un bardo estuvo cantando canciones tuyas en la corte de Azoun y eran una maravilla. Mi favorita es el relato de la espada mágica.

—¿Y no la Balada de un asesino de Arpistas? —Dan se recostó contra la pared de la cocina. Primero la maldita balada que había aparecido en Tethyr, y ahora mucho más hacia el este, en las cortes de Cormyr.

BOOK: Canción Élfica
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