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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Canción Élfica (7 page)

BOOK: Canción Élfica
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—Ésa es. Bonita historia, aunque un poco breve.

—¿Breve? —La expresión de incredulidad de Danilo era cada vez más patente—. ¡Pero si tiene veinte estrofas!

—Por eso.

Danilo decidió abandonar aquel tema y se dedicó a observar con más atención a la enana. Morgalla parecía bastante joven pues aún era imberbe. Los ojos grandes, de un tono pardo, recordaban a Dan a sus sabuesos favoritos de caza porque la expresión inquieta y triste que en ellos veía era prácticamente idéntica. Tenía el rostro ancho, los pómulos prominentes, los labios carnosos y una nariz diminuta ligeramente respingona. Su cabello era espeso, de color bermejo, recogido en dos tupidas trenzas y en su cuerpo de metro veinte de estatura se concentraban muchos músculos y curvas. Morgalla iba vestida con atuendo de viaje, con una simple falda marrón que le cubría hasta las rodillas, polainas también marrones atadas con correas de cuero y botas asimismo de cuero con la puntera de metal. En el cinturón llevaba una pequeña hacha y había dejado apoyada en la mesa de la cocina una robusta vara de roble llena de muescas de batalla, en cuyo extremo pendía la cabeza sonriente de un bufón adornada con un variopinto y holgado gorro tradicional amarillo y verde. Danilo no era capaz de juzgar la belleza enana, pero Morgalla le pareció una mujer astuta más que belicosa a pesar de sus armas. O, quizá, corrigió mientras miraba de reojo al bufón, debido a ellas. Le pareció extraño que no llevase ningún instrumento.

—Nunca había conocido a un bardo enano —comentó en tono despreocupado para hacerla hablar.

El comentario pareció poner el dedo en la llaga porque el rostro de Morgalla se ensombreció.

—Ni tampoco ahora.

Khelben y Danilo intercambiaron una mirada.

—Si no eres bardo, ¿por qué te han enviado aquí? —preguntó el archimago.

Como respuesta, la enana le tendió un pedazo grande de papel plegado. Khelben lo desplegó sobre la mesa de la cocina y lo inspeccionó durante largo rato. Una mueca le torció el bigote y no pudo evitar soltar una exclamación. Danilo se inclinó para observar el papel por encima del hombro de su tío y soltó un prolongado silbido de admiración. Alzó la vista para mirar a Morgalla con una mezcla de diversión y respeto en los ojos grises.

—¿Tú dibujaste esto?

—Estoy aquí, ¿no? —replicó ella con brusquedad, cruzando los brazos sobre el pecho.

Danilo hizo un gesto de asentimiento al comprenderlo todo. En el papel había un diestro dibujo de un brujo vestido con una túnica salpicada de estrellas y lunas. Un alto sombrero de cono reposaba sobre un espeso lecho de cejas blanquecinas y los rasgos, aunque exagerados como una caricatura, recordaban sin lugar a dudas los de Vangerdahast. El hechicero sostenía la batuta ante una orquesta de instrumentos resplandecientes que levitaban. En la parte de atrás se sentaba el rey Azoun, que parecía estar disfrutando del concierto a juzgar por la tenue sonrisa que se dibujaba en las comisuras de su bigote. El título de la ilustración era sencillo: «Cofradía de músicos», Danilo sabía que la caricatura se mofaba del brujo en dos puntos vulnerables. Años atrás, en su más frívola juventud, Vangerdahast había ideado un hechizo que provocó que los instrumentos tocaran solos y Azoun se había divertido tanto con él que, para mortificación del hechicero de la corte, lo pedía a menudo para divertirse. El dibujo de Morgalla incomodaba a Vangerdahast pero también ponía en aprietos al rey. Mucha gente de Cormyr y de los territorios limítrofes observaban suspicaces el deseo de Azoun de unir los reinos de Faerun bajo un solo mandato: el suyo. Dibujar al rey y al brujo de la corte como únicos miembros de una cofradía de músicos era un hábil recordatorio de la intención real de centralizar la autoridad. El trabajo de Morgalla bailaba peligrosamente a caballo entre la sátira y la sedición. Para empeorar las cosas, el dibujo se veía estampado sobre papel, lo cual indicaba que podía haber muchas más copias en circulación.

—Ya veo por qué Vangy la mandó en busca y captura de un dragón —murmuró Danilo a su tío. Desvió la vista hacia Morgalla que, con gran criterio, había dejado a los dos hombres espacio para que discutieran sobre la caricatura y se hallaba sentada de nuevo a la mesa, dibujando con gran afán. Sus rollizos dedos volaban sobre el papel y tenía el ceño fruncido por la concentración.

—Por otro lado, es posible que de repente le desagraden los dragones —comentó Khelben, mientras observaba con el ceño fruncido el trabajo de la enana.

El Arpista se inclinó para ver mejor el dibujo, que empezaba a representar con rapidez al propio Khelben de pie frente a un caballete dibujando figuras sobre un lienzo. Un círculo de Señores de Aguas Profundas, vestidos con túnicas negras y cascos, permanecía obediente a su alrededor sosteniendo las paletas y los pinceles.

Danilo chasqueó la lengua. En la superficie, el dibujo se mofaba de las pretensiones artísticas del archimago, pero además captaba a la perfección la creencia popular de que el archimago era una pieza clave —tal vez el poder— de los Señores de Aguas Profundas. La caricatura proporcionaba a Danilo otra explicación de la presencia de Morgalla allí.

—Por lo que veo, Vangy tampoco se preocupa mucho por los Arpistas.

—Veo que lo vas pillando, bardo —intervino Morgalla mientras observaba su trabajo—. Vangerdahast me pidió que lo dibujara así, señor Khelben. No quería ofender.

—Espero no estar cerca el día que sí quieras hacerlo —musitó Danilo con expresión burlona.

La enana sonrió, tomándose la pulla de Dan como un cumplido.

—Si te gusta, te lo regalo. —Dobló la hoja de papel y se la dio a Danilo.

El bardo se lo agradeció y se lo metió sin pensar en la bolsa de las monedas.

—¿Y qué ocurrirá con Vangerdahast? Si te encargó que lo dibujaras, supongo que esperará recibirlo.

—No —respondió Morgalla con una grave sonrisa—. Créeme que tiene un montón.

—Veo que os vais a llevar bien —intervino Khelben en tono de guasa.

—Por supuesto —admitió su sobrino—, pero si me permites hablar con franqueza, Morgalla, ¿por qué te consideras mi aprendiz si yo no soy artista?

La enana se encogió de hombros.

—Los bardos cuentan historias y yo llego más o menos al mismo sitio pero a través de un túnel distinto. Tú explicas buenos relatos, y yo estoy aquí para aprender. Y para luchar, si es necesario. Pretendo hacer dos cosas y bien. —Agarró la vara de roble y la agitó en el aire para subrayar en sus palabras, haciendo bailar la cabeza de bufón multicolor, pero no logró que la imagen inspirara demasiado temor.

Danilo respiró hondo. A pesar de sus credenciales como guerrera y su encanto mordaz, Morgalla parecía tan preparada para la misión que les esperaba como el estudiante elfo que aguardaba en el vestíbulo.

—Debo suponer que los Arpistas no contravendrán por una vez sus normas para contratar un pequeño regimiento, ¿verdad? —preguntó Danilo al archimago—. No, ya me lo figuraba. Entonces, será mejor que llevemos un maestro de acertijos. Eso mejorará en gran medida nuestras posibilidades.

Khelben asintió pensativo.

—Bien pensado. Ocúpate tú de ello mientras Wyn y yo preparamos los caballos y las provisiones.

Morgalla se bajó del taburete.

—Voy contigo, bardo —anunció, impaciente—. En este lugar hay demasiada magia para mi gusto.

Danilo alzó una ceja.

—¿No te gustan las tiendas de magia?

El brillo de los ojos marrones de la enana se enturbió y se subió de nuevo al taburete para dedicar a Danilo una prolongada mirada apreciativa.

—Bardo, me parece que me dedicaré a hacerte un retrato. —Cogió otro pedazo de papel y empezó a garabatearlo de inmediato.

—Nunca me han hecho un retrato —murmuró Danilo. El humor negro del arte de Morgalla lo atraía y, como siempre había cultivado una notable tolerancia para la burla, estaba casi impaciente por ver la caricatura que pudiese hacerle—. Seguro que me encantará —concluyó con una sonrisa.

—Quizá, pero serías el primero —respondió Morgalla.

Khelben se encogió de hombros y echó a andar en dirección al vestíbulo.

—¿Conoces a algún maestro de acertijos que pueda sernos útil? —preguntó al Arpista.

—Vartain de Calimport —anunció Danilo con convicción—. Es asombroso. Los aventureros solicitan sus servicios tanto como otros solicitan los servicios de los actores. Estaba en Aguas Profundas cuando salí de allí hace varios meses. Miraré en el registro de Halambar a ver si está disponible.

—Bien pensado —convino Khelben. Kriios Halambar, conocido ampliamente en secreto por el sobrenombre de Viejo Pulmón de Cuero, era el jefe de la Cofradía de Músicos de Aguas Profundas. Actores de todo tipo estaban registrados en su tienda y aquellos que deseaban contratar sus servicios a menudo empezaban su búsqueda allí. Si Vartain estaba disponible, su nombre aparecería y, si ya estaba contratado, el nombre de la persona que lo había contratado también figuraría. En cualquier caso, Danilo podía seguirle la pista.

El archimago salió al patio con Danilo y, tras un momento de silencio, apoyó brevemente una mano sobre el hombro del joven.

—Sé que todo esto te ha caído encima de repente, y sé lo que dejas atrás. Lamento tener que pedírtelo.

Los dos hombres permanecieron en silencio. Aunque le emocionaba la preocupación de su tío, Danilo no se vio
capaz
de reconocer la referencia implícita que Khelben había hecho de Arilyn, y decidió apartar el dolor atroz que sentía, malinterpretando a propósito al archimago.

—Como de costumbre, tu confianza es mi apoyo y mi inspiración —bromeó.

—¡No es eso lo que quiero decir, y lo sabes! —exclamó Khelben—. Tienes capacidad suficiente para resolver esta misión. Lo que te falte como bardo, lo suples como mago. —Se sacó un libro de reducidas dimensiones de uno de los bolsillos de su túnica—. Es para ti. He copiado una serie de hechizos que pueden serte útiles si el dragón demuestra tener pocas ganas de colaborar.

Danilo cogió agradecido el libro y lo deslizó dentro de la bolsa mágica que llevaba colgada, sin que el peso añadido alterara sus proporciones ni provocara ni siquiera un pliegue más. Prometió regresar antes del amanecer y, acto seguido, franqueó la puerta invisible del muro exterior de la torre y desapareció en la oscuridad.

Como la mayor parte de Aguas Profundas, el rico barrio conocido con el nombre de distrito del Castillo permanecía en plena actividad durante la mayor parte de la noche. La calle de las Espadas se veía abarrotada de gente pudiente que iba de camino a fiestas privadas o que buscaba tabernas, salas de fiesta o tiendas que habían dado fama a aquella ciudad en todo Faerun.

A menudo se decía que uno podía comprar prácticamente cualquier cosa en Aguas Profundas, y era cierto, aunque la compra se había convertido también en una fuente de entretenimiento. Los músicos interpretaban canciones en las calles y los patios, añadiendo un toque festivo al ambiente, y la suave luz que iluminaba tiendas y bazares ofrecía a la vez seguridad y aliciente. Los sirvientes circulaban con bandejas repletas de exquisiteces y copas de vino, mientras que los tenderos, cargados con muestras de las telas y joyas que vendían, se mezclaban con la clientela ofreciendo consejos y halagos. Eran expertos en el arte de hacer creer al cliente que bellezas como las que les enseñaban podían ser suyas por unas monedas de oro.

En una de aquellas tiendas, la de Tocados Elegantes de Rebeleigh, una mujer alta de cabellos plateados permanecía de pie frente a un espejo y examinaba su reflejo con una mezcla de humor sarcástico y resignación. Como lady Arunsun, Laeral se veía obligada a asistir a numerosas obligaciones sociales. Con los festejos del solsticio de verano en ciernes, éstas se multiplicaban con la persistencia y profusión de las cabezas de una hidra.

—Sería perfecto para el baile de disfraces de lady Raventree —comentaba aduladora la tendera, mientras ajustaba de puntillas el tocado de delicados lazos y abalorios de coral—. Es auténtico, como puede ver. Perteneció a una princesa Moonshae que murió hace doscientos años.

—Comprendo por qué murió —bromeó Laeral—. Si hubiese podido resistir las cotas de malla, probablemente todavía estaría viva.

—Sí, claro —respondió Rebeleigh en tono alegre mientras apartaba el tocado. La tendera era una mujer delgada, de mediana edad, que giraba como una veleta al compás de las modas y se sabía con la precisión de un calendario los acontecimientos sociales del año. Nada sabía de los años de aventuras, intrigas y combates que había vivido Laeral, así que lo único que podía interpretar Rebeleigh del comentario de su cliente era que no le complacía el tocado, y con eso tenía bastante. Cogió un caprichoso tocado de terciopelo azul y cinta plateada—. Esto también os sentaría bien, señora. Inclinad un poco la cabeza, por favor.

Laeral hizo lo que le ordenaban y, cuando vio su reflejo en el espejo, soltó una carcajada.

—Parecéis tener mala suerte con los tocados —comentó una voz venenosa y dulce a su lado.

Al volverse, Laeral se encontró con la sonrisa encantadora e hipócrita de Lucía Thione. Vástago de la realeza tethyriana, lady Thione era una figura poderosa en la sociedad de Aguas Profundas. Era una anfitriona popular y de codiciada belleza, y era muy reconocida su perspicacia para los negocios y por su encanto. Para regocijo de Laeral, nunca solía malgastar su encanto con ella.

Lucía Thione sintió que se le erizaba el vello al ver la burla en los ojos plateados de Laeral. Despreciaba a la maga, cuyo nacimiento y tierna infancia seguían siendo un pozo de misterio, y envidiaba su papel de lady Arunsun, una posición que ella había intentado alcanzar en vano. La diminuta dama noble también se sentía ridícula junto a la maga, que medía casi un metro ochenta, y se veía totalmente eclipsada por la belleza sobrehumana de Laeral.

—Al menos este sombrero no está encantado —prosiguió lady Thione, ya que Laeral parecía demasiado estúpida para captar un insulto de alta cuna. Volvió a sonreír—. Supongo que os debe desagradar mucho pasar otra vez por todo esto.

La noble se vio finalmente recompensada por algún tipo de reacción: el rostro de Laeral se quedó inmóvil.

—Un músico callejero estaba cantando hace un momento una canción sobre vos. Escuchad vos misma —musitó Lucía—. Estoy segura de que lo encontraréis fascinante.

Sin esperar una respuesta, salió de la tienda y fue a unirse a un pequeño grupo que se apiñaba alrededor de un músico, un hombre de aspecto jovial, de mediana edad, y voz suave y agradable. Sin embargo, la gente se movía con cierta inquietud al oír la canción. Lucía se abrió paso hasta Caladorn y le dio un cariñoso pescozón en el brazo.

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